CAPÍTULO 18: La playa
—¿Qué pasó con el Alex?
Miré a Anelía con una expresión mandona, señalando con mi dedo índice hacia atrás como si él estuviera ahí todavía.
Me tomó de la muñeca y me dijo bajito al oído para que nadie nos escuchase. —Vamos a mi cuarto, que de esto no se tiene que enterar nadie.
TRES DORITOS DESPUÉS
—¡¿Qué hizo qué?! —chillé. La boca no podía soportar que la abriera más. Los ojos para qué decirlo. Un repentino shock se apoderó de mí.
Anelía se abanicaba sus mejillas coloradas —Si... y cuando menos lo esperaba me estaba besando el cuello, y el otro lado, y yo... y yo empecé como que a sentir hormonas...
—¿Hormonas? ¿Qué son hormonas?
—Lale, todos tenemos hormonas.
—Yo no tengo hormonas. —negué lentamente, ya con un tono más calmado.
—Ah sí, sí, sí. Hasta que te den tu primer beso en el cuello.
—¿Que qué?
—Ya verás... ya verás...
—O sea, ¿What that fuck? ¿Y en el baño? ¿Y tu novio?
Tengo un par de amigas infieles y yo aún aquí como la virgen María.
No te hagas, que te dieron una medialuna.
¡Cállate! y además, sigo siendo virgen de la otra mitad del labio.
Hasta que Mateo te agarre y...
¡Que te calles!
Ok. Ok. Me callo.
—Sí, ese es el problema, que después no le podía mirar la cara a mi novio. —confesó Anelía y ya la sorpresa no me cabía en el rostro. Ahorita parecería yo un payaso de circo para hacerle gracias a los niños. O peor, a la cara que ponemos cuando tenemos un bebé demasiado tierno frente a nosotros.
La señalé con el dedo índice. Advirtiéndole. —No te empieces a parecer a Rosalía. No, Anelía. No.
Me tuve que callar pues Silvia, su madre, entró al cuarto de repente. Me volteé rápidamente al verla y el cuarto tomó un silencio sepulcral.
Me sonrió —Ay mi niña. ¿Lale, por fin te dejaron ir a la playa con nosotros?
Hablando de eso. Se me había olvidado preguntar. A ver si me dejan.
—No, todavía tengo que preguntar, pero lo más seguro es que me digan que sí.
—Ya ¿E invitaron algunos amigos? —Silvia asintió, mirándonos a ambas a la espera.
—Sí, sí, sí.
—¿Invitaste a ese chico tan especial para ti?
Mis mejillas comenzaron a arder y mi corazón a latir. Maldito Mateo, mira lo que tú causas con esa sonrisa. Me estoy volviendo loca y cada vez le subo más al nivel.
Anelía estaba mirando a su mama y a mí alternativamente. —Ella lo sabe.
—Más o menos. —ladeé y cabeza varias veces y volví a enfocar mi atención en Silvia —No, es que tengo pena.
Ella sonrió, un brillo pícaro en sus ojos. —Invítalo y así comparten, y todo eso.
Asentí. —Está bien.
Ella salió del cuarto. Ok, el siguiente paso es difícil: llamar a su casa. No es que no tenga el número, que lo conseguí al instante de conocerlo, sino que nunca lo he hecho y me da pena.
—Llámalo. —Anelía me sorprendió y me sacó de mis pensamientos.
—¿Eh, a quién?
—A Mateo. ¿Quién más?
Me quedé estupefacta —¿Cómo tú sabias...?
—¿Qué estabas decidiéndote si llamar o no a Mateo?
Me quedé en silencio y ella lo tomó como un sí. ¿Cómo mierda? Bueno, por algo es mi mejor amiga.
—Te conozco bien, Lale. Además, tienes el teléfono en la mano mirándolo desde hace un tiempo.
No me había percatado de ese pequeño detalle. ¿Desde hace cuánto tiempo estaba así?
—¿Después de decirle que no puedo quedarme, lo voy a llamar como si nada?
—Claro. —dijo sin más.
—A veces me impresionas, bruja.
Ella me guiñó un ojo —Para eso estamos, amiga.—
—¡Está sonando! ¡Está sonando! —la interrumpí dando saltos y alejándome de ella. Tengo que darle la espalda por mi bien, no quiero que se ría y yo suelte algún disparate.
Carraspeé. ¿Estaré ronca? No, no...
—¿Hola?
¡Mierda! Me tomó desprevenida.
