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CAPÍTULO 13: El último día

Esta semana ha sido la más relajante desde hace mucho tiempo. Pude respirar profundo sin preocuparme por nada y la felicidad se apegaba a mi rostro.

Anelía y Rosalía estaban a ambos lados míos, hablando con todos nuestros familiares.

—Bueno, caballero. Hoy es el último día, así que hay que pasarla bien porque ya mañana nos vamos para la casa. —dijo mi mamá luego de terminar de conversar con Silvia.

Si mañana nos vamos para la casa, significa que...

¡Oh por Dios!

La cita con Mateo.

No me lo puedo creer. Me lo repetí mentalmente para creerlo.

Mañana tengo la cita con Mateo. ¡Mañana!

¡Alarma!

¿Qué ropa me pondré? Tengo que revisar, no puedo parecer una chapucera ni tampoco demasiado elegante. ¿Qué va a pensar de mí?

La voz de mi mamá y su mirada dulce parecían lejanas a mí, por lo que solo veía sus labios moverse, así como sus manos.

¿Y a dónde me llevará?

¿A un restaurante? No, no, no. ¿A un parque? ¿A tomar helado? ¡¿A pasarla con sus amigos?! ¡¿A COMER EN SU CASA?!

Ay no, me va a dar estrés de tanto pensar.

Instantáneamente sentí un codazo a mi izquierda.

—Ya deja de pensar en la cita con Mateo —susurró Anelía a lo que mi corazón dio un vuelco.

Eh. ¿Y ella como lo sabe si lo estaba pensando nada más? ¿lo dije en alto?

Mis mejillas tomaron un color carmesí, y al instante mi papá me dedicó una mirada cariñosa. ¿Habrá notado mi enrojecimiento?

— ¿Qué? No estaba pensando en eso —me excusé tratando de evitar sus miradas.

—Ya deja de pensar. Todas sabemos que estás pensando en eso porque somos tus mejores amigas. —me dijo Rosalía impactándome.

¿Cómo carajos lo saben? Ay, me voy a volver loca.

—Ok, voy a dejar de pensar —asentí sin mirarlas, con mis ojos fijos en el mar.

Mi papá habló esta vez.

—Bueno, voy a darle permiso a Lale ara que esta vez haga lo que quiera.

Espera... ¿Lo que quiera?

Un mini diablo imaginario se posó en mi mente, subiendo y alzando las cejas.

— ¿Lo que quiera, en serio? — preguntó Anelía.

—Y tú también Anelía. Puedes hacer lo que quieras —le dijo su madre.

— ¿Lo que quiera? —preguntó Anelía.

Rosalía fijó su vista en su madre en espera de que le dijera algo.

—Mientras no te muerda otro cangrejo, todo está bien contigo. —le advirtió su madre con el dedo índice.

— ¡Ay...! —Rosalía posó sus dedos sobre el vendaje que tenía en su nariz, haciendo una leve mueca.

Reí para mis adentros.

—Lo-que-quieran —detallaron nuestros padres.

Le sonreí y voltee a ver a mis amigas. Nos miramos en silencio las unas a las otras.

Tres doritos después

—Nunca pensé que estaría en un bar con 16 años. —le dije a Rosalía mientras entrábamos.

Estaba impresionada por la decoración dentro de este y el leve aroma a bebida que había. A la entrada, había una gran pared de madera, decorada con luces azules fluorescentes dispuestas de forma horizontal. En el centro había un cartel rodeado por las luces que me confirmaba que era el bar de la playa.

Divisé un cartel de "no fumar" a la entrada y luego el suelo cambiaba de color, de madera a un diseño artístico de losas negras y blancas. Sentí el frío que provenía de adentro en mis pies. Rosalía había exigido que nos vistiéramos elegantes para entrar.

La preparación duró horas, alisarnos el cabello y hacer de manicura fue la parte favorita de Rosalía. Tuvieron que ver como saltaba de la emoción cuando me di una mirada en el espejo del baño, con mi vestido rojo elastizado, que tenía una abertura por la parte de atrás en forma de triángulo, y en la zona del escote un leve bordado de flores. Anelía había optado por un vestido negro con brillo, que tenía un detallado pero hermoso descubierto en su espalda, aunque unas tiras dispuestas en forma de cruz le adornaban atrás. Rosalía sin embargo, parecía otra persona con el maquillaje tan fuerte que se puso, los taconazos y un vestido azul cuello de tortuga con huecos a la cintura.

-Entremos -dijo Rosalía.

