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Capítulo 33 {Mi Lugar Favorito}


"Hoy dejo que mis manos te conozcan

Que mi alma se escape de noche para ir por ti

Hoy dejo que mi mente se detenga

Direcciones mi corazón para correr a ti"

-Natalia Lafourcade


     Carolina no sabía cuánto tiempo podía seguir tolerándolo. Claudia llevaba tres días enteros sin hablarle y sus compañeros comenzaban a murmurar sobre ellas. No le prestaba mucha atención a las habladurías, pero, por supuesto, para los ojos desaprobadores de ellos, ella era la culpable. De alguna forma fue como darles las pruebas irrefutables de las sospechas que, desde que se apareció por la puerta de Textiles Santillán, rondaban por sus cabezas.

«Le daré un día más», decidió. Esto no podía seguir así.

Álvaro se paró detrás de Carolina y le colocó una mano sobre su hombro y lo apretó con gentileza en un intento por animarla o consolarla o flirtear con ella. Con él no podía saberlo con seguridad. «Un Casanova hasta la tumba», diría su mamá si lo conociera. Suspiró con dejadez, desilusionada por cómo estaban las cosas patas para arriba en el trabajo y con Claudia. Hubo días en que el impulso de llamar y reportarse enferma la dominaba, pero en el fondo, hacerlo significaba huir de sus problemas. «Tarde o temprano estos te alcanzarán», le habría dicho su padre si lo tuviera enfrente, por lo que era mejor estar preparado para enfrentarlos, a que te agarraran de bajada.

—Ya se le pasará. Mi jirafita es un tanto orgullosa, sobre todo cuando reconoce que se pasó de la raya aplicándote la ley del hielo y no sabe cómo regresar todo a la normalidad.

—No tienes que justificarla. Tiene todo el derecho de estar enfadada. Yo le di todas las razones para que lo estuviera. Y por si fuera poco la dejé a su suerte en el bar. Yo también estaría enojada conmigo si fuera ella.

Él giró la silla de Carolina y se acuclilló delante de ella para que pudiera verlo a los ojos. A pesar de lo encimoso que llegaba a ser, se sentía cómoda estando junto a él. Su buen humor y optimismo eran contagiosos. Especialmente en una situación cómo esta, lo necesitaba.

—La conozco mejor que tú. ¿Sabes cuántas veces la he hecho echar chispas por las orejas? No te alcanzarían los dedos de las manos y de los pies de todos los que estamos en este piso.

—Lo que le hice no fue una simple metida de pata, Al. Le he ocultado cosas y otras no he podido aclararlas, y por más que quisiera hacerlo, no estoy lista todavía.

—No tienes que explicarme, no es de mi incumbencia saberlo. Nadie es totalmente transparente y por más amigas que sean, cada una tiene derecho a guardarse sus secretitos.

Ojalá fuera así de sencillo, meditó Carolina por unos segundos. Poco a poco las consecuencias de sus arrebatadas decisiones la habían alcanzado, y no sabía cómo salirse sin afectar a otros si decidiera sincerarse. Y encima de este embrollo estaba la cláusula de confidencialidad en su contrato. Estaba entre la espada y la pared, y lo detestaba porque ella sola se había metido a la boca del lobo.

—¿Sabes qué? Ven —le pidió Álvaro, y enseguida le ofreció la mano para que ella la tomara. La levantó de la silla de un suave tirón.

Llevándola casi a rastras cruzaron por el amplio pasillo cercado de escritorios hasta llegar al lugar a donde Claudia había decido reubicarse. Aparentemente, no dirigirle la palabra era insuficiente, había que poner distancia de por medio entre las dos.

—Ya estuvo bueno de payasadas entre las dos. Eso déjenselo a las escuinclas de secundaria que hacen drama por babosadas —expresó Álvaro en tono firme y decidido, al tiempo que se paraba en medio de las dos amigas—. Tú —dijo dirigiéndose a Claudia—. Si tienes que enojarte con alguien, hazlo conmigo. Fui yo quien te dejó por un momento en el bar. Yo te prometí que cuidaría de ti cuando saliéramos de parranda desde aquel día que, según tú, nunca sucedió. Y ni te molestes en tratar de desmentirme, yo sé muy bien lo que te dije esa noche, Jirafita. —Carolina notó cómo su amiga tensó la mandíbula y crispó las manos en puños en un intento por impedir inútilmente que el color rojo le tiñera las mejillas—. Y tú, explícale que el día que te sientas lista hablaran de todo lo demás. Incluyendo a Darth Vader, ¿cierto?

