No hay nada eterno
Después de un largo y silencioso camino llegamos a la casa, me dirigí a la habitación con ganas de tirarme a la cama, Pablo iba detrás de mí, en ese momento deseaba estar a solas, pero no encontraba alguna manera amable de pedirle que se fuera, me dejé caer sobre el colchón, él se acostó a mi lado y comenzó a jugar con mi mano.
—¿Estas b... —comenzó a preguntar, pero lo interrumpí
—No quiero hablar de lo que pasó.
—Está bien... ¿Qué quieres hacer el 31? — Me preguntó con timidez como dudando si era lo mejor preguntar eso en este momento, a decir verdad, mi entusiasmo estaba en cero.
—Deberías ir con tu familia— le respondí, me miró con cierta tristeza.
—¿No quieres estar conmigo? —Me acerqué y le di un beso corto.
—No es eso —intenté endulzar lo más posible mi voz— solo que deberías pasarlo con tu familia, no fuiste en Navidad deberías ir.
—Pero...—comenzó a reprochar, de nuevo lo interrumpí.
—Disfruta ahorita que puedes, al rato vas a tener que trabajar y las visitas cada vez van a ser menos frecuentes.
—¿Estás seguro?
—¡Claro! Voy a pasarlo con mis hermanos —le aseguré con una sonrisa lo más firme posible, pareció convencido ante mi respuesta
—En ese caso voy a hablarles, lo mejor es que me vaya mañana—anunció sonriente se puso de pie y antes de salir de la habitación me besó.
A decir verdad, no esperaba que se decidiera tan rápido, pero había logrado apartarlo de mí.
Al día siguiente era cumpleaños de Gustavo por lo tanto no pude ir a dejar a Pablo a la estación, nos despedimos por la mañana y cada uno tomó su camino, aunque por fin podría estar un tiempo a solas, sabía que cuando regresara en la noche mi ánimo no mejoraría sino al contrario.
Me reuní de nuevo con mis hermanos en el mismo restaurante donde celebramos Navidad apenas hace unos días atrás, en cuanto nos sentamos le entregué a Leo el maldito costal casi aventándoselo.
—Ves como si lo tenías—comentó con una sonrisa de oreja a oreja, mi respuesta fue una mirada fulminante, si tan solo supiera lo que tuve que pasar por ir por esa cosa naranja.
—Tranquilo no lo mates—dijo Mariana al notar mi mirada.
—Eres el mejor hermanito—expresó Leo con cariño y fue abrazarme, palmé su brazo como respuesta.
A pesar de todo y aunque había acabado con el corazón aún más pisoteado había sido bueno ese baño de realidad que si bien ya lo sabía, escucharlo de la boca de Marck fue más contundente y me dejó más clara las cosas sin poder divagar.
—Oye, ese morral... ¿Acaso...? —empezó a señalar Andrés, pero Leo lo interrumpió.
—Deberíamos comenzar a pedir, me muero de hambre—dijo de manera veloz, mientras regresaba a sentarse y escondía el objeto debajo de la mesa.
—Ahora entiendo porqué la insistencia—masculló Andrés.
—¡Mira! Tienen pierna de lomo ¡Tu favorito! —Dijo Leo volviendo a darle la vuelta al tema, tanto Gus como Mariana y yo nos quedamos viendo de manera cómplice, parecía que había algo entre ellos de lo que nosotros no estábamos al corriente. Sin embargo, Leo siguió divagando por más temas, aunque solía ser una persona muy platicona y hablaba de todo y nada, era evidente que estaba haciendo lo posible para que Andrés no volviera a abrir la boca.
Había olvidado lo mucho que podía animarme estar con ellos, al final del día mi humor mejoró bastante, aunado con la extraña noticia que me dio Mariana, nuestros padres irían a pasarlo con mi abuela, era muy raro ya que apenas y teníamos relación con ella. Por fortuna no nos vimos obligados a ir, por lo tanto, me invitaron a la casa a celebrar el fin del año. Eso fue suficiente para que me sintiera mejor, el hecho de pasar año nuevo solo me hubiera deprimido aún más.
