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Capítulo 58 {Hasta la piel}


"Quiero sentarme a llorar

Sacar de adentro mil cosas

Que te quiero decir

Me siento tan débil sin ti"

-Carla Morrison


        De algún modo Carolina se las arregló para atravesar la ciudad y llegar intacta a su departamento. «¿Por qué no le dijiste que van a tener un bebé?», se reprochaba una y otra vez desde el momento en que le dijo adiós a Leo. Sabía lo que significaba callar algo de esa magnitud y las consecuencias que acarreaba y aun así decidió hacerlo. Por supuesto, Celina se había ofrecido a realizar la delicada tarea de compartirle esa noticia y otras más cuando le contó lo sucedido.

—Daría lo que fuera por ver qué tan rápido se le cae la quijada al suelo y se le borran las pecas de la cara. Sería como sacarle el aire sin haberlo golpeado en el estómago —explicó su hermana con un entusiasmo endemoniado, que no describiría como algo descabellado en ella. Carolina sacudió la cabeza resignada.

La encontró desempacando una maleta, lo cual le pareció sospechoso. No había día que no se quejara del desorden (su desorden de hecho) y de recoger las tazas que dejaba esparcidas sobre todas las superficies, ¿y ahora planeaba quedarse más tiempo?

—Me mudaré con ustedes por una temporada —anunció como si le hubiese leído la mente—. Chino me cedió su oficina. Decidimos que lo mejor es que estemos los tres juntos. Él viaja mucho y no queremos que estés sola.

—¿Mejor para quién? —alegó indignada—. Estoy embarazada, no desahuciada. Sé cuidarme. ¿Por qué toman estas decisiones sin consultarme?

Celina la miró con ojos tristones y un gesto de puchero.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó con voz semejante a un melodrama barato.

—¿Quién es la dramática ahora? —Ambas rieron—. Lo que intento decir es que no es necesario. —Carolina se sentó en la cama—. La verdad es que he estado contemplando la idea de regresarme a San Luis Potosí.

—¿A qué? —alegó de inmediato—. Aquí está tu familia, tus amigos, tu trabajo. Allá estarías completamente sola —explicó, que más bien le pareció un reclamo por preferir la soledad a la compañía de sus entrometidos hermanos.

—Todo me recuerda a Leo y es tan difícil dejar de llorar. —Abrazó sus rodillas, así sentía que no se desmoronaba cada que él inundaba su mente.

—No me des más razones para detestarlo. —Carolina notó cómo apretaba sus dientes para impedir que los improperios salieran disparados de su boca.

—No tienes por que. Comprendo por qué hizo lo que hizo.

—Porque es un idiota, no hay más. Lo tenía todo y lo dejó ir. Y no sigas defendiéndolo, por favor; no se lo merece. Caro, está bien querer escaparte unos días, solo recuerda que por más distancia que pongas, tus pensamientos te seguirán a donde vayas. Además es injusto que cambies tu vida por un hombre que no te supo apreciar. Solo quiero que lo pienses. Una nunca sabe lo que puede pasar.

Celina se despidió dándole un beso en la frente y diciéndole que todo estaría bien, luego se marchó al trabajo. Ese día tenía el turno de la noche.

Unos minutos después se metió a la ducha. Necesitaba enjuagarse la lágrimas secas de su rostro. El agua caliente sobre su espalda fue como un bálsamo para su piel desconsolada y su corazón roto.

Se acarició el vientre desnudo con las dos manos. «¿Cómo voy a decirle que vienes en camino?» Su primer instinto fue callar cuando comprendió que estaba renunciando a quererla. Lo conocía lo suficiente para saber que su lealtad y sentido de responsabilidad serían los que lo retendrían y no su amor por ella. Aunque sabía que la amaba, Carolina no podía combatir con los miedos de Leo, suficiente tenía con los suyos.

Por eso necesitaba marcharse, al menos por un tiempo. Quizás en unas semanas sería capaz de volver a verlo y aceptar que siempre estarían unidos por algo que habían creado juntos. Tampoco podía dejar pasar tanto tiempo, era injusto mantenerlo a oscuras y arrebatarle ese derecho.

