CAPÍTULO 25: Consejo
De la vida he aprendido varias lecciones en muy poco tiempo:
La primera: nunca sabes hasta cuando te va a durar la felicidad, por eso debes aprovechar cada momento donde la estés sintiendo.
La segunda: las personas que más amas y dicen que te aman, también te pueden fallar y dejar sola.
Y tercera: puedes recibir la ayuda que necesitas de la personas que menos te esperas.
Cuando entré una vez más a la escuela, pasando otra vez por los mismos pasillos, igual de distraída que los primeros días de este duelo, vi que las personas se quedaban mirándome. Luché por cambiar mi expresión facial, elevé un poco las comisuras de mis labios y ablandé el entrecejo. No tenía un espejo para mirarme el rostro, mi teléfono estaba en el fondo de mi mochila y sinceramente, me daba pereza sacarlo.
—¡Lale!
Me detuve y miré con rapidez a la dirección de esa voz. Me encontré a Anelía y Rosalía frente a la puerta del aula, mirando el celular que la primera llevaba en su mano. Rosalía agitó su mano para que la viera, les sonreí en un gesto de saludo y caminé hacia ellas.
— ¡Holis! —Saludé a ambas por medio de un abrazo—. ¿Qué hacen?
—Aquí viendo videos de tablazos —Anelía comunicó entre risas—, ¡ven, deja la mochila y sale para que te rías! ¡Están buenísimos!
— ¡Ya voy…! —entré corriendo al aula buscando mi puesto habitual, corrí hacia mi mesa dejando mi mochila entre esta y la silla. Arreglé mi blusa que se había salido por fuera de mi saya y corrí de vuelta hacia afuera—. ¿De qué me perdí? ¿De qué me perdí?
— ¡Mija, hay un video de lo más cómico de un niño con las tareas! ¡Ven para acá! —me invitó y colocó el celular de tal modo de que lo pudiéramos ver las tres.
No pude negar que el video estaba cómico, para lo que duraba de solamente 15 segundos estaba bastante entretenido. Sonreí, fue lo que más pude hacer.
— ¡Jajaja ja, es que muero! —Rosalía rió y agitó su cabeza, sus cabellos oscuros amarrados por una liga hicieron un rítmico vaivén.
— ¡Siii, viste! —Anelía se reía como un ganso de la forma tan característica de ella, mis mejillas dolían tratando de sobre disimular una sonrisa.
El video estaba gracioso, pero no tenía muchas ganas de reírme.
Entramos al aula, y comenzó la rutina de los profesores con el ego por las nubes dándole clases a un aula que solamente parecía ser de una sola alumna: Mar ley, la misma chica que no se callaba los primeros días. Creo que ya me di por vencida, pero traté de concentrarme en el contenido y olvidarme del mundo, olvidarme de mis problemas insignificantes.
Una vez se acabaron los tres primeros turnos de la mañana, le dije a las chicas que me quería quedar en el aula, así que ellas salieron a comprarse algo para merendar. Saqué mi celular con la esperanza de entretenerme en algo, pero alguien se sentó frente a mí, en la otra silla de mi mesa, y me hizo desviar la mirada de la pantalla.
— ¿Mateo? —mencioné sorprendida, pensé que no había venido hoy.
—Ya no saludas a nadie —atacó con una ceja enarcada.
—Es que… no… no te he visto hoy, o sea, ¿estabas en el aula o llegaste tarde?
Me miró con una incredulidad en su rostro digna de un Oscar.
— ¿En qué mundo estás? —Sonrió—, llegaste por la mañana y te llamé y no me hiciste caso.
Miente, debe ser mentira.
— ¿En serio? —enarqué una ceja.
—Si, en serio —asintió.
Joder, ¿tan en mi mundo estoy o él está jugando conmigo?
— ¿Estás jugando conmigo?
— ¡Nooo!
—Me estaré volviendo loca entonces —confesé mirando hacia mis piernas.
Creo que no hace falta mencionar mi rutina al ver a Mateo: mis mejillas hirviendo bajo mis ojos, mi nariz aspirando su perfume, mis ojos detallando cada facción de su rostro, su forma de vestir, el reloj que tenía en su muñeca izquierda, el celular que sostenía en su mano derecha. Sus rodillas estaban hacia adentro chocando con las mías como resultado de estar sentada de lado en la silla, con el espaldar bajo mi brazo. Creo que aunque me encontrara triste y quisiera negarme a sentir algo diferente, en el fondo los sentimientos siguen.
— ¿Estás mejor? —preguntó, mirándome con cautela. Alcé el mentón a la vez que fruncí mi entrecejo, esa pregunta me tomó muy desprevenida por su parte.
—Ehhh… —vacilé, me había puesto nerviosa—, no te preocupes por mí.
— ¿Cómo no me voy a preocupar? —confesó dándole un vuelco a mi corazón.
—Sí, es que… No quiero que yo sea algo en lo que tengas que desperdiciar tu tiempo.
—No seas tonta —me tocó con su mano la mía, el contacto me hizo sentirme más nerviosa todavía—. ¿Cómo sigue la situación con tus padres?
No Mateo, no toques ese punto, por favor…
—Me fui a pasar dos días en casa de Anelía por una discusión muy fuerte, así que ya te imaginas.
De inmediato abrió sus ojos como platos y me mostró sus dientes como una mueca de dolor.
—Ufff… Debió ser fuerte en verdad.
—Ajá… —tomé una respiración profunda, dando como un resultado un suspiro que sonó demasiado desesperanzador—, pero al final regresé, no quería seguir molestando a Anelía así que estoy haciendo el esfuerzo. Pero Mateo, no nos hablamos, solamente salgo de mi habitación a buscar la comida y ya, la situación está muy difícil.
—Lo siento mucho por ti… Debes estar sufriendo mucho por eso —con sus dedos acarició el dorso de mi mano, haciendo mi corazón latir con fuerza.
—No, no te preocupes —mentí, no quería empezar a llorar frente a él, no quería ser una estúpida frente a él.
Él bajó su cabeza y miró sus piernas, me mantuve en silencio con el corazón latiéndome con fuerza al no saber lo que estaba haciendo conmigo.
— ¿No vas a salir a tomar aire…? Digo, es que estar entre cuatro paredes te va a aturdir más —con sus ojos miró hacia la puerta en un segundo y luego los regresó hacia mí—. Sale a tomar el aire, no te quedes sentada.
—Ay, no, Mateo… No tengo ganas —protesté, como si fuera una niña chiquita.
—Lale, tienes que distraerte —su tono de voz se volvió más serio, como si fuera un regaño—, no te puedes quedar sentada en la silla a esperar a que pase. Tienes que salir, conversar… ¿Y tus amigas?
—Anelía nos vino a buscar, pero quise quedarme aquí.
— ¡Te hubieras ido con ellas!
— ¡Pero no tengo ganas! —lloriqueé como una pequeña, Mateo ladeó la cabeza y luego se empezó a reír—. No te rías.
— ¿Estás haciendo un berrinche? —me miró sonriente—. Mira, vamos a conversar para allá afuera, aquí dentro está muy oscuro.
—Te dije que no.
—Lale, ¡no veo bien!
—Déjate de cuentos que no ves bien que lo que quieres es que salga —me crucé de brazos y miré a otro lado, divertida—, no lo vas a lograr.
No respondió nada, sin embargo, el ruido de la silla de al lado deslizándose por el suelo me asustó. No quise mirar, pero de un momento a otro, el chico se dirigió a mí como si me fuera a abrazar. Ni pude reaccionar cuando colocando ambos brazos debajo de los míos intentó pararme de la silla.
— ¡No, no, no, no, no! ¡No te atrevas! —me reí, me había dado cosquillas cuando sus manos se dirigieron bajo mis brazos.
—Te voy a cargar hasta allá afuera si no te paras.
— ¡Tú no eres loco! —chillé, no creía posible que fuera capaz de hacer eso.
— ¡Pruébame!
—No me voy a mover.
— ¿Ah no? Vamos a ver quién es el saco de papas ahora.
— ¡MATEO! —me tomo de las piernas alzándome del suelo y viendo todo como si fuera dos cabezas más alta que el— ¡Suéltame, te ordeno que me bajes ahora! ¡No estoy para juegos! ¡MATEO, BAJAME YA!
Me soltó cuando estábamos fuera del aula, enseguida acomodé mi uniforme y me aleje de él.
— ¡Estás loco, Mateo!
—No negaras que te pareció divertido. Además, cambiaste el tono de voz.
—En estos momentos no estoy para tus bromitas
—Perdón, solo quería que te divirtieras.
—Pues ya ves que no, no soy un saco de papas que acabas de comprar en el supermercado. —me cruce de brazos y desvié la mirada.
—Eres complicada, ¿qué tengo que hacer para que te rías un poco? —lo mire mal, ¿acaso no se cansaba? Al instante la sonrisa se me volvió a desaparecer, Anelía se aproximaba a nosotros con cara de pocos amigos. Se detuvo ante mí y se cruzó de brazos, suspiro y agito sus cabellos, miro a Mateo y luego a mí.
—¿Para esto sí sales del aula y cuando yo te lo pido no sales?
—Anelía, yo no…
—Calla —levanto la palma de su mano ante mí, cerró los ojos con rechazo y luego los abrió para mirar fijamente a Mateo—, no quiero escuchar por qué.
Y sin más me volvió a mirar completamente seria y entro al aula.
¿Que acababa de pasar?
—Anelía…
—¿Que le sucede? —Mateo me pregunto incrédulo por la situación que acababa de presenciar.
No le respondi, ni yo misma me entendía a mí, me costaba aún más entender a los demás.
—Cualquiera diría que ella no sabe que la estás pasando mal… —Mateo mencionó, y quise atacar, quise defenderla pero desgraciadamente, esta vez no tenía argumentos.
—No tiene importancia —traté de ignorarlo cambiando de tema, y con todo el esfuerzo del mundo simular una sonrisa—. No tiene sentido seguir hablando de este tema, Mateo… ¿Quieres hacer las tareas de alguna clase? —me ofrecí de repente con el objetivo de ignorar lo duro del momento actual, quizás me costaría, pero era lo mejor.
Mi mente necesitaba descansar de darle vueltas al asunto, o al menos, necesitaba hacerle creer al corazón que todo estaba bien, y que todo iría bien.
—De matemáticas, que está súper difícil —sonrió apenado, no sé por qué lo supuse.
—Perfecto, hagámosla.
Comencé a caminar hacia el aula.
— ¿La vas a hacer conmigo?
—Sí, lo intentaré —dije justo antes de echarle una mirada a las chicas para tomar mi mochila y mudarme con todo para el puesto de Mateo.
Después de un largo momento tratando de que Mateo y yo nos pusiéramos de acuerdo en la respuesta de un ejercicio, entro el profesor del siguiente turno. Estábamos en la primera mesa, con una seña le indique al chico que no podíamos seguir repasando y atender al profesor. No tenía ganas de nada, pero al menos, me sentía un poco más motivada.
Permanecí en la clase callada, ignorando como los loros del aula querían responderlo todo sin siquiera esperar que los profesores los mandaran a hablar. Joder, me estaba hartando de ellos. Mateo se quedaba callado como yo, a veces me concentraba en como copiaba todo de la pizarra en su libreta, me llegaba a desconcentrar incluso, sin querer, mirando como escribía y transcribía todo de la pizarra, el me veía y me señalaba para que copiara en la libreta, a lo que yo tomaba el lápiz y fingía hacerlo. Al menos me causaba un poco de gracia el hecho de ver a Mateo mandándome a hacer cosas de la escuela, cuando siempre era al revés.
—Lale, tienes que esforzarte un poquitito más o reprobaras. Al menos copia la clase aunque no entiendas nada.
No sé por qué demonios no me negué, suspire y aunque lo mire con una ceja enarcada, mi cerebro en automático hizo caso. A veces me sorprendía de mi misma. Al culminar la clase, no espere un segundo más y Salí del aula con la mochila, me dolía ver que Rosalía y Anelía no salían conmigo esta vez, comencé a caminar lento para encontrarme o con ellas o con Mateo, sin embargo ambas pasaron junto a mí y se alejaron sin mirarme, y eso, dolió.
