Capítulo 27 {Las flores}
"No dejes que amanezca
No dejes que la noche caiga
No dejes que el sol salga
Solo déjame estar junto a ti"
-Café Tacvba
A partir del tercer orgasmo, Carolina había perdido la cuenta y el pudor. Lo había perdido debajo de las sábanas, sobre la mesa del comedor y en la doble función, que exhibieron afuera en el balcón. Y en este instante lo estaba perdiendo recargada contra la loza de la regadera, bajo el chorro de agua tibia anunciándoles que el agua caliente estaba a punto de terminarse.
De haber sabido que Leo era una desenfrenada locomotora en la cama, Carolina habría sucumbido a su inevitable destino desde el primer día. Este hombre era insaciable y ella se dejaba complacer. Entre ellos no parecía existir el fin, y si continuaban a este paso, ella podía contemplar la posibilidad de no poder volver a caminar derecho. Ni quitarse la sonrisa que, con orgullo, luciría todo el día. O todos los días, pensó suspirando expectación por el futuro que le aguardaba.
—¡Dios! ¿Qué me has hecho que no puedo quitarte las manos de encima? —admitió Leo, y por su entonación, Carolina dedujo que era una pregunta para sí mismo. Se alegró porque ella tampoco sabía la respuesta y no quería encontrarla tampoco. Solo lo quería a él y sus manos expertas sobre ella.
La devoción infinita que él ponía en cada caricia y en cada movimiento era cada vez más difícil resistir. Cuando pensaba que su cuerpo no podría responder, Leo se las ingeniaba para lograr lo que ella creía imposible de alcanzar. Carolina le mordió el cuello en un esfuerzo por detener su inminente clímax.
En unas cuantas horas, Leo había descubierto las partes más sensibles de su cuerpo, dónde tocarla y cómo enloquecerla. No sabía si debía maravillarse de la destreza de él o detestarse por ser tan receptiva a sus seductoras atenciones. Sabía que abandonarse a todas esas sensaciones denunciaba su inexperiencia y su recato. No obstante, a él parecía darle poca importancia. Solo le interesaba complacerla y la cantidad de veces que pronunciara su nombre entre gemidos y respiraciones agitadas.
—Sé que estás cerca, Carolina. Espera un poco más y estaré contigo —resopló mientras hundía sus dedos debajo de sus muslos para inmovilizarla.
En esta posición, Leo tenía completo control del ritmo y la profundidad. «Cielos, la profundidad era indescriptible». Estaba a la merced del ímpetu de sus deseos. Era una sensación frustrante e irresistible al mismo tiempo.
—No sé si pueda —susurró. Su respiración agitada le impedía elevar la voz.
La ondulación de su cadera y sus incontrolables embestidas dificultaba retrasar su ineludible liberación. Carolina lo besó con fuerza y le succionó el labio inferior a Leo en un esfuerzo por contener sus gemidos. Le enterró los dedos en su cuero cabelludo, no sabía qué más hacer para tolerar aquella deliciosa tortura.
—¡Hazlo, ahora! —le ordenó Leo en un bufido, y ella lo complació dejando escapar un grito de satisfacción al sentir el millonésimo orgasmo circular placenteramente por todo su cuerpo.
Leo recargó la frente en la suya y ella notó cómo tensaba su mandíbula antes de soltar un gruñido cargado de placer.
Leo la enjuagó con delicadeza antes de cerrar la llave del agua. Al percibir la poca capacidad que ella tenía para mantenerse de pie, él la sostuvo mientras le enredaba una toalla al cuerpo para secarla.
La ayudó a sentarse en la taza del baño, y Carolina aprovechó para deleitarse con su cuerpo atlético y delgado. Con sus hombros anchos y salpicados de incontables lunares que danzaban al compás de sus movimientos. Gotas de agua escurrían con decadencia trazando caminos por sus definidos músculos y ella se imaginó recogiéndolas con la lengua. Sin darse cuenta que Leo la observaba se humedeció los labios y se abanicó el rostro con la mano. Él curveó un sonrisa presuntuosa mientras se anudaba una toalla a la cintura, y a ella se le tiñeron las mejillas de rojo al verse descubierta.
—¿Qué? Hace calor aquí adentro —dijo Carolina antes de ajustarse la toalla y levantarse. La mejor táctica en ese momento era fingir demencia.
—Yo no dije nada —le respondió con un risa reprimida.
Carolina se paró frente al espejo y con la mano quitó la capa de vapor para poder estudiar su reflejo. Su rostro sonrosado y su mirada resplandeciente revelaban la sensación de dicha que experimentaba, era tan placentera y real, que no la cambiaría por nada en el mundo. Sus latidos se desbocaron y para calmarse tomó el cepillo que estaba sobre el lavabo. Se desenredó cuidadosamente el cabello y lo recogió en una coleta alta.
