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Capítulo 28 {Amores Que Me Duelen}

"El corazón es memorioso

y el mío

no aprendió a olvidar"

-Nortec Collective Hiperboreal


—Espero que esto no se vuelva una costumbre, pequeña —dijo Manuel, al tiempo que se aparecía por el pasillo.

     Carolina no conjuraba la fuerza para despegarse de la puerta de la entrada. Sabía lo que le aguardaba al escuchar el tono exasperado de su hermano y observar sus brazos cruzados sobre el pecho. Él no creía ni en la sutileza ni en la hipocresía; cualidades que ella creía, algún día, harían de él un abogado excepcional.

—¿Qué cosa? ¿Que traiga hombres a la casa mientras no estás? Creo que ya estoy grandecita para tener que pedirte permiso —expresó levantando un poco la voz y reprimiendo sus ganas de ahorcarlo.

—Estoy hablando del tiradero y no de tu virtud en la recámara —le explicó sin esconder su irritación, y a Carolina se le enrojecieron las mejillas de vergüenza—. Me voy unos cuantos días y mira con lo que me encuentro. ¿No le importó a tu invitado saber que eres una desordenada? —instó con expresión ceñuda mientras levantaba el sostén de Carolina que colgaba en el sillón—. Qué pregunta tan estúpida. Por supuesto que no, de haberle importado a tu amigo, habría corrido despavorido.

De inmediato se acercó a él y le arrebató la prenda. Miró a su alrededor y, honestamente, el desastre no lucía tan desastroso como anoche. Los trastes sucios estaban en el fregadero y los pedazos de la taza que rompieron sin querer habían desaparecido del suelo. La ropa estaba doblada y colocada en uno de los sillones. Los artículos de dibujo estaban acomodados y no esparcidos sobre la mesita de centro. Era un desorden ordenado, concluyó Carolina. Sacudió su cabeza y rió por lo bajo pensando hasta dónde llegaban las manías de Leo.

—¡Siempre lo recojo antes de que llegues! Tú lo sabes. ¿Cómo iba a saber que llegarías antes si no me avisas? —dijo tratando de justificarse, y al ver que él ponía los ojos en blanco, Carolina decidió aclarar el otro asunto—: Entonces, chino, ¿tienes algún problema con lo que acaba de suceder? Prometo ser silenciosa la próxima vez —expresó sonriendo y subiendo y bajando las cejas.

Intentó alivianar la tensión entre ellos con humor, pero solo consiguió que Manuel encogiera los hombros y exhalara, como si estuviera preparándose para tener una conversación inevitable con ella. «Grandioso, este día iba de mal en peor».

—Te he protegido sobremanera desde que éramos niños, lo sé, y te advierto de una vez que nunca dejaré de hacerlo. —Manuel la miró con dulzura y en sus ojos se asomó el cariño indiscutible que había entre ellos—. Pero hay tanto de lo que no puedo protegerte, pequeña, y una de esas cosas es que te rompan el corazón. Puedo prevenirte y decirte que él no te conviene y que salir con ese hombre en particular es una mala decisión. Y seamos sinceros, si lo hiciera, más te empeñarías en salir con él porque esa es la naturaleza humana: ir tras lo que no podemos tener.

Carolina colocó el dorso de su mano en la frente de su hermano, como si quisiera tomarle la temperatura.

—No tienes fiebre para que estés delirando. ¿Estás bien? ¿No te golpeaste la cabeza? —Este no era su hermano, el suyo estaría dándole el sermón de su vida, dedujo, confundida por su actitud.

—Eres una tonta y más si me pides que sea amable con él. Porque no lo voy a hacer. Verle la cara me inspira a rompérsela.

—¿Cómo sabes que te lo iba a pedir?

—Porque te conozco. Eres tan predecible —ironizó con una mueca socarrona en los labios que la irritó por airar su transparencia y no saber cómo sacudírsela—. Nada más te pido que te vayas con cuidado y que no cometas la tontería de enamorarte de él.

