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CAPÍTULO 12: Un viaje a caballo desastroso.

- ¡Levántate, Lale!

La cama en donde estaba se movía de arriba a abajo e interrumpía mis sueños.

- ¡Despiértate, anda! -pude distinguir la voz de Anelía.

- ¡No! -chillé y me tapé con la colcha hasta el cuello.

- ¡Que vamos de compras! -gritó Rosalía.

- ¡Son apenas las 10 de la mañana! Es muy temprano. -Bostecé después de mirar el teléfono que siempre dejo debajo de la almohada- Déjenme dormir.

Me viré al otro lado tratando de reconciliar el sueño.

Escuché a Anelía susurrar detrás de mí:

-Esto nunca falla.

Y luego oí pasos. Confieso que me asusté pero luego sentí un masaje en la cara con algo tan suave como una crema.

Luego... la risa de Rosalía.

¿Qué?

Abrí los ojos y vi a Anelía sentada en la cama con un pintalabios en la mano.

Abrí los ojos como platos cuando reconocí esa maldita sonrisa en su rostro.

- ¿Qué me hiciste?

-Buenos días, niñas. -Escuché la voz de mi mamá entrando a la habitación y la de mi abuela- Buenos días... -se detuvo y me observó como si fuera un bicho raro- ¿Payasa Lale?

- ¿Payasa? -pregunté y vi como todas me miraban.

Espera un segundo... ¿Por qué Anelía tiene un pintalabios en la mano si ella no es de maquillarse si no es para una fiesta?

Oh no.

Me dirigí al baño y al ver mi cara parecida a la de un payaso... ¿Quieren saber por Anelía? Vive, si es lo que preguntan.

Ella me las va a pagar.

Terminamos por ir de compras, las tiendas estaban una al lado de la otra rodeando una gran zona de parqueo. Compramos galletitas, caramelos, refrescos, papas fritas para hacer en casa, un paquete de palomitas pues las otras ya se habían acabado cuando vimos las películas... También caminamos por la tienda de accesorios y ropa playera.

- ¡¿69.99 un biquini?! -puedo recordar el grito de Anelía cuando desde la vidriera vio un biquini de rayas y completamente hermoso, y luego divisó el precio.

Confieso que me escapé junto con Rosalía cuando la cajera nos miró y dejé a Anelía mirando como una loca con las manos en la vidriera.

- ¡No pueden hacer eso! No se debe, me da un infarto al corazón.

-Anelía, ¿Apoco te querías comprar el biquini? -le preguntó Rosalía.

Ella se bajó las gafas que tenía puestas -No, pero aun así el precio me infarta.

Se tocaba el pecho mientras respiraba profundamente.

Habíamos salido de la zona de tiendas y nos acercábamos a la playa. El cielo estaba un poco nublado pero aun así la luz me encandilaba.

Recordar el precio de ese biquini era un impacto. Tal vez en otros países lo consideren algo barato o alguna rebaja si acaso, pero aquí en el nuestro, es considerado súper costoso.

Cuando me di cuenta, Anelía se disculpó por un segundo de nosotras y se alejó en busca de alguien.

-Espérenme aquí, creo que vi a...

- ¿A quién? -dije en alta voz cuando ella se alejó de nosotras acercándose a una de las casetas de comida de la playa.

- ¿Ahora qué pasó? -preguntó Rosalía mirando a Anelía que se había distanciado. -No me digas que va a comprarse un...

La voz de Rosalía quedó suspendida en el aire.

-No puede ser. ¿What? -exclamé cuando vi a Anelía acercarse a un chico y entrelazar sus dedos con los de él.

- ¿Que qué? -Rosalía se quedó con la boca abierta cuando Anelía se dio la vuelta y caminó con el chico hasta nosotras.

Ese chico alto y rubio me resultaba conocido, su forma de caminar y...

-Chicas... Este... él es con quien he estado saliendo.

- ¿Fabián? -exclamé cuándo el chico se acercó a nosotras.

