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Solo por Hoy


Después de desahogarme con Mariana y sentir que me quitaba un peso de encima, mis pensamientos seguían revueltos. Pero no tuve tiempo para rumiarlos: el fin de semana llegó cargado de energía gracias a Iván. Entretenerlo esos días fue fácil; el verdadero desafío sería el resto de la semana, ya que sus compañeritos estarían de regreso en el salón y él seguiría en casa.

El lunes, Iván se despertó muy temprano y apuró a todos, como si fuera un mini Andrés dando órdenes. Cerca del mediodía, con casi una hora de anticipación a su consulta, me eligió a mí como conductor y a su Vita para que los acompañara junto a su papá. Estaba emocionadísimo, convencido de que su doctor le "recetaría" regresar a clases lo antes posible.

Durante el trayecto, estuvo inquieto, mirando atentamente por la ventana. Llegamos con tiempo de sobra, aun cuando tuvimos que esperar varios minutos para estacionar el coche. Intentamos convencerlo de que diéramos una vuelta para matar el tiempo, pero no quiso. Quería ir directo al consultorio y esperar allí. Mi madre y Andrés se fueron con él, mientras yo decidí quedarme afuera a esperar.

Prefería eso a quedarme en la sala de espera; nunca me gustaron los hospitales. Me senté en una jardinera, saqué mis audífonos y puse música, relajándome mientras pensaba en la maravillosa semana que me esperaba. Disfrutaba estar con Iván, un tiempo que apreciaba mucho, ya que no pasaba tanto con él. Me recordó a aquellos veranos con Mariana, buscando mil formas de mantenerla entretenida.

Justo en la mejor parte de mi canción favorita, una llamada interrumpió mi momento. Era Óscar.

—Arruinaste Terminales —me quejé al contestar.

—¡Te tengo la buena nueva, hermano! —exclamó, ignorando mi reclamo. Estaba tan emocionado que no esperó ni un segundo para soltar la noticia— ¡Ya tenemos trabajo!

La palabra trabajo me hizo incorporarme.

—¿Trabajo? —repetí, un poco incrédulo.

—¡Sí! Aunque estuve de vacaciones, también estuvimos chambeando. Ya viste que Pamela ha mantenido activas nuestras redes. Pues el pez picó el anzuelo.

Era cierto. Había notado que Pame seguía subiendo contenido incluso durante las fiestas decembrinas. A veces, mientras navegaba, incluso me salían anuncios de nuestro negocio. Pero no esperaba que tan pronto obtuviéramos un cliente.

Óscar adoptó un tono más serio y me explicó los detalles del evento: una reunión de inicio de año para una ONG, donde presentarían logros y nuevos objetivos.

—Vas a reunirte con la señorita Marina Calderón el día trece de enero —concluyó—. Le dije que podríamos verla la próxima semana, pero ya le urge concretar. Además, no aceptó hacerlo por videollamada; quiere todo presencial.

Me quede pensativo despues mire mi celular y caí en cuenta de la fecha

—¡Óscar, el trece es el miércoles! —exclamé

—Ajá. Perdón por la premura, hermano. Quisiera acompañarte, pero aquí el internet va y viene, y además, yo no llego hasta después de esa fecha.

Suspiré, resignado. No me quedaba otra opción. Aunque me preocupaba que el tiempo para prepararme fuera tan limitado, no podía dejar pasar la oportunidad. Acepté, y Óscar me deseó suerte antes de colgar.

Justo terminando la llamada, mi hermano me marco para avisarme que ya habían salido, lo cual me sorprendió por el poco tiempo transcurrido. Le dije que me esperarán en el estacionamiento.

Caminé hacia allí, con algo de desánimo. Volver al trabajo no solo significaba perder tiempo con Iván, sino también enfrentar lo que aún no encontraba valor para hacer.

Cuando llegué, escuché la voz entusiasta de Iván. Eso significaba que había recibido buenas noticias.

—¡El doctor me atendió rápido! —explicó emocionado. —¡Dijo que, si descanso y como frutas, puedo regresar a la escuela el próximo lunes! —su sonrisa era de oreja a oreja.

—¡Eso es genial! —respondí con entusiasmo, mientras tomaba su mano. Me llevó hasta donde estaban sentados.

—Ya pedimos el carro —anunció Andrés, observando a su hijo con atención, como evaluando si realmente estaba tan bien como decía.

—El doctor Ramón nunca se equivocó con ustedes—comentó mamá, al notar su duda.

—Sí, pero el pediatra de Iván es su hijo —repuso Andrés, frunciendo los labios.