Ninguna de las dos daba crédito del atrevimiento de este hombre, por supuesto, ninguna quería rendirse primero y dar el primer paso. Pero sabiendo que Álvaro no dejaría de insistir hasta que se perdonaran, Carolina extendió su mano, dudosa. Sinceramente estaba arrepentida y todo lo que deseaba era que las cosas volvieran a la normalidad.

Claudia le miró la mano con cierto desaire, pero unos segundos después dibujó una sonrisa torcida en los labios. Creyó que se daría la media vuelta y la dejaría ahí parada sintiéndose como una tonta. Pero la sorprendió cuando se acercó y la abrazó.

—Yo haré de cuenta que nada pasó, pero prométeme que al menos considerarás lo que Álvaro te dijo, y a cambio yo seré paciente —le dijo al oído para que nada más ella escuchara.

—Tú y yo —Claudia señaló con su dedo índice el espacio que había entre el el joven y ella—. Esto no se va a quedar así. Me las vas a pagar muy caro.

—Espero que aceptes Cuerpomático. No tengo otra forma de pago —Le guiñó un ojo, se giró sobre sus talones y se marchó silbando para airar su triunfo.

Carolina miró a sus amiga reprimir las ganas de ahorcarlo con sus propias manos. Estaba lista para detenerla, pero se quedó quieta observando cómo él se alejaba. Ambas se miraron con complicidad y se echaron a reír.

***

     El viernes, al salir del trabajo Carolina pudo sentir, por primera vez en esa semana, los hombros relajados. Se pasó la mano por el cuello para amansarlo y exhaló despacio en un intento por desechar sus preocupaciones. No debía agobiarse por lo que no había sucedido y quizá nunca lo hará. Sobre todo porque las cosas en el trabajo y con Claudia marchaban bien, tenía un motivo menos que le impidiera disfrutar el resto del día. El fin de semana iniciaba y se abandonó a la expectación de lo que este le aguardaba.

Los planes habían cambiado y en vez de encontrarse con Leo a la salida, como las últimas semanas lo había hecho, Carolina iría al departamento de su hermana. Con la reciente promoción, su horario se había convertido en impredecible y caótico, y les resultaba complicado encontrar un día para verse.

Respiró despacio para cargarse de paciencia, últimamente la había notado distraída y susceptible, algo inusual en ella, se lo achacó a la presión del trabajo. Eso debía ser y pronto volvería a su modo calculador y práctico. No tenía idea por qué era así.

—Claro que sí estás viviendo con él —la interrumpió su hermana cuando relataba los pormenores de la semana en curso.

Carolina rodó sus ojos, con el fin de darle poca importancia a la discusión, Celina tenía algo de razón y detestaría tener que admitirlo delante de ella. Especialmente porque no lo había notado, hasta que se lo recalcó.

Ella y Leo prácticamente vivían juntos. En toda la semana no había pisado el departamento de su hermano, su cepillo de dientes estaba allá, y él la había sorprendido cediéndole un cajón y espacio en su clóset. Pero lo que le calentaba el pecho fue encontrar un pequeño restirador junto a su escritorio cuando entró al estudio. Era precioso y de mejor calidad que el suyo. Estaba tan entusiasmado por el obsequio que no tuvo corazón para decirle no debería estarle dando este tipo de concesiones, no cuando su relación continuaba teniendo un estatus de temporal. Estaban empezando a descubrirse y a conocerse. Aceptarlo significaba dar un gran paso, que no estaba convencida que podía hacerlo.

Por supuesto que deseaba saber todo de él. Sabía de dónde venía esto. Leo había sido insistente en este aspecto, por lo cual no le sorprendía del todo este tipo de acciones. Una y otra vez le había demostrado su interés.

