Capítulo 43 {Al Día Siguiente}
"No aprendo mi lección
Lo que al principio fue atracción
Me deja en desolación
No puedo resistirme"
-Ventilander
Al alejarse del edificio, el sol le pegó en la cara y el viento la despeinó. Ya podía dejar salir el aire de sus pulmones, pero no conjuraba la fuerza para respirar libremente. Estaba furiosa y pasmada al mismo tiempo. Era como si en ese instante la ira le hubiese entumecido las extremidades y cosido la boca.
Quizá debería intentar gritar para desahogarse, pero al observar a su alrededor y a la gente que caminaba por ahí, la invadió la vergüenza y se cohibió. «Gritar no es propio de una dama», seguro la habría aleccionado su madre. Era tan apretada y modosa, y Alix era incapaz de concebirla relajada; siempre viviendo a expensas del «¿Qué dirán?» de sus engreídas amistades. Aquello debería ser agotador y era inevitable sentir un poco de lástima por ella por no poder ser ella misma ni decir en verdad lo que pensaba.
Cada vez se preguntaba con más frecuencia qué tenían sus padres en común. A la recatada y al orgulloso no los figuraba como a los protagonistas de una épica historia de amor. En toda su vida jamás los había visto o escuchado profesarse amor. Un abrazo o una caricia, mucho menos. Y luego se preguntaban por qué ninguno de sus hijos era capaz de mantener una relación estable. Ambos se habían convertido en unos perfectos saboteadores. Algo que su madre no perdía oportunidad en arrogarle a la cara, a la gran decepción de la familia Villanueva. Los últimos años Silvia se había encargado que no olvidara lo que, según ella, había sido el peor error de su vida: la cancelación de su boda con el heredero del magnate hotelero, Augusto Silva. Arrugó la nariz cuando Daniel acaparó de imprevisto su mente; aún la alteraba lo sucedido entre ellos. Prefería no acordarse, así que sacudió su cabeza para desechar esos pensamientos.
Alix se tentó la cabeza buscando sus lentes oscuros y al no encontrarlos, recordó que los había dejado en alguna parte del departamento de Óscar. Gruñó exasperada.
Miró su celular; el Uber que pidió llegaría en menos de tres minutos. Se acercó lo más que pudo a la banqueta para hacerse visible y la identificaran fácilmente. No estaba de humor para esperar. Lo que quería era largarse lo más pronto posible de ahí.
Cerró la puerta del coche con más fuerza de la pretendida, que el conductor ensanchó sus ojos al escuchar el portazo.
—Lo siento —dijo apenada porque no tenía por que desquitarse con la propiedad ajena.
El joven se limitó a sonreírle con timidez y no supo si lo había intimidado o fue por educación que se abstuvo de reclamarle.
En cuanto se acomodó en el asiento, bajó la visera para poder echarle un vistazo a su aspecto. Debía lucir totalmente desaliñada por la prisa con la que tuvo que salir. Para su sorpresa, en sus mejillas había un poco de color, en sus ojos un sorprendente brillo y sus labios estaban levemente hinchados. Sin pensarlo, se los tocó con las yemas de los dedos, como si quisiera revivir sus besos decadentes. Aquello sirvió para mejorar su estado de ánimo. Jamás iba a admitir en voz alta que acostarse con Óscar le hacía bien a su cuerpo de todas las formas posibles.
Más tranquila y con la suficiente distancia de por medio, Alix cerró los ojos y recordó con una sonrisa perversa la cara de sorpresa de su hermano al aparecerse a medio vestir a esa hora de la mañana y descubrir que tenía de amante a su mejor amigo. «Amante» era una palabra que se escuchaba anticuada y no estaba segura si estaba en desuso. Sin embargo, se amoldaba a Óscar como un guante. Apasionado y caballeroso como ya no los hay. Al menos, en los círculos que solía andar era considerado una rara especie a la que le daban poca importancia si llegara a desaparecer del planeta. Normalmente lo habría descartado después de la segunda «cita», lo que deseaba era divertirse sin intención de comenzar algo serio. Ella misma se desconoció cuando volvía por más, una y otra vez. Sentía que estaba cometiendo un error y a la vez era algo que necesitaba. Por un lado su cerebro le mandaba alertas y por el otro su cuerpo pedía ser tocado y adorado por él.