La cita con el médico había salido mejor de lo que esperaba. Pensó que sería una presa desbordada de lágrimas durante todo el reconocimiento, pero no fue así. Miguel Torres fue muy paciente con ella, respondió cada una de sus dudas y preguntas. Siendo amigo de Leo, había sido prudente y no preguntó por él hasta que finalizó y le entregó una impresión del ultrasonido que le había realizado.

—¡Guau! Es como un universo en miniatura —dijo Carolina asombrada mientras analizaba la imagen. Ahí estaba la vida misma plasmada en blanco y negro. Era tanta la dicha que sentía, que era dificilísimo no desparramar lágrimas de felicidad.

—¿Quieres que le mande una copia al papá?

—No —dijo enseguida—. Leo no lo sabe aún.

El joven médico levantó las cejas y guardó silencio por unos segundos.

—Villanueva nos ganó a todos— admitió sorprendido y agitando levemente la cabeza—. ¿Quién lo diría? Felicidades a los dos y espero verlo en la próxima cita.

Carolina no supo qué responder más que con una sonrisa tímida y desganada. ¿En qué estaba pensado cuando lo había escogido como su médico? «¿Qué esperabas que pasara si es nada más y nada menos que un amigo de Leo?», se reprochó. Su excusa fue que era él único que conocía y le daba confianza. Lo conoció en unos de sus peores momentos cuando cayó enferma y Leo lo llamó para pedirle que la atendiera.

Miguel le entregó un bote con las vitaminas que debía tomar, y ella se marchó con la pequeña fotografía pegada al pecho.


***

     Si había tomado la decisión correcta, por qué sentía que se partía en dos. «El amor no duele, te mata», recordó haber escuchado alguna vez esa frase absurda y no la había entendido hasta ese momento. Apoyó las manos en el lavabo y se miró al espejo, tenía la barba a medio afeitar. Hasta las tareas más sencillas las encontraba difíciles de completar. Cada mañana despertaba y le daba lo mismo si abría los ojos o no. La comida era insípida y le costaba tragar. No esperaba que la separación le afectaría a tal grado, que se le había olvidado cómo sonreír. Ni siquiera cuando Óscar le preguntaba si formaba parte del elenco del "Regreso del los muertos vivientes" cuando lo saludaba por la mañanas.

Durante la última semana había utilizado el trabajo para mantener a Carolina fuera de sus pensamientos, pero nada podía hacer para sacarla de sus sueños. La suavidad de su piel, su esencia a vainilla, su cuerpo curvilíneo se reproducían cada noche dentro de su cabeza con claridad cinematográfica.

Estaba empeñado en que aquella tortura y desgano terminarían por desaparecer y tarde o temprano la superaría. Volvería a su vida monótona y perfectamente planeada donde sabía qué esperar. De eso estaba seguro; ¿entonces por qué le desagrada de todas las formas posibles el simple hecho de imaginarse esa vida? Donde la lógica imperaba y resguardaba sus emociones. Le parecía tan ajena a él, como si no fuera el mismo Leonardo Villanueva que conocía y odiaba las mentiras, los gatos, el desorden y que lo despertaran a la mitad de la noche; sobre todo que tuviera todo bajo control. Simplemente porque ese hombre había dejado de existir.

Terminó de arreglarse y antes de salir de su habitación escuchó el inconfundible sonido de la puerta principal cerrarse seguido de unos tacones golpeteando el piso. ¿Quién demonios sería?, se preguntó alarmado.

Le tomó unas cuantas zancadas para llegar a la estancia. Barajó en su cabeza las posibilidades de la identidad de la inesperada visita.

Lo último que se imaginó fue verla precisamente a ella de pie y con aire despreocupado en medio de la sala estudiando el lugar como si se sintiera dueña. Lo atrapó con su mirada felina cuando advirtió su presencia. Había algo en sus ojos que no sabía identificar, que lo hacía sentir incómodo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la joven usando un tono del que emanaba displicencia.