—Hola, Mateo. Es Lale. ¿Cómo estás?
—Bien, bien. ¿Y tú?
—Bien... Oye, ¿te acuerdas de lo que hablamos cuando fuimos al restaurante?
Espero que si. Que diga que si...
—¿Cuál de todas las cosas? Porque hablamos sobre muchos temas.
—Lo de ir a la playa.
—Ah, si. Si me acuerdo.
Emití una risita nerviosa. —Bueno, vamos este fin de semana Anelía y otros amigos más. Quería saber si querías venir con nosotros.
Un latido.
Otro latido.
Las manos sudando.
—No lo sé, Lale... Tendré que preguntarle a mi mamá.
—Dale pregúntale.
—Espera.
Dejé de escuchar su voz y Anelía comenzó a hacerme muecas.
—¿Qué te dijo? —me susurró.
—Va a preguntarle a su madre —respondí tapando el micrófono del teléfono.
Simuló un "Ah" con sus labios.
—Lale —dijo la voz de Mateo al otro lado del teléfono.
—¿Qué te dijo?
—¿Dónde y cuándo nos vamos a ver?
Sonreí de inmediato, haciendo un gracioso baile frente a Anelía. Ella me miró sorprendida y movió sus puños en celebración.
Luego de decirle los detalles a Mateo, colgué el teléfono y me puse a gritar moviendo mis manos y pies.
—We did it! We did it! —me puse a bailar. Anelía se puso seria.
—Por favor, no me recuerdes a Dora. La odio.
—Okey, me callo —me paré firme y comencé a reírme.
—¿Por fin? —preguntó Silvia. Yo le sonreí ahogando un gritito para luego saltar.
—¡Me voy con Mateo a la playa!
—Vamos, querida. Vamos con Mateo a la playa —Anelía especificó colocándose unas gafas oscuras que nunca vi de donde las sacó para comenzar a bailar.
—Estás loca.
De inmediato la siguiente en llamar fue Rosalía. Le dijimos que podía invitar a su novio y ella aceptó encantada. Todo estaba listo. ¡Ah, no podía esperar!
***
Comencé a ver la línea azul del horizonte entre el mar y el cielo a través de la ventanilla. Faltaba poco para llegar. La verdad era que la espera había sido un infierno para mí, me sentía intranquila, hiperactiva de tan solo pensar en esta salida.
De pronto parqueamos y comenzamos a caminar hacia la playa. Pronto toqué con mis pies la arena, el viento casi voló de mi cabeza la pamela que la cubría. Encontramos un buen lugar y colocamos nuestras cosas.
Anelía fue la primera en quitarse el short y la blusa que traía puestos nada más nos asentamos. Rosalía sacaba el protector solar y se echaba en su piel. Me dispuse a quedar en biquini, así que llevé las manos a mi vestido dispuesto a quitármelo.
—No, no, no, aquí no —interrumpió mi padre avanzando hacia mí. Quedé inmóvil con las manos cruzadas agarrando el vestido.
Les cuento, chicos, que tres doritos después, estaba vestida con un paredo que me llegaba hasta los tobillos.
—¿Qué carajos? —dije mirándolo con las manos abiertas como si fuera un maniquí.
—Oye, no va a poder ni nadar con eso —defendió mi madre en dirección a papá.
—Pero no tiene por qué meterse al mar. Puede estar tranquilita en la arena con nosotros —fue su respuesta, y me dejó boquiabierta.
—¿Pero entonces a qué vino a la playa? ¿A sentarse en la arena? ¡Mijo, no, que se quite eso!
Mi madre avanzó hacia mí, yo estaba con cara de perrito regañado susurrándole un "madre, sálvame la vida".
—¿Vas a estar con eso? —Anelía llegó a mi lado.
Enseguida la miré con el traje de baño descubierto.
—¿Por qué no tengo tus papás? —lloriqueé dramáticamente—. ¿No quieres cambiármelos?
—¡Ay no, eso no! —mi madre avanzó hacia mí y en un ¡zaz! me quitó el paredo.
—¡Oye que sí! —mi padre se acercó a mí, le quitó el paredo a mi madre de las manos y me lo volvió a poner.
—¡Que no! —mi madre me lo volvió a quitar.
—¡Que sí! —mi padre avanzó hacia mí para ponérmelo.
Mi madre volvió a decir que no y me lo sacó por la cabeza.
—¡Ay yaa! —Jarol apareció tras mis espaldas y me jaló el paredo con fuerza, tanta, que terminó roto. Ya no servía.
