CAPÍTULO 15: ¡Lale, la cita es hoy!
DOS DÍAS DESPUÉS.
Después de una leve charla con mis padres salí para la escuela acompañada de Anelía. Vaya que viene muy contenta hoy, sus cachetes aún siguen un poco colorados y la piel marca la diferencia. Y ni hablar de la mía, parezco morena y lo fuera por completo si mi cabello no fuera lacio.
—Mira quién está ahí. —le dije a Anelía cuando íbamos llegando a la escuela, a punto de cruzar la calle.
—Las casualidades de la vida, Lale. ¿Este viaje hizo que estuviésemos conectadas?
—¡Rosalía! —la llamé ya que venía muy concentrada en su teléfono, testeando—. Al parecer sí.
—¡Ehh, Lale, Anelía! —se detuvo despegando la vista de su celular y dedicándonos una sonrisa. Llevaba el cabello suelto y le caía a ambos lados de las caderas. —Yo estaba escribiéndote —dijo después de saludarme.
—¿A quién? ¿A mí? —pregunté.
—Sí, para que me pasaras las fotos por Whatsapp.
—Ah, está bien, conéctate. Anelía tú también.
Ambas se conectaron y me concentré en buscar las fotos. Veinte... veinticinco... cuarenta. ¿Cuántas son? Las mías no las toco. Ajá. Creo que son todas.
Envian...
—¡Bellezas! —casi brinqué al grito que pude reconocer como el de Elizabeth. Me volteé tocándome el corazón.
—¡Elizabeth, qué susto me has pegado, vieja!
—¡Y a mí! —dijo Anelía.
Elizabeth nos dedicó una sonrisa amable y algo infantil para luego saludarnos a las tres. De reojo noté a Rosalía haciendo gestos de molestia. Guardé mi teléfono al verificar que se habían enviado todas las fotos.
—Buuenos días, amoresh. —dijo Elizabeth luego de saludarnos.
—Buenos días —dijimos las tres. Conexión, señores. Conexión y no es de Whatsapp.
—¡Ay, ¿Cómo les fue en la playa?! —estaba a punto de responder pero ella me hizo cerrar la boca —Yo fui hace poco a la playa. Estaba de lo más buena y mi mamá alquiló un hotel cinco estrellas con jacussi. ¡Ay si ven ese jacussi! Estaba... para morirse.
—¿Anja? —dijo Anelía.
Elizabeth se volteó hacia Anelía y Rosalía aprovechó para hacerme una seña para irnos —Si dejamos a Anelía aquí, nos mata. Y yo no quiero apuntarme más muertes. —Le susurré y ella entendió.
—Pss, oye, Lale. No te vayas que no he terminado de hablar contigo. Con ustedes, mejor dicho. Tu amiga también forma parte del grupo. —Se volteó y Anelía tenía una pizca de cansancio en los ojos. Algo que gritaba ¡ayúdenme!
—Ay, niña, ya para que me duele la cabeza —dijo Anelía tan alto que pudimos escucharla tomándose el cráneo con la mano derecha. —Por favor, déjame tranquila que de contra que tengo que venir a la escuela, hoy no estoy para contarte.
—Ay mija, pero... —moví lateralmente la cabeza. No pude escuchar más lo que le dijo Elizabeth pues un...
—¡Lale, ya volviste! —sentí un grito a mi espalda que me pareció lejano. Volteé a ver y Mateo venia corriendo hacia mí.
Ohh, que vista tan buena en la mañana. Ya me derretí.
Lale, actúa natural. No hagas que piense que eres una loca enamorada y que te tiene en sus manos.
Ok. Ok.
Tierra trágame. Tierra por favor que ya estoy nerviosa y ni siquiera se ha acercado a mí.
Ahora sí.
—Buenos días. —me dio un beso en el cachete.
—Buenos días, Mateo.
Detrás de él venía su amigo, el chico con el que está saliendo Anelía y que nos encontramos en la playa. ¿Cuándo vino?
Se acercó a Anelía y le dio un pico. Ella se sonrojó de pies a cabeza. Y yo le lancé una pirada pervertida.
Luego ella me lanzó una hacia Mateo y decidí callarme la boca.
Rosalía nos miró con caras pervertidas a las dos, no sin antes ser llamada por un chico en la acera del frente.
—¿Es tu novio? —le pregunté.
Sonrió —Sí. —le hizo una seña y luego de que le saludara...