El 31 de diciembre como a eso del mediodía me dirigí hacia mi casa, el camino me hizo recordar cuando regresaba de la escuela, desde que empecé la primaria con quien volvía eran mis hermanos siempre fuimos a la misma escuela hasta que entraron a la preparatoria.
Solíamos ser quienes molestaban a los pasajeros con nuestro relajo, platicábamos, reíamos y cantábamos, a lado de ellos nunca podía sentirme triste.
Al bajar del camión, caminé hacia mi casa, era increíble que todo siguiera igual, la tienda de la esquina donde mi padre todos los domingos nos llevaba por dulces a escondidas de mamá, la tortillería donde jugaba a las maquinitas con el cambio que quedaba, hasta el hoyo por el cual casi me quedo sin hermana seguía ahí, era como si el tiempo no pasara por esas calles.
Finalmente llegué frente al portón, pasé por el zaguán hasta entrar a la estancia, donde me quedé parado contemplando el lugar, la pared que estaba a mi izquierda estaba llena de las fotos más importantes porque en las escaleras y en la segunda planta había más, con cinco hijos era fácil tapizar la casa con fotografías.
Detrás de la sala se encontraba el comedor y a continuación una pared con una ventana de medialuna que separaba la cocina, siempre me había gustado ver a mi mamá cocinando, aun pese a que su trabajo a veces no se lo permitía.
—¡Llegaste! —exclamó una vocecita animada que me abrazó con fuerza, le correspondí el abrazo.
—¿Acaso pensabas que no lo haría? —mi hermana alzó la mirada y me sonrió dándome a entender su respuesta.
—Tenía un poquito de duda—admitió.
—Yo tenía más que nada temor—dijo Gus que iba saliendo del baño.
—¿Temor? —pregunté.
—Temor de tener que cocinar—me reí, la cocina no era su fuerte, aunque podía lograr comidas lo suficientemente decentes como para sobrevivir, y ya ni digamos de los demás, su capacidad culinaria era nula.
—Pues ya llegó su salvación—anuncié, mi hermano se acercó a nosotros y nos rodeó con sus brazos estrechándonos, era un gesto un tanto extraño, no era precisamente como un osito cariñosito pese a su facha esponjosa.
—Qué bueno que estas aquí—después del momento amoroso nos soltamos.
—¿Y Leo y Andrés?
—Los mandamos por las uvas y papitas, quedamos que ellos se encargarían y ya vez—respondió con disgusto mi hermana.
—Bueno ¿Qué hacemos mientras? —quise saber.
—Pongamos una película—sugirió Gus, tanto Mariana como yo estuvimos de acuerdo, algunos minutos después regresaron mis otros hermanos y se nos unieron.
Por la tarde como era costumbre en esos días pedimos pizza para la comida, si mi madre nos viera comiendo en la sala no hubiéramos llegado al año siguiente.
Cuando cayó la noche empecé a preparar la cena, el único que había logrado que me ayudara era Andrés, aunque tampoco es que hubiera mucho que hacer.
—No puedo creer que la abuela los haya invitado—comentó mientras pelaba unas manzanas.
—A lo mejor ya se va a morir—expresó Leo que solo nos miraba trabajar desde la sala.
—Leonardo, no digas eso—le reprendió Gus quien estaba parado cerca de la mesa.
—¿¡Cuántas veces debo decirles que no me digan así!? —se quejó. —por algo mamá me puso solo Leo.
—En realidad fue el juez—dije metiéndome en la discusión.
—¿Por qué? —quiso saber Mariana que estaba en el sillón junto con Leo.
—Por que llegaron justo poco antes de la hora de la comida, al juez le dio flojera y para rápido lo registró como Leo—expliqué, ella se rio.
