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CAPÍTULO 14: Casi ahogada, siempre loca

—Si le cuentan esto a alguien, las mato.

Su mirada se centró tras nosotras y nos volteamos. Dos chiquitos se acercaban a nosotras.

Uno de ellos se acercó a Anelía y mi cabeza casi dio un giro de 180°. Se rascó la cabeza y le dedicó una sonrisa.

—Oye... eh, me gustaría saber si puedes bailar.

Quedé boquiabierta.

¿Eh? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Qué paso? ¿Como? ¿Va a invitar a bailar a la loca? ¿Esa?

Rosalía le dedicó una mirada picara y le rosó con su brazo.

—Mira a la pícara, Anelía. Dale que te vienen a buscar los más guapos —subía y bajaba sus cejas.

—Este...Tengo novio —dijo Anelía.

—Tu novio no está aquí, ándale por ahí para allá. —afirmó Rosalía mirando la pista de baile.

—Se nota que eres infiel, maldita —confesó Anelía.

—No, mejor —dijo el chiquito y todas lo pasamos a primer plano —¿Quieren ir a pasear a la laguna cerca de aquí en bote?

¿Laguna? ¿Desde cuándo hay laguna aquí y yo no me entero?

—Bueno... —vacilo, mirando a mis amigas. Rosalía aún estaba con la toalla en sus hombros.

Colocó la taza de café en el bar y miró al chico —Yo sé remar.

Mi cuello casi se voltea cuando miro hacia ella. —¿En serio?'

—Sí. Cuando fui al parque en la secundaria, yo fui la que terminó remando en los botecitos. —me dijo con una sonrisa y aplaudiendo. Miró luego al chico.

Abrió su boca para decir algo. —¿Hablas de la foto en el bote que subiste a Instagram? —volvió su mirada hacia a mí.

—Yes.

—Ah.

—Bueno, ¿se van o se quedan?

—Yo me voy —se levantó Rosalía del asiento provocando que uno de los chicos se chara hacia atrás. Acomodó la alta silla.

—Yo también —dijo Anelía— Uy, qué emoción, nunca he viajado en bote.

Me quede estática en el lugar. Todos estaban frente a mí. ¿Un bote? ¿De noche?

Lo único que se me ocurrió preguntar fue... —¿Y es muy profundo?

Provoqué que los dos chicos me miraran burlones. No debí decir eso.

—¿Tienes miedo? —me dijo uno de ellos.

Si.

—¿Yo? Noo, qué va. No, no. —negué y me crucé de brazos.

Síguete haciendo la valiente, Lale.

El chico alzó una ceja y me miró de arriba abajo. Fruncí el ceño. ¿Qué tiene este?

Miedosa.

Sin más salió del bar —Vamos, Ronald.

—Espérate, Marlon. Deja que ellas pasen primero. —habló el otro y nos hizo una seña con la mano señalando a la puerta.

Anelía fue de primera, luego Rosalía y por ultima yo, que recibí una mirada detallada del chico que estaba parado en el umbral.

Llegamos a la zona de botes y un escalofrío recorrió mi espalda. Mierda, qué oscuro estaba.

Parece el lago negro de Harry Potter, y a eso, súmale la noche.

Lale, si el lago está negro es porque es de noche.

Ah sí, verdad.

¿Dónde está tu inteligencia? ¿La dejaste en la escuela?

Yo no soy inteligente, te lo he dicho ya.

Eso no es lo que piensa Mateo.

Psss, cállate ya. Maldita conciencia.

Cuando lo noté, todos estaban en el bote y esperaban por mí. Me paré en el muelle e hicieron un lado en los asientos.

No mires al agua.

No mires al agua, Lale.

Boté aire y me subí, con la ayuda del hombro de Anelía que me sirvió de apoyo cuando me subí.

El bote se movió y una punzada frio me llenó de nervios.

—¡Ahh! —grité.

—¿Qué? —me preguntó Rosalía.

—Se balanceó mucho. —me senté y Rosalía reviró sus ojos.

—¡Ay Lale! Me habías asustado. —suspiró y el chico que estaba sentado al lado de ella tomó un remo.

Miré atrás de mí y ahí estaba el otro. Con un movimiento tocó el muelle y el barco se alejó con un leve movimiento.