Carolina sacudió su cabeza para negarlo, no encontró la fuerza suficiente para pronunciar la palabra «no» y Manuel lo notó. La miró con compasión, porque eso que le pidió era una batalla que estaba a punto de perder. Ni con toda la protección que su hermano pudiera brindarle, la salvaría.

Las horas del día se pasaban volando estando junto a Leo. De pronto el sábado había aparecido y no tenía que ir a trabajar. Por supuesto, el sueño le recorría los párpados, pero el cansancio no le dominaba los huesos como lo esperaba después de tantas desveladas seguidas.

El maratón comenzó el jueves por la noche cuando Leo le enseñó un papel que mostraba los resultados de los análisis de sangre que había mandado hacerse. El corazón se le detuvo y se saltó una respiración al revisarlos porque no solo constataban que él gozaba de buena salud sino la importancia que él le estaba inyectando a la relación. Escucharlo, con su tono grave, expresar el deseo de sentirla con plenitud y sin barreras la asustó y la excitó al mismo tiempo.

—Jamás he tenido sexo sin protección —le aseguró, mirándola a los ojos—. Carolina, tú eres la primera mujer con la que no quiero usar condón. —Leo le acarició la mejilla antes de colocarle un mechón de cabello que cruzaba su rostro detrás de su oreja—. Tú te estás cuidando, ¿verdad? —Carolina afirmó con la cabeza. No atinaba a decirle que, por años, había estado tomando religiosamente la píldora para ayudarla a regular su periodo.

Al notar su silencio y su nerviosismo, Leo le prometió que no volvería a tocar el tema si la hacía sentir incómoda.

—No quiero que te sientas presionada.

—No es eso, solo me sorprendió que me lo pidieras. Todo cambiaría entre nosotros, se volvería real.

—¿Qué significa eso? —preguntó confundido.

—Significa que estoy de acuerdo —contestó deprisa para evitar explicaciones que ni ella entendía y también para no darse tiempo de arrepentirse—. Y que podemos comenzar desde este momento. —Leo le sonrió y la miró a los ojos. Luego se fundieron en un abrazo que contenía el deseo de ambos por amarse, como si la noche fuese interminable.

La alarma de su celular se disparó sacándola a regañadientes de sus pensamientos. Carolina lo tomó con desgano para apagarla y suspiró al ver la notificación de las dos llamadas perdidas de Daniel. La había llamado anoche una vez y otra más en la mañana hacía una hora.

Se bajó de la cama y comenzó a pasearse por la recámara de un lado a otro mientras se mordía ansiosamente una de sus uñas. Respiró despacio tratando de juntar el ánimo para llamarle. Desde la última vez que se vieron solo habían intercambiado unos cuantos mensajes de texto. El hombre no quitaba el dedo del renglón. No lo llamaría insistente, pero tampoco tibio. Solo la desconcertaba.

Sin saber cómo sucedió, acordó encontrarse con él para ir a comer esa misma tarde. En cuanto terminó la llamada, Carolina intentó convencerse que su decisión de ver a Daniel fue por tratar de impedir que su vida y su tiempo revolotearan por completo alrededor de Leo y no por el hecho de que no lo vería ese día. Se trataba del único sábado del mes que él le ayudaba a su padre con las finanzas, y si ella se encontraba cerca sería una tentadora distracción a la que no deseaba ser expuesto, si lo que quería era terminar lo más pronto posible. Si aquello no fuese suficiente, también tenía que arreglar un asunto importante relacionado con su departamento que no tenía previsto. La sensación de intranquilidad que le causaba no verlo la consternó por lo que accedió con facilidad verse hasta el domingo.

—El domingo quiero que me acompañes a un lugar, necesito que me ayudes con algo de suma importancia —le pidió usando un tono juguetón.

La besó para evitar darle más explicaciones, y ella sintió un millón de mariposas sacudir sus alas dentro de su estómago.

