Capítulo 30 {Lluvia de Estrellas}
"Mi destino no es mío, si a mi lado no estás
Es un juego divino que tú me puedes tocar."
-Jotdog
Carolina despertó con un sobresalto y una sensación trepidante en el estómago, la misma que experimentó alguna vez al bajar a toda velocidad desde el punto más alto de una montaña rusa. Sus latidos y su respiración galopaban y enseguida cerró los ojos para tratar de recobrar la calma. Para ella era inusual recordar sus sueños y durante gran parte de su vida estuvo convencida que algo estaba mal con ella porque no conseguía hacerlo. Era tan frustrante; hasta llegó a creer que era incapaz de soñar. Sin embargo, el que tuvo anoche, no solo refutaba esa creencia, fue tan vivido que dudaba poder olvidarlo fácilmente.
Durante tres días seguidos había tenido el mismo sueño de lanzarse al vacío. Desde una orilla, sin pensarlo, saltaba usando toda la fuerza de sus piernas para impulsarse. Mientras caía, extendía los brazos, el cabello flotaba alrededor de su cabeza y la libertad entraba por sus pulmones. La sensación le resultaba tanto excitante como atemorizante, lo suficiente para despertarla agitada antes de tocar el suelo. Jamás lo hacía. Una vez que recobró el aliento encogió sus piernas y las abrazó contra su pecho. ¿Por qué de repente comenzó a tener ese sueño?, se preguntó a sí misma. ¿Su subconsciente le estará haciendo una jugarreta de mal gusto?
Las escapadas mentales habían comenzado coincidentemente el día que tuvo aquella extraña conversación con Alicia, la amable vendedora de la tienda departamental que visitó con Leo el domingo pasado. Su voz cálida y sus ojos dulces le hicieron recordar la falta que le hacía tener a su mamá con ella. Cómo la extrañaba. Le parecía difícil sobrellevar los días cuando las dudas y los temores se apilaban uno sobre otro, como un inmenso y ridículo pastel de quinceañera. Julieta era la única que sabría las palabras exactas que la consolarían, un pensamiento que la llenaba de tristeza.
Toda su vida había soñado con enamorarse y sentirse como la protagonista de uno de los libros de romance que tanto le gustaban, sentir una lluvia de estrellas explotarle en el pecho, como la describían en las canciones de amor. Creía que era fácil, sus papás le hicieron ver al amor como algo sencillo, como si fuese lo más natural de mundo, pero nada de lo que había experimentado hasta este momento le demostraba que era simple, al contrario, era complicado y no comprendía por qué.
Aquella mujer la miraba de forma maternal, como si entendiera su aflicción. Dentro de sus palabras gentiles incluyó la estupenda pareja que formaban ella y Leo; intentó rápidamente sacarla de su error insistiendo que solo eran amigos. «Por ahora», le refutó la vendedora, «porque más adelante habrá una boda». Carolina por poco se va de espaldas, ¿cómo podría predecir que se casaría en menos de un año con un hombre que apenas conocía y del que, por supuesto, no estaba enamorada? Esa predicción absurda no se alineaba con la visión de ensueño que desde niña había tenido de su boda —se casaría con el amor de su vida rodeada de todos su seres queridos—. Se confesaba una romántica, pero había límites, que ni ella era capaz de transgredir. Por una vez estuvo de acuerdo con Leo, aquello resultaba ser un disparate. Por el lado que lo mirara, lo era.
Al pedirle a Alicia que tratara de explicar su argumento se limitó a responder «simplemente lo sé». Así como sabía que el cielo era azul y horizonte no tenía fin, sabía que ellos terminarían echándose el lazo el uno a la otra. Su explicación no estuvo cerca de complacerla, sin embargo, fue inevitable que su susceptibilidad hacia lo inexplicable hiciera de las suyas encendiendo un chispazo de ilusión dentro de su alma. Después, para su sorpresa, ocurrió lo impredecible, se encontró aceptando el reto que la vendedora le propuso.