—Increíble.
Seguimos conversando en lo que estaba lista la comida, me había decidido por algo simple, mamá tenía la teoría que la sazón depende de tu humor, por lo tanto, era posible que, si intentaba cocinar algo más laborioso, mis hermanos se darían cuenta que algo me pasaba.
Con la cena lista, pasamos el resto de la noche jugando y viendo películas hasta poco antes de la media noche.
—Pronto va a empezar el conteo—anunció Gus—¿Están listas las uvas?
—Aquí—le respondió Andrés que estaba dejando el último plato en la mesa.
—Apaguemos las luces—dijo Leo.
—¿Para qué? —le pregunté.
—¡Para encender el árbol! —gritó emocionada mi hermana.
—¿Eso no lo hacemos en Navidad? —cuestioné.
—Pero no estuviste, así que aprovechando que ahora estamos todos—dijo complaciente mi hermano mayor.
Sonreí, era un gesto muy lindo de parte de ellos, sabían que era algo que me gustaba hacer en esas fechas, aunque desde el primero de diciembre poníamos el arbolito y durante todo el mes lo encendíamos, el 24 no lo hacíamos hasta que daba la media noche, era nuestra tradición, misma que había extrañado.
Todos tomamos nuestro plato con doce uvas y nos fuimos a sentar en el piso alrededor del árbol, Leo había apagado las luces, Andrés puso en su celular la trasmisión donde estaban por poner las 12 campanadas.
El conteo comenzó, se suponía que por cada uva pedías un deseo, aunque siempre se me hizo imposible pensar y comer a la vez en 12 segundos, además era un asunto serio que necesitaba pensarse. Al final acabé como ardilla con un único deseo en la mente, que esta vez el 2016 me diera algo de tregua. Necesitaba que las cosas dejaran de pasar en efecto dómino, algo de tranquilidad no me vendría mal.
Mi reflexión interna se vio interrumpida cuando las luces deslumbrantes del árbol iluminaron la sala, una discusión que ya me suponía que pasaría comenzó, Andrés y Mariana siempre peleaban por el tipo de luces, uno prefería que fueran de un solo color mientras que la otra deseaba que parpadearan todos.
—¿Habrá un año que no peleen ustedes dos? —los reprendió Gustavo.
—¡Es que Mariana!
—¡Yo que! Estas fechas son coloridas, por lo tanto, también deben ser así las luces.
—¡Pero no se ve bonito!
—Coman sus uvitas—les dijo Leo mientras les metía tres uvas en la boca a cada uno impidiendo que pudieran hablar.
—Bueno, ahora si pasemos a la mesa—los invité tratando de solo enfocarme en el presente.
Todos se levantaron para ir a comer, fue una cena agradable cada vez podía volver a ser más como había sido siempre con ellos, esa reunión había sido reconfortante. Después de la comida comenzamos a beber, aunque Andrés estuvo en contra de darle alcohol a Mariana, pero ya que le faltaba para la mayoría de edad.
De a poco el ánimo fue subiendo de intensidad y ya todos bailaban y cantaban por su parte, llegó un punto en que me sentí cansado y me fui a tirar al sillón mientras los veía a mi alrededor, me recordó un poco la escena del Inocente de Pedro Infante, se ponían bastante divertidos cuando tomaban, en especial Andrés, no era precisamente la persona más cotorrona en condiciones normales.
Leo se dejó caer a un lado de mí y echó su cabeza para atrás sobre el respaldo.
—Hacía mucho no brincaba como liebre—expresó aun tratando de jalar aire, me reí.
—¿Dejaste el alcohol? —él se incorporó.
—Dejé de tomar por diversión—admitió. —ha sido un año un poco complicado.
—¿Te ha ido mal con Bárbara?
—Ah, no te había dicho ¿Verdad? Terminamos poco antes de mi cumpleaños.
—¿En serio?
