Capítulo 41 {Corazonada}
"Cada vez que estas cerquita de mí,
Se ilumina todo aquí.
Cada vez es más lo que quiero decir,
pero callo al verte así."
-Los Románticos de Zacatecas
Deseaba besarla hasta dejarla sin aliento, pero era lo más inapropiado que podía hacer en ese momento. Especialmente si lo último que le apetecía era portar por varios días la silueta de una mano por la bofetada que, seguro, le propinaría.
Manuel permaneció sentado en su escritorio y observó con asombro los archivos que ella le había entregado hacía unos minutos.
—No me atrevo a preguntarte cómo has conseguido esta información en tan poco tiempo, Dahlia.
La investigadora del bufete sonrió petulante desde la entrada de la oficina, y él se permitió admirarla con fascinación. No cualquiera lograba impresionarlo con facilidad. Fueron unos cuantos segundos los que le sostuvo la mirada, después regresó su atención a los documentos. No quería darle motivos para endiosarla, suficiente tenía en su plato para escucharla regodearse por el excelente trabajo que había hecho.
Por lo mismo, sabía que ella era persona perfecta para las averiguaciones que necesitaba conseguir. No siempre aprobaba sus métodos, pero por el carácter urgente, podría pasarlos por alto en esta ocasión. Justo era uno de motivos por lo que prefería usar los servicios del otro investigador con el que contaba la firma. Era menos el reguero que tenía que limpiar después.
La mujer se despegó del marco de la puerta y se detuvo frente al escritorio. Colocó sus manos sobre el mueble y se inclinó hacia él dejando que sus encantos frontales se escurrieran de su ceñida blusa. Manuel apretó su mandíbula para impedir que se le escapara una exhalación. La mirada de Dahlia era acusadora y ese gesto aportó una postura retadora en el resto de su cuerpo.
No entendía por qué lo hacía, no tenía necesidad. Manuel la conocía e intuía que se trataba de un acto espectacular perfectamente ensayado y diseñado para tentar y dejar con la lengua colgando, como un perro, a cualquiera de los abogados del bufete; y obtener lo que fuese que trajera entre manos. Él era inmune —casi—, y ella sabía que esas prácticas no funcionaban con él.
Repasó con detenimiento las hojas. Su sonrisa se desvaneció poco a poco y un gesto ceñudo la reemplazó.
—¿Todo bien? Es lo que me pediste —dijo a la defensiva. Ella era poco tolerante ante las críticas.
—Lo es —la tranquilizó para evitar iniciar una discusión—. A lo mejor son imaginaciones mías, pasó algo que no sé cómo explicar.
—El que solo confía en hechos, lo está doblegando su intuición. Esto sí que pagaría por verlo —ironizó.
Manuel puso lo ojos en blanco y cruzó los brazos sobre su torso.
—A veces hay cosas inexplicables —admitió con renuencia. Dahlia tenía razón en algo: él solo aceptaba lo que podía comprobar. El mundo de las leyes le había enseñado que no había lugar para las corazonadas.
Manuel notó cómo ella reprimía la burla que tenía enrollada en la punta de la lengua. Dahlia era descarada y atrevida, y lo suficientemente inteligente para no aventurarse a traspasar ciertas líneas.
—Dime qué es lo que le faltó a mi reporte.
—Tu reporte es impecable, te pedí únicamente que averiguaras lo concerniente a Antonio Villanueva y a su hijo lo excluí de la investigación. Por alguna razón pienso que no debí hacerlo. Ayer vi una mujer con él en la cafetería y había algo en su forma de actuar que me pareció peculiar —Manuel se pasó los dedos por su nuca, y ella lo miraba ansiosa—. Percibí recelo y ferocidad por defender algo. Tal vez no es nada, pero quiero saber quién es ella.
—Una mujer celosa puede llegar a ser más peligrosa que un asaltabancos armado hasta los dientes —se mofó—. ¿Le preguntaste quién era? —curioseó con aire condescendiente.
—No quise ser un entrometido —rebatió de inmediato—. De haber sido alguien importante, él se hubiera tomado el tiempo para presentármela.