- ¿Lale? ¿Rosalía? -una sonrisa se dibujó en su rostro y nos saludó- ¡Qué casualidad! Coincidimos. ¿Cómo están?

-La estamos pasando súper bien -dijo Rosalía.

- ¿Se conocen? -Anelía nos observó alternativamente.

- ¡Claro! Si estamos en la misma aula -exclamó Rosalía.

-Exacto.

- ¿Y qué hacen ustedes por aquí? -nos preguntó y Anelía respondió a su lado.

-Vinimos por mi cumpleaños, que fue ayer.

Fabián abrió los ojos como platos y se volteó a Anelía tan rápido que parecía un ventilador.

- ¡Mentira! ¡Oye, felicidades, mi vida! -le dio un abrazo repentino que Anelía se quedó estática.

Con la cara sobre el hombro del muchacho Anelía estaba hecha un rubí en los cachetes. Nosotras empeorábamos la situación haciéndole muecas. Alzándole las cejas. Abanicándonos con la mano.

Ella apretó el puño. Unió las cejas.

De pronto el muchacho cortó el abrazo, y Rosalía y yo les dimos la espalda.

Ahogué unas risas. Me volteé.

- ¿Y tú, Fabián? ¿Y eso que estás por aquí?

-Ah, Lale, es que es el cumpleaños de mi mamá y vinimos a pasarnos un fin de semana aquí. -Me respondió dejando a un lado a Anelía.

-Oh, qué bien. Espero que se diviertan mucho.

-Ustedes también.

-Gracias.

- ¿Entonces, las casas están buenas? -nos preguntó.

-Sí, la de nosotras está de lo mejor. -dijo Rosalía recogiéndose el cabello con una liga que tenía en la muñeca.

- ¿Y qué más han descubierto por aquí? ¿Ya vieron los caballos? - preguntó Fabián.

- ¿Caballos? ¿Hay caballos? -Rosalía saltó sobre su lugar y por un momento pareció una niña pequeña.

-Sí -Fabián se volteó dándonos la espalda, señalaba con su mano al oeste- Si siguen recto hasta salir de las casas de venta de comida, se van a encontrar con los caballos. Está frente por frente a una plataforma en donde la gente va a mirar al mar.

-Ya sé cuál es -saltó Rosalía. Anelía y yo la miramos curiosas- Es a donde yo quería ir la otra vez que vinimos a la playa y nos pusimos a caminar.

- ¿Hablas de donde nos encontramos a...? -de repente, Anelía se calló, notando que tenía a su lado al chico con el que salía.

Fabián me miró. Supongo que tengo que salvar la situación.

- ¡A mi papá! -Solté rápidamente- Si, ya sabemos dónde es.

-Bueno, Fabián. Nos vamos a caminar. -le dijo Anelía separándose de él.

-Está bien -él se acercó a ella y depositó un beso en su mejilla -Nos vemos, chicas.

Hizo un ademán con su mano para luego continuar su viaje hacia las casas.

-Adiós...

-Entonces, ¿vamos a por los caballos? - preguntó Anelía, una sonrisa algo temerosa se apoderó de mí, pero acepté.

-Vamos.

*

-Te dije que no me voy a subir -decía Rosalía con sus brazos cruzados y la barbilla en alto.

- ¡Vamos, Rosalía! ¡Al final tú me embullaste! No te vayas a echar atrás a estas alturas -la observé atónita tratando de entenderla mientras un hombre se acercaba con el caballo que yo montaría.

La pista de caballos estaba en un llano lleno de pasto verde bien podado y alejado de la playa. A la izquierda podíamos mirar una gran loma donde estaban casas que no pertenecían a ninguna zona turística. Una carretera subía hasta el fin de esta y parecía que fuera una línea recta en dirección al cielo.

Quien se detiene allá en lo más alto y observa al mar verá una infinidad de agua completamente hermosa y aterradora.

Aterrada estaba yo cuando el caballo se acercó a mí.

- ¿Quién se monta primero? -preguntó el hombre que lo traía.

