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CAPÍTULO 21: Emociones

—Dime, por favor, que no es en serio lo que me estás diciendo.

—Te lo digo en serio, Rosalía. Ha sido el fin de semana más feliz y más triste de este año.

Rosalía había llegado a la preparatoria con una morena tez consecuente de un fabuloso día de mar y arena, combinada con su lacio cabello negro por el que se asemejaba a una india.

El banco que nos cargaba dentro de la preparatoria nos transmitía la falta de calor que le había otorgado la noche anterior. Era temprano, todavía no había llegado la muchedumbre que tanto caracterizaba a la institución, ni siquiera los autos de niños ricos en los que los traían sus padres. Ahí estaba en silencio, un silencio que hacía que me abrumara con mis pensamientos.

—Y me dejaste en visto, eso no lo voy a olvidar —espetó la pelinegra, entrecerrando sus ojos.

—Por favor, perdóname, no era un buen momento para responderte —sonreí tratando de alivianar la tensión.

—Vale, vale... Pero sígueme contando. ¿En serio te dijeron esas palabras?

Asentí, a lo que volvían sus frases a mi cabeza como cuchillos.

—Aún se pasean por mi mente: "Nos has faltado el respeto a mí y a tu padre, si de verdad tú te llamas Lale González abre esa puerta y sale" —repetí, con el mismo tono de voz con que me lo dijeron ese día.

—¡Es que no entiendo! —Se llevó las manos a la cabeza y luego las deslizó por su cabello—. ¿Por qué dicen que les faltaste el respeto, a ver?

—Porque lo hice, Rosalía, es mi culpa, nunca tenía que haber invitado a Mateo a ir a la playa con nosotros...

La culpa me carcomía, y en serio me pasó por la cabeza la idea de que el destino que me esperaba era solamente tener la cabeza en los libros. No salir, no relaciones, no nada...

—¿Y ellos piensan que les faltaste el respeto por invitar a Mateo a la playa?

—Supongo que vieron cuando nos besamos, ¡ay Rosalía, qué vergüenza! —Cubrí mi rostro entre las palmas de mis manos, quería enterrar mi cabeza en el suelo o tirarme de un quinto piso—. No tenía que hacerles eso, me doy asco...

—¿Asco? —Rosalía soltó una risita—. ¿Asco por qué?

—Pues porque ante sus ojos debo parecer una pervertida... por algo se molestaron tanto, es que... ¡Yo no soy así, joder! No tenía que haber hecho eso —volteé a ver otro lado, tratando de aguantar las ganas de gritar.

—No digas eso... —Rosalía colocó la mano sobre mi hombro—. Seguro los malinterpretaste, también es que se dieron cuenta de que su niña no es tan pequeña como pensaban.

Giré sobre mi torso con rapidez, el ambiente se me hizo borroso en un segundo hasta que enfoqué la cara de mi amiga.

—Aja, y supongo que a mi madre le molestó tanto que me dijo algo desagradable: "Y supongo que no tengo que preguntarte a donde vas, ya que te mandas sola. ¡Y si quieres tener marido desde ya me avisas, para ayudarte a empacar tus cosas!"

—¿EHHHH? —Rosalía se levantó de un tirón y me miró estupefacta, su ceño frunció tanto que me dio escalofríos de la expresión facial tan horrible que se había adueñado de ella—. ¡¿Pero qué se piensa tu mamá?! ¿Que enamorarse es un delito?

Mi corazón dio un vuelco, me sentía mal, hasta ahora había ocultado mis sentimientos por vergüenza hacia Mateo y todavía lo sigo haciendo, claro que ya lo sabe y es algo menos que ocultar, pero aun así, si antes pensaba que sentir era malo y lo había superado, ahora estoy volviendo a padecer de esa enfermedad.

—Ellos no lo ven así, Rosalía... Y luego, quise hacerle caso a Anelía. Me dijo que le dijera a mi madre que me gustaba Mateo por si era que estaba molesta porque no se lo había dicho, y entonces... Yo no quería, ¿entiendes? Tenía miedo —Rosalía asintió para que continuara—. No me sentía en confianza, pero aun así lo hice.

—¿Y qué pasó?

—Su rostro me lo dijo todo... Fue muy seria, es como si no le gustara verme así... No lo sé, me sentí mal. ¡Yo no quería contarle nada!

—¿Y por qué se lo contaste? —Reflejó— ¿Porque tu amiga te lo dijo?

—Me arrepiento de eso. —Miré hacia el suelo tomando aire.

—Te voy a dar un consejo y quiero que me escuches bien —alcé mi mirada y la miré a la cara, ella puso su dejo índice en un costado de su frente—: Nunca hagas algo que no sea por tu propia voluntad.

Tomé una larga bocanada de aire una vez más, un lento escalofrío recorrió mi espalda al sentir tan profunda esa frase. La mayoría de las veces, para no decir todas, termino haciendo cosas que no quería, por el simple hecho de que alguien me insiste.

