Capítulo 56 {Todo para ti}
"Este universo de ti, mi cielo está aquí
En cada momento quiero serlo todo para ti."
-Motel
Se escuchó una puerta azotarse, que retumbó por todos los rincones del despacho. La máquina copiadora se rehusaba a cooperar con Leo, el simple hecho de estar cerca de una o intentar operarla lo hacía perder los estribos y la paciencia por completo. Debió haberle pedido a Lucy, su asistente, que llevara a cabo la sencilla tarea de fotocopiar las formas de impuestos que necesitaba para un cliente. Últimamente, sin razón aparente, se ausentaba por largos periodos de tiempo de su puesto. Su trabajo era asistirlo y contestar el teléfono, y por lo visto él mismo tendría que hacerlo por ella. Necesitaba una charla con urgencia para llamarle la atención, aquí había reglas y se tenían que acatar si deseaba conservar el trabajo. Meditó por un momento, y en todo el día no había recibido alguna llamada. Un evento que solía suceder al menos diez veces antes del medio día. En vez de sentir un respiro por tener despejada la mañana, se irritó.
Los días pasados había despertado sudado y tembloroso como una hoja. El mismo maldito sueño que no le permitía descansar y el cansancio comenzaba a notarse debajo de sus ojos. Recurrir al alcohol estaba fuera de discusión después del vergonzoso y doloroso resultado de la última vez que lo ingirió. Sus pies, su estómago, su cabeza y su orgullo fueron lo que pagaron la cuenta. Fue como si un tren lo hubiese arrollado. Recordar el episodio aún le revolvía las viseras y lo empujó a decidir no volverlo a intentar. Por lo que prefirió sustituirlo con ejercicio, y pasar una hora extra en el gimnasio para terminar rendido, sin embargo, su subconsciente encontraba el modo de colarse por las las grietas de sus noches desoladas. Si alguien le preguntara lo que sentía, respondería que estaba harto. Harto de ser incapaz de controlarlo. Carolina se había adueñado de todo —su departamento, sus sueños, sus días, su mente y su corazón pintado negro—.
Esta mañana, al sacar una taza para servirse café, la primera que saltó a su vista fue una con forma de búho —la favorita de ella—, que parecía juzgarlo con ojos enormes y severos. Para su sorpresa, la tomó y vertió el líquido caliente y cargado de cafeína. Caminó hacia la ventana y la abrió de un tirón. Dejó que brisa fresca le acariciara el rostro y los sonidos de la ciudad lo distrajeran de las paredes grises, que parecían contraerse conforme pasaban las horas. Varias veces la encontró al despunte del amanecer recargada en el filo de la ventana, pensativa y vistiendo tan solo una de sus camisetas. Una visión que era incapaz de superar. Sus largas y torneadas piernas al descubierto tentándolo; nunca fallaba en imaginárselas rodeando su cintura. De vez en cuando Carolina le cumplía sus fantasías y otras veces se conformaba con aprisionarla con su cuerpo y hundir sus dedos en las caderas de ella hasta escucharla expedir un erótico gemido, que le electrizaba la piel; trazar un camino por su cuello de besos que sabían a vainilla. Era tan abrumador desearla todo el tiempo y no encontrar la saciedad. «Jamás me cansaré de ti, mi amor», le decía constantemente, no lo podía evitar, las palabras salían despedidas sin pensarlo.
Sacudió la cabeza cuando se dio cuenta que estaba duro como una estaca. Era momento de darse una ducha con agua fría. Dejó la taza humeante sobre la encimera de la cocina; no era la única que necesitaba enfriarse.
Unos cuantos minutos después, Óscar se introdujo en su oficina sin anunciarse. Este día todos parecían haberse puesto de acuerdo para sacarlo de sus casillas.
—Vengo a agradecerte, bro. Los últimos días, y especialmente hoy me has hecho ganar un montón de dinero. —Leo lo miró con un gesto de confusión. Lo que le faltaba, su socio atosigándolo con su impertinente sentido del humor. En ese momento carecía de la tolerancia para escucharlo, que prefirió ignorarlo. Así que, regresó la mirada hacia los papeles que sostenía en la mano.
Leo continuo sumido en el reporte financiero. Al menos eso quería hacerle creer a su socio. Concentración era lo que necesitaba, pero no lograba conjurarla, mucho menos cuando tenía que escuchar divagar a Óscar con sus comentarios sarcásticos .
