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Regreso a casa

Me pareció tan reconfortante sentirme rodeado por mi familia, aunque no estuviera Andrés y las cosas con mi madre no estuvieran del todo bien, me sentía protegido y de a poco todo el peso que andaba trayendo se aligeró un poco, el bonito momento se vio interrumpido de golpe cuando Leo se levantó dando un respingo.

—Acabo de acordarme—dijo de repente mirando a Joaquín—¿Dónde está el ese?

—¿El ese? —preguntó él ya que era a quien parecía dirigirse, mi hermano comenzó a mover las manos como intentando describir algo.

—El ese del aquel —insistió, Pato se quedó pensando por un momento.

—La —comenzó a deducir, pero Leo lo interrumpió.

—Aja la cosa esa.

—Tú lo traías.

—¡Te dije que lo agarraras, me estaba amarrando las agujetas! —le reclamó.

—Y yo pagando.

—Ay, pero ¡como Joaq! —le espetó, sujetando su cabeza con ambas manos alterándose.

Nadie en la habitación entendía esa conversación. La discusión continuó un poco más hasta que finalmente llegaron a un acuerdo que solo fue claro para ellos, ambos se incorporaron y se despidieron diciendo que tenían una misión que cumplir prometiendo volver para la tarde, nadie se opuso ni comentó ni menos preguntó simplemente los dejamos ir, la siguiente en levantarse fue Mariana que empujó a Gus.

—Ese pastel ya cumplió su cometido—anunció con seriedad.

—Es cierto, deberíamos comprar algo para desayunar—aprobó mi padre.

—¿Qué quieren comer? —pregunto mamá mirándonos a los que quedábamos, aunque tuve la impresión de que se dirigía más a mí.

—¡Chila...! —comenzó a decir mi hermana, pero la interrumpí.

—¡No! —grité dejando asombrados a todos—Me altera la gastritis—expliqué tratando de sonar más tranquilo.

—Pero si eso te gusta mucho Alan ¿Desde cuándo te caen mal? —cuestionó mi hermana sorprendida.

—Desde que cumplió 26 niña—respondió Gustavo que pareció que entendió el motivo—Porque no unos huaraches—sugirió.

—¡Es lo mismo! Mejor tráele una ensaladita en todo caso—sugirió de manera un tanto sarcástica.

—Ya veremos que encontramos en el camino—dijo mi madre evitando que se siguiera quejando.

—¿Encontraremos? —quiso saber Mariana al escuchar el plural.

—Si, necesito a alguien que maneje y quien me acompañe.

—¿Y papá?

—No puede estar del tingo al tango, ya lo sabes—respondió nuestra madre mientras comenzaba a apresurarlos, por como veía a mi papá observándome con su sonrisa serena en realidad estaba esperando la oportunidad de hablar conmigo y mi madre estaba haciendo lo posible para que lo consiguiera.

—Pero mamá—se quejó mi hermana.

—Ándale—la apremió con su mirada que hacia obedecerla sin rechistar, por lo que mis hermanos acabaron siguiéndola, aunque Mariana continuó reprochando ligeramente.

Una vez que dejamos de oír las quejas, mi padre se sentó cerca de mí.

—Desde lo del hospital había querido hablar contigo Al—comenzó a decirme—pero no había habido oportunidad ¿Cómo estás? —me hizo la misma pregunta que el día que fui a verlo por su cumpleaños y aunque en aquel entonces que me parecía eterno de eso le contesté de manera un poco evitativa, en esta ocasión y dadas las circunstancias no podía mentirle.

—No ha sido precisamente mi mejor año—admití, mi papá me miró con atención dándome a entender que podía contarle—renuncié al trabajo—confesé.

—Si, algo había oído de eso.

—¿Mamá te dijo? — asintió por respuesta.

—Está preocupada por ti—por más que trataba de ver el lado bueno de las personas me costaba mucho trabajo y más después de lo que me dijo la última vez que hablamos. —Al ¿Olvidaste lo que te dije la otra vez? —me cuestionó mirándome por encima de sus anteojos.

—No, pero es que—intenté decir, pero me interrumpió.