Sintió los brazos de Leo enredarse a su cuerpo por atrás abarcando con facilidad todo su talle. Su calidez le transmitía protección. Le besó el cuello y trató sigilosamente de aflojarle la toalla.
—Eres incorregible. —Carolina puso sus manos sobre las de él para impedir que se la quitara.
—Y tú eres irresistible, mi amor. —Leo le mordió el lóbulo de la oreja al mismo tiempo que le apretaba los pechos. Era la segunda vez que él utilizaba ese término sin darse cuenta y ella lo dejó pasar porque sabía que no significaba nada—. El olor que se desprende de tu piel húmeda se acaba de convertir en mi favorito —continuó, al tiempo que él deslizaba despacio su nariz por el cuello de ella.
Carolina no pudo evitar apreciar el reflejo de ambos en el espejo. Aquella escena la excitó y sintió una agradable corriente eléctrica entre las piernas, hasta el ombligo.
—¿No tienes que llegar al trabajo? —preguntó Carolina deshaciendo el abrazo de Leo para detener lo que su voz y su cuerpo sugerían. Era tan sencillo dejarse llevar por él y si le seguía el juego era indudable que llegaría tarde al trabajo.
—No, hermosa. Es uno de los beneficios de ser el jefe; tengo mi propio horario.
—Una que pertenece a la clase trabajadora no puede darse el lujo de volarse el día —se quejó con un tinte de amargura.
Amaba su trabajo, pero detestaba cómo los enredos se entrelazaban cada vez más en éste y en sus relaciones personales. De por sí su vida era complicada y con Leo dentro de ella se había convertido en un evento incierto sobre el cual no tenía el control.
Mientras Carolina terminaba de arreglarse para ir al trabajo, Leo salió de la habitación para ir en busca de su ropa. Miró hacia la ventana y percibió los tímidos rayos sol insinuando el vestigio de una mañana prometedora.
Regresó él enseguida vistiendo únicamente esos adorables bóxers de superhéroes y el resto de las prendas colgando en su brazo. Las colocó con cuidado sobre la cama y Carolina lo observó con detenimiento cómo alisaba la ropa antes de ponérsela. Era fascinante lo meticuloso que él era para cualquier tarea, admitió para sí misma.
—¿Tienes idea de qué hora es? —preguntó ella sin pensar.
Carolina observó cómo por inercia Leo se frotó instintivamente la muñeca izquierda. Un recordatorio de algo que solía estar ahí y ya no. Sintió una fuerte punzada de culpabilidad.
—Te quiero decir algo — anunció Carolina carraspeando la garganta. Caminó unos cuantos pasos para acercarse a él—. Pero primero prométeme que no vas a enojarte. Fue algo que sucedió sin querer —confesó apenada.
—Suena serio —ironizó y le sonrió. Le tomó la mano antes de besarle el dorso para animarla—. Jamás podría enojarme contigo, preciosa. Me costó tanto trabajo llegar a este momento contigo para echarlo a perder con discusiones innecesarias o malos entendidos. Todo lo que pido es honestidad.
—¿Te acuerdas cuando...? —comenzó a decir.
—¿Oíste eso? —la interrumpió Leo.
—¿Qué cosa?
—Shhh... eso —En ese momento de completo silencio Carolina escuchó el molesto crujido que hacía la puerta principal al abrirla junto con unos pasos y el tintineo de unas llaves.
Carolina se paralizó y se le drenó el color de la cara. Esto no podía estar pasándole.
—¿Por qué? ¿Por qué no me dejaste disfrutar de esto al menos veinticuatro horas? —dijo sin percatarse que lo había dicho en voz alta.
«¡Peque, ya amaneció! Es hora de levantarse», escucharon los dos el grito a lo lejos y en sincronía miraron hacia la puerta cerrada.
—¿Quién está allá afuera? —le exigió saber. En su tono había un reproche implícito.
—Si valoras tu vida, quédate aquí y no salgas —le advirtió en voz baja.
—¿De qué demonios hablas? —exclamó exasperado.
—Obedece, Leo.
—¡No soy un perro al que puedes ordenar!
—Lo sé, lo sé, perdóname, Leo, no sé lo que digo —soltó de pronto en un esfuerzo por justificar su pánico—. Solo quiero que... —continuó para tratar de serenarse.
—¿Se te pegaron las sábanas? —la interrumpió el recién llegado anunciando su entrada y abriendo la puerta de par en par.