Ay dios mío. Un tintineo nervioso se me presentó en el pie. Inhala, exhala...

—¿Cuándo se van ustedes? —preguntó el que estaba al lado de Rosalía. Su cara estaba algo traviesa. Ay, ¿por qué tiene que ser tan descarada?

—Mañana —respondió Anelía.

—¿Tan rápido?

—Llevamos una semana aquí ya.

—¿Y a qué lugares fueron? —preguntó el chico llamado Ronald.

Rosalía respondió muy contenta —Pues a la playa, a los caballos que Lale casi se cae, a...

—¿De verdad que se cae? ¿Quién es Lale? —preguntó el chico. Ay qué pena. Le dediqué una mirada asesina a Rosalía. Luego miré al chico.

—Ella —Anelía me señaló, riendo.

—Pero, niña. ¿En serio tú no sabes montar un caballo? —vendo vergüenza en polvo. ¿Alguien quiere? ¿Nadie?

—Nop.

—Te falta campo. —rió Ronald y si las miradas mataran, yo lo hiciera y lo tirara al lago.

—Y a ti te sobra la confianza. —contraataqué.

Ronald abrió la boca y miró a Marlon.

—Oye, Marlon. Mira a ver, contrólala.

—¿Qué controlar ni controlar? A mí nadie me controla y mucho menos el que no conozco. —alcé mi voz, él tiene que saber.

De pronto sentí un toque en la oreja. Me volteé y me topé con los ojos azules de Marlon. Reviré los ojos y me volteé. Luego sentí el mismo toque.

—¿Puedes estarte quieto? —lo encaré.

—Ay, nena, no seas pesada —me dijo.

—No, pesada no. Es que quiero que me dejes tranquila.

Me volteé y me crucé de brazos. Anelía y la otra tenían los ojos como platos. ¿Qué?

—Ah, bueno. Ronald, vamos a darle su lección. —le dijo Marlon. Ronald asintió.

Esperen. ¿Qué lección?

El barco comenzó a moverse de un lado a otro, provocado por ellos y los remos.

—¡Ahhh! —grité y le encajé las uñas en el muslo a Anelía.

—¡Oye, yo no tengo la culpa de tu desgracia con ella, Marlon! —chilló Anelía con una clara cara de miedo —así que para esto. No lo muevas más.

Más movimientos, de aquí a allá. El agua se acercaba a los bordes del bote. El miedo se apoderó de mí.

—¡Detente ya! —le grité.

—¡Noo! —dijo el incrementando mi furia.

—¡Nos vamos a morir aquí! —gritó Anelía aumentando mi miedo.

—¡No, sigue! ¡Sigue q1ue está rico! —gritó Rosalía y yo casi que la mato.

—¡¿Estás loca?! —le grité —si me muero aquí es culpa tuya.

—Que miedosas son, ¿no ven que eso es lo que ellos quieres? Quédense tranquilas.

—¡Noo! ¡Que se pare! —miré al agua y el miedo se incrementó. Aguanté las lágrimas de pánico que llegaban a mis ojos.

—Me voy a morir aquí y no podré casarme con Mateo ni tener hijos ni voy a tener un perro, y un gato y un...

Todas me miraron.

—¿Qué? ¿Lo pensé en voz alta?

—Oye, que yo tengo problemas del corazón —dijo Anelía —¡Toda mi familia la tiene y si me da un infarto no sé qué van a hacer ustedes!

La miré sorprendida. Se lo acaba de inventar, de seguro. ¡Pero bueno! Que en este momento cualquier cosa me sirve.

—¡PARATE! ¡AYY!

Pero pasó lo que más temía: el bote se volteó. Aguanté la respiración y ¡paff!

Todo oscuro, quería agarrar el agua, algo, no sé. Estaba temblando. Algunas algas rosaron mi pie.

¿Ay, pero esto que es?

Con mi pie toqué algo sólido. Con el otro también. Tanteé y pude pararme con todas mis fuerzas. Cuando vi, el agua me llegaba por el pecho.

¡No me morí!

—Ay me ahogo, me ahogo. —gritaba Rosalía agitando sus manos. Todavía le queda bebida en su cuerpo al parecer.

Anelía quien ya estaba parada y medio temblorosa, le dijo —Rosalía, párate que das pie.