Mientras tanto, Iván, ajeno a la conversación, no dejaba de saltar y hablar sobre todo lo que haría en los próximos días.

—No dudo que sea tan bueno como su padre —intervine, sujetando a Iván, que ya quería correr—. Lo atendió muy bien en el hospital.

—¡El doctor Ratón es genial! —exclamó el pequeño, prestando atención a lo que decíamos.

Andrés no respondió, aunque seguía viéndose inconforme. Pronto llegó el auto, y una vez arriba, Iván no dejó de hablar.

—¡Voy a aprender mucho con mis tíos! —dijo emocionado, ya cerca de llegar a casa.

—Claro, mi cielo. Vas a aprender tanto que ni notarás que faltaste —le respondió mamá con ternura.

—¡Ya no vas a ser mi tío! ¡Ahora vas a ser mi maestro! —declaró Iván con frenesí.

Lo miré por el retrovisor, sintiendo una punzada en el pecho. No podía romperle la ilusión diciéndole que tendría que irme antes de lo planeado. Solo asentí, fingiendo una sonrisa. Andrés notó mi silencio.

—¿Pasó algo? —me preguntó en voz baja.

—Salió trabajo. Voy a tener que irme mañana.

—Es bueno. Seguro Iván lo entiende —respondió con una sonrisa breve.

Sabía que Iván lo entendería, pero eso no significaba que no se pondría triste.

Durante la comida, les conté sobre el trabajo. Aunque la noticia causó entusiasmo, Iván se desanimó un poco. Logré consolarlo prometiéndole que lo acompañaría en su primer día de regreso a la escuela. Mariana también parecía algo triste, así que le prometí un gran regalo para su cumpleaños y le aseguré que estaría allí para celebrarlo, lo que logró que volviera a sonreír.

Esa noche, mamá nos convocó en la cocina, incluyendo a papá, lo que nos hizo pensar que se trataría un tema serio. Para nuestra sorpresa, el asunto era la cena. Sobre la barra había una gran cantidad de bolillos.
—Ya saben qué hacer —indicó mamá, comenzando a sacar los ingredientes del refrigerador.
—Carmita —exclamó papá sonriendo con ternura.
Nos miramos entre nosotros, y luego nos encogimos de hombros con una sonrisa.

Las tortas de jamón nos traían recuerdos de nuestra infancia. Cuando mamá podía cenar con nosotros, siempre traía una bolsa llena de bolillos para prepararlas, y cada uno ayudaba según su edad. La cocina siempre acababa hecha un desastre, pero lo disfrutábamos, ya que eran de las pocas veces que cenábamos todos juntos.

Cada uno retomó su tarea: Gustavo cortaba el pan, Leo embarraba los frijoles y chipotle, yo cortaba el jitomate y ayudaba a Mariana a armarlas. Después, mamá y Andrés las calentaban, y papá las partía antes de hacer el licuado de chocolate. Esta vez, Mariana se encargó de embarrar y poner los ingredientes junto con Iván a falta de Leo.

Todo fue igual que en el pasado, incluso el caos de una pequeña criatura. Iván, como Mariana cuando era pequeña, quería ayudar a todos y, en su intento, causaba más desorden. Aunque no estábamos completos, tuvimos a mi hermano muy presente en la charla que surgió sobre él.

Finalmente, con las tortas listas y el licuado servido, nos sentamos a la mesa. Estos momentos me hacían darme cuenta de cuántos años había desperdiciado sin disfrutar de mi familia.

Cuando ya estábamos satisfechos y apenas podíamos comer algo más, mamá apareció con un flan casero.


—¡Flan! —gritaron Iván y Mariana al unísono.
—Pensé que estabas llena, Mari —observó papá mientras nos servía.
—¡El postre va a otro estómago! —respondió, llenándose la boca.

—Y sigues comiendo como Mowgli —comentó Andrés, tratando de decidir si limpiar a ella o a su hijo.

Me sentía pleno, pese a los años, nada cambiaba, aun con la llegada del Ñeñe todo se mantenía como siempre lo recordaba.

Una vez satisfechos, comenzó el ritual de ir a dormir. Iván pidió que Gus y su Vito lo arroparan, mientras los demás recogíamos la mesa.

Entré a la cocina con los platos sucios. Mamá observaba alrededor, buscando qué faltaba por guardar, limpiar o alzar. Estaba tan concentrada que no notó mi presencia. Me quedé un momento mirándola. El flan me había recordado las muchas veces que me lo sirvió como una forma de reconfortarme cuando estaba vulnerable. A pesar de su aparente mala actitud y nuestra relación deteriorada con los años, siempre tuvo pequeños gestos que hablaban más de lo que decía.