Sin pensarlo avancé junto a ella. Anelía estaba igual de impresionada que yo, me colocó la mano en mi brazo para que la aguantara.

-Aguántame que me caigo. -me dijo mirando al techo.

-¿Te vas a caer sin emborracharte? -Rosalía bromeó. Le saqué la lengua.

-Ja, ja, qué graciosa está la niña. -le dije.

-Lale, ¿vas a tomar algo hoy? -me preguntó cuando nos acercamos al bar.

Colocó su monedero bajo su brazo y se sentó en uno de los banquitos altos que había junto a la barra. Miré al techo lleno de luces que iban cambiando de rojas, a moradas y a azules. Formaban pequeños rombos que nos teñían con su luz.

-¿Qué voy a tomar yo? Yo no sé de bebidas -confesé.

Rosalía volteó su cabeza hacia mi tan lenta y graciosa como lo haría un robot.

-¿Qué tú qué? ¿Lale, tú no has tomado nunca ninguna bebida?

-No -afirmé, algo avergonzada.

-¿Ni un licor, ni cerveza, ni tequila? -Anelía negaba dándole la respuesta.

-Bueno, confieso que cerveza si he tomado un poquito, pero wacala, aun no me gusta. Ese sabor amargo... -me lamí los labios haciendo una mueca de asco.

-¿Qué prefieres entonces? ¿Cerveza u otra cosa? -el barman me observaba fijamente.

Diablos, y si aquí no dejan entrar menores de edad. ¿Y si son después de los 18? ¿Y para colmo estoy demostrando que no sé nada de bebidas?

Ay, Lale. Mira donde te metes por seguir a Rosalía.

-Pido cerveza. Mejor diablo conocido que diablo por conocer. -el toque sabio en mi voz se me aparece en un bar que es donde se hacen las locuras. Que bien, Lale. Llevándole la contraria al mundo.

-Yo también quiero un mojito. -añadió Anelía. -A ver si esta vez me la puedo tomar entera. -sonrió y el barman lo apuntó en un pequeño block de notas que tenía en su mano izquierda.

-¿Esta vez? -preguntó Rosalía, igual de curiosa que yo.

-Sí, porque...

-Espérate un segundo -dijo Rosalía cuando el barman se le acercó. -Dame una margarita. Gracias.

El hombre se fue a preparar las bebidas y las tres sacamos nuestros celulares.

-¡Selfie! -dijo Rosalía y cuando miré a mi derecha tenía el celular en alto. Inmediatamente me puse en pose y una sonrisa se encarnó en mis labios. -Otra...

El flash me encandiló la vista.

-Listo.

-A verla -le dije y me enseñó la foto. Me sorprendí, quedamos espectaculares. -me encanta.

-A mí también -dijo Anelía.

-Ya están listas sus bebidas -dijo el barman deslizando los vasos y copas por el bar.

Me dirigí la mía a la boca e hice una mueca, pero seguí tomando. Aunque dejé la cerveza por la mitad porque no aguantaba más, no me gustaba ¿Cómo seguir probando algo que no te gusta? La verdad, no entiendo a la gente que sí; Rosalía decidió que no era buena idea gastar dinero, así que se tomó la cerveza mía también, y lo que quedó de Anelía.

-Hasta el fondo -se empinó la cerveza de una sola vez. Me quedé boquiabierta. -Agrsh

-¿Rosalía? ¿Tú viste lo que acabas de hacer? -miré alternativamente a la cerveza y a su rostro.

-Se la tomó de un tirón -añadió Anelía tras de mí.

-No se preocupen, amigas. Que yo soy fuerte. No me emborracharé con apenas una cerveza. -nos sonrió. Ahí estaba ella de nuevo, haciéndose la campeona y la que podía con todo.

Sin embargo, después de bailar un poco con nosotras, las tres bebidas hicieron su efecto. Y pensar que la única condición de nuestros padres era no tomar bebidas alcohólicas...

-¡Rosalía, bájate del tubo! -le grité luego de quedarme atónita.

Unos segundos revisando el móvil y Rosalía se me perdió. Cuando me di cuenta, estaba borracha bailando en el tubo del bar con varios hombres aclamándola.

Arremetí contra la multitud.

-¡Háganse a un lado! ¡Rosalía, detente! -intenté hacerle señas con mi mano mientras pasaba por entre hombres y mujeres borrachos y algunos haciendo movimientos un poco imprudentes.

-Lale, espérame, vieja. -Anelía me tomó del brazo.