Nunca en mi vida he amado tanto a mi hermano.
—¡Mira lo que hiciste mijo! —Mi padre lo regañó con furia—. ¡Ahora ella no se puede poner el paredo!
En medio de todo eso, mi madre me guiña un ojo.
—Anelía, vámonos de aquí antes de que mi papá me vea —le susurro y corremos rápidamente hasta la orilla.
—¡Laleeee, vuelve a aquí! —escuché a mi padre gritar.
—¡Ay mijo déjala tranquila! —mi madre le gritó en respuesta.
—¡Libre soyyy, libre soyyy! —canté con los brazos abiertos tocando el agua con mis pies. Anelía no podía parar de reír—. ¡No puedo ocultarlo máaaas! ¡Sin pareedo, viva el sooool! ¡Libertad sin vuelta a atrássss! ¡Mis pieeeernas muestro! ¡A la verga me voyyy! ¡Sin hacerle caso a mi papáaaa! Libre de paredo soy al fin.
Anelía estaba muerta de la risa, tanto que cayó de rodillas en la arena sosteniendo su estómago. Rosalía se reía con fuerzas a lo lejos ante mi propia versión de "libre soy".
Si me dicen que estoy loca, mi conciencia se les adelantó. Ya me dijo que estaba loca.
De repente, me percaté de algo. Mateo también se estaba riendo, mirándome, algo colorado. Ups, ¡olvidé ese detalle!
Enseguida quedé totalmente seria y el calor se apoderó de mis mejillas haciendo que tomaran un color carmesí. ¡Su mirada estaba en mi puto biquini!
Ay, Santa Cachucha, protégeme para no cometer ningún pecado ni que cometan ningún pecado conmigo delante de mis padres. ¡Gracias, amén! Todo iba bien cuando se repente, las manos de Mateo fueron a su camisa y se deshizo de ella pasándola por su cabeza. Quedó al descubierto su abdomen marcado y ejercitado que iba a provocar que me diera un ataque al corazón.
—Creo que va a ser mejor que te aguantemos —Anelía colocó la mano tras mi espalda.
—Ajá, como que de repente sentiste mucho calor en el ambiente, ¿eh? —Rosalía continuó.
—Creo que hay que enfriar ese cerebro que piensa en cosas del infierno —mencionó Anelía alzando y bajando las cejas.
—Ohhh... si, si, si —Rosalía puso cara de maldita y miró a la bruja.
—Oh, oh, esto me está asustando —mencioné, estática mirando a una, luego a la otra, como el tictac de un reloj.
Quisiera decir que no me hicieron nada y se quedaron tranquilas como las personas maduras que son, sin embargo...
—¡NO, PARA EL AGUA NO QUE ESTÁ MUY FRÍA! —chillé dando patadas cuando en contra de mi voluntad me cargaron y me comenzaron a arrastrar hacia la playa.
—¡A apagar el fuego de esa mente! —dijo Anelía mientras forcejeaba conmigo.
—¡No, mejor dicho, a limpiar esa mente sucia! —Rosalía forcejeó por el otro lado.
—¡Me niego! ¡AYUDAAAA! —comencé a lloriquear, pero por más estática que me quedaba, la arena nunca será tan firme, así que me arrastraban y mis pies iban dejando un surco de arena tras de mí.
—¡Chicas, ¿qué hacen con Lale?! —Mateo gritó algo divertido. Lo miré seria, no me daba risa. Al mirar a las chicas, estas tenían cara de demonio.
Joder, miren con quién me vengo a juntar: con las perras más locas y endemoniadas del universo.
—Ni se les ocurra —regañé, tratando de parecer firme—, las conozco bien, que no se les ocurra hacer nada porque sino se van a arrepentir.
—¡¿Qué puede ser peor que me muerda un cangrejo?! —Chilló Rosalía—. ¡Soy imparable, buajajaja!
Mis pies tocaron el agua y de repente mi cara y el resto de mi cuerpo hicieron lo mismo. ¡Las muy perras me habían lanzado, lo habían hecho! Mis rodillas tocaron la arena del fondo del mar, estaba bajita el agua, pero aun así tuve que cerrar los ojos por el impacto. Los oídos se me tupieron por un momento al sumergirme y mi mano en automático tapó mi nariz. Me levanté, y todo mi cabello quedó frente a mi cara.
—¡Jajajajaja, mírate! —Anelía comenzó a reírse— ¡Pareces una de esas mujeres de las películas de terror!