—Tú qué rayos haces aquí, esta es mi casa —reclamó enfadado.

La vio mirar su reloj y con descaro absoluto le preguntó si iba a tardar mucho en irse.

—¿Perdón? —dijo sin esconder su confusión e irritación.

—Disculpa aceptada. ¿Y bien? ¿A qué hora te vas para regresar cuando no estes? —¡Dios! Esa mujer lo sacaba de quicio.

—¿Qué es lo que haces aquí? —insistió Leo.

Ella rodó los ojos evidenciando su exasperación. Luego señaló con la cabeza la caja de cartón y la maleta que había dejado junto a la puerta. 

—Lo ideal sería que no estuvieras, pero ya que. —Se encogió de hombros—. ¿Puedo pasar?

Casi de modo instantáneo se le formó un nudo en la garganta y se le olvidó cómo hablar.

—Si tengo que esperar a que me respondas mejor empiezo de una vez a recoger las cosas de mi hermana —informó Celina.

Con impetuosa autoridad tomó la caja y desapareció por el pasillo. Le tomó unos cuantos segundos despabilarse y después la siguió al estudio.

Uno a uno y con cuidado iba metiendo a la caja los materiales de dibujo de Carolina. El bote de pinceles lo volteó y estos se esparcieron sobre la mesa. Con una mano los revolvía. No entendía por qué hacía eso.

—¿Este es el pincel que le regalaste? —dijo ella extendiendo el brazo para que él pudiera observar y confirmar.

Leo asintió en silencio, y ella lo hizo a un lado para descartarlo de las pertenencias de Carolina. De todo lo que pudo haberse imaginado, no esperó que ella quisiera deshacerse de los regalos que le había dado. Aquello estaba siendo más doloroso de lo creyó.

Leo resopló.

—¿Cómo está? —preguntó de repente. Aunque lo había hecho sin pensar no se arrepentía. Genuinamente quería saber de Carolina.

Celina dejó lo que estaba haciendo y se dio la media vuelta para encararlo.—¡Vaya atrevimiento el tuyo hacerme esa pregunta! ¿Cómo crees que está? Destrozada —dijo sin esconder su disgusto. De lo poco que la conocía pudo darse cuenta que decía lo que le venía en gana sin pedir opinión y sin tener consideraciones—. No es de cartón como tú. —Hizo un gesto con la mano para señalarlo de arriba a abajo.

Sus ojos verdes eran tan desconcertantes, en cambio, los de su hermana eran dóciles, pero capaces de ponerlo de rodillas sin pedírselo.

—No quiero discutir. Si no quieres decirme, lo entiendo. —De pronto una inexplicable fatiga lo inundó—. Termina lo que tienes que hacer y...

—¿Fue así de fácil? —lo interrumpió y se cruzó de brazos. Leo arrugó el entrecejo porque no sabía a qué se refería—. ¿Sacarla de tu vida fue como sacarte los zapatos?

—No sabes de lo que hablas —respondió Leo con severidad.

—Somos adultos y ambos sabemos de lo que hablo.

—No tengo por que discutir mis decisiones contigo —dijo intentando disuadirla, pero parecía inútil.

—¿Por qué lo hiciste? —Su pregunta y su tono calmado lo descolocaron. Se mantuvo inmóvil para disimularlo. Él mismo había abierto la puerta y más le valía no atreverse a cerrarla—. No me cabe en la cabeza cómo es que un hombre le da a una mujer la llave de su departamento y pone en riesgo su vida para salvarla se haya dado tan tranquilo la media vuelta.

Leo se pasó con ansiedad los dedos por el cabello.

—Es más complicado que eso —admitió con franqueza.

—¿Crees que la vida es perfecta? Pues no lo es, es impredecible como el amor. Tú no eliges de quién enamorarte, solo sucede y no hay nada que hacer. Sé muy bien la sarta de estupideces que Caro hizo, pero ninguna fue con la intención de lastimarte. En cambio, tú te diste por vencido sin siquiera intentarlo.