- ¡Ella! -dijo Rosalía a mis espaldas. Al voltearme noté que me señalaba a mí.

- ¿Yo? -Casi grité llevándome la mano al pecho - ¿No que eras tú la que estaba loca por los caballos?

-Sí pero... -dirigió su mirada al short blanco que tenía. Alzó sus hombros en un movimiento leve mostrando que no le quedaba remedio -tengo un short blanco y se me va a ensuciar.

La fulminé con la mirada y boté aire por los hoyuelos de mi nariz. Denme paciencia.

- ¡Vamos! -ordenó el hombre.

Ay por Dios, qué impaciente.

-Ok -tomé aire y lo expulsé, nerviosa. Miraba la enormidad de caballo que tenía frente a mi -Estoy lista.

-Bien. ¿Sabe cómo subirse?

-No, ¿Cómo?

El hombre me indicó la manera de subirme pero aun así necesité ayuda. Cuando estuve sentada sobre su lomo me puse muy nerviosa. ¡Estaba súper alta! Y me tambaleaba.

-Oh por Dios. Oh por Dios.

Anelía y Rosalía me miraban fijamente. Anelía tenía una pizca de curiosidad y preocupación en sus ojos, pero Rosalía no. Aquella estaba riendo levemente y me hacía señas para que me aguantara duro.

Sin preámbulo, el hombre le dio una nalgada al caballo y este comenzó a caminar lentamente. Me agarré de la correa y aunque se balanceaba un poco, me centré en respirar profundo y quitarme los nervios.

Lento...

Lento...

Wao, qué pacífico.

Pronto mis músculos se relajaban y hacía todo lo posible por no mirar ni abajo, ni al cielo. Sinceramente me daba la impresión de que me iba a caer.

Apretaba las riendas del caballo y las manos me sudaban. Miré hacia atrás y estaba sola. Había otros caballos a lo lejos pero esta zona es solo mía.

De pronto, el caballo desvió su recorrido y se dirigió a una de las esquinas de la zona de equitación. Inclinó su cuello y comenzó a comer pasto.

Ok, caballito lindo, te dignas a comer pasto cuando una aquí está muerta del miedo.

Miré hacia atrás y el hombre se dirigía hacia mí y el caballo.

Cuando estuvo a mi lado, separó al animal de la hierba y le dio un latigazo. ¡El miedo que se había ido a pasear se apareció por arte de magia!

El caballo relinchó. Se paró en sus dos patas traseras. Inmediatamente me tuve que agarrar de su cuello porque casi me caigo. Volvió a poner sus pies en el suelo y lo último que escuché fue...

- ¡Agárrate fuerte!

Antes de que el caballo arrancara a correr con una velocidad que me puso los pelos de punta.

Corre

Corre

Salta

Salta

Rápido

¡Me voy de lado!

¡Ay qué miedo!

Empecé a verlo todo rápido y borroso, el viento pegaba a mi cara y una corriente de miedo cuando me fui de lado por los constantes saltos del caballo me hizo chillar.

- ¡Párenlo!

El caballo estaba corriendo más rápido. El cabello se interponía en mis ojos y me ponía cada vez más temerosa.

-¡¡AHHHHHH!! ¡¡AUXILIO!!

Al parecer el caballo se asustaba a cada grito de daba. A lo lejos escuchaba voces como...

- ¡Lale, estate tranquila!

- ¡Lale, deja de ser miedosa!

Pero les juro que las escuchaba lejanas... muy lejanas.

Un caballo se apareció al lado del mío, casi deteniéndolo

- ¿Anelía? ¿Y tú desde cuando sabes montar caballo? -Casi no podía ni hablar de los nervios cuando el caballo relinchó otra vez y me agarré a su cuello - ¿Sabes qué? No me importa si sabes o no solo... ¡Ay... sálvame! ¡Auxilio!

- ¡Tranquila, Lale! Solo relájate. -trató de controlar su caballo por las riendas para que fuera a la par del mío.