No la veía, mi cabello me tapaba la visión, sino hubiera visto mi estupenda cara de póker.
—¡Sí es cierto, jajajaja! —Rosalía le siguió.
—Ustedes dos me las van a pagar.
—Sí, sí, sí... Vamos a ver qué te va a decir cierto chico cuando te vea con esos cabellos como una bruja. Que por cierto, viene por ahí —dijo Rosalía.
—¡¿Qué?! —De repente, reaccioné—. ¡Mierda!
Me tiré al agua sumergiendo toda mi cabeza. Acomodé mi cabello bajo el agua y entonces me levanté lentamente, imaginando que era una de esas sirenas que se convertían en humanas y salían caminando como supermodelos del agua. Oh, sí, oh sí.
Claro que mucha agua corrió entre mi rostro y no pude evitar mantener los ojos cerrados por unos segundos.
—¡Tenías que ver tu cara! —Anelía continuó riendo.
Ay, mi madre, dame paciencia.
—¡Hey! ¿Qué hacen? —Mateo, quien venía por la arena, se mojó los pies con el agua y fue acercándose lentamente a nosotras.
—Yo, quitándome toda la arena ya que estas dos locas prácticamente me han arrastrado al mar —le contesté y las miré mal. Mateo sonrió.
—Ya creo que estás bien, Lale —dijo después de echarme un ojo de arriba abajo lentamente.
De nuevo: las caras de mis amigas. Diablos. Uff, como que hace calor, ¿no?
—Vamos para allá atrás —dijo Mateo.
—¡Si, vamos! —Rosalía saltó de inmediato.
—Como le gusta a ella el peligro —miré a Anelía y le dije.
—No me digas que no sabes nadar, Lale —Mateo me miró incrédulo.
—Pues... —le sonreí.
Okey, lo siguiente que siguió fue vernos a todos caminando hacia el fondo. El agua estaba bastante cristalina y el sol empezaba a quemar un poco más. Diría que ya eran las 10 de la mañana. La playa estaba un poco más llena que cuando llegamos.
Nuestros movimientos empezaron a causar pequeñas olitas con nuestro paso. El agua ya me estaba llegando a la cintura.
—Chicos, no nos vayamos tan lejos, ¿sí? —mencioné en alta voz.
—¿Por qué? —Rosalía, quien estaba más delante de nosotros, se volteó.
—Pues porque no sé nadar, y me da miedo estar en lo hondo.
—Ay, Lale. ¡Inténtalo, será divertido! ¡Tienes que probar cosas nuevas! —gritó Rosalía—. Ven que nosotros te enseñamos a nadar.
Anelía me miró, ella tampoco sabía nadar hasta unos días cuando le enseñé yo misma. Y ustedes dirán: ¿Cómo demonios si no sabes nadar vas a enseñar a Anelía, Lale? Pues le dije cómo hacerlo, aprendió, y yo aun sabiendo la teoría, en la práctica pienso que me voy a hundir, así que no me atrevo, no puedo.
—Yo voy a hacer el intento —dijo Anelía y se puso boca abajo en el agua— ¡Dale, Lale, si tú me enseñaste! ¡Aplica tus conocimientos! —bromeó.
—¡No me sale! —chillé, viendo como Anelía se alejaba poco a poco—. ¡Espérenme, por favor!
Se fueron alejando un poco más, pero no podía, no me atrevía a cruzar esa línea.
—¿No sabes nadar? —Mateo se acercó a mí.
—¡No! —me sinceré, casi lloriqueando.
—Yo tampoco sé mucho —rió y me contagié un poco—, vamos para allá atrás, yo te llevo.
—¿Pero cómo me vas a llevar? —inquirí, nerviosa por varias situaciones.
—Súbete en mi espalda, yo te cargo —fue lo que dijo.
OMG! OMG! OMG! El nervio del miedo al mar se me juntó con otro nervio y ello hizo de mi cuerpo un terremoto, o ya que estábamos en el mar, un maremoto, para entrar en materia.
Me acerqué tan rápido como el agua me lo permitió a él, quien estaba atento a mis movimientos. El agua ya me llegaba por el pecho, a Mateo noté que le llegaba por la mitad de su abdomen. Dios, voy a morir.
Una vez cerca, me dio la espalda. Los nervios se presentaron y dudé, pero aparté esos pensamientos y me agarré de su espalda, el agua me hizo ligera y enrosqué mis piernas de su cuerpo. Mi cabeza quedó al lado de la suya y los latidos de mi corazón se hicieron sentir.