—¿intentar qué? Lo que había entre Carolina y yo estaba condenado al fracaso desde el primer momento que ella me mintió.

—¿Acaso le preguntaste por qué no te dijo la verdad? ¿O por qué no te la dijo antes?

—Es irrelevante y no quiero seguir discutiendo esto. —Leo sentía que iba a explotar.

—¡Me vale! Ahora me vas a escuchar —dijo con tono imperativo para aplacarlo en su lugar—. Si Caro no te lo dijo yo sí. Siéntate —le ordenó—. No querrás estar de pie cuando lo sepas.

Leo se sentó en el sofá con renuencia. No tenía el ánimo para decirle que estaba perdiendo su tiempo; fuera lo que fuera no lo haría cambiar de opinión.

—Tú —dijo al tiempo que lo señalaba con el dedo—, y yo somos hermanos

—No estoy de humor para bromas del mal gusto. —Leo crispó la manos en puños impedir que se le escapara la poca paciencia que le quedaba. ¿Hasta dónde quería llegar para martirizarlo?—. Eso es imposible.

—Es más que posible —refutó Celina mientras batía las pestañas para atraer su mirada hacia sus ojos verdes perversamente familiares. El estómago se le torció al reconocer ese color peculiar—. Tu papito es también mi padre biológico. Antes de casarse tuvo una relación con mi mamá. Antonio la abandonó cuando esta muñeca les dio la sorpresa de que venía en camino. ¿No te parece conocida esta historia? Yo diría que manzana no cayó muy lejos del árbol podrido.

La escuchaba y no daba crédito.

Y entonces todo cambió.

Todo lo que creía.

Las piezas sueltas, por fin, embonaron. El corazón le latía con fuerza. Celina debía estar equivocada. No podía estar emparentado con esta mujer. Considerarlo siquiera era una locura.

Recordó una noche en particular. La primera vez que llevó a Carolina a su casa. Creyó ilusamente que eran incoherencias provocadas por el exceso de alcohol, pero no fue así. «Porque eso hacen los hombres como tú, se te meten debajo de la piel, te ilusionan, te prometen la luna y las estrellas y al final terminan yéndose». ¿Cómo se iba a imaginar que a quien se refería era a Antonio Villanueva? Para él, su padre era un epítome de moralidad y honestidad. Alguien que se exigía y demandaba lo mismo de sus hijos.

Nunca se lo hubiera imaginado.

Aunque le costara reconocerlo, era evidente que Carolina le había mentido desde esa noche. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Esto era demasiado. Sentía que se ahogaba.

Escuchó a Celina decir algo más, pero no le prestó atención. Debió anunciarle que se marchaba porque escuchó la puerta de nuevo cerrarse.

Se levantó para cerciorarse. Las ganas de aventar algo eran insoportables, no pudo más cuando se percató que en la consola de la entrada estaba el brazalete que le había regalado a Carolina en ese glorioso y trágico fin de semana. El tazón donde depositaba las llaves sufrió las consecuencias de su furia y terminó hecho añicos cuando lo estrelló contra el piso. 

Cada vez que daba un paso hacia adelante, el universo se encargaba de hacerlo retroceder dos pasos, concluyó con una sensación de frío en el pecho.

En lo único que podía pensar era que necesitaba una explicación, no, demandaba una y sabía muy bien a quién exigírsela. Tendría que dársela quisiera o no.

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¡Hola solecitos! ¡Sí llegué! Aunque está más corto de lo que usualmente escribo, espero que lo disfruten. ¿Creen que Caro se deba mudar s SLP? Por fin el "famoso secreto" llegó a los oídos de Leo, ¿se imaginaron que iba a ser Celina? ¿Qué creen que hará Leo ahora? Nos estamos acercando cada vez más al final, solo quedan dos capitulos para que sepamos el destino de Leo bomboncito y Caro. Si les gustó no olviden hacer clic en la estrellita y dejarme un comentario para conocer sus inquietudes, quejas, regaños o lo que se les ocurra.

¡Nos vemos en el próximo capítulo! (El penúltimo) :)

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