Jamás había escuchado a Óscar quedarse atónito y sin palabras, sus ocurrencias eran una cualidad que de igual forma admiraba y detestaba. Un día la halagaba y era inevitable que se ruborizara y al otro encontraba el mejor modo de hacerla rabiar. Era casi ridículo que sus palabras tuvieran el mismo efecto en ella después de tantos años.
—¿Tienes hermanas? —le soltó al conductor de repente, y este pareció sorprendido por la pregunta personal.
—Tengo tres —respondió dudoso al cabo de unos segundos.
—Entonces tú me puedes explicar algo, ¿por qué los hermanos mayores se creen con el derecho de meterse en nuestra vida y decirnos lo que está bien y lo que está mal?
La relación que tenía con Leo estaba amarrada con un lazo estrecho. Solo ellos podían entender el significado de ser un Villanueva. No era que hubiesen tenido la peor infancia, porque no fue así. Fueron privilegiados por la educación que recibieron y siempre tuvieron lo mejor. A su papá lo recordaba siendo cariñoso y exigente con ellos, trabajaba todo el tiempo por lo que fue natural que dejara de tener tiempo para ellos. Con su madre, fue otra historia. Ella siempre tuvo tiempo para sus hijos mostrándose estricta y un tanto fría. Simplemente a veces no se podía sacar de la cabeza que los tuvo porque era lo que se esperaba de ella y no porque los deseara.
Dedujo que de ahí provenía la razón de por qué su hermano actuaba como un padre disgustado y fastidioso. Y tristemente lo confirmó de nuevo al escuchar sus regaños.
—Ni eres mi papá, ni me mantienes —le respondió trabada de coraje.
—Esto, tú y yo —dijo Leo tratando de moderar su tono exasperado al tiempo que señalaba con su dedo índice el espacio que había entre él y su amigo—, después lo arreglamos. Y contigo. —Su hermano dirigió el dedo hacia ella—. No sabes en que lío te metiste.
Alix salió a trompicones de la estancia hacia la habitación para recoger sus cosas. No podía estar un minuto más ahí. Entre la vergüenza y la furia no podía pensar con claridad. Así que prefirió no interponerse entre ellos, y si se iban a agarrar a golpes, no era su problema.
El sonido de un claxon la sacó de sus pensamientos y se percató de la mirada del conductor, como si no fuera la primera vez que escuchaba dicha protesta. Escuchar la explicación que le dio estuvo lejos de satisfacerla, solo le confirmó lo que ya sabía: los hermanos eran unos cavernícolas entrometidos.
Sacó el celular del bolso y revisó su calendario. Tenía una sesión fotográfica para una inmobiliaria en menos de dos horas. Apenas tenía tiempo de regresar a su departamento para arreglarse y empacar el equipo que necesitaría llevar.
Suspiró con desgano al recordar que por la tarde se vería con Soni. Tenía ganas de verla; se habían convertido en buenas amigas, pero al mismo tiempo la incomodaba que no ya podía salir a defenderla. Aceptó porque fue muy insistente y su voz suplicante pudo más que ella. En ocasiones su forma de ser o ciertas actitudes hacían imposible no visualizarla como una versión light de su madre. Probablemente era la razón por la que congeniaron desde el día que Silvia la conoció. Jamás se lo diría, pero le causaba un poco de compasión por lo que Leo le había hecho, no se lo merecía. Tampoco podía hacer nada para aminorar su dolor, sin poner de por medio la felicidad de su hermano. Era difícil aceptar que con el corazón no se manda, ella misma había aprendido la lección de la peor manera.
Por fin se detuvo el coche, cuando se bajó pudo percibir la expresión aliviada del joven. Quiso sonreír, pero recordó que su día apenas empezaba.
