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Capítulo 53 {Cuando}


"Recordando el comienzo
Fuiste tú quien me buscó...
Y lo bello que empezaba
De la nada terminó"

-Ruzzi


—¿Por qué tardaste tanto? —dijo enfadado, sabía que era insensato desquitarse con Alix, pero lo último que le preocupaba en ese momento eran los buenos modales. Lo que deseaba era largarse de ese cuarto de hospital cuanto antes.

—¿Crees que fue fácil convencer a tu madre para que se apartara de tu lado? —Alix agitó su cabeza—. Tiene serios problemas de apego hacia su hijo favorito —ironizó con una pincelada de desdén en su tono.

Desde la cancelación de la boda entre Alix y el imbécil de Daniel, se había roto el único lazo que ataba su relación. Nunca fueron unidas y tampoco se ganarían un premio por ser la madre e hija del año, y Leo se lo atribuía a no tener nada en común. Mientras Silvia se regía bajo la opresión del viejo y conocido «¿qué dirán?» impuesto por la sociedad, a Alix le importaban poco las habladurías de gente intrascendente en su vida. Sin embargo, la convivencia era cordial y pacífica en la mediada que una madre fría y una hija incomprendida podían ser. Alix se escudaba tras la creencia que Leo era el hijo predilecto, pero él sospechaba que su hermana haría lo imposible antes de admitir la rivalidad que existía entre ambas.

—¿Encontraste la maleta? —Alix se la descolgó del hombro y la colocó sobre la cama. Sin pedírselo la abrió y sacó algunas prendas de vestir.

Le disgustaba tener que pedirle ayuda, pero dadas las circunstancias ella era su única alternativa. Sabía que después lo lamentaría. Hacerlo era como darle una concesión implícita para inmiscuirse en su vida y en sus decisiones, que sin duda aprovecharía. Resignado, Leo exhaló, encogió los hombros y le agradeció con una sonrisa el favor que estaba haciéndole.

—Leo, todavía estás convaleciente —objetó ella al notar que apretó los ojos y se llevó la mano a la herida—. ¿No te das cuenta que apenas puedes levantarte?

—Es insoportable este lugar, quiero irme —No se percató de lo infantiles que parecían sus quejas hasta que las pronunció en voz alta.

—Vas a buscarla ¿verdad?—lo recriminó—. No entiendo por qué se fue de pronto y por qué tienes que ir tras ella en este instante. Nunca me imaginé decir esto —Alix apretó con sus dedos el puente de su nariz—, pero concuerdo con mi mamá, lo mejor es que pases la noche en el hospital. No fue una cortadita lo que te sucedió.

Si le explicaba sus verdaderos motivos, no los entendería e intentaría hacerlo desistir. Además no sabría por dónde empezar; era tan inverosímil que él mismo no había terminado de procesar sus emociones. Conmocionado era la única palabra que podría describir lo que sentía.

Tras la revisión del médico, Silvia salió de la habitación junto con él hombre porque deseaba confirmar que había entendido cada detalle del estado de salud de su hijo. Lo compadecía en verdad. Antonio no hizo el intento por seguirlos; al contrario, parecía agradecer silenciosamente que los hubieran dejado solos. «Lo que me faltaba para complementar este día de mierda», pensó Leo irritado. ¿Por qué no podían dejarlo solo y atormentarse en privado? Todo lo que quería era conocer el motivo del repentino cambio en el comportamiento de Carolina.

No podía sacarse de la cabeza que él había dicho algo que la disgustó. ¿Por qué tuvo que abrir la boca sin antes haber hecho un plan? Ser impulsivo era tan poco característico de Leo, no obstante su lado emocional se apoderó de él sin dejarle otra alternativa. No tenían nada de lógica sus actos, pero a su vez tenían toda la lógica que su lado racional era capaz de admitir. Necesitaba hablar con ella y no dejaba de reprocharse haberla dejado que se marchara. En el fondo sabía que era lo correcto cuando percibió las miradas acusadoras de su familia sobre Carolina. Al menos, les evitó pasar un trago amargo.

Antonio lo sacó de su ensimismamiento cuando lo escuchar preguntar:

—¿Por qué estabas con esa mujer? —Leo advirtió en su gesto ceñudo y en su tono sombrío el poco éxito que estaba teniendo para controlarse.