—No tienes nada que perder, linda —enunció Alicia con suavidad intentando persuadirla—. Solo tienes que regresar dentro de unos meses para invitarme a tu boda o para decirme que estaba equivocada y exhibirme como un fraude.
Agitó sus manos y su cabeza. Jamás podría hablar mal de ella y mucho menos delante de sus compañeras de trabajo, le aseguró, a pesar de que todo lo que le había dicho no tenía sentido alguno.
—Perfecto, entonces nos veremos en la boda. —La abrazó y se marchó risueña dejando a Carolina boquiabierta y meditando en el inaudito suceso que acababa de ocurrirle. Fue imposible no sonreír ante la inverosimilitud de aquel pronostico. Se conocía y admitía que también la divertía y la intrigaba. Sabía lo que Leo pensaría y prefirió no mencionar lo sucedido. No le veía el caso.
Se terminó de arreglar y se marchó con un pan tostado entre los dientes; se le había hecho tarde, como de costumbre. Manuel, apiadándose de ella, la llevó al trabajo, no por ayudarla sino porque repudiaba la impuntualidad y no concebía la indolencia que mostraba su hermana ante el tiempo de los demás.
—Qué Dios no lo permita descontarle un par de minutos a la vida de alguien —ironizó mientras cerraba la puerta, y Manuel la observó con una mirada de reproche.
Sin saber cómo ni cuándo, el miércoles había llegado y el tiempo se les venía encima. En cada una de las tantas reuniones que Antonio Villanueva había convocado a todos los diseñadores, reiteró la importancia de la nueva línea de otoño. Era de vital importancia tener un resultado satisfactorio, por no decir crucial. A pesar que su tono era firme y enérgico Carolina percibió una nota de nerviosismo colarse en su voz. Había tenido un par de conversaciones con el director y ella creía conocerlo mejor que los demás. Era irracional tan solo considerarlo.
De un día para otro el trabajo se había multiplicado, especialmente para los que tenían más antigüedad y experiencia. Los diseñadores nuevos, como lo era Carolina, tenían que apoyarlos con los pedidos abiertos de los clientes existentes. Ella no sería partícipe del proyecto más grande, que, según los empleados, se había visto en años. La música alegre, que distinguía el lugar, había sido reemplazada por resoplidos y refunfuños cargados de frustración. En el ambiente flotaba una espesa capa de tensión.
Todos, incluyendo a Claudia y Álvaro, lucían estresados y Carolina sentía que hacía muy poco para reducir su carga de trabajo. Tenían un día más para terminar todos los diseños. El viernes por la mañana sería el plazo de entrega para darle tiempo a los departamento legal de registrarlos y comenzar con la tarea de manufactura.
A pesar del poco tiempo libre que le quedaba, Carolina exprimía cada minuto con Leo lo más que podía. Si no fuera por el fantástico sexo que tenían ya se habría vuelto loca por lo tedioso que estaba resultando el trabajo. Cuando la dejaba en su departamento, pasada la media noche en su casa, caía invariablemente rendida y sin falta se despertaba sobresaltada gracias al dichoso sueño que comenzaba a detestar. Al día siguiente, a pesar de su cansancio, esperaba con ansias y emoción salir de trabajar para estar con él. No lo quería admitir, pero Leo se estaba volviendo adictivo. Él era el último pensamiento que tenía antes de dormirse y el primero que tenía al despertarse. Cielos, ¿qué le estaba sucediendo?
Por supuesto, enamorarse estaba entre sus planes a largo plazo, pero no lo era de Leo. A veces pensaba que estar con él era como echarse un clavado desde La Quebrada, podría ser la cosa más emocionante que le sucedería o el error más grande que cometería. Cualquiera de las opciones la intimidaban.
Carolina jaló con desgano la silla para sentarse frente a su computadora y comenzar con su día. Abrió su agenda para revisar sus pendientes y por fortuna habían pocos pedidos y una visita al almacén para recoger las muestras. Agradecía el cambio al no tener que estar atada por completo al monitor.
Mientras esperaba la llamada, apareció una notificación en su celular avisándole que una tanda de correos habían llegado a su bandeja. Seguro eran ofertas de artículos que no tenía intención de comprar o un recordatorio de lo triste que estaba su cuenta en el banco.
En cuanto entró a la aplicación, un correo llamó su atención y lo abrió de inmediato.
De: Anónima
Para: Carolina Arias
Asunto: Las chicas de Leo
Carolina,
En cuanto comiences a leer este correo, tengo plena seguridad que te estarás preguntando por qué lo has recibido. Yo también lo estaría haciendo si estuviera en tu lugar, el mismo que una vez ocupé, así como muchas otras mujeres, cuyos nombres fueron olvidados en una habitación de un lujoso hotel al terminar la noche. Estarás pensando que saber mi nombre es importante para darme credibilidad, pero conocerlo no cambiará el curso de lo inevitable: Leo, tarde o temprano, te dejará a pesar de hacerte sentir que se pertenecen el uno a la otra y te susurre al oido que eres la única mujer en su vida. Hoy lo eres, de eso no tengas duda, pero mañana te aguarda el desengaño de esa ilusión cuando te des cuenta que hay otra mujer más especial que tú, a la que seducirá con esos irresistibles ojos verdes y le dirá lo preciosa que es debajo de las sábanas.
Probablemente esté siendo difícil para ti creer lo que he escrito y te entiendo, Leo tiene una habilidad extraordinaria para derretirte el corazón con una sonrisa y hacerte olvidar el mundo entero con un beso, seguramente así fue cómo te conquistó. Lo sé porque a todas nos sucedió, él no hace distinción con alguna ni tampoco cambiará sus tácticas infalibles, aunque tengas la certeza que eres diferente a las demás. Al final, todas hemos caído rendidas a sus pies para ser reemplazadas por otra que tiene su sabor favorito: desafío. Él no se detiene ante nada ni nadie y al tratar de conseguir lo que desea; sin lugar a dudas, te mentirá, te engañará y te romperá el corazón, aunque él te asegure que detesta las mentiras y la infidelidad. Todo con el fin de ganarse tu confianza e impedir que descubras su naturaleza de jugador.
Tal vez estés pensando que mis palabras provienen de la amargura o el despecho, pero te equivocas, mi única intención es prevenirte. Ignorar mis advertencias, continuar con él, dejarlo o enfrentarlo será completamente tu decisión. No tengo idea alguna si volveré a contactarte, no veo el propósito, he escrito lo que necesitaba decirte, pero tú eres bienvenida a hacerlo.
Atentamente,
Una de las conquistas de Leo
Un sudor frío le recorrió la espalda a Carolina. Tuvo que leerlo dos veces para que el estómago dejara de temblarle. No podía dar crédito. Llevaba menos de dos semanas saliendo con Leo y los problemas empezaban a acumularse. No obstante, esto que acababa de leer no podía catalogarlo como un problema, esto no tenía nombre.
—¿Qué tienes? De repente te pusiste pálida —preguntó Claudia con el ceño fruncido. Parecía consternada, y Carolina se lamentó por tener que mentirle.
Por más que deseara contarle lo que le ocurría, no podía. Sin poder evitarlo estaba comenzando a resentir cada una de las decisiones que había tomado y las promesas que había hecho. Estaba siendo deshonesta con ella misma y con Claudia, quien realmente se preocupaba por su bienestar. Tenía que considerar seriamente decirle cómo era que había conseguido este trabajo. Sabía que podía confiar en ella.
—Nada, debe ser que me salí sin desayunar —mintió rápidamente tratando que la voz no le titubeara.