***
Antonio Villanueva se sentía incapaz de ver la luz al final de túnel porque sospechaba que solo encontraría una apabullante oscuridad. No se consideraba un pesimista, siempre había tenido claro sus objetivos y trabajado duro para conseguirlos. Así había sido la mayor parte de su vida; a él nada se le había entregado en bandeja de plata. Si fallaba, lo volvía intentar, pero ya no tenía la energía para volver a empezar ni las motivaciones para hacerlo. La sola idea le producía un malestar en el estómago.
Se levantó de su escritorio y caminó despacio hasta uno de los sillones. Se recostó y colocó un brazo sobre su cabeza dejando que la desesperación lo invadiera. Algo que jamás se había permitido. Eso era para los débiles.
Lo que más lo frustraba de aquella situación era que tenía las manos atadas, su futuro incierto estaba en las manos de alguien que no tenía todo en juego. Confiaba en su personal y en sus capacidades, había contratado a los mejores. Estaba harto de la incertidumbre.
Se había abstenido de beber alcohol, solo le hacía cosquillas a sus extremidades y entorpecía sus sentidos. Por lo mismo estaba más lúcido y alerta que nunca.
Llevaba días sin dormir repercutiendo en su humor, que estaba por los suelos y llegando a proporciones que no alcanzaba a describir. Se desquitaba con los empleados, con Elisa, su leal asistente. Sintió una punzada de remordimiento, esa mujer era una santa por soportarlo. No tenía palabras de aliento para tranquilizar al personal sobre la situación, si ni él las tenía para sí mismo. Prefirió confinarse a su propia oficina para no empeorar la situación
Las deudas se estaban apilando y temía por el futuro de la empresa. Aunque la mayoría de sus propiedades e inversiones estaban atadas a Textiles Santillán, tenía una pequeña fortuna reservada para uso personal. Lo suficiente para vivir cómodamente sin lujos extravagantes. Pensó en su mujer y cómo tomaría la noticia si sucedía lo que más temía: perder la empresa. Aunque lo que pensara ella lo tenía sin cuidado. Desde hacía años que vivían como un par de extraños esforzándose por mantener las apariencias. Ya no sabía si la puesta de escena era para sus hijos o para la sociedad. ¿Algún día tendría el valor de pedirle el divorcio? Aunque era poco probable que ella se lo otorgase. «El día que uno de los dos salga de esta casa, será en una caja», le había advertido Silvia infinidad de veces.
Silvia no era una mala mujer, solo incomprendida. Podía imaginarse de dónde provenía su amargura y resentimiento. De verdad creyó que algún día llegaría a amarla como a... no quería recordar su nombre. A pesar de su corazón fracturado, jamás debió casarse con ella. Le debía tanto, que llegó a confundir el agradecimiento con el amor. Estaba roto y ella lo amaba tanto. «El amor que siento por ti es tan grande que alcanza para los dos», le dijo una Silvia llena de ilusiones, pero de parte de él solo hubo promesas incumplidas que emponzoñaron el aire puro. Se dio cuenta muy tarde, su primogénito venía en camino.
Alguien golpeteó a su puerta y enseguida entró Elisa.
—Señor Villanueva, ¿quiere que le ordene algo de comer? —le preguntó con tono preocupado.
—No, gracias. —Antonio no hizo el intento de enderezarse y no parecer el hombre derrotado que se alojaba en su ser. Estaba tan cansado.
—Tiene que estar fuerte, la empresa lo necesita. Mientas no llegue el veredicto, todavía hay esperanza.
Su asistente tenía razón, reconoció en cuanto ella se marchó con una sonrisa por haber aceptado el ofrecimiento. De pronto se le abrió el apetito. Suficiente conmiseración por él; no estaba del todo perdido, existían diseños con los que todavía podían trabajar. Se enfocaría en ellos y no era tarde para buscar nuevos clientes, vender a minoristas, algo que nunca antes había considerado. Se puso manos a la obra. Necesitaba mandar llamar a la diseñadora que los había creado y al equipo de ventas.