—Para ella, el trabajo que tenías le daba la tranquilidad de que te iría bien hijo, lamentablemente en esta época es tan difícil conseguir un trabajo estable y seguro que cuando se consigue uno espera quedarse hasta que se jubila, pero también se empiezan a abrir otros caminos y es lo que para los de nuestra edad lo ve difícil casi imposible. Mamá teme que lo que haces no te de la suficiente estabilidad para que estés bien.

Me gustaría que mi madre fuera capaz de decir las cosas sin herirme, papá siempre tenía que estarme traduciendo sus actitudes y palabras, si no fuera por él hacía mucho tiempo que quizás ya hubiera desistido de intentar estar en paz.

—Yo tampoco estoy confiado en que lo que estoy haciendo realmente me sirva para siquiera sobrevivir, no pienso quedarme como estoy ahora.

—Se que el dinero es importante, pero también lo es tu felicidad hijo, no trabajes solo para trabajar, encuentra eso que te haga feliz y a la vez te brinde estabilidad. No sólo te vayas por un buen sueldo o una buena empresa, también es válido que trabajes para tus propios sueños—me dijo con una voz confiada que casi me daba la seguridad para hacer caso a sus palabras—e independiente del trabajo ¿Cómo estás? —volvió a preguntar.

Mi padre era a la persona que menos le podías ocultar nada, bien sabía que él debía estar al corriente de muchas cosas que yo ni siquiera tenía idea, aunque dado que estuve lejos de casa no creí que también supiera de lo que viví en el último año, pero por la manera en que me miraba y hablaba solo estaba esperando que saliera de mi boca.

—Con lo de mamá lo he pasado un poco mal—admití.

—No puedo hablar por tu madre, pero casi puedo asegurar que eso mejorará hijo—hizo una pausa—con el tiempo—añadió.

Yo no podía verlo así, al contrario, cada vez veía más cercano aquella sugerencia de Joaquín sobre simplemente cortar lazos.

—Al—me llamó, alcé la mirada ya que había evitado mantenérsela, se agachó por un momento y apareció con una bolsa de plástico—tengo tu regalo, aunque en realidad tenía pensado dártelo para el año pasado, pero quería ser yo quien te explicara su razón, es por eso por lo que no se los di a tus hermanos para que te lo entregaran.

Se acercó un poco más a mi para dármelo, lo tomé y sentí que era algo un poco pesado, me asomé a la bolsa, dentro había lo que parecía ser un reloj lo saqué para observarlo mejor.

En efecto era un reloj de repisa hecho de madera, era evidente que estaba fabricado a mano. Me pareció que ya había visto uno parecido, alcé mi mirada y recorrí con mis ojos la habitación.

—Si, también a tus hermanos les he dado uno—comentó mi padre justo en el momento cuando encontré el objeto que recordaba similar, encima de la cajonera donde Leo guardaba su ropa se encontraba un reloj casi igual, la única diferencia era el color y la forma.

—¿Por qué? —quise saber con bastante curiosidad, me sonrió con ternura, tal como lo hacía cuando era pequeño y preguntaba algo, se quedó un momento viendo el reloj y después habló.

—Mi padre nos regaló uno así cuando cumplimos 20 años tanto a tu tío como a mi—comenzó a contarme—Tu abuelo lo hizo a esa edad porque creía que era el momento en el que se comenzaba a tener un enfoque más maduro, había otras preocupaciones por las cuales ocuparse, el pensamiento infantil tenía que ser dejado para crecer sin embargo el deseaba que no nos enfocáramos solo en el futuro, decía que en su experiencia cuando te vuelves un adulto empiezas a enfocarte o solo en el pasado viviendo con remordimiento por tus errores o en el futuro pensando en el siguiente paso y te olvidas de disfrutar el presente—mi padre hizo una pausa y su semblante cambió ligeramente, aunque sonreía podía percibir cierta tristeza—quise conservar esta tradición para que no olvidaran esa idea como yo lo hice—la voz le tembló un poco, pero continuó—aunque se los entregué hasta los 25 porque los tiempos han cambiado, ya no es la misma época en la que crecí, por fortuna el tiempo va un poco más lento, sus responsabilidades reales no comienzan hasta más a delante, es por eso que esperé hasta ese momento—añadió—Al—acto seguido de llamarme puso su mano sobre la mía—los momentos tanto buenos como malos son solo momentáneos, no te estanques en eso, disfruta cada día y vive el hoy, no pienses en lo que pudiste hacer diferente ni te obsesiones con tu futuro, el tiempo es corto y cuando menos ves han pasado tantas cosas que ni te enteraste solo por perderte en un instante. — terminó su reflexión.