Carolina debería sentirse abrumada por avanzar tan rápido con él, pero ambos habían decidido exprimir hasta el último segundo del día para estar juntos. Con él sentía que el tiempo corría despacio y no sabía si estaba bien o mal permitir que se apoderara de su alma para que al final tuviera que dejarlo ir. No estaba segura que su corazón lo resistiera.

—Suficiente con estar hablando de mí. Estoy empezando a sospechar que es para evitar hablar de ti. Mejor dime cómo van las cosas con Julio.

—¿No lo notas? —dijo mientras se señalaba la retaguardia—. Mi trasero es enorme y no ha sido de gratis. El hombre no para de alimentarme. Aunque después desquitamos las calorías, no creo que sea suficiente.

—La cosa va en serio entre ustedes, entonces. Creo que tratándose de ti es un récord. No le has partido el corazón —bromeó.

—¿De dónde sacas eso? —respondió un tanto nerviosa. Lo cual le extrañó a Carolina, siempre hablaba de los hombres, como si fueran un objeto que podía usar y desechar cuando dejaba de cumplir su función. Nunca se tentaba el corazón para hacerlo—. Él sabe perfectamente en qué se está metiendo y sabe que no busco tener nada serio ni con él ni con nadie. Estamos divirtiéndonos nada más, lo único serio en este momento es mi trabajo y él es una distracción. Deliciosa, pero una distracción al fin y al cabo.

—Si es eso, entonces explícame por qué te la pasas mirando tu celular y esperando a que timbre. Admítelo, te tiene bien tarada. ¿Por qué no le das una oportunidad? Nunca te había visto sonreír tanto como cuando estás con él o hablas de él. Si quisieras podrías tenerlos a los dos. No veo por qué no.

—Es su comida la que me hace sonreír. No confundas.

—¿Segura que solo es su comida?

Carolina observó cómo se le oscurecieron los ojos a su hermana, lo suficiente para encender su lado perverso.

—Tienes razón. Lo que me gusta es cuando pone la comida sobre mí y me lame la crema batida de mis pezones y cuando embarró en su...

En ese momento se arrepintió de haber abierto la boca e intentar que se cohibiera. No entendía cómo era que siempre se las ingeniaba para revertir sus intenciones y ponerlas en su contra. Era una especialista en voltear la tortilla, y sintió pena por Julio. La que le esperaba al pobre por haber puesto sus ojos en Celina.

—Demasiada información. —Carolina le tapó la boca a su hermana—. Olvídalo, ya no quiero saber.

—Ahora te aguantas, sabrás todo con lujo de detalle —le advirtió al tiempo que le encajó apenas los dientes en la mano, logrando que la quitara de inmediato.

—¡Eres una salvaje! —exclamó mientras se sobaba la mano.

Un golpeteo en la puerta las distrajo y en sincronía se miraron entre ellas.

—¿Esperas a alguien? —Sin esperar la respuesta de su hermana, Carolina se asomó por la mirilla y abrió enseguida la puerta para dejar entrar al visitante.

Era Julio Brun, el joven chef de hotel Capital M. Y en cuanto se percató que quien lo recibió fue Carolina, el entusiasmo en sus ojos y en su sonrisa se desvaneció por un instante. Bajó un poco la bolsa de papel que traía entre las manos para asomarse al interior y buscar a Celina con la mirada. Por la expresión de su rostro, le dejó claro que no le hizo ninguna gracia saber que una tarde a solas con su hermana estaba a punto de irse por el drenaje.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Celina, con un tono de enfado, pero el brillo de sus ojos mostraban lo contrario. Lo miraba con amor, como un amanecer besando a la tierra para despertarla.

«¡Lo sabía!», pensó Carolina, orgullosa de saber que lo que Celina había dicho eran puras patrañas. En ese instante podría restregarle en la cara que Julio era más de lo que admitía.

—No me dijiste que tendrías compañía y como hoy tuviste el turno de la mañana y siempre nos vemos, se me ocurrió adelantarme. Pero si quieres puedo regresar al rato o mañana.