Dahlia Estrada lo miraba con esos ojos suspicaces, a los cuales nada se les escapaba. La preocupación que lo dominaba provocó que detalles como estos los pasara por alto. Ya se lo había recriminado y no necesitaba que ella lo hiciera también. Por algo era magnífica en su trabajo como investigadora.
En los cuatro años que Dahlia llevaba trabajando en el bufete, era posible que conociera a todos los empleados mejor de lo que se conocían ellos mismos. Con Manuel era diferente, quizá se trataba de empatía. Ambos obtuvieron el trabajo de la misma forma automática por el hecho de contar con una conexión con el dueño. Él era el único hijo que continuaría el legado de Eduardo Arias.
El padre de la chica era más que un cliente para la firma, Eduardo lo consideraba familia. Y como un favor hacia él, Dahlia se encontraba entre ellos. Ella había entrado como comodín, ayudaba donde era necesitada. Con apenas la preparatoria terminada, eran pocas las oportunidades para encontrar un trabajo bien remunerado por sus propios medios.
Pese a las bajas expectativas alrededor de su contratación, la joven resultó ser una joya invaluable. Nada la detenía; era tan obstinada como tenaz, y poco a poco fue escalando hasta encontrar el lugar con la mejor vista de la compañía y volverse imprescindible.
Manuel carraspeó y tomó los papeles para sacudirse su ensimismamiento.
—¿Algo de esto fue obtenido legalmente? —preguntó enseguida.
—Es mejor que no lo sepas, podrías meterte en problemas. A los niños bonitos, como tú, no les gusta hacerlo. Lo que te puedo decir es que todo fue obtenido de forma voluntaria.
—No es eso a lo que me refiero.
—Ahhh, te refieres a si sí utilicé tus métodos. No, no lo hice, ya sabes que no suelo ser tradicional.
—Dahlia, ya hemos hablado de esto.
—Y yo te he dicho que si quieres la parte jugosa y de forma rápida , esta es la única vía. De todas maneras no hay nada aquí que pueda servirte. Ese hombre es un santurrón comparado con los criminales que suelo investigar.
—¿Estudiaste leyes? Déjame ser el juez.
Notó que el reproche repercutió sobre ella como una puñalada certera al observarla posar la mano sobre su pecho. Era dura por fuera, y aquello era su punto débil y se odió un poco por no medir sus palabras.
—No, pero no soy tonta y sé lo suficiente para saber qué es admisible y que no.
—No es eso lo que quise decir —dijo afligido.
—Jamás me respetarás, ¿verdad?
—¿De qué hablas? Admiro todo lo que has logrado.
—Pero nunca será suficiente.
—Lo que yo piense de ti es irrelevante. —Sacudió su mano—. ¿A qué viene todo esto? Sé que poco te importa lo que piensen los demás de ti. Eres tú la que siente insatisfecha con lo que es. Y eso se puede arreglar, solo hace falta que te lo propongas. Yo te apoyaría en tu decisión, si hay alguien capaz de conseguir lo que sea, eres tú.
—No sé de qué hablas., tengo todo lo que quiero. ¿Vas a necesitar algo más? —agregó de forma cortante y sin tratar de esconder su urgencia por marcharse de la oficina. No lo sorprendió, huir era la estrategia predilecta cuando se trataba de él.
—No pretendía hacerte enojar, florecita.
—Vuélveme a llamar «florecita» y será bajo tu propio riesgo. —Manuel rió, la verdad era que esa fue toda su intención. Reconocía que no era correcto, pero no podía evitarlo. Ni siquiera sabía por qué lo hacía. Tantos años elevaban la confianza entre ellos seguramente—. Así es como me dice mi papá.
A Manuel se le cayó la sonrisa y enseguida frunció el ceño.
—Lo siento, no volverá a suceder.
—Imposible, el daño está hecho. Cada vez que te vea pensaré en mi insufrible progenitor —confesó abatida. Pero sus gestos y postura delataban lo contrario. Sobre todo cuando meneó su trasero al darse la media vuelta y salir de la oficina sin despedirse.