Carolina dejó su celular sobre la cómoda y una punzada de remordimiento le atravesó el pecho. Algo dentro de ella le decía que debía poner al tanto a Leo de su salida con Daniel Silva, pero al final desistió por honrar su trato de ser «amigos con derechos» nada más. Entre menos lo involucrara en su vida y en sus decisiones, sería más fácil para ella dejarlo ir cuando llegara el momento de hacerlo.

Se cambió la ropa y se enchufó los tennis para salir a correr, no podía pensar claro y era lo único que podría ayudarla a despejar su mente.

Al salir de su habitación se encontró con Manuel preparando el desayuno. Estaba en pijama exhibiendo sus chinos alocados y libres arriba de su cabeza. Rió con disimulo porque la visión le recordó a un brócoli.

—¿No deberías estar trajeado y listo para ir al despacho?

—Hoy amanecí con ánimo rebelde. Vivir contigo se me ha pegado un poco.

—Me alegra saber que soy una buena influencia para ti, chino.

—¿Hoy no tienes planes para verte con tu «amigo»? —le preguntó con aire despreocupado cuando la vio alistarse para salir a correr.

—No, tengo otros planes —respondió seria.

—Qué rápido te aburriste de él. Conociéndote, es un récord Guinness. —Carolina rodó sus ojos y negó con la cabeza—. ¿Quieres que te lleve a algún lado para celebrar? —le propuso en un tono visiblemente burlón.

—Esa ahórratela para dentro de un mes —dijo, y en cuanto salió de su boca fue muy tarde para morderse la lengua. Aparentemente el dichoso contrato la afectaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—¡Auch! Eso es frío y calculador hasta para mí y te lo digo como abogado. Estar en los zapatos de ese güey no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

—¿Quién te entiende? Primero me adviertes sobre él y ahora lo defiendes.

—No lo estoy defendiendo. Sé lo que te dije, pero...

—Pero, ¿qué? ¿Cambiaste de opinión?

Manuel dejó la espátula y apagó la estufa. Se acercó a ella y la detuvo tomando su antebrazo.

—Te voy a decir algo, pequeña. Pero primero quiero aclararte que todo lo que te he dicho lo sostengo y no es que odie al tipo ni nada de eso porque en realidad no lo conozco. Y si me lo pides estoy dispuesto a darle el beneficio de la duda. A lo que voy con todo esto es decirte algo que vi, y aunque me cueste admitirlo, es que lo traes cacheteando por las banquetas. Te miraba como si fueras su razón de ser. Sí, los corazones se rompen por miles de razones, pero lo que no se vale es que vayas por ahí y rompas uno deliberadamente por creer que él te lo va a hacer. Esa no eres tú.

—No sé de lo que estás hablando —exclamó antes de tomar sus llaves y salir rápidamente por la puerta pensando si inconscientemente era lo que estaba haciendo. Lo cierto era que su intención no era lastimar a Leo. Jamás lo haría. Su hermano estaba equivocado, debía estarlo.

***

     A las dos de la tarde en punto, Víctor, el vigilante, le anunció a Carolina que Daniel Silva estaba en el vestíbulo esperándola. Colgó el auricular y enseguida se miró en el espejo que estaba colgado sobre la consola de la entrada para revisar que todo estuviera en orden. Respiró hondo y sacudió sus manos para darse ánimos. Luego tomó las llaves y el bolso y salió a encontrarse con él.

—Estás guapísima, primor. Me gusta cuando traes el cabello suelto —dijo Daniel sonriendo mientras la acompañaba a la puerta del coche para subirse. Carolina trató de tragarse el halago. La verdad fue que no se esmeró en su arreglo y le remordió la consciencia vestir sus gastados jeans y sus cómodos Converse.

—¿Adónde vamos? —preguntó algo inquieta por la falta de música. Siempre había creído que esta era la mejor herramienta para llenar el incómodo silencio cuando se quedaban sin algo que decir.