Se necesitaba estar ciego para no darse cuenta cuánto deseaba Celina jalarlo de la camiseta para acercarlo y decirle que él se quedara. Ella la miró con una mezcla entre súplica y amenaza para que no se atreviera a delatarla frente a Julio.

Carolina subió los hombros y dio un paso hacia atrás para gozar mientras veía a su hermana tragarse sus palabras. Era evidente que Julio se había convertido en alguien especial, y estaba casi segura que su renuencia se debía a que no sabía cómo manejar esa clase de sentimientos. Estaba tan acostumbrada a valerse por sí misma y creer que solo podía depender de ella misma. Pero estaba equivocada. No conocía lo suficiente al chef para asegurarlo, pero sus intenciones parecían honorables. Se lo comprobó al no delatarla frente a Daniel. Y además de ser guapo y romántico, el hombre cocinaba fuera de este mundo. ¿Qué más podía pedir? Le encantaría tenerlo de cuñado.

Al parecer Julio percibió el silencio de Celina como una invitación, por lo cual se introdujo en la habitación, y ella cerró la puerta con más fuerza de la necesaria.

Observó al joven chef manejarse con soltura y confianza dentro de la pequeña cocina, lo cual le decía que no era la primera vez que cocinaba ahí. Y estaba segura que sería un espectáculo que no quisiera perderse.

A regañadientes, Celina se dejó colocar uno de los dos mandiles que colgaban junto al refrigerador. Pero le pareció que su actitud era más por aparentar, que porque realmente estuviera disgustada por la presencia de Julio y por hacerla partícipe de la preparación. Podía ver claramente que era algo que ambos gozaban hacer juntos.

De uno de los cajones, Julio tomó un enorme cuchillo, que daba miedo saber que estaba cerca de su hermana, y una tabla de bambú. Sacó de la bolsa unos echalotes y los colocó frente a Celina. Se paró detrás de ella y comenzó a mostrarle cómo debía de pelarlos y cortarlos. El movimiento lento e intencionado del brazo de él sobre el de ella junto con el de sus caderas que seguían un ritmo cadencioso, era como presenciar una danza sensual entre un par de enamorados totalmente sumergidos uno en el otro. Carolina no pudo evitar sentirse como un mal tercio.

—¿Estás seguro que es responsable de tu parte dejarla usar un cuchillo de ese tamaño para cortar algo tan pequeño? —apuntó Carolina al chef con un tono de preocupación y con las cejas levantadas—. ¿Y tú sabes siquiera lo que vas a cortar? —le reprochó a Celina.

Los dos se miraron con complicidad y se echaron a reír, y Carolina puso su ojos en blanco. Estaban más perdidos de lo que creía.

—Tu hermana ha resultado ser una excelente aprendiz. No dudaría que me quitara el trabajo algún día.

—Bájale. No seas exagerado. No por saber la diferencia entre el cilantro y el perejil quiere decir que me esté volviendo en una experta. Ya es ganancia que no me haya cortado un dedo.

Estaban sucediendo cosas que pensaba que moriría sin antes verlas.

—¿Qué van preparar? —preguntó Carolina, curiosa.

—Risotto de azafrán con hongos y de postre pastel de chocolate y café con betún de mocha y Mascarpone.

De imaginarlo se le hizo agua la boca y esperar iba a ser una tortura.

—La vida es corta, ¿podríamos empezar con el postre? —sugirió Carolina, con ojos ilusionados y una sonrisa enorme que enseñaba todo los dientes.

Julio soltó tremenda carcajada, que resonó en todo el departamento. A Carolina le encantó su risa, sobre todo porque alivianaba el espíritu de su hermana mayor al contagiársela. Ella era la primera en decirle que soltara el volante y se dejara ir, pero no podía seguir su consejo ella misma. ¿Por qué no podía ver que Julio era lo que necesitaba? Se pertenecían el uno para la otra, había un balance perfecto entre la dulzura de Julio y la acidez de Celina.

—Celina hace lo mismo. No sé por qué me sorprendo si son hermanas. Lo niega, pero no puede resistirse a mis talentos —reconoció, y Celina se sonrojó del mismo color que el azafrán. Carolina vio cómo se resistió de tomar la pala de madera y usarla para callarlo.