—Aunque, siendo honesto, siento que me estoy aprovechando de todos. Tengo cierta ventaja sobre ellos.
—¿De qué carajos estás hablando? —En el instante que abrió la boca, se arrepintió. Óscar esbozó una mueca de satisfacción ante su condición de presa fácil.
Leo rodó los ojos y agitó levemente la cabeza. Se reprochó a sí mismo por tomar con simpleza e ineptitud el cebo que le había tendido.
—Verás, a tus espaldas hacemos apuestas. La de hoy es el número de veces que azotarías la puerta antes de la hora de comida. No me gusta alardear, pero hoy me lucí—. Además de confundido, Leo estaba furioso, y antes de dejarlo exteriorizar su indignación, Óscar continuó—: Fue dinero fácil que me hiciste ganar y quiero agradecerte invitándote a comer. Tú escoge, después de todo, te lo debo a ti.
Esto era peor de lo que pensaba. ¿Por qué no podía ser una persona normal y dejarlo en paz?
—¿Se supone que debo aplaudirte tu victoria?
—Por supuesto. Me los merezco. Sabía que ser tu amigo me sería de utilidad algún día.
—¿Sabes qué, Óscar? Estoy ocupado. Si no necesitas algo del trabajo, te agradecería que te marcharas. —En silencio se dio la media vuelta. No daba crédito, que sacarlo de su oficina no hubiese requerido esfuerzo alguno. Bajó una vez más la mirada hacia los papeles y dijo—: Cierra la puerta cuando salgas.
Dejó salir una exhalación de alivio al tiempo que la puerta se cerró. Luego escuchó unos pasos firmes acercarse. Levantó la mirada para comprobarlo y observó a Óscar arrimar la silla frente a su escritorio para dejar caer su robusta figura.
—¿Se te perdió algo? —dijo sin esconder su exasperación.
—Sí, la paciencia. —El usual carácter liviano de Óscar había sido reemplazando por uno que se asemejaba al suyo. No le gustó en absoluto. Era como saber de antemano que recibiría un golpe en el estómago que le sacaría el aire.
—¿Y? —dijo encogiendo los hombros para no darle importancia.
—¿Te has mirado últimamente al espejo? Pareces el hermano gemelo de Gollum. Traes las ojeras hasta el suelo y ni hablemos de tu malhumor porque no llegaríamos a ningún lado. Ni te molestes en negarlo, porque si algo no sabes hacer, es disimularlo. ¿Has notado que los empleados se quedan inmóviles y dejan de respirar cuando caminas por los pasillos? Ha transcurrido una semana y no hay indicios de que esto vaya a mejorar, solo empeorar. —Leo no podía explicar lo que sentía cuando, uno a uno, le fueron presentados los hechos. ¿De verdad se había convertido en ese ser detestable que su socio describía?—. Te daré tres opciones y tendrás que elegir una si no quieres vértelas conmigo.
—¿Se supone que debo sentir miedo? —ironizó.
Óscar ignoró su indolencia y continuó:
—Número uno: arregla las cosas con Carolina para que regresen y seas de nuevo el ser medianamente irritable, predecible y aspirante a hombre domesticado que todos conocemos. Número dos: no regreses con ella, olvídala y sigue tu vida. —Óscar lo calló con la mirada cuando comenzó a abrir la boca. ¿Cómo podía sugerir tal cosa? Olvidarse de ella sería imposible—. Y número tres: vete a tu casa y no regreses hasta que hayas elegido una de las otras dos opciones.
—¿Tú crees que es así de fácil?
—De hecho, sí. Sacas el celular, tecleas su número, le pides que se vean y se perdonan. Así de simple o necesitas que te repita los pasos.
—Si fuera simple, ¿crees que estaría volviéndome loco solo de pensar en que está con Daniel? —bufó y aventó de un manotazo todos los papeles que estaban sobre el escritorio.
Imaginar que otro hombre se atreviera a tocarla, a saborear sus besos, a observarla vistiendo sus ridículos overoles de mezclilla mientras creaba su próxima obra de arte lo desquiciaba por completo. Carolina era de él. ¿Acaso eso respondía a todas la preguntas que se había hecho durante la última semana? ¿Eso hablaba de amor o de sus inseguridades?