—He tenido, Lale, amigas que les han pasado cosas malas por no seguir su propia voluntad. ¿Recuerdas a Vanessa?

Vanessa, la chica de las fiestas de la secundaria, no siguió el camino a la preparatoria, ni siquiera sé si siguió estudiando algo más ya que hace rato que no sé nada de ella.

—Sí, cómo olvidarla.

—Bueno, supe que su novio la obligaba a tener relaciones, era siempre cuando él quería, incluso cuando ella no lo deseaba. Actualmente están separados, pero estoy segura de que era porque él la dominaba —confesó con un rostro más serio que cuando la regañó mi padre—, y claro que ella se dejaba dominar. Supongo que en algún punto se cansó, pero el hecho era, que su novio la tenía a su voluntad, haciéndola hacer cosas que ella ni siquiera deseaba.

De solo imaginar estar en el lugar de Vanessa me sentí horrible.

—Eso debió ser feo.

—Sí, mucho... Lo que quiero decir es que, no es que eso te vaya a pasar a ti, sino que lo veas de ejemplo: sigue siempre tu propio instinto, Lale, y no dejes que las palabras de alguien más te dominen. Recuerda que es tu vida, nadie te puede decir cómo vivirla. ¡Además la vida es una sola para no hacer lo que uno quiere! —se exaltó y con ello agitó su cabello como si fuera una diva. Me reí, esta niña era una cómica.

—Jajajajaja, buen consejo que termina con un toque personal.

—¡Ahí, ahí! En cuanto a tus padres... Espera a que se calmen las aguas, de todas formas son tus padres, aunque no me gustó lo que te dijeron, ¿qué es eso de tener marido e irse de la casa? La verdad que eso estuvo muy mal por tu mamá.

—No creo que se vayan a calmar las aguas tan pronto, Rosa.

—Vamos a esperar, sino, veremos qué se hace. Somos un equipo —finalizó y me guiñó un ojo a lo que sonreí—. ¿Crees que Anelía venga hoy?

—No lo sé. Debería, aunque dudo que me salude después de lo que sucedió...

De repente, Mateo fue el que apareció en su lugar, y la poca sonrisa que había tenido se me desapareció. Ahí estaba el que cometió el crimen conmigo, el crimen por el cual me quieren pasar sentencia. El crimen por el cual estaba peleada con mis padres y me sentía una basura.

Entraba por la puerta de la escuela, con su caminar tan característico, saludando desde la entrada a unos amigos. Si bien era cierto que en la preparatoria Mateo era menos popular que antes, pero aún le quedaban secuelas. Me seguía quedando muda cuando entraba en los límites de mi mirada, el nervio seguía apoderándose de mis dedos, y mi pecho seguía retumbando ante su presencia.

Suspiré, ¿por qué yo era así?

—Ahí llegó Mateo —comunicó Rosalía, percatándose de lo que yo y que quise disimular.

—Y nosotras nos vamos —me levanté del asiento—, deben haber abierto el aula ya.

—¿Qué? —soltó risueña—. Estás muy graciosa, dije que vino Mateo...

—Y yo dije que nosotras nos vamos —reafirmé—, ¿vienes o no?

No pude evitar mirarlo cuando desde de reojo noté que se alejó de sus amigos y se acercaba un poco hacia mí. Sentí mi pecho apretarse, pero cuando lo vi tan cerca y Rosalía no se movía, decidí ser yo la que se marchara.

—¿Lale...? —escuché a Rosalía murmurar pero me alejé sin mirar atrás, con un nudo en la garganta. Pasé por al lado de dos profesores que desde que llegamos estaban esperando por la llegada de sus alumnos, y seguí rumbo a mi salón de clases. Como si no me fuera a encontrar a Mateo de nuevo en el aula, tenía que ser estúpida.

"No mires atrás, no mires atrás". Me insistí internamente, con la mirada sobre mis pies.

Pude llegar a ver la puerta de mi aula y me apresuré a llegar, donde coloqué la mochila en la primera mesa que vi. ¿Era correcto lo que estaba pensando hacer? ¿Alejarme de Mateo para poder estar bien con mis padres? Si debo hacer eso, es obvio que lo haré, nunca lo pondría a él por encima de ellos.

A lo mejor es cierto que me estoy pasando, que estoy dejando de ser esa señorita formal que era antes, ni siquiera lo sé. Ya me tocará buscar la manera de hacerlo.

Y fue entonces en medio de esos pensamientos y el silencio, cuando dos brazos rodearon mi cintura y alguien se pegó a mi espalda. Mi corazón me dio un vuelco de la mala impresión, bajé la mirada para notar dos manos juntas una sobre la otra rodeando mi abdomen, y ese perfume que tanto me gustaba arremetió contra mis fosas nasales.

Oh, por, Dios.

Era él, era Mateo, tenía que ser él quien me abrazaba.