-Apresúrate antes de que haga una locura.

Ya habíamos llegado al tubo donde estaba Rosalía, que estaba bien risueña y meneándose.

-Rosalía, bájate. -le dije con autoridad.

-No -ladeó su cabeza.

-Rosalía, bájate que estas haciendo papelazos -dijo Anelía.

Rosalía la miró sonriente y movió lateralmente su dedo índice. -No, no, no.

Me dieron ganas de reírme, pero tuve que aguantar para que ella se tomara en serio este asunto.

-¿Rosita, te das cuentas de lo borracha que estás?

Afirmó con fuertes cabezazos

-¡Ssi! ¡Ssi!

-¿Anelía, que hacemos con ella? -le pregunté entre lo risueña y lo preocupada. Pensar lo que nuestros padres dirían si descubren que vinimos a un bar me aterra.

Que conste que Rosalía está así por su mala cabeza.

-Nada más que la llevemos a la playa para que reaccione

Rosalía se aguantó del tubo con una mano y se dejó caer, cantando:

-La playi-ta bien boni-ta, lalalalala.

Choqué la palma de mi mano contra mi frente y la pasé por mi cara. Paciencia.

Cuando me di cuenta, Rosalía había salido del bar.

-¡Corre que se nos va!

-¡Vamos, Lale!

En el camino de correr tuve que pararme en un pie para quitarme los tacones. Luego los tomé con la mano y eché a correr hacia la arena, tras Rosalía.

La bruja se había quedado atrás por no quitarse sus tacones, que por cierto, a mí me habían hecho ampollas. Ahora es que me las siento.

Rosalía daba saltos en la arena como una niña de tres años.

-Yo tenía una playita sí señor. Yo tenía una playita sí señor... -continuó cantando y se acercó al agua.

Ok, con el miedo que me da una playa de noche. Sacrificios, Lale.

Avancé rápidamente hacia ella.

-¡Rosalía! -escuché el grito de Anelía atrás. Al menos fue inteligente y se quitó los tacones.

Voltee a ver a Rosalía. Se acercaba a la orilla.

Escuché unas risas desde la salida del bar. Cuando miré, había dos chiquitos cruzados de brazos, riendo. Seguí su dirección y...

-¡Que fría! ¡Qué fría! ¡Que fría! -Rosalía se había metido al agua y ahora daba saltos en la arena, como si fuera un pez.

Los chicos se rieron más. Oh, no.

-¡Rosalía, no hagas más papelazos!

Y como si la naturaleza quisiera llevarme la contraria, una ola arremetió contra unas grandes piedras y empapó la cara de mi amiga. Quedó boquiabierta, con el cabello mojado y chorreando por su cara.

Corrí hacia ella y la sujeté de la muñeca, tratando de sacarla del agua. Con tacones en el mar, que linda la niña.

-Ay, me muero del frío...

-¡Rosalía, niña! Sale de ahí -le dije tratando de sacarla del mar.

Qué fuerza he tenido que hacer, porque ella no ponía de su parte.

-¡No vayas para allá que te va a comer el tiburón! -dijo Anelía y yo reí. Rosalía se volteó y el cabello le dio en la cara.

-¿Hay tiburones? -preguntó, fuera de sí.

-Sí, y de los grandes, así que vámonos. -la jalé y esta vez sí salió.

-¡Ay que me come! Lale, me come el tiburón. -salió corriendo hacia la arena con una clara expresión de susto. Anelía se puso a su lado.

Un chico que se estaba acercando a la playa con una bebida, fue el blanco de Rosalía. No pude moverme cuando ella corrió hacia a él y lo tomó del brazo.

-¿Quieres ser mi novio? -ladeo su cabeza.

El chico quedó con los ojos fuera de sus cavidades. -¿Y está loca?

Anelía se aproximó a ellos y logró despegar a Rosalía del chico.

-Disculpa a mi amiga -escuché- que cuando se emborracha no sabe lo que hace.

-No, no, no

Intentó decir pero Anelía la tomó del pelo...

-Rosalía, ven para acá, carajo. -Anelía la regañaba entre dientes. Ella seguía extendiéndole la mano al chiquito, pero luego la utilizó para librarse de los jalones de pelo.

-¡Au, au, auuch!

Cinco minutos después.

Rosalía estaba en el bar, con una toalla de playa sobre sus hombros, el cabello chorreándole agua y una taza de café en sus manos.

Nos miró a mí y a Anelía.

-Si le cuentan esto a alguien, las mato.

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