Tuve ángeles
Durante el tiempo que duró el curso de repostería, me vi en la tentativa de ocupar los tiempos muertos para seguir buscando trabajo, sin embargo después de cavilarlo decidí seguir el consejo de mi hermano y despejarme un poco.
Empecé a hacer actividad física, ya que sentía que había perdido condición después de tantos años de que mi único ejercicio fuera bailar mientras hacía quehacer y correr detrás del camión. Después del curso me iba a un deportivo cercano a trotar, descubrí que era bastante liberador esa actividad, pese a eso a veces venían a mi mente muchos pensamientos que me gustaría dejar de lado, como todos los errores que había cometido hasta el momento.
Acabando de trotar aun me quedaba bastante tiempo libre por lo que busqué otra actividad que añadir a la lista, un día en mi camino me topé con una escuela de idiomas y me pareció interesante aprender alemán, aunque ni siquiera estaba en mis planes ir a Alemania o zonas aledañas, sin embargo, me sentía útil.
Pasaba mi día yendo de un punto a otro de la ciudad y realmente era satisfactorio, poco a poco empecé a hacer amistades como solía sucederme, sobre todo con las señoras de zumba que me acabaron adoptando.
Entre pláticas se enteraron de mis habilidades culinarias por lo que empezaron a solicitarme postres para cumpleaños, bautizos o cualquier evento que tuvieran.
Logré que algunas de las actividades que hacía me dieran rendimientos lo cual me hacía sentir que estaba haciendo algo de mi vida, aunque al final del día me sintiera muerto.
En apariencia, estaba a gusto con mi ritmo de vida, pero no me estaba dando cuenta de que estaba llegando a mi límite, si bien no me sentía estresado como en los últimos años, algo me orillaba llevar mis actividades al extremo, como siempre. olvidándome de algunas funciones básicas como comer o dormir, hasta que finalmente llegué a lo que fue el acabose.
Pocos días antes de mi cumpleaños, trotaba como todos los días, a la media hora mi compañero que a veces se me unía me dio alcance, mientras trotábamos solíamos platicar un poco.
Me contaba de su familia, de su hija, de donde trabajaba y minimices que veía en la tele, yo había evitado hablar acerca de temas personales, pero podíamos llevar una buena conversación.
No supe en qué momento azoté cual res, ni las manos metí.
—¿Viste las noticias? —preguntó mientras lo veía irse, aunque traté de levantarme un fuerte dolor en el pie me lo impidió —¿Alan? —me llamó deteniéndose, notando mi ausencia.
—Aquí —respondí levantando la mano desde el suelo aun tratando de pararme.
—¿Qué haces ahí?
—Tomando un poco de aire —dije con toda la tranquilidad que se puede tener cuando sientes dolor.
Aitor regresó sobre sus pasos y se puso en cuclillas observándome.
—Había unas bancas a pocos metros—comentó con una sonrisa.
Me reí, aunque empezaba a aplicar aquello de reír para no llorar.
—Lo tendré en consideración en futuras ocasiones.
—¿Puedes levantarte? —de nuevo hice el intento, pero sentí una especie de calambre—Te ayudo.
Con un poco de trabajo logró ponerme de pie.
—Creo que por hoy he acabado.
—¿Quieres que te lleve?
—No, no te preocupes, ahorita pido un Uber.
—¿Vas a llegar hasta la salida? —me preguntó mientras miraba como trataba de pararme asemejándome a una grulla.
—Si claro, a ratitos andando a ratitos brincando, bueno compañero es todo por hoy—me despedí chocando puños y comencé a caminar o más bien arrastrarme.
Maldije que no hubiera una pared cerca no sabía cuánto más iba a resistir ir de a cojito.
Apenas y llevaba unos pasos cuando sentí que alguien me sujetaba.
—Al paso que vas nunca vas a llegar.
—Mas bien al brinco—Aitor puso mi brazo sobre su hombro y comenzamos a andar.
Acabamos más cansados y sudados que cuando corríamos cuatro vueltas a la pista.
Finalmente llegamos al estacionamiento.
—¿Seguro que no quieres que te lleve?
—No, tranquilo ahorita me pido un taxi—repetí.
—Será mejor que vayas a un doctor.
—Con un poquito de hielo quedo como nuevo.
—Te dejo en el hospital, al fin y al cabo, queda de camino al trabajo.