Sus palabras me habían calado en lo más hondo, la filosofía de mi abuelo extendida a mi padre tenía sentido sobre todo si lo veía desde su propia experiencia de vida.

En mis últimos años siempre me tambalee obsesionándome en pensar tanto en el pasado como en el futuro olvidándome del hoy, hacía mucho que no sabía disfrutar solo el día en el que estaba viviendo y cuando acabara simplemente dejarlo ir, a decir verdad era bastante cansado querer solo correr hacia el siguiente paso sin siquiera disfrutar el proceso, sentí un nudo en mi garganta y de nuevo los ojos se me comenzaron a poner borrosos, de por si solía llorar por cualquier cosa pero últimamente estaba peor de sensible.

Me pasé la manga por los ojos, y observé con cariño el objeto que tenía entre las manos, ese regalo era especial, no solo porque lo había hecho mi padre sino porque también era como si mi abuelo también hubiera intervenido en su creación. En mi contemplación noté que no era 100% simétrico.

—¿La forma asimétrica es a propósito?

—En efecto—respondió sonriéndome—todos los que hecho tienen algún desperfecto, esto es con el fin de recordar que el tiempo, aunque no sea perfecto, siempre es bello.

Sonreí sintiendo unas inevitables lagrimitas en los ojos, no sabía que sería de mi sin las sabias palabras de mi padre, lo admiraba demasiado.

—Es el mejor regalo—dije aun sonriendo.

Mi padre se levantó y me abrazó.

—Te quiero Al, nunca lo olvides, todos en esta familia deseamos que seas feliz—eso hizo que finalmente el nudo en mi garganta se desatara y acabara llorando un poco más, mi padre me apapacho con más fuerza. No recordaba cuando fue la última vez que me abrazó de esa forma, frotaba mi espalda, reconfortándome. Ese abrazo lo sentía como cuando pasas mucho tiempo lejos de casa y finalmente regresas, algo así había sido en los últimos años, aunque seguía cerca era igual a estar a kilómetros de distancia, pero al fin había regresado, volvía a estar en mi hogar, mi familia.

Nos separamos gracias al borlote que comenzamos a escuchar acercándose al cuarto, en poco tiempo en la habitación volvieron a entrar Joaquín y Leo con un objeto entre las manos.

—Rescate logrado—anunció mi hermano mientras se acercaba a mí con un peluche de llama que casi le llegaba a la cintura.

—Hijo ¿Qué es eso? —preguntó con asombro mi padre.

—¡Una llamota! Joaq lo vio y pensó que sería el regalo ideal—explicó con una sonrisa viendo de manera cómplice a Pato quien también sonreía ampliamente

—Solo hubo un pequeño detallito y ya andaba hasta Hércules—añadió Joaquín.

—¿Qué hacía hasta allá? —cuestioné con asombro ya que ese municipio estaba un poco lejos de donde estábamos.

—Solo quiso conocer un poco, pero regresó—respondió sonriente mientras me lo entregaba, lo tomé entre mis manos, era el peluche perfecto para usar de almohada y abrazar, eso hice en cuanto lo tuve.

—¡Es tan esponjoso! —dije apretándolo.

—Sabía que le encantaría—expresó triunfante Joaquín mientras sacaba su celular y me tomaba una foto.

—Pobre de ustedes si la veo circulando en mi perfil—amenacé.

Leo miró el celular que le enseñaba Pato.

—Pero si te ves adorable hermanito—se burló, por fortuna heredé igual que todos mis hermanos la mirada fulminante de mamá que no dejaba cabida a ninguna réplica

Al poco rato también llegaron mi madre junto con Gus y Mariana con el desayuno por fortuna lograron disuadirla de los chilaquiles y en vez de eso trajeron la sugerencia de mi hermano, unos ricos huaraches.