Esta astuta mujer no perdía oportunidad alguna para intentar tentarlo o provocarlo, y, una vez más, lo había dejado boquiabierto saliéndose completamente con la suya.
«¿Inmune? Sí, como no.»
***
Leo le acariciaba el contorno del mentón una y otra vez mientras, aliviado, la escuchaba respirar acompasadamente, por fin se había quedado dormida. La secuela de la fiebre aún era visible en las mejillas sonrosadas y en el cabello adherido a su frente por el sudor.
La miraba y casi podía jurar que Carolina tenía una sonrisa dibujada desde que ella cerró sus ojos. A pesar de estar enferma y adolorida irradiaba inexplicablemente felicidad. Aquella visión lo enorgullecía y le colmaba de dicha su alma.
Leo no tuvo corazón para armar un alboroto por el más reciente acontecimiento, no con la miserable noche que había tenido.
Cuando Carolina le compartió la noticia de su nuevo trabajo, Leo deseó como nunca clavar su puño en la pared. Solo consiguió abrir y cerrar sus manos en un intento por detener sus arranques asesinos. Aquello no podía quedarse así.
¿Por qué tuvo que salir con él?, se preguntó furioso. No podía pedirle una explicación, pero cuánto necesitaba escuchar una.
Poco faltó para darse de palos cuando ella le recordó que fue él quien originó el encuentro. ¿Cómo iba a imaginarse que esto sucedería, sí fue su lado territorial el que habló por él? Era cierto cuando se decía que no se podía tener todo en la vida, llegado el momento ciertos sacrificios tenían que hacerse. Solo debía procurar tener en claro con que sí y con qué no podía vivir.
Leo percibió cómo ella trataba de reprimir su entusiasmo y se odió por impedir que fuera ella misma. Entendía de dónde provenía aquella innecesaria concesión: no perdía oportunidad para airar el disgusto que le causaba mencionar a Daniel Silva en una conversación. Ella quería evitar hacerle pasar un mal rato.
En cuanto comprendió que aquel empleo tenía todo que ver con su felicidad y nada que ver con ese hombre, no solo se tranquilizó, sino que se dejó envolver por la emoción que expedía por todos los poros de su cuerpo.
Por supuesto detestaba con todo su ser la idea que Carolina tuviera que lidiar diariamente con ese ente innombrable, pero confiaba en ella como nunca antes lo había hecho en una mujer.
Después de todo era él quién la tenía entre sus brazos y quién estaba en su cama.
La cabeza de Leo estaba atestada de cientos de preguntas y reproches, sin embargo, al verla desarmada y exhausta por la enfermedad, de inmediato se intercambiaron por preocupaciones.
Por supuesto se negó de inmediato cuando le sugirió llevarla a urgencias cuando la fiebre no retrocedía.
—Voy a estar bien.
—Esto no es normal, después de la medicina y el baño, la fiebre, al menos, debió bajar un poco. No seas necia y hazme caso.
Leo notó que ella intentó jalar la cobija para cubrirse, pero el se lo impidió. No sabía de medicina, pero taparse hasta las narices impediría alguna mejora.
—Tú no seas el necio, además quién sabe qué hora es de la madrugada —dijo desganada.
No era el momento de discutir, era el de hacer lo necesario. Le importaba un carajo la hora y sin pensarlo más, tomó su celular y tecleó el número de su amigo Miguel Torres.
—Si recuerdas que soy ginecólogo y no médico de cabecera —dijo el joven con ojos ojerosos mientras Leo lo dejaba pasar al departamento.
—No veo la diferencia, estás aquí, ¿no, Mike?
—Ya veo que sigues siendo el mismo. Solo accedí porque quería comprobar que eran ciertos los rumores que andan rondando acerca de ti: que pronto comeremos mole.
Óscar y Julio eran incapaces de mantener la boca cerrada. Leo apretó los dientes para dejarlo ir. No valía la pena rebatir, tenía todas las de perder.
Miguel le pidió que lo dejara a solas con Carolina para proporcionarle la privacidad necesaria para revisarla. Leo le indicó por dónde quedaba la habitación.