No pude negarme ante su amabilidad así que acabé accediendo.
Me ayudó a subir a su carro de lado del copiloto para después subirse él.
—Gracias.
—Ni lo menciones—respondió sonriente. —me queda de paso el San Miguel o el Santiago.
—Mejor a mi casa —intenté pedir.
—Cual casa, necesitas revisarte —empezaba a actuar como todo un padre y después de haber crecido con alguien como mi mamá no pude seguirme negando.
—Está bien al Santiago, por favor.
—A si me gusta. — acarició mi cabeza paternalmente y me sonrío como si fuera un crío , con cierto apremio emprendió el camino.
Aunque quedaba más cerca el otro hospital y hubiera sido mejor para evitarle molestias, ahí trabajaba mi mamá, y lo último que quería es que me viera entrando a urgencias.
Pero acabé viéndome orillado a ir a ese hospital dado qué en el camino la esposa de Aitor le habló para comunicarle que su hija salió antes de la escuela y necesitaba pasar por ella, si se iba al otro hospital se desviaría mucho por lo tanto no me quedo más remedio que ir al San Miguel rogando porque no estuviera en turno.
Aitor se tomo la molestia de dejarme adentro en una silla de ruedas y con un enfermero que empezaba a hacerme una serie de preguntas de rigor, después de eso salió volando no sin antes darme su numero para que lo pusiera al corriente de la situación.
Una vez que di mis datos me llevaron a una camilla, hasta ese momento no había visto a mi madre lo cual me dio cierto alivio, apenas me habían acostado cuando una doctora hizo acto de aparición.
—¿Alan García? —preguntó revisando el portapapeles que traía en las manos.
—Así es, un gusto—al escuchar eso me miró y sonrió.
—Agradable presentación ojalá fuera bajo otras circunstancias—respondió con una sonrisa—Bueno, yo soy la doctora de guardia Andrea Huerta, cuéntame ¿Qué te pasó?
—Estaba corriendo o más bien trotando y cuando menos vi estaba en el piso con un dolor en el pie.
—¿Te tropezaste?
—Es algo que no tengo claro—respondí intentando hacer memoria, ella se quedó pensativa.
—¿Cuándo fue tu ultimo alimento?
—Quizás anoche.
—¿Quizás? —no pudo evitar preguntar con cierta agresividad.
—He estado un poco inapetente.
—¿Ha sido frecuente la falta de apetito? —era lo malo de los médicos, una respuesta llevaba a mas preguntas, hubiera agradecido la llegada de la enfermera de no haber sido la persona que entró.
—¿Alan? —preguntó bastante sorprendida
—¡Mamá! —exclamé apanicado, ahora si sentía que San Pedro me hablaba.
—¿Es tu hijo? —indagó la doctora también sorprendida por ese encuentro.
—Así es ¿Qué le sucedió? —cuestionó más como madre que como enfermera.
La conversación anterior no iba a ayudar en nada la situación.
—Tuvo una caída—contestó sin entrar mucho en detalle le agradecí infinitamente quizás mi cara de pánico había sido bastante notoria.
—¿Fue grave? —quedé de momento fuera de la conversación.
—No, pudo llegar por su propio pie, bueno relativamente—pude notar como se había hecho reír ella misma, pero reprimió la sonrisa—Voy a examinarte—anunció, comenzando a palparme el pie.
—¡Hijo de su pu... pura y casta madre! —grité evitando las palabrotas, de nuevo la doctora tuvo que morderse los labios para no reírse.
—No palpo ningún hueso roto, pero para cerciorarnos le mandaré hacer unas radiografías y un examen de sangre.
—¿Sucede algo?
—Oh no Carmelita recuerde que es rutina—se excusó—bueno ¿Puedes ponerle suero y un relajante para el dolor?
—Si claro doctora —se sonrieron con amabilidad y la doctora salió.
El ambiente era demasiado incómodo, lo suficiente como para olvidarme del dolor y salir corriendo de ahí.
Mi madre me observó un momento con esos ojos fríos, un tanto inexpresivos, sin decir nada se fue, yo sentía que me faltaba el aire y ya ni sabía que de todo lo que estaba pasando podía ser el motivo, regresó en cuestión de minutos con todo lo necesario para poner la intravenosa, con lo que me encantaban las agujas, podía decir que hasta pánico me daban, eso no ayudó a recuperar una respiración normal.