De repente la pantalla del celular de Leo se encendió, anunciando la entrada de una llamada. Lo observó, sin tomarlo, hasta que volvió a oscurecerse. ¡Grandioso! Un mensaje de voz de Carolina, uno más que no le daba la gana escuchar ni responder.
—Mientras sigas sin contestar sus llamadas, la estás enviando directo a las garras de ese imbécil —concluyó Óscar al notar su evidente canallada. En su defensa no intentó esconderla.
—¿Eso es lo que quieres? —insistió cuando Leo permaneció en silencio—. Mira, bro, yo no sé nada del amor, de las relaciones y de esa mierda romántica, pero lo que sí sé es que necesitan hablar. No, lo que necesitan es que tú escuches. —dijo Óscar mirándolo directo a los ojos, y sin querer le permitió ver su preocupación. —. ¿O piensas quedarte de brazos cruzados?
—No puedo obligarla a estar conmigo.
—¿Estás ciego y sordo? La mujer te ha llamado y dejado mensajes todos los días a pesar de tu rudeza y tu insistencia en ignorarla. ¿Qué más quieres?
—Quiero que sea honesta conmigo —replicó él.
—Ahí lo tienes: pídeselo. Dale otra oportunidad, de otro modo la perderás para siempre —le advirtió su socio.
Leo se reclinó en la silla y asintió. Se preguntó si era un hipócrita. Exigía honestidad cuando él mismo no podía ser honesto con sus acciones. Lo único que tenía que hacer era darle a Carolina una oportunidad para serlo, y recuperarla de una vez por todas. Había llegado al punto donde estaba dispuesto a hacer lo que fuese por volver a verla, por besarla de nuevo, por una noche más. Un chispazo de esperanza retumbó en su corazón y lo pintó de colores.
Óscar se puso de pie, y antes de llegar a la puerta, Leo le preguntó:
—¿De verdad organizaron apuestas?
—Te sorprendería lo imaginativos que somos... —rió disimuladamente y se marchó.
***
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Celina al salir del cuarto de baño.
¿Cuánto más tendría que soportar sentir que expulsaba hasta el alma? ¿Cómo le hacían las demás mujeres que habían pasado por lo mismo que ella?, se preguntó mientras resoplaba y se sobaba el vientre intentando apaciguar la molestia que había decidido acampar ahí permanentemente.
Antes de recibir los resultados médicos, Carolina guardaba la esperanza que la prueba de embarazo casera que se había hecho hubiese arrojado un positivo falso. Tenía que ser. La regla le había bajado. Sin embargo, otros síntomas innegables también se presentaron: las náuseas insoportables, el cansancio en extremo y los pechos doloridos, y tener los resultados por escrito solo confirmaba la realidad de la que no podía seguir huyendo. No había duda, un ser pequeñito crecía dentro de ella.
Jamás había ocultado su deseo de ser madre algún día. Pero estas condiciones no eran las que había tenido en mente cuando se imaginó formar una familia. No estaba lista, y podría asumir, esta vez, que Leo tampoco.
—¡Increíble! —ironizó—. Vomitar el desayuno es la mejor sensación del mundo. —Su hermana la miró con los ojos entornados, y Carolina se dio cuenta de su ingratitud—. Discúlpame, Celi, no quise ser una desagradecida. Estar constantemente abrazada a la taza de baño, me pone de muy mal humor.
La tomó del brazo y la guió hasta una silla al notar que se tambaleó. Enseguida comenzó a abanicarla con lo primero que encontró —una revista de manga que Leo le regaló y había dejado sobre su mesa de trabajo—. A cualquier lado que mirara se topaba con él.
—¿Estás segura de que solo es eso? —A Celina se le dibujó una mueca burlona, y dejó de abanicarla cuando el color comenzaba a regresarle—. ¿Tendrá algo que ver que tu Leoncito no se digna a contestarte las llamadas?
Vivir con Celina resultó ser una prueba, que desafiaba a su paciencia. Sus manías eran peores de lo que se creyó. Sin embargo, su caos había aprendido a lidiar con el orden de su hermana mayor de modo incomprensible; jamás lo admitiría en voz alta, pero lo agradecía, le daba cierta estructura a su desorden emocional. Manuel había salido de viaje por el trabajo y, sin consultarle, le había pedido que se quedara con ella. Como si a su edad necesitara de una niñera. Era indignante saber que ninguno de los dos confiaba en su capacidad para cuidarse sola.