—Siempre le he tenido miedo al mar —intenté justificarme.
—Miedosa —rió.
—Lo acepto.
Comenzamos a reírnos. Mateó caminaba, un poco del miedo se hizo trizas y se lo llevó el agua. ¿Por qué confiamos incondicionalmente en la persona que nos gusta? Es increíble, enseguida me tranquilicé, al menos un poco, pero la diferencia era descomunal.
—Lale, vas a tener que aprender a flotar para cuando llegues ahí —dijo él. Mi cabeza estaba en su hombro y desde mi posición pude ver cómo se movían sus labios.
Chicos, estaba muy cerca, y no quiero ser intensa, pero vamos que estaba en biquini abrazada a él y aferrada lo más que podía a su espalda desnuda. La sensación era nueva y se sentía súper cercana.
—Lo dudo mucho, me da mucho miedo.
—Yo te enseño.
—Mi papá me trata de enseñar todos los años y no aprendo. Lo admito, soy una fracasada —bromeé.
—Lale, tú nunca serás una fracasada. Tú eres Lale. Y tú sí puedes lograrlo.
Esas palabras se sintieron fuertes, y a pesar de que estoy tratando de ignorar mis sentimientos hacia él, de una u otra forma me llegaban. No eran ilusiones, no eran sensaciones, eran palabras de motivación dichas por él hacia mí y eso de alguna u otra forma se sentía electrificante.
Nos acercamos a los demás, quienes se encontraban en un agite de piernas y brazos. Anelía enseguida me divisó y sin que dijera o hiciera algún gesto, se acaloró mi rostro. Ahogué una risa al ver la boca abierta de Rosalía.
—¿Es en serio Lale? Mateo, no la consientas que ella tiene que aprender —soltó Rosalía.
—¡Oye, deja que me consienta! —solté sin pensar y todos soltaron un "OOHHHH" a coro que me hizo tragarme la lengua prácticamente. Se empezaron a reír, e incluso Mateo contagiándome a mí también.
—Ya le dije que la voy a enseñar a flotar.
—Ohhhhh —dijeron de nuevo y Mateo comenzó a reírse, negué lentamente, le gustaba el juego conmigo.
—Así, —Rosalía extendió los brazos—, como Jack y Rose en el Titanic.
De inmediato le abrí los ojos bien grandes, estábamos jugando, pero no tenían que pasarse, de inmediato miré a Mateo.
—Oye, deja el drama, Rosalía —fue lo que le dijo—. Vamos Lale, suéltate a ver, aquí das pie.
—¿Estás seguro? —le dije.
—¡Deja de ser miedosa! —gritó Anelía.
—¡Shhhh! —le chité.
Le puse las manos en los hombros a Mateo e intenté descender. La sensación de que no tacaba el fondo me asustó.
—¡No te alejes de mí que me puedo ahogar!
—No me voy a alejar de ti —contestó.
Me tranquilicé y aguanté la respiración por si acaso. Cerré los ojos y me zafé, aguantándome a uno de sus hombros. Las puntas de mis pies tocaron el fondo del mar y luego mis talones, el agua me llegaba al cuello, si venía una ola me cubría, suerte que el mar estaba como un plato llano. Mateo se volteó y entré en pánico al dejar de tocar su espalda, sin embargo sus manos agarraron al mías y me tranquilicé un poco. ¿Qué tranquilizar, joder, si estaba temblándome el labio y punzadas de miedo atravesándome el pecho?
—No te voy a soltar —me dijo, mi respiración estaba inestable. Nuestros codos estaban encogidos, así que la distancia entre los dos era mínima. Ante mí solo veía su rostro y un poco a los extremos la línea recta del horizonte marino.
La distancia era incluso menor que la mínima para mantener una conversación formal entre dos personas. ¡Tenía sus labios frente a mí! ¡¿Cómo podía pensar en eso con el miedo que tenía?!
—Respira, respira profundo —simuló la respiración, la cual salió de sus fosas nasales—, así.
Intenté seguirle el ritmo, pero la mía salía más temblorosa.
—Intenta relajarte.
El olor a mar se coló por mis fosas nasales. Todo lo que veía era horizontes, el agua brillando por el sol y reflejando su brillo en mi cara, y los ojos de Mateo. Intenté hacer lo que me dijo: relajarme, pero me era difícil.