Abrió unos de los cajones de su escritorio y fue cuando la vio. La tomó y lentamente delineó con los dedos la hermosa caligrafía. No se había atrevido a leerla, era como abrirle de nuevo las puertas al pasado que tanto lo lastimaba y no hallaba la forma sepultarlo para seguir adelante con su vida. Antonio no podía hacer nada para cambiarlo, tomó una decisión y vivió con las consecuencias. Punto. Sin pensarlo, cogió el abrecartas y enterró la filosa cuchilla en la orilla del sobre.
Desdobló con cuidado la carta y comenzó a leerla. Conforma pasaba las líneas fue apretando cada vez más el papel entre sus manos. El corazón le palpitaba tan fuete que sintió estrellarse en su pecho. No podía respirar. Cerró los ojos y no pudo evitar transportarse a esa trágica tarde, cuando no quiso escuchar razones, cuando la vio por última vez.
Dios, ¿qué había hecho? ¿Había cometido el error más grande de su vida por dejar que su ira lo cegara impidiéndole ver la verdad? ¿Se había equivocado por juzgarla apresuradamente?
Le dio un puñetazo al escritorio y después se frotó el rostro para impedir que los ojos se le inundaran. No podía permitir que le afectara de ese modo. No pudo haberse equivocado tanto con Julieta, con quien se suponía que pasaría el resto de sus días. Necesitaba una explicación y sabía quién la tenía.
***
Por primera vez en su vida estaba preocupada por llegar a tiempo. Así como Leo, Alix era extremadamente puntual y por nada del mundo la dejaría esperando. Mucho menos como estaban las cosas. El tiempo corría y su dotación de esperanza estaba en números críticos.
Siempre le pareció curioso que, además de las pecas, la puntualidad era algo que tuviera en común ese par. A simple vista sus diferencias no eran tan obvias. Sin embargo, no era necesario pasar una cuantiosa cantidad de tiempo para notarlas.
Mientras Alix era abierta y de trato fácil, su hermano, en cambio, era tan hermético como una bolsa Ziploc. Gran parte de lo que había aprendido acerca de Leo y de su familia, ella se lo había compartido. No estaba muy segura si fue por tenerle confianza o simplemente porque se le iba la lengua más de la cuenta. La primera opción era la que más le agradaba.
Se sintió realizada el día que él la llevó a la congraciada comida familiar para presentarla ante sus padres. Leo estaba renuente en hacerlo, pero era el momento; cumplirían los seis meses de noviazgo —Leo nunca usaba ese término para definirlos y cómo lo odiaba— y esto sería la prueba final que comprobaría que iba en serio lo que había entre ellos.
Le había advertido sobre la forma de ser de sus padres, especialmente de su mamá. Pese al pronóstico negativo, encajó mejor que con su propia familia. A partir de ese día Silvia se convirtió en su mejor aliada. Tanto ella como Soni no podían hacerse la idea que Leo había terminado la relación de más de un año que tenían. Aquello debió terminar en matrimonio y no con ella en la calle de la amargura.
El restaurante que había elegido estaba inusualmente concurrido. No era lo que tenía en mente, pensó que lo importante era ver a Alix.
Unos minutos después que la hostess la dejó a la mesa, su amiga se apareció en la entrada. Alzó la mano para que la ubicara.
—La sesión tomó más tiempo de lo que preví —se disculpó.
—Una vez no es suficiente por todas las veces que te hice esperar. —Le sonrió para borrar la preocupación.
Soni no pudo evitar notar que un aire incómodo flotaba entre ellas mientras platicaban. Y por primera vez encontró cierta resistencia con sus palabras. Entre más trataba de sacar el tema de Leo, más se esforzaba por desviar la conversación.
Aquello no estaba saliendo como lo había visualizado. Esperaba que entre las dos elaboraran un plan para que Leo regresara con ella. O que al menos se quejara amargamente de la dichosa Carolina, como odiaba ese nombre, era tan común. Aquello no sucedió, ni siquiera la había mencionado.