—¿Tienes algún problema para llamarlo por su nombre?
—Simplemente, no me apetece —dijo con sobrado descaro—. Es más divertido olvidarlo y hacerte rabiar. ¿Y bien? ¿Cuándo planeas decirle que van a tener un cachorrito?
A Carolina le temblaron las piernas y los latidos se le desbocaron cuando la miró a los ojos. No podía seguir posponiéndolo por más tiempo.
La noticia había hecho que la cabeza comenzara a darle vueltas hasta hacerla caer en un sosegado estupor que duró un par de días. Todo lo demás había pasado a segundo plano, incluso los motivos por los cuales Leo y ella habían discutido. A pesar de extrañar como nunca besarlo, escuchar su voz e intentar contarle las pecas de su espalda, agradeció su silencio para darle tiempo de asimilarlo. «Estoy embarazada. Voy a tener un hijo de Leo», aquellas palabras, aunque trataba de abrazarlas, le seguían pareciendo surrealistas. Ahora, pronunciarlas en su cabeza eran motivo suficiente para que apareciera una curveada sonrisa y pusiera la mano sobre su vientre ridículamente casi plano. Otras veces, sobre esa dicha se posaba una sombra concebida por el miedo.
Después se dio cuenta, que su verdadero temor no residía en compartirle la noticia sino en su reacción cuando lo hiciera. ¿Cómo la tomaría después de lo que hizo, de haberlo lastimado? Imaginarse un sinfín de escenarios provocó que perdiera el apetito. Solo picoteaba la comida para no desairarle el gesto a su hermana, y otras veces se devoraba una caja entera de galletas saladas mientras se torturaba escuchando canciones de Muse. Había logrado conciliar el sueño debido a que se trataba de una consecuencia normal de su estado. Todo el tiempo estaba cansada, y apenas juntaba la fuerza para levantarse y arreglarse.
—Hoy por la tarde. Saldré temprano del trabajo, me he llevado las cosas con calma y creo que estoy lo suficientemente lista para hacerlo.
De modo inoportuno y desesperado, Carolina había decidido volver al trabajo. Tenía que hacer algo para no perder la cabeza y evitar sumergirse en la maraña de emociones que la azoraban. Necesitaba respirar otro aire además del olor a desilusión y arrepentimiento que flotaba en el ambiente. Ni siquiera podía dibujar, todos sus pinceles, lápices y pinturas se encontraban en el departamento de Leo. Su razón de ser, sus recuerdos más preciados y su ropa se encontraban ahí. Tal vez fue apresurado e insensato de su parte dejarse convencer.
—No tendrías que verme y trabajarías medio tiempo. Me siento en parte responsable por lo que sucedió entre tú y Villanueva. Nunca fue esa mi intención, y este es mi modo de resarcir un poco el daño. No puedo regresar el tiempo, pero lo que sí puedo hacer es proveerte de unas horas de distracción. —Daniel la había llamado una y otra vez para disculparse, y su insistencia logró que terminara por aceptar la propuesta de regresar al trabajo.
La única culpable era Carolina y el único delito que el joven empresario había cometido era tener un pésimo tino. Sin embargo, le guardaba cierto resentimiento por quitar sin querer el gancho a la granada explosiva que ella traía en la mano. Fue una de esas veces que todo se alineaba perfectamente para que todo saliera impecablemente mal. «Todo sucede por alguna razón», pensó abatida.
—Respóndeme algo, ¿estás completamente segura que Daniel no está enamorado de ti? Protegerte como fiera y tomarse tantas molestias por alguien que no es algo de él ¿no te parece raro?
—Al principio sí, cuando nos conocimos, pero después algo cambió y dejó de insistir. Creo que se dio cuenta que jamás podría ofrecerle algo más que amistad. Hemos hablado varias veces sobre ese tema y le creo. De hecho, fue tu chef quien me aconsejo que lo hiciera.
Una pequeña arruga apareció en el entrecejo de Celina. Pudo notar, que la simple mención de aquel hombre removía fibras sensibles en ella. Aunque intentara disimularlo, no lo conseguía. Por su propio bien, lo mejor era seguirle la corriente y pretender que no estaba hecha de puras contradicciones.
—Algunas personas son excelentes para ocultar esa clase de sentimientos.—Carolina sonrió para sí misma ante la ironía.
Sabía que sus dos hermanos la acusaban de ser crédula, pero la mirada nunca mentía. Y en la de Daniel solo veía aprecio, no amor. Cariño, tal vez.
De pronto, los minutos avanzaron más rápido cuando advirtió, como era de costumbre, que ya se le había hecho tarde para ir al trabajo.
Carolina puso más empeño que otros días en su arreglo porque volvería ver a Leo. Ese era el plan. Mentiría si dijera que no la entusiasmaba y la asustaba por partes iguales. El clima no lo ameritaba, pero se decidió por el vestido de flores, que había pertenecido a su mamá, y que se había convertido en su favorito. Y presentía, que de Leo también.
Se anudó, con trabajo, las agujetas de sus botas de Dr. Martens, las manos le temblaban y le sudaban. Las abrió y cerró varias veces para conseguir tranquilizarse.
—Todo irá bien —la animó—. Respira, sé honesta y deja que tu corazón hable por ti. Si Leo es el hombre que creo que es, te escuchará y te perdonará. Y serán asquerosamente felices para siempre. —Carolina sonrió con disimulo cuando su hermana pronunció el nombre correcto por una vez. Aquello le dio valor. Jamás fallaba en proveerle las palabras exactas que necesitaba escuchar.
A pesar de su renuencia, su debilidad por él fue más poderosa que ella y terminó sacando el celular de su bolso. Una vez más lo llamó por teléfono, con la esperanza latente en su pecho de que Leo esta vez contestaría. Al tercer timbrazo, con absoluta precisión, esta se extinguió tras la entrada de la grabación de su voz grave y profesional.
«Te has comunicado al teléfono de Leonardo Villanueva. Por favor deja tu mensaje con tu nombre, numero telefónico y la razón de tu llamada. Te contactaré a la brevedad posible.»
Desilusionada, cortó la llamada. De todas formas las palabras se quedaron atoradas en su garganta cuando intentó dejarle un mensaje. Colocó el aparato boca abajo sobre su escritorio, y se dispuso a continuar con su plan de trabajo. Iba atrasada con lo que se había comprometido, y debía tomarlo como lo que era: una distracción.
Se sobresaltó cuando su celular comenzó a vibrar casi enseguida de la llamada que le había a Leo, debía ser él. La respiración se le aceleró y sus movimientos se volvieron torpes. Todo le temblaba. Fue tanto su entusiasmo que obvió observar el número de la llamada entrante.
—¿Leo? —dijo sin aliento y con el corazón caliente de emoción.
—No, primor. Soy Daniel.
Fue tan evidente su decepción, que su tono cambió a uno que bordeaba lo descortés cuando le preguntó qué se le ofrecía. ¡Qué tonta había sido! Leo jamás contestaba, ¿por qué esta vez tenía que ser diferente? Apretó los párpados para no soltarse a llorar.
No prestó atención a la conversación, así como las palabras le entraban por un oído, le salían por el otro.
—Julio y yo agradecemos tu ayuda. Nos vemos en par de horas en el restaurante. —Daniel desconectó la llamada, y ella permaneció inmóvil, incapaz de comprender a lo que había accedido.
Alrededor de la una y media de la tarde, Carolina guardó la laptop en uno de los cajones del escritorio, se colgó el bolso y con renuencia salió de su oficina para bajar al restaurante. Respiró hondo y comenzó a descender por la escalera arrastrando su desinterés por los escalones.
Por lo general entraba por la puerta trasera para evitar toparse con algún empleado o con el afamado chef. Preferiría estar aislada el mayor tiempo posible y dedicar su tiempo al trabajo nada más. Era la única forma de hacer que el mundo desapareciera por unas cuantas horas.
Sus ojos se abrieron en exceso ante aquella exquisita visión. No era lo que esperaba encontrar. El restaurante estaba terminado, los cuadros que había seleccionado, vestían espectacularmente las paredes. La diseñadora de interiores y ella habían trabajado en conjunto, y en papel el proyecto lucía grandioso, pero presenciar el resultado le enchinaba la piel. De repente, su estado de ánimo mejoró.
—¿Qué te parece? —dijo Daniel mientras aparecía entre las mesas. Sus ojos cafés estaban llenos de orgullo.
—¡No lo puedo creer! Superó todas mis expectativas —expresó ella con sinceridad.
A pesar de que la emoción circulaba por sus venas, Carolina mantuvo su distancia e impidió que se le acercara más de la cuenta, ni siquiera para saludarla.
—¿Estás lista?
—¿Para qué? —dijo confundida.
—¿Ya lo olvidaste? Te invité para que probáramos el menú que se ofrecerá en la apertura del restaurante. Seremos una vez más los conejillos de indias de Julio. —Daniel se frotó las manos con aire travieso.
Sobre la barra del bar, el joven chef ya había dispuesto varios platillos. Carolina soltó sutilmente un suspiro de alivio al no tener que sentarse y compartir una mesa. Esto le parecía adecuado e impersonal.
Mientras Julio describía con soltura y apasionamiento lo que había preparado y servido en los diminutos platos, la nariz de Carolina fue sometida al penetrante olor a pescado, que despertó las náuseas que esperaban el momento más inapropiado para hacer acto de presencia.
Se cubrió la boca con la mano en un intento para controlarlas, pero era inútil, el movimiento involuntario que hacía su diafragma era demasiado.
Antes de levantarse de un brinco del banco y encaminarse con paso acelerado hacia los baños, pidió que la disculparan por un momento.
Mortificada y apenada regresó. Los dos hombres estaban de pie junto a la barra mirándola con intención. Era evidente que sabían el motivo de su apresurada desaparición. No estaba segura de poder continuar con la degustación. Ni enjuagándose la boca con Listerine pudo quitarse el repugnante sabor que ahí dentro circulaba. Cielos, ¿qué pretexto les daría para poder marcharse sin ofenderlos?
—Espero que no haya sido mi comida —dijo Julio risueño y sin reproche al tiempo que inclinaba su cabeza para señalar los servicios.
—¡No! No es eso. ¿Cómo crees? Mi estómago... —Carolina se mordió el labio inferior mientras encontraba las palabras adecuadas.
Daniel permanecía en silencio y sin dejar de mirarla atentamente. Se sentía analizada y sabía que le disgustaría si lo deducía.
—Tú estás embarazada —aseveró él sin más.
—¿De qué hablas? No me siento bien, es todo —respondió Carolina nerviosa. La boca se le secó de pronto.
—Sí que lo estás, primor. Conozco de estas cosas —Daniel se agachó frente a ella y apoyó una rodilla en el suelo. Carolina dejó de respirar ante la ridícula postura de él. El joven posó gentil y atrevidamente las manos sobre su cintura y dirigiéndose a su vientre dijo—: ¡Voy a ser tío! Tendrás al bebé más consentido, empezando por mí.
Envuelta en pánico y escandalizada lo único que atinó de hacer fue chocar con todas sus fuerzas la palma de su mano contra la frente del empresario para empujarlo hacia atrás y despegarlo de ella. El muchacho no pudo mantener el equilibrio y cayó de nalgas delante de ellos. Carolina sintió que las mejillas se le encendieron por su reacción. Sin embargo, él se lo merecía, y dejó de importarle que fuera su jefe.
El primero en explotar en carcajadas fue Daniel, y unos segundos después los otros dos se le unieron, contagiados por su risa.
De lo que acababa de suceder, Carolina dedujo dos cosas: la primera fue que Daniel definitivamente no estaba enamorado de ella, su voz, su mirada y su explosivo arrebato se lo dejaron en claro. La segunda fue que Leo debía saber a como de lugar acerca del embarazo, no podía dejar pasar ni un minuto más. Tenía que marcharse enseguida.
Y así lo hizo.
***
Inconscientes de lo que sucedía en el exterior del restaurante, a través del ventanal un hombre alto los observaba, cuya sonrisa se le había despegado de las comisuras y la mirada verde se le había oscurecido de modo aterrador.
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¡Hola solecitos! Llegué a tiempo y no lo puedo creer. Cuando estamos recorriendo la recta final las cosas debían empezar a enderezarse, pero estas se tuercen más y más. Una linda lectora lectora comentó que Caro y Leo estaban repitiendo la historia de Julieta y Antonio. ¿Creen que sea cierto? La pregunta importante es si ellos tendrán un final diferente o están destinados a mismo amor que no pudo ser. Espero que hayan disfrutado este capítulo tanto como yo en escribirlo. No olviden dejar una estrellita si les gustó y un comentario con sus teorías e impresiones, estaré encantada de leerlos y por supuesto de responderlos.
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
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