Era entretenido verlos interactuar y poco a poco se sumergieron en una pequeña burbuja de risas y mimos, dejando a Carolina fuera. Adoraba la historias de romance, pero verlas en primera fila era algo totalmente distinto, especialmente si se trataba de Celina. Si era honesta, le causaba un poco de incomodidad y de asco, pero por la promesa de una cena decadente lo soportaría.

Sin pensarlo tomó su celular para revisar sus correos, los mensajes de texto que le había enviado Leo, diciendo que la extrañaba y no podía esperar más para desvestirla y meterla a la cama, ya los había respondido. En cuanto abrió la bandeja de entrada descubrió un par de correos con un remitente desconocido. Los abrió para asegurarse que no fueran basura. Con redacción y palabras distintas, los dos trataban de lo mismo. Eran empresas textiles interesadas en adquirir sus diseños. ¿A qué diseños se referirían?, se pregunto, desconcertada porque no tenía ninguno registrado a su nombre. Seguramente estaban confundiéndola con otra persona, sin dudarlo dos veces los borró, apagó el celular y lo dejó bocabajo sobre la mesa.

Se mordió una de sus uñas, como lo hacía cuando estaba inquieta. Se preguntó si estaba haciendo lo correcto en no preocuparse y no investigar si se trataba realmente de una equivocación. Claramente, Celina le había metido ideas en la cabeza y estaba agobiándose por lo que debía ser seguramente una tontería o una viciosa coincidencia.

—Al parecer el flan sí funcionó. La receta de mi abuela es infalible para unir a un par de enamorados —dijo Julio interrumpiendo sus pensamientos, y Carolina lo miró a los ojos, no entendía a qué venía aquel comentario—. No me veas como si estuviera loco. Sí, estoy hablando de Leo y por tu reacción puedo ver que él también te trae por las nubes. Los ojos nunca mienten, y los tuyos resplandecieron cuando pronuncié su nombre.

Carolina carraspeó la garganta y dirigió la mirada al techo. En un intento por cambiar el tema le preguntó si podía compartirle la receta del flan.

—Te la doy con la condición de que me dejes terminar lo que quiero decirte. —Carolina asintió con su cabeza y se mordió el labio inferior. Qué ilusa fue al creer que podía mantener el secreto. Al parecer todos sabían que salía con Leo—. No te conozco lo suficiente, pero conozco a mis dos amigos y confío en mi instinto. Sin embargo, esta vez está muy claro. —Hizo una pausa—. Si esto es real, quiero pedirte que no juegues con ninguno de los dos. No te lo digo con el afán de molestarte, solo es un recordatorio de que debes ser honesta con ellos acerca de tus decisiones —Carolina juntó sus cejas, era indignante lo que pedía. Aunque, en el fondo, tenía razón en algo, debía dejar en claro todo con Daniel, pensó que lo había hecho, y evidentemente no fue lo suficiente—. Tengo muchos años de conocer a Leo y sé lo desabrido que es emocionalmente y que no cree en el amor, pero contigo se comporta diferente y me ha dado esperanzas para él. Debió ser difícil atreverse a pedirme un favor cómo ese, sabiendo cómo soy.

—Un romántico sin remedio —interrumpió Celina mientras intentaba ablandar el queso Mascarpone con el batidor de globo—. Y también un iluso —agregó, sonriente y sin levantar la vista.

—¿Por qué soy un iluso? —preguntó, y Carolina notó que intentó mantener su tono juguetón.

—Porque ser un romántico no te lleva a nada. Las historias de amor no existen.

—¿Qué tiene de malo creer en el amor?¿De hacer lo imposible para conquistar y hacer feliz a una mujer?

—Mira, Julius, en el mundo real el amor es sinónimo de decepción. Si no es práctico, conveniente y delicioso, como un paquete de Twinkies, no le veo el caso en esforzarse —explicó, sonriente, y absorta del impacto que causaron sus palabras.

Carolina estaba atónita, y por la expresión del chef, estaba igual que ella. Conocía a su hermana, tenía una manera tosca para decir las cosas y a veces abría la boca sin pensar, metiéndola en problemas. También sabía que la mayoría de sus palabras, eran parte del guión que se había creado para el papel de come hombres que tanto le gustaba interpretar.