—Es una sorpresa y al llegar quisiera que termináramos la conversación que dejamos inconclusa; no quisiera seguir posponiendo la propuesta que te quiero hacer.

Carolina sintió los músculos de sus hombros tensarse. Pese a sus ganas de sentir el aire fresco sobre su rostro, se contuvo bajar el vidrio porque lo creyó inapropiado.

—¿Qué clase de propuesta es? —preguntó dudosa.

—De la clase que los dos salimos ganando —respondió, y aquella respuesta no le decía nada.

—No vamos a ir a tu hotel, ¿verdad?

—¿Qué? —respondió Daniel alzando sus cejas. Después Carolina observó cómo a él se le dibujó una media sonrisa en los labios al darse cuenta por donde iba el interrogatorio. Trató de esconder su mortificación masticando su labio inferior—. Mira, primor, sé que esto no es novedad para ti porque estoy consciente que he constatado mi interés por ti con mi comportamiento, pero te aseguro que esta vez se trata de una propuesta de carácter profesional.

—Entonces, dime adónde me llevarás.

—Ya casi llegamos, no seas tan impaciente. Para tu tranquilidad solo te voy a decir que para entender mejor la propuesta necesitas ver primero el lugar.

Carolina trataba de controlar sus nervios. Se miraban y sonreían de cuando en cuando. Sin embargo, la incertidumbre la estaba carcomiendo desde dentro hacia afuera y él parecía estar pasándola fenomenal por la forma sosegada y fluida en que tomaba el volante, como si se tratara de un paseo dominical por la Alameda. Aquello debía de tranquilizar su mente, pero por alguna razón no lo lograba.

Unos cuantos minutos después, Daniel estacionó el coche en la parte trasera de un establecimiento que poseía la apariencia de estar abandonado o al menos clausurado. Tenía todas las puertas y ventanas cubiertas de papel periódico para impedir las miradas curiosas hacia el interior. Incluyendo la de ella.

Caminaron uno al lado del otro sobre la banqueta que lo rodeaba hasta llegar a la entrada principal. Si sus cálculos no le fallaban estimaba que la edificación ocupaba media manzana.

Daniel sacó un llavero, y él apenas podía contener su emoción mientras abría el cerrojo de la puerta.

—Quiero que conozcas a mi bebé —anunció Daniel sonriendo, al tiempo que extendía el brazo para dejarla pasar. Encendió las luces para que ella pudiera apreciar mejor el lugar—. Eres la primera persona que lo conoce.

Carolina en silencio admiró con curiosidad aquel espacio totalmente vacío que olía a pintura fresca y a nuevo. Era como un lienzo en blanco listo para plasmar un sueño. Un enorme sueño.

—Ahora no se puede ver, pero será un restaurante. Mi restaurante. Lo compré con la idea de mantenerlo aislado del negocio familiar. Esto que ves es mío nada más, bueno, y de mi socio, que sin él estaría yo perdido —admitió con un tinte de vergüenza y sencillez, que a ella le parecía que él trataba de disimular.

—¡Felicidades, Daniel! Es una noticia estupenda, sé lo importante que es para ti construir algo por ti mismo. —Carolina suprimió sus ganas de abrazarlo porque sintió que se podría malinterpretar su efusividad.

—Esa es mi intención. Y ahora que ya viste el lugar... vamos a la propuesta —agregó Daniel juntando las palmas de sus manos de golpe para tener por completo su atención—. Quisiera que fueras tú la que se encargara del diseño de la imagen. Quiero que esa creatividad que tienes la compartas conmigo y juntos lo convirtamos en un lugar especial. Sería tuya por completo la toma de decisiones en el aspecto artístico, además de tener a tu disposición todos los recursos que necesites.

—¡Estás loco! ¿Cómo puedes ofrecerme algo sin haber visto antes mi portafolio? Es más, pudiendo contratar a alguien experimentado y profesional para este proyecto tan importante para ti. Hay agencias dedicadas a trabajar con proyectos a gran escala como el tuyo.