Al cabo de media hora de ir y venir por el pasillo, escuchó unas risas discretas y enseguida salió su amigo.
—Te sacaste la lotería, Leonardo. No sé de qué habrás hecho para merecer a alguien como ella —intentó objetar, pero Miguel agregó—: Ni siquiera intentes negarlo, te trae como imbécil y tampoco entiendo qué te vio.
Antes de irse, Miguel le entregó la receta médica con el nombre escrito del antibiótico que debía comprar para el tratamiento de Carolina. Resultó ser la madre de las infecciones de garganta.
Y otra más con la misma letra ilegible de doctor que se leía:
«Diagnóstico: Irremediablis enamoradilus.
Tratamiento: Incurable.»
Leo gruñó mientras comprimía en el papel en su puño.
Ponerlo en evidencia era el costo de tener amigos entrometidos. Arrojó la bola al cesto de basura y sonrió con su espíritu exaltado antes de entrar a la recámara de Carolina.
***
—Tenemos que decirle —dijo Óscar quedándose a medio camino de un bocado de tallarines.
—Tenías que arruinarlo metiendo una mosca en la sopa —respondió Alix un tanto irritada e hizo a un lado el tazón que sostenía en las manos, como si le hubiese hecho perder el apetito.
Con ella todo le resultaba fácil. Se veían cuando querían, hacían el amor cuando se deseaban, ninguno de los dos intentaba impresionarse con regalos extravagantes o citas en restaurantes caros y tampoco se metían en la vida del otro. La simpleza era el principal atractivo de su relación. Estaban contentos con estar en ese momento cenando en la cama después de haber tenido una sesión de sexo equivalente a un triatlón. Ambos morían de hambre y lo único comestible que encontraron en el departamento fueron unos paquetes de noodles instantáneos
Óscar no pretendía cambiar la dinámica o arruinar lo que había entre ellos, pero en el fondo no podía disfrutar aquello plenamente. No cuando le mentía a su mejor amigo cada que se veía con Alix. Más bien, cada que la metía a su cama y experimentaban cosas.
—Tú sabes que no es lo que quiero, pero es lo correcto de hacer.
—¿Qué piensas decirle? ¿Pedirle permiso? ¿Algo así? —Alix carraspeó la garganta e imitando pobremente el tono grave de Óscar agregó—: Bro, me estoy revolcando con tu hermana. Espero que no te moleste que cuando la hago gritar de placer es posible que el portero la escuche —rió sin poder evitarlo.
Él sintió una molesta oleada de calor trepándose por sus mejillas. Suspiró de forma audible y después dejó sobre la mesa de noche el tazón de tallarines con brusquedad que los palillos cayeron al suelo, no hizo ni el intento por recogerlos. Aventó a un lado la colcha que los cubría, se arrodilló sobre el colchón y se colocó a horcajadas sobre las caderas de Alix para inmovilizarla.
—Nada te tomas en serio.
—No seas tontito, me tomo muy en serio los orgasmos que me das.
—Acabas de comprobar mi punto. —Contempló la cabellera revuelta de Alix y en su mirada verdosa el cinismo acechándolos.
Ella dibujó una sonrisa traviesa, a veces se veía tan inocente cuando dejaba desprotegidas de maquillaje las pecas que cubrían el puente de su nariz y sus pómulos. Entendía por qué las escondía, desde niños las había tomado como motivo de burla y gozaba hacerla rabiar cuando se presentaba la oportunidad. En cambio, ahora, todo lo que deseaba era contarlas a pesar que, saber el número, era un dato inservible.
Tal vez Alix tenía razón en mostrarse renuente, se trataba de una aventura que podía acabar de un día a otro. Ambos terminarían por aburrirse el uno de la otra y no valía la pena el desgaste emocional. Entonces, ¿por qué no dejaba idear maneras para decírselo a su mejor amigo? ¿Por qué no quería que ese día llegase?
Toda la vida la vio como a una molesta hermana menor hasta que un día no fue así. Y ese día se convirtió en su perdición. Lo había podido ignorar mientras ella se encontrara lejos de su alcance. Todo se fue al carajo el día que, por alguna razón desconocida, se dejó seducir por ella.