Aun en silencio, ella preparo todo, me extendió el brazo y me puso una liga alrededor, yo giré mi cabeza del otro lado y cerré los ojos con fuerza.
—El elefante corrió y corrió y cuando a la meta se acercó brincó y la cruzó victorioso festejó hasta que notó que a una tortuga aplastaba y muy apenado se disculpó, la tortuga con tranquilidad le sonrió y sin más lo perdono—recitó mientras sentía la aguja entrar en mi brazo, eso hizo que volteara hacia ella y la mirara extrañado, en menos de lo que pude procesar ella terminó, ya tenía dos botellitas rojas en la mano y yo una intravenosa en la mía—Solía contarles ese cuento cada vez que tenían que inyectarlos o vacunarlos . —respondió a lo que aún no había preguntado
No es que no recordara ese cuento, sino que no esperaba que lo hiciera ahora, había demasiados factores en contra ,partiendo con mi edad y siguiendo con el estado de nuestra relación actualmente por mencionar algunos de ellos.
—Gracias—musité
—Voy a ir a dejar al laboratorio las muestras, ya vienen por ti para hacerte la radiografía—asentí por toda respuesta y ella salió, pese a lo adusto de sus maneras pude notar que me lanzó una mirada de preocupación antes de irse .
Contemplé la bolsita de suero que colgaba a un lado mío, no podía creer que había llegado hasta este punto, dejé caer mi cabeza sobre la almohada, no tuve mucho tiempo para seguir reflexionando por que en ese momento entro otro enfermero que fue quien me llevó a realizar la radiografía.
Me llevaron en silla de ruedas hasta donde me la harían, yo solo seguí instrucciones hasta que me regresaron a la camilla. Al poco rato llego el ultimo de mis hermanos que me hubiera gustado que se enterara.
—Andrés ¿Qué haces aquí? —cuestioné con cierta angustia, podía ver su cara toda contracturada, las cejas casi formaban una V y su frente se había vuelto puras líneas.
—Nuestra madre nos habló, fui el único que pudo zafarse para venir. En verdad eres genial Alan—comentó con desdén. —no te bastó con casi desmayarte el otro día.
—Claro, estar aquí es lo que más deseaba—respondí con ironía, comenzando a sentir una punzada ajena al dolor por mi pie.
—¿Y ahora que te pasó eh? —me inquirió ignorando mi comentario.
No tuve oportunidad de responder por que en ese momento entro mi madre junto con la doctora.
—Ah ya llegaste—dijo mi mamá cuando vio a mi hermano. —doctora Huerta, él es otro de mis hijos—lo presentó.
—Si puede notarlo—expreso con una sonrisa, algo que lamentaba era mi parecido con Andrés muchas veces hasta llegaron a confundirnos.
—Andrés, un gusto—se presentó estirando la mano, ella se la estrechó.
—El gusto es mío, pues bien, ya están los resultados de Alan—anunció—y bueno, temo decir que tiene anemia y esta deshidratado.
—¿De nuevo? —cuestionó Andrés.
—¿Ya había sucedido? —preguntó la doctora observándolo.
—¿Hijo?
Mi hermano miró a ambas mujeres y después a mí, parecía que no quería decir lo que había sucedido meses atrás, su actitud me pareció menos extraña sabiendo lo que hizo para ayudarme, pero aun así tenía cierto recelo y no dudaba que más bien no quería hablar para no darle más preocupaciones a nuestra madre.
—Si, hace poco— dio su parte respecto a síntomas y la recuperación, la doctora escuchó asintiendo.
—Pues bien, no se recuperó del todo—comentó lo obvio—Dices que no has tenido apetito ¿Verdad? ¿Desde cuándo?
Vi a mis familiares clavando sus ojos en mí.
—Ha ido disminuyendo en las últimas semanas—admití.
—¿Cada cuanto haces ejercicio?
—Casi diario corro al menos durante una hora y después bailo por otras dos—para la doctora fue inevitable negar con la cabeza.
—¿Duermes?
—De 3 a 4 horas—cada vez la mirada de mi madre y la de Andrés se endurecía más y más.