—Es precisamente por lo que te quiero a ti, me refiero a contratarte —rió él y aprovechó para tomar una de las manos de Carolina. Ella notó que estaban suaves y cálidas intentando transmitir confianza—. Para este proyecto quisiera una visión fresca y audaz y que a su vez transmita intimidad; no algo presuntuoso y predecible, como seguramente las agencias que mencionaste me ofrecerían en cuanto sepan quién soy. ¿Si recuerdas que no quiero que tenga algo que ver con la cadena de hoteles ni con mi familia?

—Entiendo lo que dices, pero hay una cosa más: yo ya tengo trabajo.

—Lo sé, pero esta sería una buena oportunidad para ti —dijo mientras le dibujaba círculos con su pulgar—. Solo quiero que lo pienses. No tienes que responderme ahora, el papeleo no va a estar finalizado hasta dentro de dos semanas, un mes a más tardar. Una vez concluido ese asunto quisiera empezar de inmediato. ¿Qué dices? ¿Tú dime qué necesito hacer para convencerte? Estoy dispuesto a lo que sea.

—De verdad me halaga que hayas pensado en mí, y en honor a tu ofrecimiento te prometo que voy considerar tu propuesta con detenimiento, pero no te puedo garantizar más que eso.

Como Daniel se lo planteaba estaría demente si dejaba pasar esta oportunidad, sería todo tan sencillo si lo hiciera. Además era justo cuando se cumplían los tres meses que se había dado de plazo.

—Tendrías tu propia oficina.

—¿Me estás tratando de sobornar?

—Tú dime: ¿está funcionando?

—Eres terrible, ¿lo sabías? —dijo al tiempo que Carolina chocaba su palma contra la frente de él con el propósito de empujarlo hacia atrás.

—No me puedes culpar por tratar de hacer lo imposible por conseguir lo que quiero. Presiento que haríamos un equipo excelente.

—No, no podría reprochártelo porque yo haría lo mismo si estuviera en tu lugar. —Los dos sonrieron con complicidad.

—¿Te parece si hacemos un trato? Yo prometo esperar un mes por tu respuesta y tú vendrás conmigo una día para mostrarte la que sería tu oficina y presentarte al resto del personal que será parte de este proyecto y a mi socio, bueno, a él ya lo conoces, es Julio Brun, el chef del Hotel Capital M, ¿te acuerdas de él? —Carolina asintió con su cabeza. «¿Cómo olvidarlo?», pensó con ironía—. ¿Qué dices? No tienes nada que perder —le propuso extendiendo su mano. Carolina sin pensarlo se la estrechó para cimentar el trato.

Daniel aprovechó para jalarla hacia él. La tomó por la cintura, la levantó en el aire y la giró un par de vueltas. Fue imposible para Carolina no reír y dejarse absorber por su entusiasmo.

En cuanto la bajó, él estaba tan cerca de ella, que podía ver en sus ojos el deseo de besarla.

—Daniel, espera. Yo... —le pidió bajando la mirada al suelo.

—Sí, ya sé que me vas a decir que solo somos amigos.

—¿Cómo lo sabes?

—No soy ningún estúpido. Sé reconocer esa mirada. Tal vez si lo sea por decirte que prefiero tenerte como amiga a no poder verte y ni estar contigo. Quizás también sea estúpido pensar que un día me verás con otros ojos y que las circunstancias cambiarán para nosotros. Pero una cosa sí sé: el destino no está escrito por completo todavía. 

Esas palabras llenaron su pecho de mortificación al quedarse suspendidas en el aire el resto del día impidiéndole disfrutarlo. Le esperaba una larga noche, suspiró con pesadez.

***

     Las noches con Carolina lo habían alejado de todo, incluso de sí mismo. Los pies los sentía más ligeros, era como si parte del peso que llevaba encima hubiese disminuido. No podía explicar a ciencia cierta qué era, pero notaba cierto cambio en él.