- ¡¿Cómo crees que me voy a relajar?!

De pronto el caballo comenzó a tomar un ritmo más lento, y más lento mientras el de Anelía iba a su par.

- ¿Ves?

Intenté agarrar las riendas pero las manos me temblaban mucho. Apenas podía sujetarme.

-Ya, ya llegamos. Ya está.

El caballo se detuvo y el hombre me ayudó a bajar diciéndome primeramente cómo debía colocar los pies. Parecía yo un terremoto...

Cuando me bajé me temblaban las piernas, temblaba al respirar, temblaba al hablar y...

- ¡Tenías que ver tu cara! -Rosalía estaba que se desmayaba de la risa aguantándose su estómago - ¡Ay qué cómica! ¡Ay, que no puedo respirar!

-No te rías de ella que pasó un buen susto -Anelía venía por el otro lado defendiéndome. Yo seguía temblando -Por otro lado... "¡Auxilio! ¡Socorro!" -imitó mis palabras con un tono de burla.

Mis ojos tomaron la forma de una línea fina, y mis ojos permanecían fulminando a Anelía con la mirada.

Cuando recuperé mi voz...

- ¡A que te tiro un zapato!

Me daban ganas de lanzarle de todo, pero juraría que el zapato se me caería de las manos.

Luego de que mi ataque de nervios se desapareciera, decidimos darle una visita a la playa. Nos sentamos en la arena mojada e inconscientemente comencé a cavar en la arena alrededor de mis piernas.

- ¿Lale, qué haces? -preguntó Rosalía sentándose a mi lado.

-Siempre que vengo a la playa hago esto sin pensarlo. Luego añado arena sobre mis piernas y me hago una cola de sirena. Desde niña lo he hecho.

Rosalía sonrió -Qué cómica.

-Sí. ¿Si ves algunas caracolas me las puedes alcanzar? Es que... en esta posición...

La arena me cubría ya una buena parte de las piernas y si me levantaba ahora iba a echar a perder todo lo que había hecho.

-Oh, sí. Claro. Mira, hay de todo tipo, caracoles, algunos son picudos... -Rosalía estaba agachada revisando con sus largas uñas la arena - ¡Ay, maldita agua! ¡Iba a tomar una de lo más linda!

Me daba risa la manera que se enojaba con el mar cuando venía una ola y se llevaba la caracola.

-Listo. Aquí tengo unas cuantas -se levantó y se acercó a mí, comenzándome a poner las caracolas en mi cuerpo de sirena... Na, mentira. Bueno, sí, ahora sí sería "literalmente" ¡Ja!

- ¡Chicas, vamos a hacer un castillo de arena! -Anelía gritó por sobre el sonido de las olas.

-Sí, pero ven tú. Yo estoy inmóvil.

-Se me ha ocurrido una idea -miré a Anelía. Se frotaba las manos, alzaba las cejas y hacía un pequeño meneo con sus caderas.

Oh. Oh.

- ¿Qué inventas? -le pregunté.

-Haremos un castillo de arena sobre ti.

- ¡¿Qué?! ¡Noo!

-Qué sí.

- ¡Aguántala, Rosalía! -le gritó -que no se escape.

-Tranquila, que ella no se va a escapar.

En fin, comenzamos a cavar arena para utilizarla en el castillo, mojada y seca. Yo misma le añadía arena a mis piernas, y mi espalda ya estaba caliente del sol mañanero. Todo estaba perfecto y relajante. Hasta que...

- ¡Caramba, un cangrejo! -Soltó Anelía en un chillido.

Se alejó de donde estaba en pasos rápidos en retroceso. Levanté mi cabeza que hasta ahora permanecía apoyada en la arena.

-Viene hacia mí. ¡Ay! -de repente se aferró a un cocotero en un fracasado intento de treparse.

- ¡Te va a comer el cangrejo! -me reí provocando a Anelía.

-No, Lale, que si me muerde yo no sé lo que tú vas a hacer.