Julio continuaba con la sonrisa congelada al observar a Celina regresar, como si nada hubiese sucedido, a la delicada tarea de preparar el postre. La escena era desgarradora, Carolina podía jurar haber escuchado el momento exacto donde el corazón del joven se quebró, como la costra de caramelo de un Crème Brûlée al ensartarle la cuchara. La cocina se inundó con un silencio ensordecedor.

—Me acabo de dar cuenta que haga lo que haga, jamás te darás cuenta de lo que tienes enfrente, dulzura. Soy completamente tuyo y no has podido verlo —le dijo a Celina con voz estrangulada y la mirada decepcionada. Se retiró el mandil con desgano y lo colgó junto a sus ilusiones rotas. Caminó rumbo a la puerta y antes de abrirla volteó y dijo, con la frente en alto—: Caro, pasa al hotel el día que quieras y te doy la receta.

Celina estaba pálida y parecía que había dejado de respirar. Despegó sus labios para decir algo, pero las palabras no le salían. Carolina deseó abofetearla para intentar despabilarla e impedir que cometiera el error de dejar que él se marchara. Si su hermana no iba a hacerlo, ella lo haría, se pararía en el marco de la puerta para cerrarle el paso y obligarlos a aclarar las cosas. Celina al notar sus intenciones, la tomó con fuerza por la muñeca y sacudió apenas su cabeza. Era una silenciosa advertencia «ni se te ocurra intentarlo».

Las hermanas se sobresaltaron al escuchar el portazo, y tras este, Julio desapareció sin más.

—Es lo mejor —expresó Celina después de unos segundos de un agonizante silencio. Se limpió con el dorso de la mano la lágrima que se había escapado y rodaba por su mejilla—. No quiero escuchar nada acerca de esto, no me harás cambiar de opinión.

Sin decir más y sin molestarse en retirarse el mandil, su testaruda hermana se marchó a su habitación.

Carolina se quedó sola en la cocina admitiendo para sí misma que había hablado demasiado pronto cuando dijo que no lo había partido aún el corazón a Julio. Se equivocó.

***

     Con la ayuda de Alix, su departamento había vuelto a la vida. Tenía que admitir que había hecho un trabajo admirable en tan poco tiempo. Sin embargo, lo sentía vacío cuando Carolina no estaba ahí. Ella lo llenaba de vida con sus estallidos de risas cristalinas y de calor cuando se acurrucaban en la cama y ella se acercaba despacio a su oído para decirle que había descubierto su lugar favorito entre sus brazos.

Las veces que se dormía primero que él, se quedaba mirándola y escuchando su respiración acompasada, como si el tiempo se detuviera en ese momento exacto donde lo ilógico cobraba sentido. Deseaba decirle tantas cosas que no se atrevía a pronunciar. «No regreses a San Luis Potosí, quédate conmigo. Quédate por mí. ¿Qué le has hecho a mi corazón? Late de forma diferente por ti. Ahora sé que no fue una casualidad conocerte, el destino fue el que te trajo a mí, y no pienso dejar ir».

Su presencia se había convertido en indispensable y no podía imaginarse qué haría si ella decidiera marcharse. Se lo había advertido un sinfín de veces y él era un necio que se negaba a escuchar.

Tal vez, si convencía a su padre de otorgarle un puesto permanente en la empresa bastaría para que Carolina se quedara en la Ciudad de México. Pero si descubría que el trabajo lo había obtenido sin habérselo ganado por méritos propios, lo más probable era que no se lo perdonaría y la perdería de todas formas, por más buenas que fueran sus intenciones. ¿No decían por ahí que «el infierno está empedrado de buenos deseos»?

Para Leo no fue necesario esforzarse en demasía para convencerla que pasara la noche completa con él. Nunca antes ha dudado de sus capacidades y esta no sería la excepción, admitió para sí mismo con arrogancia. El Leo de antes se hubiera rehusado a dejarse guiar por sus instintos, en cambio, la nueva y mejorada versión de él hacía lo que le venía en gana y no le importaban las repercusiones; Carolina le había enseñado a ser él mismo y a no reprimirse. Y la prueba estaba cuando, sin esperárselo, le colocó a Carolina una pequeña caja de terciopelo negro en la palma de tu mano.