—Mi amor, ¿te portaste bien en la playa? —le preguntó su novio.
Ella asintió —Si, mi amor. Claro.
Sí, sí.
Automáticamente un diablito imaginario se posó en la cabeza de Rosalía.
Si el supiera...
—Ay, niña. Pero me tienes que contar todos los detalles. —Habló Elizabeth. ¿Aún sigue ahí?
—¿No ves que me duele la cabeza?
—¡No me importa! Vienes conmigo ahora. —la jaló y Rosalía llamó mi atención.
—Bueno, entonces me voy a hablar un poquito con mi novio.
Si tu novio supiera que por cada tres chiquitos querías besarte con uno...
Al final las dos se fueron. Estoy sola con Mateo.
¡¿Qué?! ¿Estoy sola con Mateo? ¿De nuevo?
¡Ahora es que me doy cuenta!
¡Ay, esto no viene para nada bueno!
Actúa natural, Lale.
—Entonces, ¿ya lo pensaste? —me dijo y me quedé en el aire.
—¿Qué cosa?
—Lo que te dije por teléfono. Lo de la cita.
—Pero, ¿Qué? ¿Cómo que una cita? —de verdad que no entiendo.
—Sí, una cita de amigos. Tranquila...
Ok. ¿Qué está pasando con el mundo?
Al final cuadramos todo lo de la cita. Las ideas él las tenía en la cabeza y yo solo le dije la hora a la que podía ir. Cuando ya todo estuvo cuadrado, su amigo lo esperaba.
—Bueno, Lale. Me voy. Te quiero. —se despidió dándome un beso en el cachete y haciéndome aspirar ese perfume tan vicioso.
¿Me qué? ¿Me quiere?
¿Otra vez me lo dice? ¿Cómo que me quiere?
¿De verdad me quiere?
Te quiero...
¡Que me ha dicho que me quiere!
—¿Y ustedes que estaban haciendo que faltaron una semana a la escuela?
Salí de mi ensimismamiento para toparme con el horrible monstruo delgado, de cabellos oscuros de mi profesora de inglés. Ya habíamos hecho la actividad de inicio de clases y yo ni por enterada. Rosalía se detuvo en seco como si estuviese inventando miles de excusas en el aire.
—¿Saben que eso les quita puntos y las pueden expulsar de la escuela? Deben traer su justificaciónnn... —alargó la "n" mostrando su lengua e intimidándome con esa mirada tan depredadora.
Me da miedo la bruja esta. Mi corazón ya retumba en mi pecho. El miedo a que me expulsen actúa por mí.
—A ver, Lale... —¡Mierda! Siempre yo. —Dime, ¿por qué faltaste?
—Es que... —me puse nerviosa— yo...
—¿Y se pusieron de acuerdo para faltar? —nos miró a las tres —Mira qué bien. Y yo que apliqué evaluación. Menos mal que mi alumna Marley me ha sacado el máximo en todo.
Aguanté las ganas de darle una bofetada.
Vieja chancluda. Que mal me caes.
Púdrete.
Si las miradas mataran, yo digo que esta vieja estaría a tres metros bajo tierra.
—A mi alumna no le digas nada que ya yo le di autorización porque era su cumpleaños. —una profesora intervino ante Bianca, defendiendo a Anelía.
—Ay, pero tu mira a ver, que no pues estar faltando así. —le respondió Bianca a su compañera de trabajo.
Esta mujer me irrita.
Bianca se volteó y me sentí más aliviada. Me voltee hacia Anelía y le susurré: —Amo a tu maestra, ¿no me la quieres cambiar?
Desgraciadamente lo que toca, toca, y la profesora Bianca sería una carga que tendría que aguantar con sus ojos de águila encima de mí. Y lo peor es: que no sé hasta cuándo.
Dos semanas después
Primeras palabras: ¡Estas han sido unas semanas de nervios! Empezando porque comenzamos ya con el primer examen del primer período.
Ahora ningún alumno se pierde una sola clase. Los maestros están rodeados de jóvenes preocupados por sus notas y de los que ansían explicaciones.
Mateo y yo habíamos planeado la cita para la semana pasada, pero debido a todo esto lo tuvimos que posponer. ¡Maldita sea! Me quedé con las ganas.
Ahora mismo estoy a punto de jalarme los pelos y tirarme del tercer piso. ¿El motivo?
—Yo profe.
—Parece que Marley es la única que se sabe las respuestas.