“Ya no más llanto.”
Guardé mi tristeza, o al menos repetí en mi mente que eso no importaba, que no tenía que sentir nada por esa situación, que no me debería afectar, me lo repetí y me puse a cantar una canción infantil en mi mente. Distraerme era mi objetivo. Al ver a Mateo traté de simular estar bien, me acerqué a él, me vio y con una sonrisa por su parte comenzamos a caminar juntos hacia la salida.
—¿Si te encuentras mejor podemos seguir haciendo las tareas mañana? —inquirió el chico mientras salíamos de la escuela.
—Sí, si me puedo concentrar —le dije con pena.
—Lale, creo que aún sin que te encuentres bien deberíamos intentarlo, digo, las pruebas son pronto… pero bueno si no quieres…
—Podemos intentarlo —dije no muy convencida.
—Bien —asintió satisfecho.
Caminábamos juntos rumbo a la casa, por el camino Mateo pasó por la suya y aunque yo no quería llegar a la mía y le grité por los ojos lo que ya era cierto, él simplemente se despidió y entró a su casa, culminando un esperanzador “verás como todo se va a resolver”, acercó mi cabeza a sus labios y me dejó un beso en la frente. Me sentí por un momento como una niña pequeña y en contra de todos mis sentimientos, me sonrojé y le sonreí. Y esa fue mi despedida.
Decidí pasarme por mi antigua secundaria al estar camino a ella, y además llegaría más tarde a mi casa. Hace mucho tiempo que no veía a mis antiguos profesores. Al llegar tuve la suerte de encontrarme a la profesora Beatriz rápidamente, quien con tremenda alegría me saludó sorprendida al verme.
—¡Lale, mi niña, cuánto tiempo, corazón! ¿Cómo has estado? —nos abrazamos, tan fuerte que me sentí exprimida.
—¿Cómo está, profe? ¿Cómo va todo con los nuevos alumnos?
—Todo bien, pero a ustedes los extraño. ¿Cómo está todo en la familia? ¿Todo bien?
No sé si era la vida haciéndome el juego o que mi vida era una novela, pero la profe inocentemente había tocado el tema que me debilitaba, y eso, en mi mirada lo notó. Enseguida cambió su expresión facial:
—¿Que sucedió?
Ocurrió lo inevitable, minutos después estábamos finalizando una conversación fuerte y profunda.
—Es lamentable esa situación por la que estás pasando, nunca creí que tu familia se debilitara tanto… —la profesora escuchó todo lo que le conté, y esta vez estaba hablando con una persona madura a diferencia de mis “amigas”, si podía seguir considerándolas así.
—Gracias por escucharme, profe.
—Aunque… ¿Te digo algo? Es verdad que tus padres te trataron fuerte, pero perdónalos, estoy segura que deben estar pasando por un mal momento en sus vidas.
—¿Perdonarlos? Profe, yo quiero resolver la situación, se lo digo de corazón, estoy sufriendo mucho con esto, pero la que se merece un perdón soy yo. Me dijeron palabras horribles que me han dañado lo que usted no se imagina.
—Ellos están dolidos también, por eso reaccionan así, pero te digo que los perdones, ¿sabes por qué? Porque el día de mañana, Mateo te deja de hablar, como sabes que era costumbre, y lo que te va a quedar son ellos que están atados a ti la vida entera. No los cambies nunca por una mala situación.
Me quedé pensativa a lo que ella me miraba, era difícil lo que me estaba pidiendo.
—Te aconsejo que lo pienses, pero siempre, te lo digo, siempre vas a necesitar el apoyo de tus padres. Aún con la edad que tengo sigo necesitando el apoyo de los míos. Y ningún novio vale más que tu familia.
La miré a los ojos, me observaba con cariño, con una sonrisa me acarició el cabello.
—Sé que eres fuerte, y sé que vas a lograr resolverlo por más difícil que sea. Ninguna mala situación en la vida dura para siempre, tenlo en cuenta, Lale; ninguna.
Ahora estaba confundida, en este juego ya no sabía quiénes eran los buenos y quienes eran los malos. De un momento a otro, cuando ya me sabía todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas.
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