No se arrepentía, pero tampoco lo encontraba como un motivo para enorgullecerse.
La única prenda que vestía eran unos bóxers negros y Alix no perdió la oportunidad de introducir un dedo para juguetear con el resorte, iniciando un juego que eran incapaces de dejar a medias. Apretó los dientes para reprimir el gruñido que intentaba escaparse de su garganta. Hacía de él lo que le venía en gana. ¿Por qué demonios tenía que ser rubia?
Alix se sacó de un tirón la playera de The Clash que estaba usando. Era una de sus favoritas y creía que se le veía mejor a ella que a él. Se le hizo agua la boca al ver sus pechos redondos en todo su esplendor. La vista era inigualable. Se inclinó para besarla, pero inesperadamente ella colocó su mano sobre su torso para detenerlo.
—Si se lo dices, Leo lo estropeará todo. No lo conoces como yo —admitió con aflicción y Óscar no supo si aquella emoción fue sincera o fingida. Todo era un juego para ella—. No te pide que te alejes de mí para protegerme, es para protegerte a ti. —Desvió la mirada hacia un lado para no enfrentarlo.
Óscar tomó su mentón para enderezarle la cabeza y quedar nuevamente de frente.
—¿Es eso lo que te preocupa? —rió incrédulo—. ¿No te has enterado que soy un cabeza dura? Jamás le hago caso a nadie. Si se me antoja, lo obtengo sin importarme lo que tenga que hacer para probarlo.
—¿Eso es lo que soy para ti? ¿Un fruto prohibido? —Su tono agrio le disgustó a Óscar por lo que trataba de insinuar.
—No te hagas la inocente, porque no te queda, Alix. ¡Te estás embolsando al mejor amigo de tu hermano! —Sus latidos desbocados le martilleaban los oídos. No podía echarle en cara algo a lo que ambos accedieron—. Los dos tenemos una reputación cuestionable.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Yo no soy ningún angelito y lo acepto. No busco nada permanente ni duradero. Y tú, desde Daniel parece que gozas de tu libertad sin pensar en límites.
Dentro de la mirada de Alix, de pronto, ardían llamas. Estaba furiosa y no entendía por qué. Óscar no puso resistencia alguna cuando lo empujó hacia un lado para poder bajarse de la cama. La observó agacharse para recoger la playera y ponérsela de nuevo, alistándose para hacerle saber hasta de lo que se iba a morir.
El timbre sonó de repente, acaparando la atención de los dos. Se voltearon a ver y la misma pregunta parecía revolotear en sus cabezas: «¿Quién podía estar tocando a esta hora?»
Óscar bufó mirando hacia la ventana, se le había olvidado cerrar las persianas permitiéndole la entrada a la mañana.
—No es la primera vez que a mi hermano se le olvidan las llaves. Espérame aquí.
Sin preocuparse por su vestimenta salió de la recámara y se dirigió hacia la entrada sin reparar tampoco en el reguero de ropa que él y Alix habían dejado a su paso.
Mataría a Álvaro por su descuido o quizá debería agradecerle por haberlo interrumpido. Estaba indeciso.
Abrió la puerta de mala gana y al reconocer que se había equivocado por completo ya no había nada que hacer. Era hombre muerto.
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Queridos solecitos, han pasado muchas cosas desde que publiqué la última vez que me han mantenido alejada del teclado. Es el último día del año y no podía perder la oportunidad. Si llegaron hasta aquí, les agradezco infinitamente por su paciencia. Espero que hayan disfrutado de este capítulo, tanto como yo disfruté escribirlo. De antemano les pido disculpas si el formato tiene alguna rareza, es la primera vez que publico desde mi tableta.
Si les gustó, no olviden hacer clic en la estrellita y mejor sime dejen un lindo comentario, que tanto disfruto leer y responder.
Les deseo a todas un próspero 2020. Qué este año sea el año de los sueños cumplidos.
¡Nos vemos en el próximo capítulo! (Y el próximo año, jajaja)
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