Y se levantó, miró su cuerpo, a los lados y los gritos cesaron —Ay.

A la casa llegamos temblorosas. Yo por mi parte parecía como si estuviera en biquini en el polo norte. Hasta los labios me temblaban. Los tacones para que decir, a la mano las tres.

Pero el cuento mayor fue cuando mi mamá abrió la puerta de la casa, nos miró de arriba abajo y nos dijo casi con ojos fuera de las cavidades.

—¡¿Y a ustedes qué les pasó?!

Mejor no quieran escuchar la historia...

DÍA SIGUIENTE.

—¡Mira mi piel! Me estoy despellejando, por Dios. Como me duele.

—Deja de quejarte ya, Anelía. —le dije. Sentí una leve lomita que el auto acababa de cruzar.

—Lale, me quejo porque me arde. Tú fuiste la única que salió ilesa de esta. —aclaro Anelía y Rosalía asintió, llevándose luego la mano a la nariz.

Me caí al lago...

Casi me caigo del caballo...

¿A eso le llamas ilesa, Anelía?

Iba a decirlo pero luego observé a mis padres. Si se enteran más nunca me dejan suelta, así que mejor voy por la otra variante:

—Cierto.

El auto nos había recogido a las ocho de la mañana, aunque el viaje era a las 6. ¿El chofer? Bien, y tú. Al parecer hay personas tan irresponsables que no saben lo que significa la palabra puntualidad.

—Mamá, a ver las fotos que te envié. —le dije a mi madre quien estaba frente a mí, ocupando el asiento que va en contra de la vista del chofer.

—Toma mi teléfono —me lo ofreció.

—Gracias.

—Pero a ver, cuéntenme. No se me queden calladas. ¿Cómo la pasaron? —preguntó ella, no solo refiriéndose a mí, sino a Rosalía y a Anelía sentadas a mi izquierda.

Rosalía curvó sus labios y asintió. —Bien... Si no fuera por el cangrejo.

Ahogué unas risas y miré a mi madre. —Eso fue épico, mamá.

—¿Ya sabe lo que ocurrió? —me preguntó Rosalía. Oh no. Me va a matar.

—Lale me lo contó a mí y a su papá. —Ups. Rosalía me miró con una ceja enarcada.

—Te voy a matar.

Subí los hombros —De todas maneras tu mamá lo va a decir por todo el barrio cuando te pregunten por tu nariz de gememala. —Reí y mi mamá también.

Rosalía me fulminó con la mirada, pero luego... —Lo merezco, lo sé. Eso me pasa por curiosa.

Mi papá asintió y me dedicó una sonrisa. —Entonces la pasaste bien, mi hija.

—Sí, papá.

—¡Yo no! ¡No me dejaron seguirlas! —habló Jarol cruzándose de brazos y haciendo un puchero.

Mi padre lo miró. —Jarol, te dije que no lo podías hacer más. Que ellas son jóvenes y se tienen que divertir.

—¿Y yo que soy?

—Tú eres un niño —dijo mi mamá.

Jarol se volvió a cruzar de brazos. —Yo no soy un niño, yo soy grande.

—Sí, sí. —dije. Anelía me hizo una seña para que no siguiera hablando y la comprendí a la perfección.

La música de fondo era contradictoria. "Vamos a la playa, a curarte el alma, cierra la pantalla, abre la medalla". Pero no importaba, lo que importaba es que había pasado una semana feliz.

—¡Este es el mejor cumpleaños que he tenido! —dijo Anelía y su madre le dio un beso en la cabeza. Estaba sentada atrás de nosotras. A la vuelta vinieron a buscarnos la misma cantidad de vehículos que a la primera.

Llegamos a casa de Anelía en la primera parada. Rosalía y yo suplicamos para quedarnos pues estábamos demasiado cansadas. Yo hice la mayor parte pues Rosalía no tenía tanta confianza con la familia de Anelía, pero al final todo salió bien. Mis padres se fueron, igual los de ella y me quedé con una pequeña muda de ropa que no había usado.

Entramos al cuarto.

—Vamos a hacer una piyamada antes de ir a la escuela —dijo Anelía con emoción, mirando a las camas.

—Ay sí. —apoyó Rosalía.

—¿Y qué vamos a hacer ahora? —pregunté.

Todas dormimos. 

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