Poco a poco, sentía que estábamos logrando sanar la relación. O al menos esa era mi perspectiva. Habíamos aprendido a ceder en ciertas cosas, lo que hacía que el ambiente fuera menos tenso. Yo intentaba no estar siempre a la defensiva, y ella, aunque a su manera, mostraba su preocupación maternal con más suavidad.

—Acomoda bien los platos, por favor, Alan —ordenó cuando se dio cuenta de que estaba ahí parado, inmóvil. Continuó con lo suyo, sin prestarme demasiada atención.

No obedecí de inmediato; seguí contemplándola. Ahora entendía que su forma de demostrar afecto siempre había sido a través de la comida. Por eso, el gesto de la cena me hizo sentir el impulso de agradecérselo. No era algo habitual en mí, pero sabía que había muchas razones por las que debería haberlo hecho antes.

—Ma —la llamé.

Ella giró hacia mí, ligeramente sorprendida, con un frasco de mayonesa en la mano.
—Gracias —murmuré.

Por un instante, sus ojos parecieron suavizarse, como si no esperara escuchar esas palabras.

—Hubiera querido hacer algo más, pero con tan poco tiempo... —respondió en un tono pausado, olvidando por un momento su tarea.

La calidez en su voz me impulsó a acercarme, pero me quedé inmóvil, como si algo invisible me detuviera. Me balanceé ligeramente, incómodo con mi propia quietud.

—Fue la mejor cena que pude tener —añadí, sonriendo con sinceridad.

Ella asintió y, por un instante, también pareció querer dar un paso hacia mí, pero no lo hizo.
—Has hecho un gran trabajo —dijo, y esas palabras tuvieron un peso especial viniendo de ella.

La última vez que había dicho algo positivo sobre mí apenas y lo había susurrado, como un comentario lanzado al aire. Pero ahora lo decía de frente, con firmeza.

Quise acercarme más, romper esa distancia, pero antes de lograrlo, Andrés entró en la cocina. Mientras mamá confirmaba que había hecho lo que le tocaba, yo dejé los platos en el fregadero. Mi hermano se despidió con un abrazo que, aunque aún no me acostumbraba a recibir, me agradaba. Luego fue con mamá y también la abrazó. Ambos parecían algo rígidos, pero no incómodos.

La escena me hizo sonreír. Mamá estaba esforzándose por ser más cercana, incluso con Andrés, con quien siempre había tenido una mejor relación. El contacto físico nunca había sido su fuerte, pero este cambio era significativo y digno de reconocimiento.

Después de que Andrés se fue, Mariana apareció para dar las buenas noches, informando que había terminado sus tareas. Mamá le dio el visto bueno y, con un abrazo más cálido que el de Andrés, la despidió.

Me alegraba por mi hermana. Ella había conocido a una mamá más amorosa, distinta a la que nos crió a nosotros. No tuvo que enfrentarse a la barrera que todos nosotros habíamos tenido con ella. Sin embargo, esa observación me dejó un vacío extraño. ¿Cómo habrían sido las cosas si mamá hubiera sido así cuando yo era niño?

—¡Vamos, Ali! —me apuró Boo—. Quiero que te quedes esta noche conmigo.

El llamado de mi hermana me sacó de mis pensamientos. Levanté la mirada y mis ojos se desviaron hacia los platos sucios.

—Ve, Alan. Mañana los lavamos —dijo mamá.

—Entonces, también ve a descansar.

—En un momento subo. Vayan —respondió. Mariana se despidió con la mano y subió las escaleras. Yo seguía ahí, incapaz de moverme.

Quería decir algo más, pero las palabras se me atoraron. Entonces, me incliné hacia ella y le di un beso en la mejilla.

Por un momento se quedó extrañada, y luego, una pequeña sonrisa apareció en su rostro. Puso su mano en mi brazo y lo estrechó con verdadero afecto.

—Descansa, hijo. Mañana es un día importante —se despidió.

Sin decir más, se giró hacia el refrigerador para guardar el frasco que aún sostenía. Me quedé un instante más observándola, mientras volvía a revisar con la mirada qué más faltaba por hacer. Finalmente, la dejé en su mundo, sabiendo que probablemente solo papá podría convencerla de ir a descansar.

Me fui tras Boo, sintiendo que, aunque no logré expresar todo lo que quería decirle, había dado un paso más hacia ella.

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