—¿Y esto?

—Ábrela y sabrás.

Carolina se mordió su labio inferior, podía ver su batalla interna entre darle gusto a la curiosidad y el temor de descubrir que él estaba cometiendo la más grande de las locuras. Leo sonrió al observarla abrirla lentamente y cómo su respiración se detenía y los ojos se le iluminaban de alivio al ver que se trataba de una llave dorada. La de su departamento.

—¿Qué creíste que encontrarías?

—No sé —admitió, apenada. A Leo le encantaba tomarla por sorpresa y hacerla sonrojar.

Leo caminó decididamente hasta el taburete de la entrada donde ella dejaba su bolso. Lo abrió y lo revolvió hasta encontrar su llavero.

Se paró frente a ella y se agachó hasta apoyar una rodilla contra el suelo. Le arrebató la llave de la mano y con un sencillo movimiento la ensartó en el aro junto al resto de sus llaves.

—La última vez que lo hice fue lleno de dudas y por las razones equivocadas, nada salió como lo había planeado. Esta vez estoy convencido que es lo correcto de hacer. ¿Qué dices? ¿La aceptas? —le preguntó al mismo tiempo que agitaba suavemente el llavero haciendo que las llaves tintinearan—. Es tuya hasta que decidas regresármela.

Carolina era como un libro abierto con el que se recreaba al leer cada una de las emociones dibujadas en su hermoso rostro. Exaltación, dicha, exasperación, todas combinadas en una sonrisa enorme.

—Eres un pesado, ¿sabías? —le dijo al tiempo que se agachaba para quedar a su altura.

—Lo sé —admitió, y se ganó un mordisco en el labio.

Carolina asintió con su cabeza antes de abalanzársele y tumbarlo en el tapete entre risas y promesas silenciosas.

Por supuesto el miedo continuaba acechando desde las sombras, pero había decido hacerlo a un lado e ignorar las irritantes peticiones que emitía desde su escondite. Su padre estaba equivocado, Leo podía confiar en Carolina. Cómo deseaba poder demostrarle que ella era única y que sería incapaz de mentirle.

Desde el estudio escuchó la puerta abrirse y sus latidos se aceleraron al oír los pasos de Carolina adentrarse.

—No es que me queje, sabes que prefiero no tener que compartirte con nadie, pero te esperaba más tarde. ¿Todo bien con tu hermana? —le preguntó mientras se levantaba y se recargaba contra su escritorio.

—Digamos que lo mejor es no pararnos por ahora por el hotel Capital M, es posible que la atención y la comida dejen mucho que desear —le explicó con un tono burlón, y Leo se preguntó que había pasado. Sintió pena por Julio, él dominaba la repostería, pero definitivamente estaba salado en el aspecto personal—. Por cierto, agrega una persona más a la lista de los que saben de nosotros. —Carolina se acercó y rodeó su cintura, y él le besó la frente—. Quizá deba penalizarte, después de todo, tú fuiste quien nos echó de cabeza al pedirle un favor.

—En mi defensa, yo no había firmado nada. Sin embargo, estoy a favor de imponer un castigo cuando se rompe una regla. Estoy listo para recibir mi sentencia, tú sabrás lo que merezco. —Leo juntó sus muñecas y se las ofreció en señal de rendición.

—Prepárate porque no tendré clemencia contigo —le sugirió con un tono decidido y hambriento inspirando su total devoción por ella.

Carolina barrió su lengua por sus labios y cerró sus ojos, seguramente se estaba imaginando qué hacer con él. Aquella sensual visión le oscureció la mirada y su hombría se restregó contra su pantalón. No pudo esperar más y Leo fue él quien la apresó con un delirante beso.


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¡Hola solecitos! Ahora sí que me pasé y me tardé un poco en publicar. Espero que les guste y que haya valido la pena la espera. No olviden dejarme un estrellita y, si se puede, un comentario. Me encanta leerlos y saber qué piensan.

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

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