—Así, ahora, trata de flotar, no te voy a soltar.
—¿Cómo? ¿Cómo floto?
—No te asustes, ven conmigo, confía en mi —con sus manos me volteó y me colocó de espaldas a él. Mi cabeza quedó sobre su hombro —. Relaja el cuerpo, deja que se eleve.
Cerré los ojos e intenté relajarme, un poco de mareo sentí, como si me fuera del mundo por un momento. Estaba relajada, o al menos algo así, porque mi torso subió, sin embargo mis pies seguían abajo.
—¡Sube las nalgas! —exclamó y comencé a reírme, hice el intento, pero luego de unos segundos se bajaban.
—¡Se bajan, las subo y se bajan!
—Quien te manda a tenerlas así de...
—¿Cómo? —lo interrumpí
—No, nada, nada. Sube las nalgas.
—¿Así de qué?
—Nada...
¡OMG! ¿Así de qué? ¿De... grandes? Es lo que venía a mi mente y enseguida mi corazón latió con fuerza. Me estaba tentando, sus labios los tenia a centímetros, me resistía a la corriente que me atraía como imán a sus labios, e intentaba que moridera el anzuelo como un pez.
Empecé a reírme de los nervios, pero me resistí a flotar, no me salía.
—No, qué va Mateo. No puedo.
—No te rindas...
—Te lo juro que no puedo, bájame, pero no me sueltes.
—Tienes que bajar los pies tú primero —respondió. Traté de hacer lo que me pedía y el miedo volvió por un momento al no tocar fondo. De tanto estar flotando olvidé cómo se sentía tocar fondo. Él me tomó por debajo de los brazos y me sujetó, aguanté la respiración, por si me hundía, y de inmediato me volteó hacia él. Me reí porque parecía que estaba cargando a una niña pequeña. Qué vergüenza doy.
—¿De qué te ríes?
—Es que parezco una niña chiquita.
—¿Y es ahora que te das cuenta? —expresó y comenzó a reírse y aún más con mi cara de póker.
—¿Puedo aguantarme de ti?
—Claro —solucionó y agarré mis manos por detrás de su cuello, sé que me pasé, pero quería estar elevada, y no sé qué fue lo que pasó por mi cabeza en ese momento que enrosqué mis pies en su cuerpo y quedé totalmente pegada a él. Nuestros rostros quedaron muy cerca y suspiré, sentí una tensión inmensa, y un deseo profundo de romper una barrera que no sabía si me iba a costar después.
Mis neuronas se desconectaron cuando sus manos dejaron de posarse en mis brazos para aguantarme por los muslos en la zona muy pegada a mis posaderas, o para ser más exacta, llevó mis manos y me sostuvo por mi trasero.
Ya, no pensé, el corazón me latió como loco y desconecté todo. El miedo se fue y la pasión me cegó, entonces me acerqué con rapidez a sus labios y posé los míos. Lo besé.
Me separé rápido, con miedo, con terror de ver su cara, pero no me dio tiempo a pensar. Al medio segundo, fue él el que se aproximó a mis labios y me besó.
Tomé mucho aire y llené mis pulmones, una mezcla de sensaciones se apoderaron de mí. De inmediato pareciera que la pasión se hubiera apoderado de nuestros cuerpos y mi mente quedó reseteada cuando Mateo abrió su boca e introdujo su labio entre los míos. Los nervios casi ni me dejaban pensar, pero traté de seguirle el ritmo, así que cerré los ojos. Moví mis labios al compás de los suyos como podía, e introdujo parte de su lengua también. No sabía ni qué demonios hacer, así que me dejé llevar y no me puse a pensar en si lo estaba haciendo bien o no como lo haría hace unos años atrás. No, tenía que disfrutar el momento.
Su movimiento se volvió más delicado hasta que poco a poco nuestros labios se fueron separando. Apoyé mi frente en la de él y me quedé mirando los suyos, mi respiración estaba acelerada, separé un poco mi rostro y lo miré. Estaba segura que me sentía más roja que un tomate.
—Disculpa... —me dio por decir eso.
—No, pa—para nada —sonrió. Al mirar su reacción, yo lo hice también.
Suspiré y entonces me di cuenta de algo. ¡Ay Dios santo, allá abajo del agua no estaba todo bien con él! ¡Demonios! ¡Qué vergüenza! El notó mi cara, ahí fue que supo que me di cuenta, así que quedaban dos opciones: o escapar, o que esto se saliera de control.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro