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Capítulo 32 {Más Que Amigos}


"Sabiendo hasta los huesos que a ti yo pertenezco

Y que yo debo ser tu complemento"

-Matisse


     Las rubias eran su debilidad. Pero eso no justificaba que estuviera acostándose con la hermana menor de su mejor amigo a escondidas. Estaba seguro que lo mataría en el instante que se enterara, sobre todo porque ni Alix ni él deseaba más que algo casual. Era un acuerdo al que ambos habían llegado al desplomarse sobre el colchón sudados y extasiados.

La primera vez que sucedió los dos estuvieron conscientes que fue un error y se prometieron que jamás volvería a pasar. Pero en lo único que pensaba era en volver a cometer el mismo error una y otra vez. Y a ella tampoco parecía disgustarle lo que hacían por las noches cuando iba a buscarlo a su departamento con cualquier clase de pretexto.

Aquel acto le cayó de forma sorpresiva, Alix siempre lo había detestado, a él y a su sentido del humor sin filtro. Y en cada oportunidad, sin falta, se lo hacía saber. Lo divertía hacerla enojar y entre más le reclamaba, Óscar redoblaba sus esfuerzos para verla colorada y furiosa. Por eso jamás se imaginó encontrarla en su puerta exigiendo conocer todo lo que él sabía acerca de la mujer que había logrado capturar la atención de su hermano. Al marcharse no solo se había salido con la suya, también había logrado captar la atención de él dejándose seducir.

 No supo cómo lo había conseguido, para él, ella era intocable. No tenía intención alguna de revivir el acontecimiento entre Leonardo y Daniel, una llaga que no terminaba de cicatrizar, y, sin duda alguna, antepondría su amistad sobre todas las cosas.

Tenía claro que tenía que confesarse. ¿Cuándo? No lo había decidido aún. Solo sabía que debía ponerle fin a esta locura lo más pronto posible. Esta noche podría ser una posibilidad.

—¡Sé que fuiste tú! —Leo entró a trompicones y furioso a su oficina—. ¿Qué tan difícil es mantener el pico cerrado? Eres peor que una señora de lavadero.

Óscar tenía los pies sobre el escritorio y por poco se cae de la silla cuando escuchó los reclamos de su socio.

—He lavado infinidad de cosas. Tendrás que ser más específico —se burló.

—Alejandra, me refiero a mi hermana. Sé que fuiste tú quien le dijo tooodo sobre Carolina. Solo te faltó decirle que ella duerme con los calcetines puestos.

En la primera oportunidad que tuviera, felicitaría a esta mujer. Se merecía su completa admiración por tenerlo agarrado por los huevos. Algo que le hacía falta Leo, nunca antes lo había visto tan contento y relajado. Estaba feliz por él y por lo tanto haría lo que fuese necesario para mantenerlo así. Por lo que  reconsideró contarle lo que había entre Alix y él.

—No me dijiste que esa información no podía ser del dominio público.

—Anda, hazte el pendejo.

—Perdóname, bro. No sé en qué estaba pensando.

—No sé de cuales mañas se habrá valido mi hermana para sacártelo. Aléjate de ella, no sabes de lo que es capaz cuando se empecina con algo.

No necesitaba advertírselo, Óscar sabía perfectamente a qué se refería. Sobre todo cuando la tenía a horcajadas sobre él deslizándose dentro de ella. Sacudió su cabeza en un intento por mandar ese pensamiento a un rincón. No podría verlo a los ojos mientras Alix ocupara su mente en posiciones indecentes.

—Respóndeme algo. ¿Por qué tratas de mantener oculta la relación? Eres libre y tampoco me parece que te avergüences de salir con ella. Esa mujer suelta suspiros por donde camina.

—Eso es entre Carolina y yo. —Leo crispó sus manos en puños. Su voz se agravó cuando admitió—: Y porque no quiero que nadie se meta y lo arruine todo.

—Ten cuidado, entonces. A la princesa de hielo no le hizo ninguna gracia que la cambiaras por otra. —Leo lo miró con expresión ceñuda, como si dijera de forma silenciosa «¿Cómo carajo lo sabes?»—. No preguntes.

Leo agitó su cabeza, puso los ojos en blanco y gruñó, con exasperación. Después de todo, Óscar sí era una señora de lavadero, admitió divertido para sí mismo.

***

    Era prácticamente imposible encontrar estacionamiento en la calle. Los viernes por la noche, el centro de Coyoacán era uno de los lugares más populares y concurridos de la Ciudad de México. La principal razón por la cual Leo había decidido llevar a Carolina ahí, sería fácil pasar desapercibidos y paradójicamente darles la privacidad que ella tanto anhelaba. Sin embargo, había olvidado tomar en cuenta su aversión por las multitudes y por un momento pareció arrepentirse de su elección, pero el universo, casi adivinando su indecisión por marcharse o seguir buscando dónde estacionarse, desocupó convenientemente un espacio a dos cuadras del Jardín del Centenario.

Se bajaron del coche, y Leo, de inmediato, se sintió contagiado por el ambiente bohemio y romántico impregnado en las calles empedradas y las coloridas edificaciones, podía sentir el sabor mexicano en cada paso que daban al adentrarse en el corazón de la plaza. De forma instintiva, la tomó de la mano y sintió una placentera descarga eléctrica recorrerle el cuerpo entero haciéndolo sentir feliz y sereno. Carolina miró sus manos unidas y le sonrió, como si ella también hubiera compartido ese cúmulo de sensaciones.

Todo con ella surgía de forma natural, que olvidaba por completo las prácticas a las que estaba él acostumbrado, que en vez de pesarle, podría nombrar cada una de estas con singular satisfacción y orgullo. Llamarla «novia» sin atragantarse, dormir abrazados de cuchara, su indomable y continua avidez por conocer cada detalle de su vida y, la más reciente adición, caminar tomados de las manos.

Haciendo el recuento de sus impasibles hábitos fue que se dio cuenta que había sido un completo infeliz con todas las mujeres con las que había salido antes de Carolina. Sabía que nada podía hacer para cambiar el pasado, solo podía mostrarle la mejor versión de sí mismo, una que no reconocía aunque se mirara al espejo. Ese reflejo no se cansaba de sonreír y hacer planes futuros.

Estaba considerando que Alix tenía razón. Odiaba que fuera tan intuitiva y extrovertida porque airaba lo abstraído que él podía llegar a ser, sobre todo cuando se trataba de su vida amorosa. Por primera vez, a pesar de sus miedos, sucedió lo imposible, se estaba enamorando. Cuando la escuchó decirlo en voz alta, como si fuese una trivialidad, se le detuvo la respiración y en automático se aflojó el nudo de la corbata. Hasta ese momento él no se había atrevido a ponerle nombre a sus emociones y actitudes, en el fondo pensaba que si no lo hacía estas desaparecerían. Expresar las palabras significaba aceptarlas y no estaba listo; lo que estaba experimentando aún le parecía abrumador y desconcertante.

Alix le ofreció una sonrisa torcida y petulante, y él apretó el volante con fuerza, resignado a tener que seguir escuchándola.

—Lo tuyo dejó de ser solo dicha, calentura y excitación en el instante que comenzaste a estar genuinamente interesado en conocer más de ella y hacer a un lado al mundo entero cuando se trata de hacer cosas por ella. No por nada saliste como alma que lleva el diablo cuando Caro te llamó por teléfono —Leo despegó los ojos del camino por un instante y la miró con el ceño fruncido—. Ni me veas como si te estuviera hablando en chino, sabes muy bien a lo que me refiero.

—Alejandra, no estés fastidiándome, y deja de estarte metiendo donde no te concierne.

—¿Te molesta escuchar la verdad? Te tengo noticias, más pronto de lo que crees la dejarás que agarre de tus papas fritas y le estarás untando Vick Vaporub en el pecho cuando esté agripada. Y te recuerdo que fuiste tú quien me metió en todo esto cuando me pediste asilo y que te hiciera el paro con nuestros papás. —Alix le sacó la lengua y le guiñó un ojo.

Leo estacionó el coche a unos cuantos metros de la entrada del bar.

—A partir de ahora no quiero escucharte decir una palabra más —le advirtió cuando vio a Carolina sentada en una de las jardineras.

Unos minutos después regresó con ella en brazos. Su hermana de inmediato se bajó del auto, abrió una de las puertas traseras y se introdujo.

—¿Qué crees que haces? —la cuestionó Leo con un aire severo. No estaba de humor para sus juegos.

—Estás loco si piensas que voy a permitir que ella viaje sola en la parte de atrás. —A Leo se le suavizó la mirada ante la actitud protectora de su hermana. Y sabiendo en las condiciones que se encontraba Carolina, no estaba en una posición para rebatirle. Y, una vez más, Alix tenía razón, ella estaría más segura si iba acompañada.

Leo la depositó con cuidado y le colocó el cinturón de seguridad.

—Pequitas, estás delicioso. Voy a comerte a besos —Carolina le pasó la nariz por el cuello antes de mordérselo. Leo no pudo evitar sonreír.

—No estamos solos —le susurró Leo en un tono grave al oído, y ella puso los labios de puchero—. Pero cuando lo estemos, podrás hacerme todo lo que quieras. —Deslizó las yemas de sus dedos por la mejilla de Carolina y le dio un beso en la frente pensando que ella no tenía ni idea que él le pertenecía.

Antes de cerrar la puerta, la observó cerrar los ojos y recargar plácidamente la cabeza en el hombro de Alix.

Su hermana le sonrió, parecía estar disfrutando el repentino giro que había tomado la noche. No obstante, permaneció en silencio. La conocía muy bien y sabía que después sería sometido a un incómodo interrogatorio aderezado con un «te lo dije».

Antes de dejar a Alix en su departamento, ella asumió correctamente al pensar que Carolina pasaría la noche con él por lo que le ofreció un cambio de ropa para que ella tuviera algo que ponerse a la mañana siguiente. También le sugirió llamar a su hermano para no preocuparlo. A veces Alix se comportaba más como una madre mandona y sabelotodo que como una hermana menor, y por su propio bien prefería ahorrarse el comentario si no quería recibir una patada en la espinilla.

—Me estoy dando cuenta que sabes demasiado y voy a tener que matarte —bromeó al mismo tiempo que le entregaba las prendas.

—No te atreverías. Si lo haces tendrías que ir solo a la comida de los domingos de por vida —rió y desapareció tras la puerta metálica de su edifico.

El estruendoso sonido de un claxon lo sacó de su ensimismamiento. Carolina había estado callada, algo inusual en ella, que le permitió dejarse llevar por las preocupaciones que rondaban por su cabeza.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Leo.

Desde la mañana no había dejado de darse de palos por haberle dicho una vez más «mi amor» cuando intentaba despertarla. Las palabras brotaron sin querer y estaba temiendo que su silencio se debía a su torpeza y su inhabilidad para morderse la lengua cuando este tipo de palabras intentaban escaparse de su boca. No deseaba presionarla, pero tampoco quería guardarse lo que sentía.

—En nada —respondió, con desgano.

—¿Segura? Puedes confiar en mí y decirme lo que sea. A estas alturas debes de saber que somos más que amigos.

Carolina bajó los hombros y exhaló su rendición.

—Es Claudia. Hice algo que no debí y no sé cómo arreglarlo.

Leo sintió al fin pudo sacar el aire que se había acumulado en los pulmones y se relajó. El visible desánimo de Carolina no tenía que ver con él.

***

     Leo la tomó por lo hombros y la giró hacia él para que sus miradas se encontraran. Enseguida reconoció en sus hermosos ojos verdes el destello de confianza y comprensión que él procuraba mostrarle, el mismo que tanto necesitaba para apaciguar la tristeza que la embargaba, pero que no se atrevía a tomar. El tiempo corría apresuradamente para desperdiciarlo en tratar de resolver sus problemas personales. Solo lograría agobiarlo. Sin embargo, él se las había ingeniado para traspasar la espesa capa de sonrisas fingidas que había colocado deliberadamente sobre su rostro. Carolina bajó la mirada al suelo para evitar que le sonsacara lo que guardaba en su pecho.

—Sea lo que sea que hiciste, estoy seguro que no fue con el propósito de herirla. Una verdadera amiga debe de saberlo —dijo él al tiempo que le tomó despacio el mentón para levantar su cabeza y quedar de frente.

—No siempre es así. Quería ayudarla y lo único que logré fue arruinar nuestra amistad. Y todo se complicó porque no pude admitir lo que hay entre tú y yo —se lamentó.

—Por lo que ha sucedido últimamente no dudaría que ya lo supiera —bromeó, y a Carolina no le causó la menor gracia. Se lo hizo saber arrugando su nariz—. Preciosa, si Claudia es importante para ti, se lo tienes que demostrar obsequiándole tu confianza. Respetará tus decisiones y te comprenderá si sabe que eres feliz. Lo mismo harías tú, si estuvieras en sus zapatos. Además todo tiene solución y si no la encuentras, no es el fin del mundo.

—No lo entiendes, traicioné su confianza —confesó y sin poder evitarlo recreó el episodio.

El corazón se le acongojó porque hasta ese momento no se había detenido a meditar las repercusiones que tenían sus acciones.

La preocupación y la angustia por su amiga habían sobrepasado los límites. Ya le había concedido toda la mañana para llorar y evadirse de la realidad. Huir de los problemas no resolvería nada. Su actitud evasiva no era algo característico de ella, eran pocos lo motivos que la orillarían a tener ese comportamiento. Más bien uno: Álvaro, concluyó sin dudar. Él era su punto débil y algo grave debió pasar para mandar al diablo el trabajo en un momento tan crucial.

En cuanto pudo, Carolina tomó su bolso y escapó del trabajo cuando todos parecían seguir distraídos con la conmoción de la mañana. Estaba decidida a plantarse en su casa y no moverse hasta que pudiera hablar con ella.

La habitación estaba a oscuras y en completo silencio. Por un momento pensó que Claudia había escapado por la ventana cuando su hermana menor le aseguró que llevaba todo el día encerrada. Fue hasta que escuchó sollozos desde dentro del clóset que se dio cuenta que sí estaba ahí.

Abrió la puerta de un tirón y encontró a Claudia hecha un ovillo en un rincón. Tenía su laptop sobre las rodillas y los audífonos puestos. En una de sus manos sostenía un enorme bote de helado y en la otra una cuchara. Traía su pijama puesta y su cabello parecía un nido de pájaro, con un montón de rizos sueltos por todos lados.

Claudia ni siquiera se digno a mirarla. Cerró despacio la computadora y le quitó con cuidado los audífonos. Carolina esperaba que le reclamara, pero solo se limitó a entrecerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás.

—¿Me das? —preguntó Carolina con la mano extendida. Sin dudarlo se acomodó dentro del clóset frente a su amiga.

Comprendía si no estaba lista para hablar, solo quería hacerle saber que no estaba sola y estaría ahí para escucharla cuando decidiera hacerlo.

Con un poco de renuencia, Claudia metió la cuchara al bote y se lo ofreció. Era de menta con chispas de chocolate, al menos eso decía la etiqueta de afuera porque dentro podía ver el fondo.

—¿Por qué crees que las personas dicen algo y hacen lo contrario? —preguntó en un murmullo, al cabo de unos minutos—. ¿Será algo consciente o es porque está en sus genes?

Carolina lo meditó por unos segundos, no estaba segura a qué se refería la pregunta.

—No creo que debamos generalizar —contestó—. Cada persona es un mundo, piensa y actúa de forma distinta. Si te refieres a Álvaro, dime qué fue lo que te hizo para ponerlo en su lugar ahora mismo.

—Álvaro es un estúpido, siempre lo ha sido, y por una estúpida razón, que se escapa de mi comprensión, estoy loca por él. No espero de él la gran cosa; no cuando me asegura que soy la más maravillosa y adorable mujer que conoce y por un motivo inexplicable no lo merezco, pero en cuanto me volteo, dirige toda su atención a otra que tiene mejores tetas que yo. Ayer lo descubrí de la peor manera. ¿Sabes?, en el fondo era algo que me esperaba y sabía que me dolería, pero no me decepcionaría porque así es él.

Poco a poco la voz y el semblante de Claudia se volvían fríos y serios. Era como si esa versión de ella no lo conociera. La estaba realmente asustando.

—Los hombres son unos perros, pero también tienen otras virtudes. Álvaro es...

—La pregunta que hice no es en referencia a él, hablo de ti. Dices ser mi amiga, pero no es cierto —dijo con un tono feroz.

—No digas eso, somos amigas, lo hemos sido desde el primer día que llegué a la empresa. Yo te adoro...

—Son solo palabras vacías, lo hechos son los que cuentan. Me dejaste sola y borracha en el bar, me abandonaste cuando más te necesitaba por irte con él. —Carolina podía escuchar el dolor en su voz y sintió que se le encogió el corazón.

¿Cómo pudo ser tan egoísta?, se preguntó. Cuando Leo estaba involucrado, el mundo entero desaparecía, no permitiría que sucediera de nuevo. No cuando sus seres queridos salían lastimados.

Carolina se levantó, se arrodilló frente a su amiga y la abrazó con todas sus fuerzas.

—Perdóname, amiga linda. Soy de lo peor y estás en todo tu derecho de estar enojada conmigo, no pensé, solo asumí que estarías con Álvaro. No debí separarme de ti. —Sintió lo brazos de Claudia rodearla precariamente y sus lágrimas empaparle la blusa—. Te prometo que nunca más volverá a suceder.

Claudia la soltó y con la manga de la pijama se limpió las lágrimas y la nariz. Asintió con su cabeza, y Carolina se sorprendió que la hubiese perdonado con facilidad.

En estos meses, ella le había demostrado ser una mujer fuerte, valiente, independiente, alegre, que constantemente la intimidaba. Por lo mismo era confuso entender su comportamiento. No estaba tratando de encontrar una justificación que la absolviera de su culpabilidad. Había sido una mala amiga y punto. Sin embargo, había algo que no cuadraba del todo, tenía la fuerte impresión que su amiga algo le ocultaba. O quizás era su consciencia negra la que estaba metiéndole ideas en su cabeza.

—Estoy segura que va a ayudar a sentirte mejor si te bañas y te arreglas. —Carolina le extendió la mano para ayudarla a levantarse. Ella la tomó y se tambaleó levemente. Era normal después de tener las rodillas flexionadas por un largo periodo de tiempo—. Y si tienes ganas podríamos regresar al trabajo, te serviría la distracción.

—Se las pueden arreglar un día sin mí —ironizó, y Carolina se alegró que empezara a regresar a su habitual ánimo.

—Hay algo que no te he dicho. Ayer por la noche hackearon los servidores y borraron todos los archivos con los diseños que subimos. Hoy se desató el caos en toda la empresa.

Claudia se llevó la mano a la boca y aspiró con la nariz para controlar la impresión que le había causado escucharla.

—Cielos, ¿pudieron recuperar algo?

—Tardarían varios días y la solución inmediata y eficaz fue que todos los diseñadores volvieran a subir la información. El jefe estaba furioso y soltó a todo pulmón que rodarían cabezas si no quedaba todo listo a la de ya.

—¿Y mi trabajo? ¿Álvaro lo entregó por mí? —preguntó con tono preocupado.

—No pudo porque no tiene tu clave de acceso, ni yo tampoco —le explicó—. Te estuvimos llamando miles de veces, incluso él vino a buscarte. —Claudia frunció el ceño, como si no supiera a qué se refería.

—Me van a correr del trabajo —dijo su amiga, alarmada.

—Clau, no te preocupes por eso, tu trabajo está a salvo por ahora.

Carolina le explicó a grandes rasgos la genial idea de colocar provisionalmente las diseños que ella había hecho y en el momento que su amiga apareciera los reemplazarían por los originales. Pan comido y todos felices y contentos. Lo que no previó fue que una vez que los diseños pasaran a manos de los abogados para registrarlos no habría manera de cambiarlos. Por la hora, era un hecho que el trabajo de Carolina estaría a nombre de Claudia y aquello, ante los ojos de la ley, era un fraude, y como diseñador era el golpe de la categoría más baja que existía.

—Dime una cosa, ¿desde que llegaste a la empresa este fue tu plan? —preguntó Claudia, con los dientes apretados.

—No sé a que te refieres.

—Tú contratación inmediata, los privilegios y concesiones que se te han otorgado cuando a todos nos costado meses conseguirlos.

—Yo no he tenido nada que ver con eso. No puedo controlar lo que otras personas deciden.

—¿Segura que no tiene que ver con que te estás revolcando con Leonardo Villanueva, el hijo del jefe?

—¡No! Yo no... —intentó explicarle que estaba equivocada, pero las palabras no le salían.

—¿Sabes qué? Estoy harta de tus mentiras. Quiero que te marches ahora mismo de mi casa.

Carolina sabía que era inútil discutir con la cabeza caliente, solo lograría empeorar la situación. Manuel siempre le insistía que debía primero dejar que las aguas se calmaran. Se tragó la acusación sintiendo que le revolvía el estómago. Exhaló antes de darse la media vuelta y salir de la habitación.

***

    Lo único que deseaba era llorar hasta quedarse dormida. Poner la colcha sobre su cabeza y esperar a que todo volviera a su lugar, que él entrara en razón y regresara a ella como siempre lo había hecho. Hasta que llegara ese día podría a volver a respirar tranquila.

Sin esperarlo sintió que el colchón se hundía y le jalaban las cobijas. Estaba exhausta y las fuerzas la habían abandonado para impedirlo. Su amiga Cinthia se había estado quedando con ella los últimos tres días. A pesar que no quería estar sola, ya la estaba cansando la misma cantaleta una y otra vez: «Leo es un pendejo por dejarte ir, él no te merece», pero estaba equivocada. Solo necesitaba un poco de tiempo para poder comprobárselo.

—No es posible que estés así por un hombre que no te aprecia por lo que eres. En vez de estar llorando, deberías de estar pensando cómo hacerlo sufrir. Afortunadamente me tienes de amiga y yo puedo ayudarte con eso.

—Ya me estoy encargando de ese asunto.

—El correo que mandaste no es nada. Es solo un juego de niños.

—¿Qué hiciste? —preguntó dejando ver en su tono la preocupación. La conocía y sabía que era de las que no se quedaban de brazos cruzados.

Cinthia formó una línea con sus labios y alzó los hombros para fingir inocencia.

—Espero que lo que voy a decirte te alegre un poco.

—Si no tiene nada que ver con Leo, ahórratelo porque dudo que me pueda alegrar.

—Tiene todo y nada que ver Leo, pero te aseguro que me agradecerás. —Soni miró a su amiga con aire expectante. Había captado su atención—. Bueno, le pedí a alguien, que sabe de estos menesteres, que se metiera a uno de los servidores de la empresa de textiles del padre de Leo y descompusiera un poco las cosas por ahí.

Se le fue la respiración a Soni, se tapó la boca con una de sus manos para suprimir el grito causado por la impresión.

—¿Por qué hiciste eso? La familia de Leo ha sido amable y generosa conmigo y el comportamiento de Leo no tiene nada que ver con ellos. Es él quien tiene que pagar. Dime que tiene arreglo lo que descompusiste.

—No lo hice con el afán de perjudicar a su familia, mi intención era dañar a tu noviecito, pero mi amigo no encontró nada interesante para sabotear y como me dijiste que la lagartona trabaja en la compañía me pareció acertado causarle problemas a ella. Y no te preocupes, solo borró archivos que se pueden recuperar y no tocó nada de información vital. Fue en un intento para que perdieran el tiempo y hacerlos pasar un mal rato. Lo hice por ti para regresarte un poco la felicidad que este hombre se llevó cuando te dejó.

—¿Segura que todo estará bien? —verificó Soni para que sus latidos se desaceleraran. Sentía que el corazón le estallaría.

—Este cuate pensó que les llevaría todo el fin de semana recuperar el saqueo, pero para el viernes por la tarde todo estaba de vuelta a la normalidad. Eso sí antes de salir, copió todos los archivos y los tengo aquí. —Su amiga sacó una memoria portátil del bolsillo de sus jeans y se la extendió para que la tomara—. ¿Los quieres?

—No, no quiero tener nada que ver con esto que hiciste.

Cinthia la ignoró y dejó el artefacto sobre la mesita de noche. Antes de salir de la recámara se dio la media vuelta y dijo:

—Tú refri está vacío, solo hay pizza fría, ¿quieres una rebanada?

—No tengo hambre —le contestó y volvió a esconderse debajo de las cobijas.

Cerró sus ojos y se regocijó ante aquel malévolo acto. No estaba particularmente orgullosa de ese pensamiento. El daño ya estaba hecho y se encontró imaginando si existía la forma que el caos que desató su amiga apuntara a Carolina para desequilibrar la balanza. Solo era ella quien debía sufrir.

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Queridos solecitos, parece que me la vivo pidiendo disculpas por tardarme en publicar. Pero la inspiración no la puedo controlar, a veces me invade y otras me elude como la plaga. ¿Qué le voy a hacer? Ojalá existiera una poción mágica.

Ahora sí se le está complicando a Carolina la situación, sus mentiras y su silencio la están alcanzando sin poder hacer nada al respecto más que desembuchar. Mientras tanto el bombón de Leo está tratando de identificar las emociones que contienes el licuado que se ha estado tomando de desayunar todas las mañanas. Por lo pronto el sabor le está gustando.

Espero que les haya gustado tanto como a mí y me hagan saber con un estrellita y si se puede, un comentario también. Me encanta leerlas. 

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

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