—La verdad es que no me importó demasiado, solo fue un pretexto para salirme de la casa.
—¿Por qué te peleaste con mamá? —me sorprendía lo poco que sabía de mi familia en los últimos meses.
—Porque cuando le dije que iba a juntarme con ella pensó que era porque nos casaríamos—dijo la última palabra con un escalofrío—básicamente, tendrás problemas con ella si le dices que no.
Torcí la boca.
—Con razón he peleado con ella casi que desde que nací—Leo se rio. —¿y si ya no vives con ella donde acabaste?
—Con Gus, ya ves que tiene un cuarto extra.
—Ah ahora entiendo porque últimamente andan siempre juntos.
—Ya no te desconectes tanto enano, te tengo que contar mi vida como si fueras un extraño—le sonreí un tanto apenado.
—Lo siento—él pasó su mano por mi cabeza despeinándome.
—¿Y tú qué? ¿No tienes nada que contar? —inquirió.
—¿De qué o qué? —Leo no solía ser alguien que se percatara de su alrededor, al menos no lo expresaba, tampoco era de mostrar preocupación por lo tanto me sorprendió su pregunta.
—Apenas y has sonreído en toda la noche, además, aunque el alcohol no te haga al menos nos sigues el juego.
No supe que responder, no acostumbraba a contarle nada más que a Gustavo, con Leo siempre era más de echar despapaye.
—¿Pasó algo con aquel? —preguntó de repente, sabía a quién se refería.
—¡No! Que dices por qué dices, que preguntas.
—Aja, te cache enano. Cuando mientes tartamudeas así, y tus ojos parpadean demás—había subestimado cuanto me conocía mi hermano.
—Solo tuvimos algunos problemas, pero nada grave—traté de sonar lo más firme posible y mantener los párpados inmóviles.
—Mmm si tienes problemas sabes que puedes contar conmigo, sé que nunca nos hemos llevado como lo haces con Gus, pero al fin y al cabo soy tu hermano.
—Gracias—respondí, Leo pasó a la etapa cariñosa y se me acurruco como gato sobre mi estómago, poco a poco todos comenzaron a caer a saber dónde, ya en la mañana lo descubriríamos.
No supe en qué momento se callaron o a que hora me quedé dormido, a la mañana siguiente desperté acostado en el sillón, me incorporé buscando a Leo, él había acabado en el piso con las piernas encima del otro sillón.
Algo decía entre dientes, pero era inaudible.
Me levanté y me dirigí hacia el baño, en el camino comprobé que en efecto los demás habían acabado donde pudieron.
Gus estaba tirado sobre la mesa mientras que Andrés estaba sentado en el piso con Mariana acostada sobre sus piernas.
Lo brinqué y pasé con sigilo. El baño se encontraba al lado derecho del comedor poco antes de la cocina.
El único efecto después de tomar tanto, aparte de la cruda, eran las ganas de orinar como si me hubiera tomado tres litros de agua de un jalón.
Después de vaciarme, me lavé las manos y me mojé la cara para refrescarme.
Sali y me fui al fondo del pasillo donde se encontraba una habitación que mi padre había adaptado como su taller, apenas acercarse llegaba un aroma a barniz y madera, me gustaba mucho ese olor, aunque sentí una punzada al verla vacía.
Si no estaba en la cocina, donde solía encontrarme era en el taller con mi papá. Pocas veces lo ayudaba ya que nunca fui demasiado hábil para las cosas manuales, pero me gustaba escucharlo chiflar mientras construía algo.
Sentí qué alguien recargaba su cabeza en mi espalda, me giré haciendo que se fuera casi de bruces, era mi hermana que se notaba qué nunca había tomado así, la sostuve.
—¿Qué tal la cruda? —pregunté divertido al ver su estado tan deplorable.
—Es horrible—se quejó con la voz ronca.
—Pero qué tal anoche.