Sabía que no siempre iba a poder evitar las cosas que me recordaran a Marck, pero en lo posible deseaba evadirlas, quizás nunca volvería a poder comer chilaquiles.

Mientras desayunábamos vimos películas de Pedro Infante un gusto que compartía con mi madre, aunque para Mariana llegaban a ser excesivamente dramáticas y románticas para su gusto es por esa razón que pasamos viéndolas con sus comentarios de por medio que, aunque hacían que mi madre la mirara con reprobación, de vez en cuando lograba sacarle una que otra pequeñísima sonrisa.

Bu fue de nuevo la que recordó la hora de la comida, quejándose que el huarache fue muy ligero.

—¡Te comiste uno y medio! —exclamó escandalizado Leo.

—¿Crees que eso es suficiente? —le respondió con descaro

—Debería ¿Como le cabe tanto a un cuerpecito tan chiquito?

—No te fíes del tamaño, son los que más comen—dijo Joaquín.

—¡Pato! —se quejó haciendo un puchero, Pato la abrazó con ternura.

—Es mejor comer bien pequeña—la alentó a lo que Leo solo puso los ojos en blanco.

—¿Quedó comida? —preguntó mi madre.

—Un poquito de todo—respondió Gus.

—Bueno pues vamos a calentarlo. —ordenó movilizándolos. —Mariana, Leo—ambos reprocharon al unísono

—Yo voy Carmita—le dijo mi padre poniéndose de pie.

—Yo también voy—añadió Joaquín

—No se salvan necesitamos manos, son muchos platos para traer—les ordenó a mis hermanos, ella empezó a salir junto con mi padre y Joaquín.

—Orita vamos—rezongó mi hermano, aunque no se movió de donde estaba.

—Tres segundos—añadió Mariana.

—¿Que comida? —quise saber, en el único momento en el que hubo comida preparada en el refri fue antes de lesionarme.

—Pues todo lo que has dejado en la semana, mamá no nos dejó tocarlo—me respondió Leo, miré a los tres sin comprender.

—¿De dónde crees que hemos sacado la comida en esta semana? —me cuestionó Gus, era algo que ni siquiera me había planteado, simplemente había estado comiendo en automático.

—¿Crees que tenemos la capacidad de hacer algo comestible? —añadió mi hermana.

—Ni siquiera Joaq podría, él solo hace cosas con mucho aceite—secundo Leo.

—Y lo que necesitas es comer bien—continuó Gus.

Empecé a recordar todo lo que había comido en esos días, aunque más bien lo que estaba recordando era la sensación que me provocaba.

Haciendo memoria cada bocado me hacía sentir una calidez parecida al abrazo que me acababa de dar mi padre, solo conocía una comida que podía lograr algo así y esa era la de mi madre.

También caí en cuenta que había estado comiendo flan de postre, algo que mi mamá me había llegado a dar cuando me notaba triste, desanimado o cansado hasta hubo ocasiones en que me dejó comerlo antes de la comida lo cual era algo que raras veces nos permitía.

—Mamá ha estado muy al pendiente estos días Ali—me dijo mi hermana con una sonrisa.

—¡Mariana! ¡Leonardo! —se oyó que gritaba nuestra madre desde la cocina.

—Y es en el momento en que corremos—chilló con temor Leo mientras salía corriendo hacia allá con Bu detrás.

—Todos te han cuidado a su manera —comentó Gus quien se quedó conmigo al no ser requerido.

—¿Y Andrés? —me fue inevitable preguntar por él, el día iba maravilloso pero el hecho de que ya estuviera siendo casi de noche y siguiera sin siquiera llamar me bajaba un poco el ánimo, aunque a veces me pareciera insoportable.

—Debe tener una buena razón para no haber podido venir—me respondió tratando de calmarme.

En mi mente pasó una muy buena razón, el hecho de que había llegado al punto en que entre más lejos estuviera de mi mejor para él.

—No te mal viajes Alan—me advirtió como si leyera mis pensamientos.

—Debe odiarme—solté.