Leo miró hacia el retrovisor y ahí estaba de nuevo la sonrisa de menso, cómo, llanamente, su hermana Alix la llamaba, que no podía remover de su rostro por más que lo intentara. Al menos, esa mañana estaría solo y no sería el objeto de burla de nadie. Porque si volvía a escuchar cantar a Óscar Burbujas de Amor una vez más no respondería de sus actos, le advirtió. En el fondo, Leo sabía, que para su amigo, las advertencias eran palabras inanes.

Al llegar a la oficina, se descolgó su mochila de mensajero y extrajo los documentos que necesitaba como referencia así como toda la paciencia que había logrado juntar para sobrellevar las siguientes horas que anticipaba tediosas.

Abrió la cerradura de uno de los cajones para sacar la laptop. La encendió y mientras cargaba el programa de contabilidad decidió prepararse un café. Lo necesitaba para despejar su cabeza y pensar con claridad.

Los números podía realizarlos hasta con los ojos cerrados, era Carolina a quien no podía descifrar, ni tampoco el hecho que se sentía a la vez confundido y fascinado por esa mujer seductora, caótica y perspicaz, a quien no podía dejar de besar ni quitarle las manos de encima. Mucho menos si estaba cerca de ella, se había convertido en una tentación irresistible.

Se reclinó en la silla y subió los pies al escritorio. Por un lado no tenía duda de saber lo que quería: la quería tener para él solo y ser el dueño de su placer. No podía imaginarse a otro que no fuera él decirle a Carolina «Me vuelves loco» debajo de las sábanas. Por el otro lado, el compromiso y la estabilidad no eran cartas que estaba dispuesto a ofrecerle. Una y otra vez había comprobado que no estaba capacitado para barajar ese tipo de cartas. La situación con Soni había resultado un fiasco y no tenía ninguna intención de volverlo a intentar. No importaba cuanto se esforzara al final terminaba perdiendo el interés. Sin embargo, la ecuación tenía una nueva variable, una que se presentaba por la primera vez: el miedo.

Tenía miedo de saber que era capaz de enamorarse, pero lo que realmente le atemorizaba era comprobar no ser correspondido. De no poder confiar en ella plenamente. Entre más tiempo pasaba, entre más veces estaba dentro de ella encontraba cierta resistencia y no solo departe de él sino de ella. La incógnita que aún no podría resolver era el dichoso contrato. Por supuesto que era un fanático de las reglas, pero Carolina nunca lo había sido. Y aquello lo desconcertaba.

«Suficiente». El programa estaba cargado y su café se había enfriado. Se pasó las dos manos por su rostro para terminar de sacudir sus pensamientos fragosos y pudiera concentrarse. En este momento creía imposible llegar a una conclusión.

Varias horas de encierro y cuatro tazas de café después, los números continuaban sin tener sentido. Había revisado demasiadas veces las órdenes de compra, los pagos a proveedores, la nómina, todo con la minucia que sabía que estaba calificado.

Sin pensarlo tomó los archivos, cerró la laptop y la desconectó del enchufe de la corriente y salió de la oficina deprisa.

En cuanto se abrió la puerta del ascensor fue asaltado por una tonada armoniosa y empalagosa. «Otra vez esa maldita canción que le ponía los nervios de punta», pensó irritado. Leo sabía que este no era el momento para lidiar con las excentricidades de su padre, pero las finanzas de la empresa no podían esperar un día más.

Antonio Villanueva estaba quieto mirando hacia el enorme ventanal. Leo pudo observar los rasgos físicos que compartían, los hombros anchos, la altura y la barba cerrada. Pero lo que delataba por completo que era su hijo, eran sus ojos. Verdes e intensos, como un tupido y agreste bosque.

Lo que fuese que estuviera viendo, capturaba toda su atención. Notó que con una mano apretaba un pequeño papel y en la otra sostenía un vaso con lo que aparentaba ser whisky.