—Buenos días, mi vida —murmuró en mi oído.

Nota de mi yo del futuro: Te voy a tomar por cuello.

Sin siquiera pensarlo, sonreí, sentí mis cachetes abultarse por debajo de mis ojos confirmando la idiota que estaba siendo, como mi cuerpo y mis emociones reaccionaban a él. Lo miré mientras tenía su barbilla sobre mi hombro.

—Buenos días... —nerviosa solo logré decir esa frase, no pude argumentar más.

—Te iba a saludar y te fuiste de repente —me recordó. 

Decidí hacerme la despistada.

—¿Ah sí? Ay, no te vi —hice un ademán con la mano, mano que luego se posó sobre las suyas—. ¿Y Rosalía se quedó allá afuera?

—Ajá... —entonces se separó. Vamos, Lale, ¿querías que se quedara a tu lado para siempre? —, me dijo que iba a subir ahora.

—Ah ya...

¿Por qué justo ahora se me quitan las ganas de hablar? El cerebro se me congela, no hay un tema que mencionar que pase por mi mente, no se aparece nada, solo... permanece en blanco.

Escuché pasos, y luego la chica de la que hablábamos entró por esa puerta. Su mirada lo dijo todo, solo alzó sus cejas y con ello entendí. Me la imagino diciendo: ¿Qué hacían los dos solos aquí?

—Mateo, Lale está triste, tenemos que alegrarla —espetó Rosalía. ¡¿Qué?!

—¡¿Eh?! ¿De qué hablas? —reaccioné de forma instantánea por su extrema capacidad de comunicarse con quien no tiene que hacerlo.

—¿Cómo que está triste?

—Siii, ayúdame a que se ría o algo, hay que distraerla.

—¿Qué te pasa, Lale? —el chico se aproximó a mí, mi expresión facial estaba seria y mi cuerpo rígido, esperando a tambalearse por su más mínima palabra o gesto.

—No es nada... Rosalía, yo te mato —la miré mal.

—Quiero que vuelvas a estar contenta como en la playa, que me cambies esa carita seria y que dejes de pensar ya en eso.

Rosalía estaba hablando en código ya que una persona llamada Mateo no estaba al tanto ni debía saber de la situación.

—¿Qué pasó? —el chico miraba a ambos lados, de Rosalía a mí, esperando que una de las dos dijera algo, pero mi mirada seguía en la lengua-larga de la pelinegra. La mato, juro que la mato—. Lale...

Lo enfoqué entonces.

—¿No me vas a contar?

Maldito chismoso, no te puedo contar algo que es de ti.

—Ay Lale... —la pelinegra comenzó a reírse.

—¡Rosalía, te vas a ganar un boleto directo a Azkaban!

—¿Azka-qué? —respondió sin entender una maldita palabra.

—Olvídalo, son cosas de Harry Potter.

—Lale... —Mateo seguía insistiendo, y me comencé a reír. ¡¿Por qué tenía que ser tan insoportable?! Maldita sea, parecía un niño pequeño insistiéndole a su madre que lo llevara al parque.

—¿Queeeé?

—¿No me vas a contar? Tal vez te pueda ayudar en algo, no lo sé.

Rosalía alzó sus manos en el aire, como solicitando rendición y se dio la vuelta. Maldita sea.

—Dudo que me puedas ayudar.

—Desahogarse siempre es bueno para el corazón, además, no mereces estar triste —me habló de una forma tan diferente que me hizo sentir emocional—. Tú te mereces ser feliz.

Quisiera ser la fuerte que no se rinde, ¡pero es que siempre me tiene que ganar con sus palabras! Estúpida, estúpida, estúpida, ahora me ablandé y me siento en confianza para hacerlo. Maldita sea, ¿cuándo dejaré de hacer esto?

—Pues...

Le conté, chicos, no sé qué me pasa pero las palabras salen solas como si estuviera hablando con la misma Anelía, como si fuera un buen amigo. No sé por qué lo hago, me sale automáticamente. 

Obvié los detalles exclusivos que pudieran ofenderlo, incluso evité decir palabras que pudieran hacer quedar mal a mis padres, pero al final de todo el cuento, el chico me tomó de la muñeca y me aproximó a su pecho, donde me retuvo entre sus brazos.

A pesar de quedar estupefacta, la tristeza se desbordó por mis ojos de forma líquida. No entendí si fue por la impresión, o porque no me lo esperaba de él, o porque aún me dolía mucho lo que pasó, pero no pude evitar llorar. Sentí cómo Mateo me apretó con sus brazos en mi espalda, y luego una de sus manos llegó a mi cabeza a acariciar mis cabellos mientras yo escondía mi cara en su pecho.

—Perdóname... no tengo por qué ponerme así...

—Shh, shh, está bien que te desahogues. —Su voz resonó en mi oído pegado a su pecho—. Tranquila, Lale... Tranquila, estoy aquí contigo.

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