—Puedo suponer que la caída fue debida a un ligero desmayo—tomo mis manos examinándolas—Si, no las tienes lesionadas, si hubieras tropezado por instinto las pondrías—lo siguiente que dijo se dirigió más hacia mi madre—el desvanecimiento se debe a todo esto, por fortuna no hay huesos rotos pero si un esguince, esto pudo ser provocado por el exceso de ejercicio y la falta de una alimentación adecuada, cuando no se duerme y no se le aporta al cuerpo los nutrientes necesarios y lo sobrefuerza debilita los músculos siendo más propenso a lesiones por movimientos simples—concluyó la explicación—sería adecuado que se quedara al menos esta noche—sugirió.
—Me parece lo más adecuado—aceptó mi madre, la doctora nos miró a los tres.
—Bueno voy a revisar al paciente de la camilla 13—dijo y con premura se fue dada la tensión que había en el ambiente, por un momento nadie dijo nada hasta que el silencio se rompió gracias a un tono de llamada que me sobresaltó.
—Es Gus, voy a ir a buscarlo. —informó Andrés observando su celular.
—Está bien.
Por primera vez desee que mi hermano se quedara, no quería quedarme a solas con mi madre, pero no pude decir nada para evitar que se fuera.
Una vez a solas, ella siguió mirándome fijamente.
—¿Qué fue lo que pasó? ¿A tal extremo te llevo el trabajo? —me cuestionó.
Quise mentirle, no decirle mi situación actual, pero estaba cansado de siempre tratar de aparentar que todo estaba bien.
—Renuncié al trabajo.
—¿Renunciaste? —repitió asombrada—¿No decías que era una excelente oportunidad?
—Lo era, pero cada vez se volvía insostenible.
—Que fácil te rindes—comentó.
Eso hizo que mi ira volviera a borbotear, mi madre siempre sacaba conclusiones sin siquiera pensar que hubo algo más de trasfondo que me orillaba a tomar las decisiones que tomaba.
—Hice lo imposible por permanecer ahí. —me justifiqué.
—¿Ya encontraste otro trabajo?
—Si—respondí con firmeza, ya no iba a tratar de darle gusto, iba a enfrentarla con la verdad—doy clases de danza y hago postres para eventos.
Esa respuesta provocó que pusiera los ojos en blanco y resoplara.
—¿Tanto te aferraste a tu carrera para que acabaras vendiendo pastelitos? Es increíble Alan. Tu padre dio todo de si para cumplirte tu capricho y así lo pagas.
Mis manos comenzaron a cerrarse en un puño que cada vez iba apretando más y más hasta el punto en que mis nudillos se iban poniendo blancos.
—Es solo temporal.
—Esperaba que este año que pasó hubieras madurado un poco, que pensaras mejor las cosas, que tomaras decisiones más sensatas, pero veo que no has crecido.
En ese momento, cualquier intento de tolerancia influenciada por la conversación con mi padre quedó olvidada.
—No puedes decir si he crecido o no en este tiempo que he pasado o si mis decisiones han sido certeras porque ni si quiera me has dirigido la palabra—respondí temblando.
Eso la dejo por un instante sin palabras, por fortuna Andrés llegó con Gus antes de que pudiera decir nada.
—Ya llegamos—se anunciaron mis hermanos.
Gustavo de inmediato notó la tensión.
—Mamá ¿Ya terminó tu turno? —tardó un momento en contestar, aun me miraba de esa forma escrutadora.
—Si.
—Bien, pues Andrés llévala a comer—pidió esperando que alguno de los dos reaccionara—por favor—añadió, el mencionado no actuó de inmediato, pero al final le hizo caso, ambos salieron dejándome a solas con él.
Estuve a punto de quebrarme cuando abrió la boca.
—Al—exclamó con un hilo de voz, por su cara parecía que le acababan de decir que me quedaban días de vida.
—Solo me torcí el pie—lo tranquilicé evitando soltarme a llorar, como lo veía no sentía que fuera lo mejor.
—Perdóname—no entendí a qué venía su actitud.
—¿De qué te disculpas? —pregunté extrañado.
—Fui quien te dije que realizaras otras actividades, te orillé a enfocarte en algo más y mira en que acabó—todo lo decía como si estuviera confesando su mayor pecado.
—Tú no tienes la culpa Gus, hiciste lo que creías que era mejor para mí. El que se equivocó fui yo—sentía que un nudo se formaba en mi garganta cada vez más grande que lastimaba, ver a mi hermano con esa actitud me hacía sentir pésimo, lo último que deseaba era provocarle tantas angustias, no dijo nada a mis palabras lo que me confirmó lo que ya sabía.