El momento de enfrentar lo que Leo estuvo posponiendo había llegado. Admitió con amargura que no tomaría bien cualquier explicación que le proporcionara. Al igual que él, su padre detestaba la falta de honestidad. Jamás se entrometía en su vida personal, pero en esta ocasión la línea se había borrado.

—Perdóname papá, debí decirte antes que Carolina es mi novia. No tengo más explicación que el no haber encontrado la oportunidad de hacerlo. —Leo lo miró directo a los ojos, a estas alturas era lo único que podía hacer para que le creyera. ¿Y comprendiera su omisión?

—No sé de cuales artimañas se habrá valido para engatusarte. Las mujeres como ellas jamás son sinceras. —El indiscutible veneno que despedían las palabras de su padre lo descolocaron. Especialmente porque no tenían fundamento alguno.

—No te permito que te expresas de ella de ese modo. ¡No la conoces! —levantó Leo la voz.

Antonio bufó de manera burlona antes de agregar:

—La conozco más de lo que crees.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Por lo visto tu noviecita no te ha dicho quién es en realidad—enfatizó de modo despectivo, y si Leo no se equivocaba parecía que su padre estaba empeñado en provocarlo.

Estaba fuera de sí, y cuando se encontraba en ese estado errático y vulnerable no era inusual que terminara encerrado en su estudio escuchando la enervante canción de Elvis Priestley. Pero en ese momento no contaba ni con su guarida ni con un tocadiscos, solo estaba Leo, el blanco más cercano para descargar sus frustraciones. No se lo permitiría, decidió contundentemente.

—Sé lo suficiente de ella para saber quién es.

—¿Le has preguntado cómo es que consiguió un empleo en mi empresa?

—Por un programa temporal para recién egresados —respondió de inmediato y sin saber por qué deseaba demostrarle que estaba equivocado.

—No existe tal programa, Leonardo —dijo de modo deliberado e hiriente—. Si fue capaz de inventar algo como esto, pregúntate con qué otras cosas ha sido deshonesta.

Leo quería convencerlo de que se trataba de un error, ¿pero cómo? Su padre era el dueño de la empresa y conocía lo que sucedía dentro y fuera de esta. Hasta que ella hizo mención, no tenía idea de la existencia del dichoso programa. No quería admitirlo, pero las veces que surgió el tema Carolina se apresuraba en desviarlo, y Leo no pareció darle importancia.

—Ella llegó a buscarme, y si alguien se inserta de esa forma, ten por seguro que tiene una agenda oculta para obtener lo que quiere a costa de lo que sea. Son egoístas y solo piensan en su propio beneficio.

—No quiero escucharte más. No entiendo por qué me dices todo esto. —Leo tenía las manos crispadas en puños para reprimir las ganas de golpear algo.

De pronto las paredes de la habitación comenzaron a contraerse. Por más que inspiraba, no conseguía jalar aire a sus pulmones y sentía que se ahogaba.

—Lo hago porque me importas, porque no quiero que sufras por algo que yo provoqué. Yo debo pagar por mis errores, no tú. Escúchame bien, hijo, esa mujer no se merece la confianza que has depositado en ella.

Leo se desesperó, no entendía nada de lo que su padre le decía. Nada tenía sentido. Pero eso no impidió que en su cuerpo se acumulara la rabia y solo viera en rojo.

Silvia regresó a la habitación e imposibilitó la continuación de la conversación. Las preguntas se quedaron suspendidas indefinidamente en el aire. Pero Leo quería respuestas y sabía que ahí no les iba a encontrar. No al ver a Antonio colocar en un su rostro un escudo impenetrable.

En cambio, en los ojos de su mamá notó que se asomaba la consternación. Leo se sintió dividido entre la responsabilidad de hacer lo correcto y el deseo irrefrenable de ir a buscarla. Resignado, dejó caer los hombros y guardó silencio cuando Silvia propuso pasar la noche en el hospital para cuidarlo. Se sentía cansado y sin la fuerza para alegar su caso ante sus padres. Debía ser el efecto de los analgésicos que le hacía sentir el cerebro embotado.

Para su sorpresa, su hermana saltó en su defensa al percatarse que se había quedado callado. Ella insistió en quedarse, pero ante la rotunda negativa de su madre solo consiguió que ambas tomaran turnos.

—¿Me escuchaste? —Alix chasqueó sus dedos frente a él, y él frunció el ceño cuando regresó al presente—. No entiendo por qué no puedes esperar hasta mañana para ir a buscar a tu novia. Estoy segura que entenderá.

—No puede esperar —dijo de modo terminante, y ella gruñó exasperada.

Leo se vistió como pudo, tomó sus pertenencias y salió de la habitación. Alix lo esperaba cerca del banco de elevadores.

—Yo manejo. Fin de las discusión —le advirtió cuando lo observó acercarse a la puerta del conductor. Leo sabía que estaba en una posición donde tenía las de perder. Alix encendió el GPS, y él le indicó la dirección de Carolina.

No anticipó que se le dificultaría subir de nuevo a su coche. Se le hizo un nudo en la garganta al ver la sangre impregnada en los asientos y en el suéter de Carolina que estaba a sus pies. Ese olor metálico y fúnebre lo abatió porque lo llevó a imaginarse todo lo que tuvo ella que vivir. Solo recordaba fragmentos. De modo instintivo se llevó la mano a la herida que le dejaría un recordatorio permanente de esa terrible experiencia.

Sin embargo, la tristeza se tiñó con la furia que lo tenía sumergido y poco a poco la remplazó. Las luces brillantes y el caos apagado de la ciudad alebrestaban las preguntas ilógicas y sin justificación que hervían en su cabeza.

Su padre le había asegurado que Carolina lo había ido a buscar, y en su momento a Leo pareció irrelevante hacerle saber que la había conocido varios meses antes de su primer día de trabajo.

¿Qué errores había cometido él que involucraban a su novia? ¿Por que demonios insistía en que ella no era de confiar?

Las preguntas lo irritaban, pero las repuestas lo aterraban. De repente recordó el absurdo contrato, su insistencia en mantener la relación entre ellos en secreto, su inesperada y sospechosa contratación y su extraño comportamiento en la habitación del hospital. Los puntos se fueron conectando uno a uno con siniestra simetría. No quería admitirlo, se negaba a hacerlo. Antonio no podía estar diciendo la verdad, confiaba en ella. La noche anterior Carolina trató de decirle algo. ¿Tendría alguna relación con lo que su padre le había dicho? Una oleada de odio hacia Antonio lo sumergió. ¿Acaso no podía ver su felicidad? «Si él no lo es, los demás tampoco», Alix le había advertido de cómo la amargura lo había consumido e intoxicado a cada uno de los miembros de la familia Villanueva. Ahora podía verlo con claridad.

No obstante, por más que quisiera negarlo había piezas que encajaban inexplicablemente en el perverso escenario que su padre había montado exclusivamente para él.

Alix juntó sus cejas, lucía angustiada, angustiada por él. El silencio era mortífero, y Leo era capaz de saber qué pasaba por la cabeza de su hermana. Quería algún tipo de explicación y no podía detenerse para exigírsela porque iban por una vía de alta velocidad. Su suerte se acabaría en el momento que se estacionaran frente al edificio de Carolina.

—Leo, todavía estamos a tiempo de regresarnos —dijo su hermana sin despegar la vista del camino—. Pueden suceder muchas cosas si no te calmas, te conozco y sé que traes la cabeza caliente —insistió al notar que él seguía sin responderle—. No sé qué te sucede, ni por que la necedad de hacer esto ahora. Solo empeorarás la situación sea cual sea. Lo que planeas conseguir no lo lograras de ese modo.

—¿A ti que más te da lo que haga o deje de hacer?

—Eres asno cuando haces esas preguntas —se enfadó.

Ella tenía razón, pero era tan difícil medirse cuando estaba por perder los estribos.

—Lo siento, pero no puedo pensar en nada ni en nadie más que en Carolina.

La voz aterciopelada de GPS anunció que estaba a menos de un minuto de llegar. Alix estacionó el coche y lo apagó.

—Prométeme que no harás ninguna tontería. —Leo asintió ante la mirada severa de su hermana y una negación era inaceptable—. No sé qué está sucediendo entre ustedes, pero debe ser algo grave para que la antepongas a ella y no a tu salud. Escúchala primero antes de asumir —le ordenó y le dejó en claro que no sacara conclusiones apresuradas. Un hábito reprochable que no lograba sacudirse a pesar de darse ínfulas de ser una persona razonable.

—No me esperes, me regreso en un Uber —dijo con un tono neutral para calmarla de algún modo al tiempo que descendía del coche—. Gracias por ayudarme, Alix. —Cerró la puerta con pesar y no se atrevió a verla a los ojos. Sabía lo que encontraría ahí y no tenía tiempo para lidiar con ello.

¿Tan evidente eran sus planes o era tan predecible como el Coyote que jamás alcanzará al Correcaminos? Se pasó las manos por el cabello para tratar de apaciguar sus emociones. No funcionó.

Víctor, el portero del edificio, lo saludó con familiaridad, sin embargo, lo miró de un modo peculiar que disimuló inútilmente bajo una sonrisa tiesa y formal. Leo hizo caso omiso y caminó en línea recta hacia los ascensores.

Ahí dentro se arrepintió no haberle pedido que lo anunciara. Demasiado tarde, se dijo ansioso. Encogió los hombros y oprimió el botón con el número seis. ¿Era su imaginación o el elevador subía más lento que otras veces? Su mente se había esclarecido un poco y tomó consciencia de lo que había estado suprimiendo sin querer. Sintió un dolor punzante en la herida y el simple hecho de estar de pie lo agravaba. Dobló su cuerpo hacia adelante, apoyó su mano en uno de los paneles metálicos  y respiró lentamente en un intento para reducir la dolencia.

El elevador dio un pequeño salto antes de detenerse y abrir sus puertas. Aspiró una vez más entre sus dientes apretados y emprendió la caminata.

Al acercarse escuchó voces sosteniendo una conversación apenas audible. Una de las voces la reconoció de inmediato, su tono cálido se escuchaba agobiado. Se detuvo sin pensar para tratar de identificar la otra voz. No tardó en reconocerla y cuando lo hizo, esta le produjo un intenso malestar, como si lo hubieran golpeado en el costado donde había recibido el disparo.

Se inundó de furia en un instante y al siguiente perdió la noción de sí.


***


     Tenía los dedos destrozados de tanto morderse las uñas. Caminaba de un lado a otro de modo ausente. Si continuaba, pronto haría un surco en el piso.

—Detente, me estás mareando —dijo Manuel sin esconder su exasperación.

—¿Cómo quieres que esté?—se quejó casi gritando. Leo estaba en el hospital y ni siquiera podía estar con él. La desesperación sacaba lo peor de ella. Y los regaños de sus hermanos no ayudaban en absoluto a mantener la compostura.

No había tenido el valor de decirles la verdadera razón del porqué había decidido abandonar el hospital. Pero podían intuir del porqué. Al salir de la habitación de Leo, corrió hacia Manuel y desapareció entre sus brazos protectores buscando refugio. Sin darle explicación alguna le pidió que la sacara de ahí. No había llorado ni pronunciado palabra alguna durante el trayecto y él parecía comprender su estado afligido.

Su ensimismamiento fue tal, que olvidó la presencia de Dahlia. Al detenerse, levantó la vista y se dio cuenta que se encontraban frente a un edificio que no reconoció. Todavía se le dificultaba recorrer las calles de esta ciudad y se confundía con facilidad. Ni siquiera hizo el intento por averiguar qué hacían ahí.

La joven se despidió de ella de forma cordial y recalcando que no dudara en llamarla si necesitaba su ayuda. Dahlia le agradaba y nunca antes se había presentado la oportunidad de convivir con ella en el ámbito personal. «En los momentos difíciles es cuando las personas dejan al intemperie su verdadero ser», le dijo su padre alguna vez, y ella admitió que tenía razón.

Manuel se bajó para acompañarla adonde fuese que ella se dirigía. La tomó gentilmente del hombro cuando la alcanzó, pero la joven sacudió su mano de modo violento. Oh oh.

Si no se equivocaba, estaba en presencia de una pelea de enamorados que ni siquiera sabían que lo estaban. La danza caótica de gestos elocuentes y miradas encendidas era fascinante. Acaparó su atención y agradeció ese instante por haber desprendido a Leo de sus pensamientos, solo lograban apachurrarle el alma.

Discutieron por unos cuantos minutos más y se separaron hacia lados opuestos. Ninguno parecía estar de acuerdo con el resultado de aquel breve altercado. Tenía tiempo que alguien fuera de la familia lograba sacarlo de quicio. Ya era hora.

—¿Qué fue eso? —preguntó Carolina con un aire socarrón.

—Nada. Cosas de trabajo —dijo con voz seca, y Carolina suprimió una sonrisa.

—Eso solo te lo crees tú, chino. —Manuel rodó los ojos y la ignoró.

Al llegar al departamento, Celina ya estaba ahí. Agradeció que su turno en el hotel aún no finalizara y le fuera imposible ir al hospital cuando su hermano le llamó para avisarle lo sucedido.

—¿Estás bien? —Ella corrió para abrazarla y pudo ver sus ojos verdes atestados de preocupación.

Carolina le relató sin darle detalles cómo su fin de semana de ensueño había terminado en tragedia.

—¿Si estás aquí es porque tu novio está fuera de peligro? —dijo con matiz de recelo en su voz. Ciertamente no tenía el semblante de una persona que acababa de recibir buenas noticias. Carolina asintió y no tenía que articular su batalla interna para que su hermana supiera que algo no iba bien. A pesar de su curiosidad, le agradeció en silencio que se haya abstenido de indagar.

El único aliciente era que Leo se recuperaría y no dejaría ningún tipo de secuela además de una cicatriz. Ambos habían corrido con suerte y recibieron ayuda en el momento que fue necesario.

Todavía le calaba el alma lo que Leo había hecho por ella. Le había demostrado su amor por ella al poner su vida en peligro para defenderla, y Carolina le pagaba guardando secretos y no ser completamente honesta con él. Una vez más las lágrimas amenazaron con desbordarse. Nada de lo que hiciera iba a ser suficiente para pagar su error. ¿Por qué tenía que ser tan cobarde? Podía justificarse de mil formas, y la principal era que se trataba de un secreto que no era suyo de contar. Su intención jamás fue enamorarse, mucho menos de él. Ahora ya no se imaginaba su vida sin él, se sentiría perdida sin su amor, sin sus caricias y sin sus besos.

Al verla a punto de colapsar, Celina la condujo a uno de los sillones. Podía ver en las miradas preocupadas de sus hermanos la frustración al no poder hacer algo para ayudarla o aliviar la angustia que visiblemente la invadía.

No se percató que Manuel había desaparecido en la cocina hasta que regresó con una taza con chocolate caliente.

—Anda, toma un poco, el azúcar del chocolate te va a caer bien.

Le dio un sorbito para no desairarle el gesto y luego colocó la taza en la mesa de centro. La verdad era que su estómago seguía revuelto y sentía que nada lograría asentárselo.

—Me va a odiar —confesó echándose a llorar en el hombro de Celina. No pudo más; las emociones ganaron terreno y se abandonó a ellas.

La incertidumbre la estaba carcomiendo por dentro poco a poco. En cualquier momento recibiría una llamada de Leo para decirle que todo se había acabado entre ellos.

Lucharía por él, costara lo que le costara. y tal vez era una ilusa al pensar que la perdonaría. Leo le había dejado en claro que odiaba la deshonestidad.

—Tú no puedes saberlo. Nadie es capaz de saber lo que pasa por la cabeza de otra persona. Y si es sensata escuchará razones. —Celina le secó las lágrimas de un modo maternal que no le conocía.

—Esperé demasiado para hacerlo, tú me lo advertiste. Ahora es muy tarde. —Y cuánto lo lamentaba. Su cobardía fue la oportunidad de Antonio para derrumbarla, de acabar con lo que habían logrado construir.

Una vez que las palabras comenzaron a fluir fue imposible detenerlas y terminó por relatar el enfrentamiento que tuvo con Antonio y la amenaza que había diseñado para separarlos.

—¡La desfachatez de ese hombre no tiene nombre! —se enojó Celina— . Si él fue quién hizo todo esto ¡Voy a matarlo! —Una fogata alumbró los ojos de su hermana y temió por lo que podía ocurrírsele para intentar defenderla. Especialmente de Antonio por el papel que tenía ahora en su vida.

El timbre del inter phone las interrumpió. Carolina sintió que el corazón le dio un vuelco. «¿Será mi Leo?», aquel pensamiento se disolvió tan rápido como la espuma, era una estupidez el plantearse esa posibilidad. Observó el reloj de la cocina, pasaban diez minutos de las ocho de la noche. No le había prestado atención a la hora hasta ese momento. Manuel se levantó para responder, y ella observó cada uno de sus movimientos con aprensión

—¿Diga? —Su hermano apretó el ceño, y con cada segundo que pasada la tensión se apoderaba de ella—. Deme un momento, Víctor. —Manuel cubrió el auricular con la mano—. Es Daniel Silva, está en el vestíbulo ¿le digo que estás indispuesta? —Carolina encogió los hombros decepcionada.

Volteó a ver a Celina tratando buscar su opinión, pero solo encontró en sus ojos la misma indecisión que jugueteaba con su inquietud.

—Dile a Victor que puede subir —respondió resignada.

—¿Estás segura?

—No, pero no lo puedo desairar —explicó escuetamente y después suspiró acongojada.

Cuántas ganas tenía de negarse, pero el haberse tomado la molestia de ir a buscarla y preocuparse por ella pudo más que su renuencia. Antes de ser su jefe, Daniel era su amigo. Sin embargo, la ansiedad que revoloteaba dentro de su estómago le decía que estaba siendo insensata. Demasiado tarde, y la única solución que pudo sortear de improviso fue la de despacharlo lo más rápido posible.

—Discúlpame por haber venido sin avisar —comenzó a decir apenado en cuanto ella abrió la puerta. No lo invitó a pasar, y él parecía estar de acuerdo permanecer parados en el umbral—. Me enteré de lo sucedido contigo y Villanueva, y tenía que verte para saber cómo te encuentras. —Le sonrió, y solo pudo ver dentro de sus ojos genuina preocupación—. Julio te manda esto. —Le entregó una enorme bolsa de papel, y ella le sonrió en agradecimiento—. Por la cantidad de comida dudo que solo haya pensado en ti.

Ambos en sincronía buscaron la mirada de Celina, quien estaba de pie en medio de la sala y aparentemente había escuchado el sarcasmo de joven empresario. Carolina fue capaz de ver que sus ojos supuraban indignación y ternura, una rara combinación que solo podría provocar Julio en ella.

Carolina dejó la bolsa en el suelo. Decidió emparejar la puerta y quedarse en el pasillo para tener privacidad. La mirada acusadora de Manuel la exasperó.

No deseaba revivir el episodio y Daniel la comprendió. Quiso acariciarle la mejilla, pero se arrepintió y la mano de él aterrizó en su hombro.

Apretó los ojos al sentir la calidez de su mano. Estaba más sensible de lo que se permitía sentir. Al ver sus ojos consternados lo único que deseaba era hacerse un ovillo y echarse a llorar.

Sin esperárselo la envolvió con sus brazos y le susurró notas de cariño y aliento: «Todo vas a estar bien, primor. Se va a recuperar pronto, ya lo veras. Tienes que ser fuerte por ti y por él.»

No tenía la fuerza para despegarse de él, si lo hacía se desplomaría.

De pronto percibió su cuerpo tensarse y con voz grave y endurecida lo escuchó decir:

—¿Y tú qué haces aquí? 


___________________________

¡Hola, solecitos! Sé que me tardé, pero el trabajo me ha dejado poco tiempo libre para perderme entre las líneas. ¿Creen que Leo se controle al ver a Carolina en los brazos de otro? ¿Anticiparon esa visita inesperada? ¿Fue sensato por parte de Carolina decidir verlo? Espero que les haya gustado y no me maten por aumentar la pila de problemas que de por sí Leo y Caro tienen encima. 

¡Nos vemos en el próximo capítulo!



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