- ¿Reírme? -le dije para provocarla.

Rosalía se rió ante mi comentario y se acercó a Anelía.

-Eres mala.

-Pero, Anelía, no seas boba. Solo es un simple cangrejito. -dijo Rosalía, la valiente, la que no le tiene miedo a nada.

Yo observaba desde lejos y Anelía se trepaba en el cocotero. Hacía el intento de no resbalarse.

Rosalía se agachó y pegó su cara al cangrejo.

-Hola, cangrejito...

¡Paff!

El cangrejo se aferró a su nariz.

- ¡Ahhhhh! ¡Quitenmelo! ¡Quitenmelo!

Enfermería

-Pueden pasar -nos dijo la doctora.

Anelía y yo avanzamos hacia el interior del consultorio. De repente, ahogué una risa en la palma de mi mano cuando vi a Rosalía.

Estaba con un vendaje en la nariz incluso peor que el de la gememala. La doctora botaba algo en la basura y luego se sacudió las manos.

-No se rían -dijo Rosalía con las cejas hacia arriba.

- ¿No que era un simple cangrejito? -hablé con ironía ante la situación.

-Cállense.

Rosalía no quería ni mirarnos a la cara. Se quería evitar que le dijera: «te lo dije», pero era demasiado tarde no para hacerlo.

-Te lo dije -ladeé mi cabeza.

-Yo pensaba que todos los cangrejos eran tan buena onda como el de la sirenita. -dijo Anelía.

Rosalía soltó un puchero con las manos entre sus piernas.

- ¡No me mencionen más al cangrejo! ¡Y no se rían más! -dijo con autoridad.

Me crucé de brazos y me preparé para lanzarle lo que tenía planeado.

- ¿Tú no eras la que se rió cuando yo estaba en el caballo?

Anelía continuó.

- ¿O la que se rió cuando me subí al cocotero cuando el cangrejo me quería morder?

Rosalía se cruzó de brazos.

-No me lo recuerden más...

Nuestra charla fue interrumpida por la madre de Rosalía entrando a la enfermería. Mi amiga le había mandado un mensaje diciéndole dónde estábamos.

Colocó sus gruesas y grandes manos en sus caderas, mientras se detenía a cinco pasos de su hija.

- ¿Qué te pasó ahora, mi hijita? -dijo en un susurro.

Rosalía ha de ser muy traviesa para que su madre reaccione de esa manera.

-Me mordió un cangrejo -alzó sus hombros.

- ¿Y qué tú hacías tan cerca del cangrejo, Rosalía?

-Es que... -intentó excusarse, pero su madre la conocía bien.

-Seguro querías hacerte la que no le tenía miedo al cangrejo -lanzó su madre como si hubiese tenido sus ojos en ese lugar

Anelía, Rosalía y yo quedamos boquiabiertas. ¿Qué dices que dijiste? Me quedé totalmente muda.

Su madre asintió, satisfecha.

- ¡Te conozco como la palma de mi mano, mi niña! -alzó sus manos al aire. Yo aún estaba sorprendida por la plena exactitud de su puntería.

Solté una risilla, colocando la mano sobre mi boca, y sosteniendo mi codo con la otra. Vaya sorpresa.

Su madre se acercó a ella y le examinó la nariz. Luego de unos segundos de hablar con la doctora, nos informó.

-Bueno, chicas. Vámonos. Lale, tu mamá te estaba buscando para almorzar.

¿Ya almorzar? A decir verdad, tenía hambre pero los sucesos del día de hoy han sido más grandes que mi apetito.

- ¿Qué hay de almuerzo, mamá? -le preguntó Rosalía. Su madre le dio una mirada perspicaz, alzando la barbilla y asintiendo cuando dijo:

- ¡Cangrejo!

Inmediatamente Rosalía retrocedió colocándose una mano en el pecho.

- ¡¿Qué?!

Lo que ella no sabía, es que tanto a mí con el caballo, ese hecho le traumaría un largo tiempo de su vida

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