—¿Cómo van las cosas en el trabajo? ¿Todavía sigues con la idea de renunciar por el jefe insufrible que tienes? —preguntó y no pudo evitar darse cuenta que trozaba una servilleta y formaba bolitas. Era algo que hacía cuando estaba ansiosa.
—No, se le bajaron los sumos cuando se dio cuenta que su actitud engreída no lo llevaría a ningún lado. Basta de mí, mejor cuéntame de ti. ¿Has fotografiado a algún guapo y famoso últimamente?
—Me llamaron de la revista Expansión para fotografiar a estrellas en ascendencia en el mundo de los negocios. Así que en mi trabajo todo va de maravilla —dijo con poco entusiasmo. Algo no estaba bien a Alix la apasionaba hablar de su trabajo como fotógrafa profesional.
—¿Qué pasa? Te noto preocupada. —Con la mano juntó todas las bolitas esparcidas en el mantel formando una pequeña montaña—. ¿Le pasó algo a Leo? —Alix agitó la cabeza para negarlo.
Podía verla debatir consigo misma sobre si debía decirlo o no.
—Puedes confiar en mí —intentó animarla.
—No se trata de mí, ni de Leo —agregó esto último de inmediato—. Es sobre... mi papá.
De pronto Soni se tensó y la sangre se le enfrió. Aparentemente no notó su nerviosismo y continuó:
—Es la empresa, está en graves problemas.
—¿No estarás exagerando? Textiles Santillán es una empresa fuerte y con Antonio al mando seguro estarán más que bien.
—No se trata de las capacidades de mando de mi papá. Alguien dentro de la empresa cometió un fraude. No sé de quién se trata, ni exactamente qué fue lo que sucedió. Lo que sé es que están demandando a esta persona por robo y daños y perjuicios, porque además vendió los diseños a alguien más —expresó elevando y endureciendo su tono.
Intentó tragar, pero el nudo que tenía en la garganta se lo impidió.
—No pensé que pasaría esto —musitó sin darse cuenta. Alix juntó sus cejas dejando entrever confusión—. Lo que quise decir es que me sorprende que eso le haya pasado a la empresa. Y tienen todo para ganar la demanda, ¿verdad?
Soni hacía todo lo posible por ocultar la fragilidad en su voz. Cada vez le costaba más contenerse. A lo mejor no se trataba de algo tan grave como Alix decía. No podía ser.
—Es una audiencia, el juicio vendría después. Pero eso es lo de menos, lo alarmante es que gracias al fraude, los diseños perdieron sus licencias y no pueden vender las telas. Claramente, el ladrón sabía lo que hacía, y solo una persona fría y calculadora sería capaz de hacer algo tan ruin y cruel. —Los ojos de Alix comenzaron a empañarse y luego le tomó ambas manos, como si pidiera sin palabras que le compartiera un poco de fuerza para poder continuar el relato—. Esto mi mamá no lo sabe aún, se lo ha ocultado mi padre porque no quiere alterarla sin necesidad. Textiles Santillán ha estado teniendo problemas financieros desde algún tiempo y con esto es muy probable que tenga declararse en bancarrota. Temo por lo que le sucederá a mi familia si la empresa se pierde.
Soni se llevó la mano a la boca. Esto no podía estar sucediendo, esa nunca fue su intención. «Dios mío, ¿qué hice?»
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¡Hola solecitos! Espero que estén teniendo un lindo fin de semana. ¿Qué les pareció? Están empezando a desmarañarse cosas y a descubrirse secretos. ¿Qué creen que contenga la carta? ¿Qué pasará con Soni? ¿La perdonarían si su intención no era que su venganza llegara tan lejos? Si disfrutaron este capítulo tanto como yo escribirlo, no olviden hacérmelo saber haciendo clic en la estrellita o dejándome un comentario. Me encanta responderlos y saber qué piensan.
!Nos vemos en el próximo capítulo!
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