—Ningún hermano puede odiar por más problemas que haya —expresó con firmeza después de eso tomó su celular con un gesto de preocupación y luego salió del cuarto diciendo que vería en que podía ayudar.

No dudaba que en realidad fue a ver si podía contactar a Andrés, no entendía porque lo necesitaba si casi siempre que estábamos en el mismo espacio acabábamos discutiendo.

Comimos con tranquilidad, en efecto tuvimos un delicioso buffet de las especialidades de la semana como decía mi madre.

Era increíble como pasé por alto un detalle así, sabía lo mucho que le costaba a mi mamá hacerse un tiempo para cocinar sobre todo si su horario variaba, el hecho de que lo hubiera estado haciendo diariamente debió ser una odisea.

Algo más que me sorprendió al final del día cuando mis padres ya se habían ido a descansar fue el regalo que me entregó mi hermana por parte de nuestra madre, un libro de repostería dejándome confundido, no entendía por qué decía una cosa y actuaba de otra forma, quisiera que por una vez coincidiera lo que decía y hacía, pero eso parecía imposible.

Por parte de Gus y Mariana recibí unos tenis con la condición de que me tomara con más calma las cosas pero que siguiera disfrutando de lo que me gustaba hacer, también recibí un video de las señoras de zumba mandándome felicitaciones.

Estaba siendo el mejor cumpleaños que había tenido, aunque claro no podía dejar de lado el que festejé con Marck.

Me fue inevitable mientras teníamos nuestro tradicional maratón nocturno de películas en los cumpleaños sin importar nuestras actividades del día siguiente, acordarme de hacía un año.

Conforme la fecha se acercaba más mal me sentía, porque no era cualquier año, era justo en el que cumplía 25 y según la tradición de mi familia, mi tío nos festejaba en grande.

Solíamos ir el fin de semana previo a la fecha, mi tío organizaba una fiesta donde medio pueblo iba porque al parecer mis abuelos habían sido muy queridos y eso se hizo expansivo a sus hijos y nietos.

Recordaba las fiestas de cada uno de mis hermanos mayores, comíamos y bailábamos sin descanso y de no ser porque teníamos que volver a la rutina hubieran durado la semana entera.

Desde que había cumplido 20 esperaba por esa fecha que simplemente no sucedió, no supe que pretexto habrán dado, pero cualquiera sonaría razonable ya que mis hermanos mayores con el trabajo se dificultaba cada vez más hacer un viaje así.

No esperaba pasar un gran cumpleaños, Marck se había ido, yo estaba solo con una pizza grande fue en el momento que más sentí la falta de mi familia.

Aunque al día siguiente los vería gracias a Mariana que fue la que siguió intentando mantenerme cerca no me animaba lo suficiente.

El día finalizaba, había sido casi uno como cualquier otro hasta que Marck recordó en que planeta vivía y apareció cuando ya había dejado de esperarlo.

Podría parecer simple e improvisado lo que hizo, pero fue suficiente para regresarme la alegría, porque puso todo de si para compensar su dispersión. Podía notar el esfuerzo que hizo por acabar haciéndolo especial, no me importó que el globo fuera para graduación o que mi regalo viniera mal envuelto, me era suficiente con que el estuviera ahí conmigo.

Debía admitir que el detalle de las flores me alborotó, en mi vida alguien me había dado unas sin contar las que recibí por parte de mis hermanos en mi graduación. Aún conservaba una seca que había metido en un libro.

Aunque había estado rodeado de mucho cariño no podía evitar seguir teniendo un ligero sentimiento de melancolía, suponía que era razonable. 

En ese momento recordé lo que había hablado con mi padre, volvía a perderme en un instante del pasado, en este momento debía disfrutar a la gente que me rodeaba, disfrutar las carcajadas infantiles de Leo y Mariana, sus comentarios de las películas que veíamos, comprendí que debía empezar a soltar lo que viví con Marck, simplemente debía atesorarlo como uno de los momentos más preciados de mi vida y seguir adelante, enfocarme en los que ahora estaban conmigo y dejarme de obsesionar con que es lo que haría a continuación, comencé a tener ese ardiente deseo de empezar a disfrutar más mi vida.

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