Leo se dirigió hacia la tornamesa y levantó la aguja para detener la música. El alivio fue instantáneo, pero su padre volteó de inmediato advirtiendo por su presencia. Le llamó la atención el movimiento furtivo con el que metió el papel que sostenía en la mano entre unos libros de la estantería.

—¿Qué haces aquí? —instó sin esconder su exasperación. Cuando Leo lo veía en ese estado podía imaginarse con claridad lo que muchos tenían que soportar cuando él descargaba en ellos su malhumor.

Leo puso los ojos en blanco. Si su padre no sabía qué día era, aquello no auguraba un momento placentero. Pero ya estaba aquí, igual y las noticias lo ayudarían a distraerse.

—Quisiera hablar contigo sobre algo. De tus finanzas de hecho.

—¿Podríamos hacerlo otro día? Ahora no es un buen momento, quiero estar solo. —Al encontrarse sus miradas. Leo vio los ojos de su padre enrojecidos y melancólicos.

Para Leo no era extraño encontrarlo tomado cuando escuchaba esa enervante canción. Lo extraño era encontrarlo en ese estado en la oficina; un comportamiento que reservaba exclusivamente para el estudio de su casa. Adivinaba aquello como una mala señal.

—No, esta conversación no puede esperar. Textiles Santillán está serios problemas —soltó con aire preocupado.

Leo conocía a la perfección el comportamiento de la empresa a lo largo del año. No era una novedad, que durante los dos meses anteriores las ganancias tendían a la baja, y según sus predicciones este mes se suponía que deberían de comenzar a recuperarse y no lo estaban haciendo, al contrario estaban pellizcando los números rojos de forma alarmante. Si la tendencia seguía, era seguro, que la compañía tuviera que declararse en quiebra. Sería un golpe duro para la familia del que dudaba su padre pudiese recuperarse.

—Lo pedidos se han reducido a la mitad. Los gastos son mayores a las utilidades. No estoy seguro que puedas cubrir la nómina completa.

—¿Hay alguna inversión que se pueda liquidar? Los empleados no pueden quedarse sin sueldo —aseveró con serenidad, algo que era paradójico a la situación.

—¿Tú sabías de esto? —preguntó Leo entrecerrando los ojos.

—Hemos perdido varios clientes importantes en los últimos meses. La competencia se las ha ingeniado para bajar sus precios al comprar el producto terminado a empresas chinas en vez de maquilar ellos mismos. A lo largo de los años Textiles Santillán se ha logrado posicionar en el mercado por ofrecer telas con diseños novedosos y elaboradas con insumos de la mejor calidad, que a su vez apoya el comercio mexicano. Y no por vender algo en serie y de calidad cuestionable. Aparentemente estaba equivocado y los clientes no lo consideran parte primordial en su decisión de compra.

—¿No tienes un plan de contingencia? ¿No estarás pensando en hacer lo mismo y dejar sin empleo a cientos de personas?

—Por supuesto que no. Ayudé a levantar a esta empresa del suelo para darme fácilmente por vencido. He estado en contacto con otros proveedores para bajar los costos y trabajando a la par con todos los diseñadores para crear una línea completamente distinta que atraerá otro tipo de clientes. Será la temporada de otoño y el lanzamiento es dentro de dos semanas. Solo faltan afinar los últimos detalles. —Leo lo escuchó atento, pero la vacilación en su voz le dijo que no confiaba del todo en su plan. Algo que considera inusual por su personalidad implacabe—. Si con esta explicación quedan resueltas tus preguntas, puedes marcharte. Tengo mucho trabajo y prefiero estar solo.

Sin esperar a que Leo se marchara, Antonio se levantó y rellenó el vaso antes de dirigirse al tocadiscos. You were always on my mind comenzó a escucharse de nuevo haciendo que a Leo se le erizaran los vellos de la nuca.