—¿Quién se murió? —preguntó una voz que más que por el tono, la reconocimos por su extraño humor en un momento así, en efecto comprobamos que se trataba de Leo cuando apareció frente a la camilla.
—Voy a ver allá si ya —susurro Gustavo ni siquiera le entendimos ni esperó que lo hiciéramos, salió con la misma prisa que la doctora.
—Claro, déjenme el bulto—se quejó Leo mirándome—¿Qué pasó enano?
Intenté contarle como sucedió el incidente, pero no tenía voz, mi hermano se acercó a mí y me palmeo la cabeza.
—Tranquilo hombre, está bien.
Me fue inevitable comenzar a llorar, eran contadas las ocasiones en que llegué a hacerlo con Leo, no era del tipo de personas que buscas para consolarte, más bien su especialidad era subirte el ánimo con sus tonterías. Quizás por eso esta situación era extraña para ambos, pero realmente por más que traté no pude contenerme.
Traía atorado el dolor del pie, el coraje, la preocupación y más aparte el sentimiento de culpa.
—Respira Al, respira, aquí estoy enano—era raro escucharlo de una manera tan tranquila sin embargo algo de efecto causó.
No sé cómo es que lo logró, pero de a poquito empecé a calmarme.
—Llegaron los refuerzos—anunció, alcé mi mirada quien estaba ahí parado era Joaquín.
—No me estoy muriendo— repliqué con la voz gangosa mientras trataba de limpiar el resto de las lágrimas con la manga de mi sudadera.
—Bueno, queríamos comprobar que fuera cierto—me respondió con una sonrisa—Cas—llamó a quien supuse fue a mi hermano mientras le señalaba hacia afuera, el soltó un suspiro.
—Ahora voy con el otro, te lo dejo en tus manos—se alejó de mí no sin antes darme unas palmaditas más, pasó junto a Joaquín y le estrechó el hombro, el otro puso su mano sobre la suya y le sonrió algo se susurraron y Leo salió.
Pato se acercó y se sentó a un lado.
—¿Estas bien? —preguntó por mera cortesía ya que era evidente la respuesta.
—No tenías que venir. Lo último que deseaba era molestar a las personas.
—No molestas a nadie Alan, no habrá nada más importante que comprobar que estes bien.
—A algunas personas si pareciera molestarles. —solté con resentimiento
—No interpretes las palabras de los demás tal cual y como las escuchas, a todos nos importas chaparro y sin importar que, la familia siempre será la prioridad.
Aún seguía sin creérmelo, por mas pruebas que me dieran.
—Bonita forma de mostrarlo—expresé torciendo la boca.
—No hay una forma de hacerlo, cada uno va a demostrar su preocupación de manera distinta, según su manera de ser y sobre todo según sus propias experiencias. —me dijo intentando hacerme ver las cosas desde otra perspectiva.
—Yo no quería preocupar a nadie, no debí venir al hospital—me lamenté, de en entre todas mis malas decisiones esta había sido la peor.
—Alan, es lo mejor así. ¿No crees que hubiera sido peor que de repente colapsaras? —me cuestionó
—Dudo que pudiera llegar a ese punto. —aunque había dicho eso sabía internamente que probablemente esto iba a pasar tarde o temprano,
—¿No hace unas semanas te pusiste mal?
—¿Sabes de eso?
—Leo me contó, chaparro tienes que admitir que tarde o temprano esto iba a sucederte. —evidenció lo que acababa de pensar, me hundí en la almohada— Por lo que me ha contado tu hermano has llevado siempre este ritmo desde hace años, ¿cuándo fue la última vez que te dormiste con la mente en blanco, que comiste sin prisas, que te sentaste a ver la tele en total tranquilidad?
Lamentablemente no tenía respuesta para eso, la única vez que realmente me relajé fue cuando estaba con Marck, al menos en el inter después de los primeros meses me llegué a sentir así. Después comencé a tener conflictos con mis sentimientos y de nuevo olvidé lo que era tener paz.
—Solo puedo hablar en base a lo que me ha dicho Leo, pero puedo concluir que eres una persona, que no desiste, no te permites derrumbarte, nunca te detienes. Algunos lo llamarían resiliencia, pero lo has llevado hasta un punto en que estás empezando a dañarte a ti mismo. Ser humano no significa debilidad, no eres robot, necesitas descansar y detenerte por un instante.