Ese motivo. "Yo profe" "Yo me lo sé" Argsh. Me va a dar algo.
Aguántenme para no irle para arriba y tirarla por la ventana.
Volteé mis ojos y seguí escribiendo el ejercicio que habían puesto en la pizarra.
—La reacción química es homogénea, profesor. ¿Se lo explico en la pizarra? —el tono de autosuficiencia en su voz me hacía enojar.
Eso ya lo saben, supongo.
El hecho es que estos últimos días antes de las pruebas ha estado insoportable y yo estresada. No me culpen, ella es el motivo.
—El máximo de puntos para Marley —dijo el profesor de Química escribiendo en una libreta sobre sus manos. Alzó sus cejas mirándonos a todos —¿Alguien más?
Todos se quedaron callados.
Rosalía me susurró —Dale, Lale.
La miré y le negué. —¿Para qué? ¿Para que me anden comparando con ella?
Presioné mis labios.
—¿Es que no te das cuenta? Ahora ella no puede responder porque ya lo hizo una vez. Nadie está levantando la mano. Dale, Lale —me insistió moviéndome por el hombro y me decidí a levantar la mano.
—A ver, Lale. —el profesor alzó una ceja esperando por lo que tenía que decir. ¿Qué le pasa a esta gente conmigo?
Me levanté y resolví el ejercicio en la pizarra. Cuando me volteé me paré en una esquina totalmente seria mientras el profesor revisaba mi ejercicio
Miré hacia mi clase y todos anotaban y revisaban en sus libretas. Todos menos alguien...
Alzaba su cabeza y sus cabellos rojos por encima de todos para revisar. Sus ojos de bruja buscaban algún error. Yo lo sé. A mí no me engaña.
El profesor optó por girarse y lo que hizo provocó que respirara profundamente.
—Dime, Marley. ¿Está bien el ejercicio?
Miré a Rosalía incrédula. ¿Me están tomando el pelo? O al profesor le caigo mal desde ese día que me cachó en las nubes y me bajó de un tirón por estar pensando en Mateo.
Lo que puedo sentir ahora es pura rabia hacia los dos, el profesor principalmente, aquí nadie es inocente.
¿No que todos los alumnos son iguales? Me están demostrando lo contrario. Ni que Marley fuera una maestra, por Dios.
A ver, hago el intento de estudiar todos los días para que venga una aquí a quererse hacer la maestra. No, señores. No es justo.
—Vamos, Lale. Necesitas una vuelta —Rosalía me tomó de la muñeca y me hizo salir del aula cuando la clase se hubo acabado.
—¿A dónde me llevas?
—A cualquier lugar para que tomes aire y te me relajes. Has pasado un día súper estresante —le dirigí una sonrisa agradecida por ponerse en mi lugar.
—Gracias por notarlo —le dije.
Seguimos caminando hacia las escaleras. La mochila la tenía al hombro y estaba revisando que no se me hubiera quedado el celular.
Sin embargo, como era hora de irnos, me extrañaba que Anelía no estuviese esperándonos como siempre.
—¿Rosalía, has visto a Anelía por alguna parte?
—No —me respondió automáticamente—, no la he visto desde la hora de almuerzo
Fruncí el ceño —Que raro.
—Si. Ella que siempre sale a almorzar. Eso es extraño.
—Bueno, mija. Vámonos de aquí que quiero estar lo más lejos posible de esa aula. —hice un puchero y apuré el paso para terminar de bajar las escaleras hacia el piso inferior.
Antes de que se me ocurriera mirar al aula en la que estudia Anelía, observé por el rabillo del ojo una mochila llena de sellos de BTS.
Giré la cabeza —Rosalía, espera. —y aguanté a mi amiga por la muñeca antes de que bajara la otra escalera.
—¿Qué?
—Ahí está. —le señalé con el mentón hacia el muro del balcón.
Anelía estaba de brazos cruzados y moviéndose de un lado hacia otro. Conocía esa expresión impaciente. Y la razón estaba a su lado.
Elizabeth.
—Niña, hazme caso. Te distraes mucho, mírame a mí. —decía Elizabeth de espaldas a nosotras. Tomaba a Anelía de la muñeca con un gesto para hablar.
—¡Que te estoy atendiendo, Elizabeth! —espetó Anelía con un tono cansado.
—Pues no lo parece.
Miré a Rosalía. —Es idea mía o está pidiendo ayuda.