—¿Por qué escuchas esa canción una y otra vez? —le preguntó sin pensar y al mismo tiempo sabiendo que se arrepentiría por dos razones: la primera era porque no le gustaría la respuesta y la segunda era porque se trataba de su padre, con quien nunca tenía esa clase de conversaciones.

Antonio azotó el vaso contra el escritorio derramando el líquido ambarino sobre unos papeles. Leo observó, que despacio las gotas se absorbían como el alcohol lo hacía con el juicio de su padre.

El silencio era ensordecedor y la tensión que creaba era casi palpable. Por un breve momento Leo pensó que no le respondería. Honestamente creía que era lo mejor, había preguntas que prefería dejarlas sin respuesta.

—¿Quieres saber por qué? Escucha bien Leonardo —le pidió con evidente descontento en su tono. Estaba acostumbrado a sus desfogues por ser una constante decepción para él, pero esta vez fue distinta, fue como si hubiese atacado a un animal lastimado—. El amor lo arruina todo. Si quieres tener una vida tolerable, olvídate de enamorarte; ella solo te romperá el corazón. No importa cuanto tiempo pase, el amor seguirá doliendo, nunca se va.

La confesión le cayó como un desagradable balde de agua fría sobre su cabeza. En toda su existencia, sus padres jamás se habían comportado como una pareja de enamorados. Vaya, ni siquiera sabía que su padre tuviese la capacidad de sentir era clase de amor. Era gracias a ellos que él creía en este no existía.

Leo podía escuchar la amargura que lo había consumido lentamente hasta convertirlo en el hombre que pensaba que el amor era la ruina irreparable de una vida. Un error que haría lo imposible por convertir en polvo.

—Las mujeres no son de fiar —continuó—. No se merecen tu confianza cuando todo lo que han hecho es mentirte. Estaba enamorado como un loco de ella, y jamás imaginé que sus intenciones eran destruirme. Fue demasiado tarde cuando lo descubrí y el daño estaba hecho. Como una advertencia, asegúrate primero de saber quién es ella —Antonio le sonrió con frialdad—. O terminarás comprando un anillo que jamás entregarás y durante años habitará en tu gaveta para recordarte el pobre diablo que siempre has sido. —Antonio se terminó el resto de la bebida de un trago y enseguida se sirvió una más—. Tú y yo somos más parecidos de lo que crees y pronto te darás cuenta que estás destinado a cometer los mismos errores que yo. Al final solo te quedará un vacío interminable y, sin importar cuántas botellas te empines y cuántas veces escuches la misma canción, nunca volverás a ser un hombre completo.

Poco a poco aquellas palabras resentidas cobraban sentido. Porque si de algo Silvia estaba orgullosa, era del ostentoso diamante que adornaba su dedo anular. Leo no tenía duda alguna que la devastación de su padre la había provocado otra mujer. Entonces, ¿eso significaba que a su madre la consideraba como un premio de consolación?

De pronto Leo no podía tragar y las palabras se ahogaban en su garganta. ¿Qué pasaría si Antonio Villanueva tuviese razón, que sin importar cuánto intentara rehuir de sus genes, era una batalla perdida? Tarde o temprano se convertiría en su padre sin importar el camino que eligiera.

Una vez lo creyó, pero después recobró la consciencia y resarció su equivocación. Estos últimos meses le habían mostrado un futuro distinto, y si quería conservarlo intacto no debía escuchar al hombre desolado que estaba frente él. Ni su padre ni nadie le iba a arrebatar el fragmento de felicidad que había logrado construir. Leo giró en sus talones y salió de ahí de inmediato. No había nada más de que hablar.

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Queridos solecitos, gracias de nuevo por su paciencia. Este capítulo lo encontré realmente difícil de escribir. Se destaparon secretos, se abrieron heridas que nunca terminaron de sanar y se tomaron decisiones impetuosas. Díganme qué les pareció con sus comentarios y estrellitas. ¡Nos vemos en el próximo capítulo!

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