La palabra detenerme me impactó, porque era lo mismo que me había dicho Gustavo solo que no le había dado el sentido al que seguramente se refería, estaba casi seguro de que la pausa que me sugería era la misma que la que estaba mencionando Joaquín.
—¿Cómo puedo parar cuando no he hecho nada de mi vida? Soy la ejemplificación del fracaso, nada de lo que he hecho ha servido para algo, y por más que trate de evitar sentirme presionado, no puedo evitarlo.
—Menos vas a lograr si te enfermas, es importante detenerte y tomar fuerzas. No tienes que demostrar nada a nadie.
Estaba a punto de replicar eso, pero atajó mis palabras—Si, aun siendo tu madre.
Había captado mi punto, lo que más me orillaba a hacer y seguir haciendo era ella, porque al aferrarme a tomar mi propio camino sentía que me había echado la soga al cuello, todo el tiempo me sentía en la necesidad de demostrar que valía la pena lo que estaba haciendo, que no me había equivocado en mis decisiones.
—Comprendo cómo te sientes porque lo he vivido desde Leo.
Me sorprendió saber eso porque mi hermano en apariencia era el que menos parecía preocupado por lo que mi madre pensara de él. —tengo la ligera idea de cómo es su madre, pero no olvides lo que ya te mencioné, ella actúa según lo que sabe, desde su propia experiencia y sus vivencias. Quizás no tenga el mejor método, pero no dudo que tenga las mejores intenciones para ustedes. Antes de esperar que los demás actúen de cierta manera hay que ponerse en su lugar.
Joaquín acababa de decirme la clave y es algo que ni siquiera me había puesto a pensar, no sabía mucho como era mi abuela ni tampoco que había pasado entre ellas, pero lo poco que había convivido con ella podía darme la ligera idea de cómo fue la vida de mi madre.
—Eso deberían aplicárselo todos—rezongué, eso es lo que más me gustaría que hiciera mi madre, que me comprendiera mejor.
—No podemos manejar la mente de los demás, pero si podemos comenzar a hacer un cambio desde nosotros mismos y poco a poco lo demás se va acomodando, no es incorrecto lo que has hecho Alan, al contrario, es admirable que hayas decidido hacer las cosas diferentes, pero siempre debemos hacerlo por convicción propia y no por demostrarle algo a los demás.
Su discurso me dejó desarmado, porque sabía que tenía toda la razón.
—Siento que nunca voy a lograr tener una relación en santa y sana paz con ella.
—El tiempo al tiempo, comienza a trabajar en ti y poquito a poco todo mejorará, y si no es así, a veces lo más sano para todos es cortar lazos.
Me sorprendió lo que me decía, si bien con los años veía cada vez más imposible llevarme bien con mi madre nunca consideré desistir y dejar por la paz la situación.
—Pero no pienses en eso ahorita, primero enfócate en ti Alan, tienes mucho que sanar, pero tranquilo lo vas a lograr, tienes muchas personas rodeándote que te ayudarán en el proceso—concluyó con una sonrisa mientras me palmeaba el hombro.
No tenía claro cuáles eran mis emociones en ese momento, aparte de mucha culpa y vergüenza por haber acabado hasta este punto, nunca me sentí con tanta incertidumbre en todos los aspectos de mi vida.
Después de que Joaquín hablo conmigo los siguientes que me visitaron fueron mi padre y Mariana, yo ya no quería que me visitaran más miembros de la familia, pero por lo que dijo Leo insistieron en hacerlo, mi papá me observó en todo el ratito que estuvo ahí no dudaba que quería hablar conmigo, pero no hubo oportunidad.
Por la noche me quedé solo y al día siguiente a eso de medio día al fin me dieron de alta. Por suerte esta vez no estuvo toda la familia presente solo fueron por mí Leo y Joaquín quienes me llevaron a casa de Gus, me ayudaron a llegar a la cama y ahí me dejaron descansar.
Pasé el resto del día durmiendo hasta la noche que me trajeron comida y algunas medicinas para el dolor y la inflamación, además de vitaminas y suplementos alimenticios, la mano me dolía por la vía, el pie a ratos me causaba un dolor punzante, pero ninguna de esas molestias se comparaba a la opresión que tenía en el pecho y las constantes ganas de llorar que en ningún momento me abandonaron.
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