—¿Es solo eso? —indagó, dudosa de si estaba diciendo la verdad. Difícilmente algo se le escapaba a Claudia o, claro, también podía ser que su piel era transparente y dejaba al descubierto su interior—. Sé que últimamente no hemos platicado con toda la carga de trabajo, pero mañana iremos a celebrar que todo ha quedado entregado y que todo regresará a la normalidad. Tengo planeado una noche de celebración inolvidable. Además tenemos mucho de que hablar.
—Creo que desde que te conozco, es la primera vez que te veo genuinamente agotada.
—Estas ojeras no me gustan en absoluto porque son de cansancio laboral y no de las que me siento orgullosa de portar después de una parranda. —Claudia se frotó los ojos antes de sacar algo de su bolso—. Ten —le dijo al tiempo que colocaba frente a Carolina una barrita de granola—. Siempre traigo una de emergencia.
La miró con agradecimiento ante el detalle y le sonrió. Claudia estiró sus brazos y giró su cabeza un par de veces para sacudirse la tensión y poder regresar la vista a su monitor.
Por insistencia de Celina, las hermanas acordaron comer juntas ese mismo día. Con todo lo que Carolina tenía encima y los horarios impredecibles de su hermana no habían podido verse. Las conversaciones por medio de mensajes de texto y grabaciones de audio estaban volviéndose fastidiosas.
Carolina decidió ir a comprar sándwiches en la cafetería que estaba cerca de su trabajo y comerlos en su departamento. Celina traería brownies de chocolate y helado de vainilla para el postre. Pensó que estarían más cómodas si estaban solas y no estar perdiendo el tiempo cazando una mesa.
—¿Pediste el mío con doble ración de aguacate? —le preguntó Celina mientras sacaba los platos y los vasos.
—La última vez no lo hice y casi me lo avientas en la cara —ironizó con desgano.
—Dramática, como siempre. Ya extrañaba tus exageraciones, no se disfrutan igual por mensajes de texto.
—¿Quieres té helado o agua simple? —dijo desechando su burla. Celina la miró y entrecerró los ojos
—Espera un minuto, algo no está bien. ¿Qué tienes? ¿Problemas en el paraíso con el Rey León? —Carolina juntó sus cejas—. No me mires como si estuviera loca, te conozco, así que más vale que me lo digas de una vez. De una forma u otra te lo voy a sacar.
Carolina dejó lo que estaba haciendo y bajó sus hombros.
—¿Cuándo te vas a aprender su nombre? Es Leonardo y no tengo problemas con él —le explicó levemente exasperada—. Al menos, no directamente.
—¿Entonces?
Carolina exhaló exhibiendo su rendición. No tenía caso ocultarle lo que la afligía, si, al final, terminaba confesándole todo. Además, para eso eran las hermanas. Así como celebraban los éxitos y las cosas que les producían dicha también se consolaban en los momentos difíciles. La semana pasada, cuando se reunieron, por supuesto, Celina notó el brillo que había sus ojos, «pareces borrego enamorado, ¿quién es la víctima?», se burló antes de saludarla. Así que era indudable que notara cuando algo no estaba bien con ella.
Sin vacilar, tomó su celular, deslizó sus dedos por la pantalla y se lo mostró a su hermana.
—Es esto. — Celina comenzó a leer el correo y mientras lo hacía levantaba las cejas y gruñía—. Tal vez le estoy dando demasiada importancia, pero no puedo sacármelo de la cabeza. Ya no sé ni qué pensar —concluyó mientras se sentaba en uno de los bancos altos.
—Vaya, a esta mujer se le botó la canica cuando tu Leo la dejó. ¿Debo preocuparme por que te pase lo mismo?
—Eres una mensa —dijo al mismo tiempo arrugaba su nariz—. Esto es serio.
—Esto no lo puedes tomar en serio, es el desahogo de una novia resentida. Más bien ex.
—Lo sé, pero dice cosas íntimas, que solo alguien que lo conoce bien las sabría. Y si ella las sabe es porque Leo se las dijo, así como, me las dijo a mí.
—Puede que sea un coincidencia nada más, no puedes culparlo por ser él mismo o castigar su honestidad. Lo que tienes que hacer la próxima vez es advertirle a tu galán que no le ande dando tu correo electrónico a cualquiera, en especial a sus ex quereres.
—Eso es lo raro, Leo no tiene mi correo.
Celina se quedó pensativa.
—Coincido contigo, esto no tiene buena pinta y no estaría de más que se lo enseñaras a tu novio. Esta mujer puede causarles problemas.
«Novio», repitió para sus adentros. La palabra se sentía extraña cuando la tocaba con su lengua. Tenía un sabor forastero que no terminaba de apreciar. «Amigo», tampoco le agradaba. «¿Amante?», se preguntó. Sí, esa era la que buscaba. Rió para sí misma, ante esa palabra socialmente inadecuada.
—No lo creo, escribió que no iba a volver a contactarme. Me imagino que tienes razón y lo que quería era desahogarse.
—Esto no es solo un deshago, es una invasión a la privacidad. Si consiguió tu correo quién sabe de qué otras cosas pueda ser capaz.
—Has visto demasiadas series policiacas. Estás exagerando, eso no pasa en la vida real.
—Si te vuelve a escribir, házmelo saber a mí o a Chino si es que no planeas decírselo a Leo.
Carolina rodó sus ojos y con su mano se tocó la frente, un gestó clásico para decir, «sí señor».
***
«Odio el amarillo», pensó Soni al mirar la pared de la pequeña estancia sin entender por qué alguien escogería un color de pintura tan horrendo.
Se sentó y se pasó la mano por el cuello para amansarlo, le dolía un poco y era de esperarse por haber pasado su primera noche en uno de los sillones de la sala. Por horas trató de conciliar el sueño dando vueltas en la cama, que se sentía inmensa y fría sin él. Las almohadas habían perdido el olor a él y sus lágrimas las empapaban con el húmedo desconsuelo de su ausencia. No pudo más, tomó una de las cobijas y salió de la recámara.
«También odio desempacar», reflexionó al ver todas las cajas de cartón apiladas recordándole lo que ya no tenía y lo sola y deprimida que estaba. Una mala combinación estando en la situación que se encontraba.
La mudanza resultó más dificultosa de lo que anticipó. No por causa de la cantidad de horas o el esfuerzo invertido, sino por el desbarajuste de emociones que experimentó al guardar cada uno de los objetos que habían formado parte de su vida diaria durante meses. Fue una tortura inesperada, por un momento estuvo a punto de aventar todo y salir corriendo de ahí. Con el dorso de su mano se secó las lágrimas, que no habían dejado de brotarle desde hace días, y continuó.
Pasadas las dos de la tarde, los muchachos de mudanza, que Leo contrató para ayudarle, habían finalizado de empacar y proteger los muebles para poder empezar a subirlos al camión. Se disculparon por un momento, irían a comer y después continuarían el trabajo.
Escuchó la puerta principal abrirse de repente y, para su sorpresa, era Leo quien había entrado. Los ojos se le iluminaron al verlo caminar hacia ella. De nuevo estaba ese aire relajado, que se reflejaba hasta en su forma de vestir —jeans y una playera que decía «Muse»—. Le sonrió, y Soni sintió que se derretía por dentro haciendo que la ilusión reemplazara a la tristeza.
—Qué extraño se ve mi departamento así —puntualizó, y Soni sabía que se refería al visible desorden, que tanto detestaba y que no podía hacer nada al respecto. Nunca iba a cambiar, se dijo a sí misma tratando de no sonreír al verlo tensar la mandíbula.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó curiosa al ver que traía en una de sus manos una bolsa de plástico, de donde emanaba el aroma a comida tailandesa saturando el departamento.
—Me pareció un buena idea comer juntos una última vez. No hay una razón para que volvamos este momento uno desagradable. Considerémoslo un adiós, somos adultos y podemos despedirnos de forma civilizada.
Soni quería besarlo, como lo hacía cuando estaba distraído viendo una de sus estúpidas películas de Star Wars, abrazarlo y sentir el calor de sus brazos al rodearla. Cerró los ojos y se dijo a sí misma que haría lo que fuera para no dejarlo ir. Arrodillarse si él se lo pidiera. Leo jamás lo haría, él no era de la clase de hombres que gozaban con ese tipo de demostraciones deshonrosas.
—No tiene que ser la última vez, podemos seguir siendo amigos. —Soni alzó los hombros para mostrarse tranquila y no dejarle ver lo desesperada que estaba por que esto fuera un mal sueño del que no podía despertarse—. No hay una razón que impida que lo seamos.
Leo levantó levemente las cejas y una de las comisuras de su boca, pero de inmediato recobró su semblante neutro, el mismo que Soni no sabía cómo leer. Le acarició el hombro y Soni vio en los ojos de él la condescendencia. Percibió cómo la fina cuerda que los unía estaba a punto de romperse.
—Soni, si me necesitas ahí voy a estar. Quizás un café de vez en cuando para ponernos al tanto. —Ella sonrió, no esperaba que saliera de él el ofrecimiento—. Pero a partir de hoy cada uno tomará su camino.
Era fácil de decirlo cuando era él quien tiene la opción de empezar de nuevo, mientras ella tenía que vivir rodeada de los recuerdos de lo que ella consideraba lo mejor de su vida.
La miró fijamente por unos cuantos segundos, y Soni sintió un rayo de esperanza alojarse en su pecho. No todo estaba perdido, si no, ¿por qué otra razón Leo estaría haciendo estas concesiones?
—Eso es todo lo que pido.
Leo estiró el brazo para colocar los contenedores sobre la barra de la cocina, dejando al descubierto una marca de tinta negra en uno de sus bíceps. ¿Era un tatuaje?, se preguntó extrañada y quizás un tanto escandalizada. Nunca imaginó que tendría el interés de hacer algo como eso.
—¿Qué? —le preguntó Leo al ver que se había quedado inmóvil.
—Tu brazo, ¿qué tiene escrito? —indagó Soni tratando de tocarlo, pero Leo fue más rápido y detuvo su mano en el acto al darse cuenta a qué se refería ella.
Por un instante creyó ver enrojecer las mejillas de Leo por haberlo tomado desprevenido, debió ser su imaginación, Leo jamás se ponía nervioso. Era el hombre más impasible que conocía. Pero cuando vio subir y bajar rápidamente su manzana de Adán y estirar la manga de su camiseta, se dio cuenta que, después de todo, no era un ser insensible y era capaz de perder la compostura.
La mirada de Leo se había suavizado, pero no significaba que le dejaría ver a Soni lo que había dentro.
—No es nada —dijo con un tono seco dándole a entender que ese asunto no estaba abierto a discusión.
Estaba acostumbrada a la forma reservada de ser de Leo y no a no insistir cuando él no deseaba discutir un tema. Sin embargo, esta vez la irritó no saber qué significaba esa marca, que parecía proteger como si fuera algo preciado e íntimo.
Leo la acompañó hasta que los muchachos subieron la última caja a su nuevo departamento, lo observó bromear con ellos y ayudarles con la cansada tarea. Nunca lo había visto tan relajado y sonreír durante tantas horas seguidas y aquello la desconcertaba sobremanera. No quería que el día terminara y fue doloroso cuando la abrazó y le besó la mejilla antes de despedirse de ella.
«Te recuperaré», pensó, más decidida que nunca al verlo alejarse por la calle.
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¡Hola solecitos! Una disculpa por el retraso en la publicación de este capítulo, creo que me distraje un poco haciendo el book trailer. Cuando se me mete algo en la cabeza, no lo suelto. Lo bueno es que ya está aquí, espero que les haya gustado, yo sufrí particularmente con la segunda escena al escribirla. En fin, no olviden dejar sus estrellitas y, si se puede, un comentario, que disfruto enormemente leerlos.
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
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