Rosalía alzó los hombros y curvó sus labios hacia abajo. —No sé.
Devolví mi vista a Anelía y en silencio agité mi mano en el aire. Me vio.
Por fin— le articulé con la boca.
Sus ojos estaban muy abiertos y miró a Elizabeth a su lado.
Miré a Rosalía. Rosalía a mí. —Creo que está gritando ayuda.
—¿Cómo que está gritando ayuda? —tomé la cara de Rosalía con mis manos y la giré hacia Anelía.
Tenía los labios apretados y la vista sobre nosotras, mientras abanicaba su cara con su mano impacientemente.
—Crees no, está gritando ayuda.
Le tomé la muñeca a mi amiga para dirigirnos hacia ellas. Creo que somos el personal de primeros auxilios.
—Vamos.
—Ay niña si tú ves cuando yo viajé a Estados Unidos lo lindo que era todo por allá. No, y mi mamá quiere llevarme a China el año que viene. Está reuniendo dinero. No qué va si a nosotros no nos hace falta reunir, si fuera así nos iríamos hoy mismo...
Carraspeé tras de ella. Se volteó rápidamente hacia mí y Anelía soltó una bocanada de aire.
—¡Niña! No te he visto hoy, estás perdida —dijo Elizabeth extendiendo las vocales en su boca. Le dediqué una sonrisa.
—Sí, es que he estado ocupada copiando clases...
—Tienes que salir más, que el aula afecta. A coger aire, no sé...
—Si, a eso mismo iba ahora. —miré a Anelía— ¡Anelía! Vamos que te andábamos buscando. Te necesitamos allá abajo urgentemente. Te está buscando la profesora de Matemáticas para darte un trabajo que tienes que hacer.
No sé desde cuando invento las cosas en el aire.
Rosalía me siguió la rima —Sí, nos ha vuelto loca con su charla para que te diéramos el recado. Dice que se va a las 4 y —miró la hora en su teléfono. —¡Dios mío! 3:58 Vamos, Anelía, corre.
—Lo siento Elizabeth pero me tengo que ir.
Anelía corrió con nosotras escaleras abajo antes de que esa niña soltara más cosas por esa boca.
Me toqué el corazón cuando llegamos al final de las escaleras. —¡Que agi—tación!
—Ni que lo digas... —me siguió Rosalía.
—Gracias chicas. Gracias. Gracias Jesucristo, gracias por mandar a estos dos ángeles a salvarme.
—Ay, mija, no exageres.
—Rosalía, tú no sabes cómo se pone esa niña cuando habla de viajes. —le coloqué la mano en el hombro.
—Sí, sí, sí, sí. Ahora imagínate cuando habla de viajes de que si se fue a España, y que de paso le celebraron tal cumpleaños en París. —Anelía unió sus manos y flexionó un poco sus rodillas descendiendo las comisuras de sus labios —¡Por favor, no me dejen sola más nunca! Me ha tenido todo el día así. Que si vio esto, que si un chiquito la vaciló, que si esto, que si lo otro. ¡Ya yo no podía más!
Drama Queen activado.
Aparté la mano del hombro de Rosalía y la coloqué en el de la bruja. —Que en paz descanses, mi vida. Que en paz descanses. —uní mis dedos para formar la seña de una cruz.
Anelía aguantó un suspiro —¡Lale! —e interpretó un llanto dramático.
Ok, creo que tengo competencia.
—Ok, ok, ya paren. —Rosalía interrumpió nuestro teatro—, ahora mismo tenemos algo más importante, que es la cita de Lale.
— ¿Eh? ¿La cita es hoy?
—Claro que es hoy. —dijo Rosalía. Estábamos caminando por la calle fuera de la escuela.
—La cita es hoy...
—Lale, se supone que tú eres la de la cita. Tú tienes que saber si la cita es hoy o no es hoy. —me dijo Rosalía.
Me llevé las manos a la cabeza. —Se me había olvidado. ¡No tengo nada para ponerme! Ay me voy a desmayar.
Me va a dar algo. ¿Tan ocupada me tenía la escuela que no me di cuenta de la cita con Mateo? ¡¿Cómo mierda se me va a olvidar algo con Mateo?!
Eso es el estrés, chicos. Nunca se estresen.
Rosalía me miró como lo haría un demonio con sonrisa. —Eso no es problema para nosotras. Je, je, je.
—Ok, no me está gustando nada esto.
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