—La verdad es que no recuerdo mucho—ella se incorporó y se estiró. —es extraño ver vacío el taller ¿verdad?
Asentí, aunque papá trabajaba mucho en su tiempo libre se la vivía ahí.
—¿Esa mesa la acaba de hacer? —pregunté al notarla en el fondo, aún le faltaban dos patas.
—Ah sí, me dijo que estaba haciéndola por si la llegaras a necesitar.
—¿Yo?
—Claro, ahora que vives solo podrías necesitar una mesa. —Sonreí con tristeza—¿Por qué te alejaste de él? —me cuestionó mi hermanita.
—Sabes la razón Boo.
Siempre decía que por mamá me había acabado apartando también de mi padre, pero otra razón también era que tenía miedo de haberlo decepcionado.
—No creo que sea demasiado tarde para arreglar las cosas, me gusta cuando todos nos reunimos—añadió, la rodé con un brazo y la estreché besando su cabeza.
—Las cosas no son tan sencillas ya lo sabes.
Ella suspiró.
—Lo sé, pero por primera vez podrías dejar de ser tan Castro —la alejé un poco para observarla.
—¿De qué hablas?
—Son bien orgullosos nunca ceden, ya ves mamá con la abuela ¿Te gustaría vivir, así como ellas?
—La situación es distinta.
—Pero el resultado puede ser el mismo—volví a acercarla a mí, ella me rodeó con sus brazos.
No le respondí, tenía razón. Veía la situación con mi abuela y era bastante desagradable, aunque mamá decía que no le importaba yo sabía que le dolía tener una relación tan
distante con su madre.
—Con que aquí están—exclamó una voz de sapo detrás de nosotros haciendo que nos sobresaltáramos.
—¡Andrés! —Le reclamó Mariana a quien acababa de aparecer.
—¿Los asusté? —preguntó adormilado.
—¡Si te apareces de repente con esa voz cómo no! —siguió quejándose mi hermana.
—Así tendrás la conciencia —ellos siempre se la vivían peleando, Boo me soltó para poder discutir a gusto con él.
Dado el ruido que estaban haciendo también Gustavo revivió.
—¿Ni por los crudos tienen piedad? —se quejó sosteniéndose la cabeza.
—¡Es que Andrés es...! —no pudo terminar su insulto porque el aludido la interrumpió.
—¡Tú también tienes lo tuyo, niña!
—Shhh dejen dormir a gusto—siseó una voz desde el piso provocando que nos riéramos.
La pelea tuvo su final y Gus se fue a la cocina a preparar su bendita bebida levanta muertos, que consistía en huevo crudo con salsa inglesa, sal, pimienta y salsa tabasco. No sabía si era el ácido o lo picoso o qué, pero en algo servía.
Ya más conscientes fuimos a comer barbacoa, el resto del día lo pasamos haciendo lo que más le gustaba hacer a mi hermana, ver los álbumes de la familia y escuchar las historias detrás de cada una de ellas, aunque muchas ya las conocía de principio a fin, eso me hizo sentirme aún más conectado de nuevo a mis hermanos.
Todo el tiempo que estuve en la casa me la pasé de encimoso, a ratos me recargaba en alguno de ellos o los abrazaba, me habían hecho mucha falta ¿Cómo pude haberme alejado tanto de ellos?
Regresé a la casa de Pablo por la noche, me hubiera gustado quedarme, aunque si bien no iría a trabajar hasta el lunes mis padres regresarían pronto.
Pablo volvió una semana después, apenas llegó me pidió festejar año nuevo, accedí ya que no me gustaba rechazarlo, fuimos a cenar a un bonito restaurante, hubiera sido una cita de ensueño como siempre había deseado, de no ser por el amargo sabor de boca que tenía constantemente cuando estaba con él, en verdad deseaba con todo mi corazón poder corresponderle, aun mantenía la esperanza de que con el tiempo y la convivencia podría quererlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro