Capítulo 50 {No creo}
"Sólo tú doblas mi razón
Y por eso a donde tú quieras voy"
-Shakira
Carolina estaba tumbada boca abajo con las manos debajo de la barbilla, y cuando ella notó que él la miraba, lo abrazó con una sonrisa. Sus pies bailaban de un lado a otro al compás de la serenidad y felicidad que flotaba alrededor de ellos. Ver su cuerpo desnudo en aquella posición le robaba la respiración y lo despojaba de pensamientos coherentes.
Leo acababa de salir de la ducha. Tuvo que hacerlo solo y utilizar agua fría para poder conseguir la fuerza que necesitaba para la segunda parte del plan. Ella tenía una habilidad extraordinaria para atarlo a la cama sin necesidad de usar esposas.
Sonrió para sí mismo orgulloso porque sus planes surgían sobre la marcha y no como una lista de deberes por cumplir como era su costumbre. Simplemente dejaba que sus ideas se hicieran cargo de todo. ¿Quién iba a decir que un día se dejaría regir por sus impulsos?
—Odio tener que decirte esto, preciosa, más porque es para pedirte que cubras tu hermoso cuerpo.
—¿Y si no me lo pides y mejor me haces el amor de nuevo? —dijo ella mientras lo llamaba con el dedo para que se acercara.
Cómo le gustaría que el tiempo se detuviera...
—No tienes una idea de cuánto deseo quedarnos aquí encerrados y tenerte solo para mí. Pero quiero que veas algo.
El desorden que habían dejado a su paso poco le importó. Leo se puso los jeans que dejó tirados y sacó una playera limpia de su maleta. Carolina descartó el vestido y optó por unos shorts y una sencilla camiseta negra. Para su beneficio omitió el sostén.
Se acercó y enredó las manos a su cintura. La besó hasta que ambos se quedaron sin aliento. A Carolina se le escapó un pequeño gemido, y como consecuencia él hundió sus dedos en sus caderas. Se apartó de forma intempestiva, si se dejaba llevar por aquellas electrizantes sensaciones jamás saldrían de la habitación.
La luna había salido a jugar con ellos mientras se adentraban en la terraza privada que había reservado. Los empleados habían sobrepasado sus expectativas al darse cuenta en lo que habían convertido el lugar. Los ojos de Carolina destellaban juntos a las luces colgantes que delimitaban el área. Cojines de diferentes tamaños y colores flanqueaban la mesa que estaba en el centro. Sobre esta había una cesta enorme.
—¿Es un picnic de medianoche? —preguntó entusiasmada—. ¿Por qué no me sorprende?
Sin pensarlo ella se tumbó boca arriba en el cojín más grande, tenía el espacio suficiente para que cupieran los dos. La miró a los ojos mientras se acomodaba junto a ella. Deslizó el dorso de su mano por su mejilla y le apartó un mechón de cabello que cruzaba por su rostro. Leo no podía dejar de pensar en esas dos palabras que nunca antes había pronunciado, y que a partir de ese momento le pertenecían a ella. No lo había hecho antes porque no pudiera, sino porque era incapaz de decir algo que no sentía. No obstante, ahora no paraba de repetirlas, fue como si hubiera roto el candado que resguardaba y mantenía a raya sus emociones.
Toda su vida había sentido un vacío en su pecho imposible de llenar, y por primera vez, no solo lo sentía rebosante, sino que era tanto el espacio que ocupaba su amor por ella que sentía que le estallaría.
—Te traje aquí por una razón.
—¿Solo una? —preguntó levantando una ceja.
—Está bien, por varias —admitió con fingida derrota—. Tengo algo para ti. —Leo metió la mano a la chaqueta que usaba.
—Espera. Yo también tengo una cosa para ti, pero me gustaría que la abrieras primero —dijo al tiempo que sacaba algo de su pequeño bolso. Colocó la cajita en medio de los dos.
—¿Cómo puedo negarme si me miras de ese modo?
Cuando la levantó y se dispuso a deshacerse del colorido envoltorio, Carolina lo detuvo y le dijo:
—Rompe en mil pedazos la envoltura. —A Leo le pareció un tanto peculiar aquella petición porque se había percatado que se trataba de unos de sus hermosos diseños. Para darle gusto, hizo lo que le indicó sin medirse. Al momento de arrancar el último pedazo notó algo escrito en la parte interna del papel—. ¿Ya te diste cuenta de lo que es?
Leo unió unas cuantas piezas de papel, las suficientes para reconocer que se trataba del ridículo contrato que habían firmado. Una sonrisa torcida trepó por sus labios.
—¿Eso quiere decir que no más ideas absurdas de abandonarme y que vas a dejarme amarte por completo?
Carolina asintió con la cabeza y a pesar de la poca luz fue capaz de ver cómo se le encendían las mejillas. Cómo le gustaba provocar en ella esas reacciones.
—Además, no entiendo para qué insistes en regresarte a San Luis Potosí. Tú vida está aquí. Tus hermanos, tu padre, tus amigos, yo principalmente. Aunque no me malinterpretes, si tu idea sigue siendo regresarte yo te seguiría. No importa dónde estés, yo planeo estar junto a ti hasta que tú me lo permitas.
—Leo, yo siempre voy a querer que estemos juntos.
—Ya aclarado este punto ahora sí abre eso —dijo Leo con cara de satisfacción. Colocó la caja dorada sobre las piernas de Carolina.
—¿No quieres saber primero qué hay dentro? —dijo señalando la que acababa de desenvolver.
—Puede esperar. No sé si haya otra cosa que puede hacerme más feliz que haber roto el contrato.
Carolina encogió los hombros y sin esperar un momento más la abrió con ilusión. Lo miró y observó que unas lágrimas bordeaban sus enormes ojos.
—Por tu silencio puedo asumir que te gustó.
Ella estaba inmóvil, en una especie de trance, por lo que él sacó el delicado brazalete y lo colocó en la palma de su mano para que ella lo pudiera ver.
—Tú mejor que nadie sabes que no creo en el matrimonio, pero de alguna manera quería simbolizar que estoy comprometido a ti, a tratar de hacerte feliz cada día, a sacar lo mejor de mí.. Para decirte que soy tuyo por completo. ¡Dios, te amo!
Carolina se lanzó a sus brazos y le susurró al oído que lo amaba más que a nadie en el mundo, y aquello terminó de deshacerlo. Jamás se imaginó que pudiera ser tan feliz, como lo estaba en ese momento. Estaba irremediablemente enamorado de ella.
Se apartó un poco de ella para tomar con gentileza su tobillo, abrió el broche con cuidado y despacio se lo colocó alrededor. Prosiguió a explicarle los diminutos dijes que colgaban en algunos eslabones.
El pincel era representar su amor por la pintura, el corazón con un diamante en el centro era para decirle que le regalaba su corazón, la plaquita redonda tenía grabada su constelación favorita en miniatura que representaba el destino que decidió unir sus caminos.
—¿Una «L»? ¿En serio? —expresó con asombro refiriéndose al cuarto dije.
—No puedo pedirte que te tatúes mi nombre, pero esto es un sustituto aceptable.
—Eres incorregible ¿lo sabías?. —Leo se lanzó sobre ella y la tumbó. Le mordisqueó el cuello y cuando estaba listo para ir por más, ella le preguntó—: ¿Ahora sí vas a abrir mi regalo?
Leo se movió hacia un lado y dejó un poco de espacio entre ellos. Quitó la tapa y soltó una audible exhalación a ver dentro de la caja el reloj que creía que había perdido.
—¿Cómo? ¿Por qué lo tienes tú? —dijo con voz temblorosa. No sabía si se trataba de nervios o asombro.
—Esa mañana, tú sabes a cuál me refiero, me lo llevé sin darme cuenta. Cuando quise regresártelo, quería que desaparecieras de mi vida y lo hiciste. Después, olvidé que lo tenía y ayer lo encontré.
—Luego dices que soy incorregible...
***
—Me encanta este lugar, ¿podemos quedarnos aquí a vivir? —Carolina no podía dejar de admirar el majestuoso infinito teñido de astros y estrellas. La enormidad de la oscuridad natural y las montañas inalcanzables creaban el perfecto lugar para reverenciar, estudiar y contemplar las constelaciones.
Cómo iba a agradecerle haber puesto a su alcance la oportunidad de disfrutar juntos este maravilloso espectáculo.
—Podemos regresar siempre que quieras, preciosa. Me encargaré de tener una habitación disponible para nosotros de por vida. La próxima vez que vengamos iremos a la zona arqueológica, se dice que la vista nocturna es indescriptible.
Carolina estaba más enamorada que nunca de este hombre que no se cansaba de demostrarle cuánto la amaba. Era maravilloso escuchar esas dos palabras, pero lo realmente valioso para ella era que estás vinieran acompañadas con manifestaciones espontáneas de ese amor que se profesaban el uno a la otra. Nunca fallaba en perderse en la profundidad de sus ojos verdes, le decían tanto.
Leo le pidió que sacara el contenido de la cesta enorme mientras él se encargaba de servir el vino.
—¿Seguro que yo soy la única a la que invitaste? Aquí dentro hay mucha comida —dijo al ir sacando las carnes frías y quesos de varios tipos, dos hogazas de pan, fruta picada, frutos secos y unos contenedores con fresas cubiertas de chocolate y otros postres en tamaño miniatura
Colocó dos platos sobre la mesa y empezó a servir un poco de todo.
—Seguro —respondió firme—. Me aseguraré que tengamos mucha hambre y arrasemos. —Carolina no pudo evitar soltar una carcajada—. Eres tan hermosa cuando ríes, especialmente cuando soy yo quien lo hace.
La noche caminaba sobre ellos con caricias silenciosas y besos deliciosos. La cabeza de ella estaba hundida en el pecho de él, y Leo aprovechaba para dibujarle cadenciosamente círculos en su hombro. La dicha que sentía Carolina supuraba por cada unos de los poros de su piel que la hacían brillar. Sin embargo, aquel secreto que guardaba la opacaba y le impedía disfrutar por completo lo que su alma ansiaba envolver con libertad absoluta.
Tenía miedo que todo pudiera terminar. Confiaba en que la comprendería y la perdonaría. Era ahora o nunca, esto ya no podía esperar más
—Leo, quiero decirte algo —comenzó a decir de forma temblorosa, ella misma podía escuchar la fragilidad en su voz.
—Shhh... no quiero hablar y menos si se trata de algo serio que puede arruinar la velada.
—Pero es importante —insistió insegura.
—Nada es más importante que esta noche. Disfrutemos lo que queda de ella. ¿Es de vida o muerte?
—No, pero...
—Entonces —la interrumpió—, puede esperar a mañana. Me lo dirás durante el camino de regreso.
Carolina desistió y cerró sus ojos. Se dejó llevar por su voz y sus delicadas caricias. Por esta noche, lo que tenían estaría a salvo y gozaría cada minuto.
***
En cuanto colgó el teléfono, lo apretó con fuerza entre sus manos y poco faltó para estrellarlo contra el suelo. Pero no podía darse ese lujo en este momento, lo que necesitaba era mantener la calma y pensar con la cabeza fría.
—¿Qué sucede? —preguntó Dahlia. La preocupación ardía en sus ojos y prefirió ponerla al tanto. A esa mujer no podía ocultarle nada.
—Acabo de colgar con el Ministerio Público y me confirmaron que no hay nada que hacer con la orden de aprehensión hasta el lunes. El crimen que cometió esa mujer es de baja prioridad para las autoridades.
—El Manuel que conozco no se quedaría de brazos cruzados —lo reprendió. No estaba seguro que le gustara que lo evidenciara.
—Tengo las manos atadas. —Manuel crispó las manos en puños por la impotencia que lo invadía.
—Pero yo no. Dime qué puedo hacer para ayudar.
—A ti qué más te da lo que suceda. Tú trabajo terminó. —Estaba tan irritado, que no parecía medir sus palabras y se había propuesto desquitarse con quien se le pusiera enfrente.
Ella sabía lo que pasaba si se entrometía en sus asuntos. Y no era algo agraciado que le gustaría presenciar. Además no deseaba crear problemas innecesarios si la involucraba.
Dahlia lo miró con un gesto ceñudo y después cruzó sus brazos sobre el pecho. Lo mantuvo atrapado en su mirada por un rato, que perdió la cuenta de cuántos minutos pasaron.¿Qué pretendía con ese juego? Si buscaba una disculpa, no estaba dispuesto a dársela.
Ni sus falditas, ni sus escotes, ni sus curvas lograrían que se retractara. Lo único que sabía era que cuando ella entraba subía la marea y le costaba mantener sus emociones controladas. Entre más alejada estuviera de él, mejor para todos.
—El que se lo pierde eres tú —dijo Dahlia al tiempo que giraba en sus talones.
Estuvo a punto de detenerla, pero lo meditó y lo conveniente era dejarla ir.
Colgó la última llamada y se quedó como al principio. No había nada que hacer más que esperar la llegada del lunes. Tamborileó sus dedos contra el escritorio tratando de conjurar una solución, aunque fuera provisional. Si se daba por vencido, sentía que de alguna forma decepcionaría a su hermana y a su familia.
Si nadie lo ayudaría, lo tendría que hacer él mismo. Buscó la dirección en el archivo, la anotó, tomó sus cosas y se marchó de la oficina.
Para su fortuna encontró un lugar para estacionarse de inmediato. Según el mapa de su celular, el edificio que buscaba se encontraba a unos cuantos metros más adelante. No era inusual que los investigadores del bufete arrendaran espacios para vigilar a los sujetos que tenían en la mira como sospechosos. Este en particular poseía perfecta visibilidad de la entrada del edificio y una ventana del departamento donde residía De la Vega.
Evitó usar el ascensor y subió los escalones de dos en dos. No sabía cuándo podría salir a estirar las piernas de nuevo. Suspiró resignado mientras sacaba la llave para abrir.
Al entrar, enseguida un olor a comida rápida y grasienta inundó su nariz, que a su vez le revolvió el estómago y le hizo gruñir las tripas. Debió pasar por algo de cenar antes de venir, se reprochó.
Sin necesidad de encender la luz fue capaz de reconocer la silueta que estaba sentada en posición de loto junto a la ventana. Dentro de su cabeza rugió improperios que nunca diría en público. Mucho menos frente a ella.
—¿Qué haces aquí, Dahlia? —la reprendió sin disimular su enfado después de pararse junto a ella—. ¿Cómo entraste? Yo tengo las llaves.
—Yo no necesito una llave para entrar —respondió de modo casual, como si le hubiera preguntado de qué sabor quería su nieve—. Aparentemente tuve la misma idea que tú.
—Dios, ¿por qué no puedes quedarte quieta?—expresó con los dientes apretados dejando airar su exasperación.
—Y tú por qué no puedes dejar de ser un estirado. Admite mejor que hago un trabajo excelente.
—Esto es invasión de propiedad privada ¿sabes? —Usó el tono más serio que pudo. Esto no era un juego como ella creía.
—¿Me vas a demandar? —ironizó, y eso lo sacó de quicio. Esta mujer lo mataría algún día, si era que él no lo hacía primero.
Se frotó las manos sobre la cara para tratar de mantener la paciencia adherida al cuerpo.
—Seguro estás de mal humor porque no has cenado nada. Te convido de mis papitas. —Dahlia estiró el brazo con el cucurucho para que él tomara una.
Manuel pudo ver en su mirada que se ofendió cuando la despreció. Su orgullo le impidió tomar una.
—¿La comida de McDonald's es indigna de ti?
—Lo dices como si creyeras que soy un snob. Para tu información no lo soy. —Manuel se sentó a un lado de ella cuando percibió que ella no tenía intenciones de pararse. O de irse.
—¿Tienes pruebas que sustenten ese argumento? —dijo y luego dio un sorbo a su malteada y lo miró con ojos de mosca muerta.
—¿Vas a discutir leyes conmigo? —Entrecerró los ojos de modo amenazador. Sabía que era inútil porque ella era infalible a sus tácticas.
—Desviando el tema con una pregunta me dice que el sujeto es incapaz de proveer las pruebas para absolverlo del crimen que se le acusa.
Le arrebató la hamburguesa que tenía en la otra mano y le dio una mordida que abarcó más de la mitad. Se limpió con el dorso de la mano el aderezo que se le embarró a un lado de la boca.
—¡Ey, cómprate la tuya! —le reclamó al observar el pedazo pequeño que le quedó.
—Tú me lo pediste. ¿Quieres más pruebas?
Dahlia dibujó un puchero en su boca, y Manuel reprimió las risas. Este juego, donde él ganaba, sí le gustaba.
Basta de distracciones, se reprendió. Él estaba ahí para trabajar y no para meterse en líos. Aunque estos fueran curvilíneos, pecaminosos e irresistibles.
—¿La has visto llegar? —preguntó Manuel al mismo tiempo que inclinaba la cabeza hacia la ventana. Era innecesario pronunciar el nombre, era obvio a quien se refería.
—La vi llegar del trabajo. Si me lo preguntas me parece una tipa de lo más insulsa con una vida bastante aburrida. Si fuera ella, ya me hubiera comprado un boleto de avión, hecho mis maletas y largado a una playa paradisíaca. No me explico qué está esperando.
—¿De verdad dejarías todo? —dijo Manuel asombrado por su desapego.
—Imagina su situación: está sola, Villanueva la quiere ver muerta, tiene grandes posibilidades de terminar en la cárcel y un montón de dinero. ¿A qué se queda?
—Pero sería una prófuga de la justicia el resto de su vida y se ganaría algunos enemigos.
—Tú no lo harías porque eres un niño bonito que nunca ha roto una regla en su vida. Dios te libre que alguien te vea feo o decepciones a tu familia.
—Cuidado a quien llamas «niño bonito», si juegas con fuego te vas a quemar, florecita. —Estaba tan cerca de ella que podía sentir su aliento cálido en su rostro.
Por lo general esquivaba sus disparos de provocación, pero ahora, justo ahora, algo se había resquebrajado dentro de él y estaba a punto de explotar.
El reto estaba sobre la mesa, ella se había encargado de colocarlo ahí, y él no iba a ser el primero en ceder.
—Eso está por verse. —Dahlia lo miró con intención al tiempo que dibujaba una sonrisa torcida en su rostro. Resopló con burla y sacudió la cabeza cuando comenzó a alejarse cómo siempre lo hacía.
No supo si fue el desafío, la burla o la condescendencia la que lo terminó por encenderlo y perder por completo la cabeza.
—¿Quieres jugar? Vamos a jugar.
Se quitó el saco y se aflojó la corbata de forma violenta. La empujó y su espalda cayó contra el suelo. Se elevó sobre ella, la aprisionó con su cuerpo y sostuvo sus muñecas a los costados.
Podía ver el asombro de Dahlia en sus ojos abiertos por completo por su intempestiva reacción. No parecía estar respirando.
—Esta es la última oportunidad que tendrás para echarte para atrás. Di que esto es lo que quieres. —Dahlia asintió levemente su cabeza—. No, quiero que lo digas en voz alta —insistió.
—Adelante, y bajo tu propio riesgo.
La ropa voló en un instante. Besos apasionados, caricias atrevidas, cuerpos sudados colmaron las siguientes horas. Esa noche, Dahlia se convirtió en la tentación que jamás creyó algún día sucumbiría. Y nunca le supo algo mejor.
***
Como un bandido sigiloso, Soni utilizó el cobijo de noche como disfraz para asistir al mayor evento de escape, al que la única invitada era ella. Nadie lo sabía, ni siquiera su mejor amiga, pero esta era la última vez que alguien sabría de ella.
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¡Hola, solecitos! La cara se me cae de vergüenza por haber publicado hasta el día de hoy. Entre el trabajo, las ocupaciones y la falta de inspiración me fue imposible. ¿Cómo creen que reaccionará Leo cuando Caro le confiese el secreto? ¿Qué piensan de Manuel y Dahlia, ya la veían venir? Y de Soni... mejor ni hablamos. Espero que hayan disfrutado este capítulo como yo disfrute escribirlo. Si les gustó no olviden dejarme un estrellita o un comentario que me encantará responder.
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
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