Observó cómo Manuel asimilaba lentamente la incomprensible escena, que había frente a sus ojos y parecía no dar crédito. Al verlo fruncir el ceño, Carolina reconoció el esfuerzo que él hacía para recordar dónde había visto antes al hombre que se encontraba a medio vestir en la recámara.
—¡Tú, otra vez! —exclamó al reconocerlo, al fin—. ¿Qué carajos haces aquí, imbécil? Te dije que si volvía a verte cerca de mi hermana te partiría la cara —amenazó preparado para abalanzarse sobre Leo.
Carolina no sabía qué hacer, no tenía un plan de contingencia. ¿Cómo podría tener un plan para algo que no sabía que sucedería?, reflexionó afligida. Ni en sus peores sueños podría haberse imaginado que Leo y Manuel se encontrarían de nuevo uno frente al otro.
Se paró en medio de los dos hombres y extendió los brazos, a modo de escudo, en un torpe intento por separarlos. Los dos estaban dispuestos a partirse la mandarina en gajos si no intervenía. Tragó saliva y exhaló el poco aire que se había acumulado en sus pulmones.
—Voy a hacer algo que, por razones que todos sabemos, no se pudo hacer la primera vez. —Carolina sintió la mirada intensa de ambos clavarse en ella—. Leo, él es Manuel, mi inoportuno hermano —comenzó a explicar mirando fijamente a Leo—. Manuel, él es Leo, mi... —«¿Mi qué? ¿Qué era él de ella?», se preguntó sin encontrar una respuesta apropiada y que, además, justificara su presencia—. Mi novio —admitió con recelo y se arrepintió en el momento que salió de su boca.
Observó la sonrisa que apareció en el rostro de Leo. Se iluminaron de entusiasmo sus ojos increíblemente verdes. «¿Qué acabo de hacer?», se recriminó, mortificada por la repercusiones.
—¿Es tu qué? —demandó Manuel, su tono denotaba sorpresa mezclada con enfado.
—¡No! Quise decir amigo —trató inútilmente de corregir; el daño estaba hecho. Carolina cerró los ojos y agachó su cabeza. En vez de arreglarlo lo había empeorado. ¿Por qué mejor no dejó que se agarraran a golpes?, detestaba la violencia, pero era así como los hombres arreglaban sus diferencias si pudieran elegir esa opción, se consoló.
—Te compadezco, de novio te redujeron a amigo —le dijo Manuel a Leo con un indiscutible tono burlón—. Dudo que exista algo peor —ironizó sin dejar de exhibir el desagrado que le producía la presencia de Leo—. Carolina, enséñale a tu «amigo» dónde está la puerta. Me debes muchas explicaciones. —La miró furioso, y a ella se le acongojó el corazón por haberlo puesto en esa incómoda situación.
Cuando dirigió su mirada de nuevo a Leo, ella percibió la vena que le palpitaba frenéticamente en la frente. A pesar de estar oscuros sus ojos había fuego en estos, sabía lo que estaba costándole controlarse. Le deslizó la mano por su barba rasposa en un intento por tranquilizarlo. No sabía sí estaba funcionando, solo vio cómo subió y bajó su manzana de Adán antes de emitir un imperceptible gruñido. Ella desbarató lentamente el puño que él formaba con su mano para entrelazar sus dedos entre los de él y poder sacarlo de la habitación. No necesitó un gran esfuerzo para hacerlo, en su gesto encontró una súplica silenciosa.
Una vez en el pasillo, Leo la empujó contra la pared. Capturó sus labios con desesperación. A Carolina le pareció que ese beso era una demostración de su vulnerabilidad.
Leo rió por lo bajo sin explicación separándose de ella.
—¿Sabes que acabas de incumplir con nuestro contrato? —le preguntó a Carolina mientras se abrochaba los botones de la camisa. «¿Qué tenía eso que ver?», meditó arrugando su nariz—. Rompiste la primera regla y me diste el derecho de gritar al mundo que eres «mi novia».
—¡No te atreverías! —dijo con la voz entrecortada y cargada de pánico. Los acelerados latidos le martilleaban los oídos—. Por favor no lo hagas —le imploró cuando percibió la resolución en su mirada.
—Tranquila. Estoy jugando contigo, te lo mereces por todo lo que me has hecho pasar, preciosa. —Leo le toco la punta de la nariz con la yema de sus dedos. Él sabía que ella detestaba que lo hiciera. Carolina no sabía si reír de alivio o reclamarle su insolencia—. Tomar esto con humor no significa que te escaparás de la conversación que tendremos esta noche. Te recogeré aquí a las siete. Y recuerda lo que pienso acerca de la impuntualidad.
Sin más la volvió a besar y se dio la media vuelta. Tomó el resto de sus pertenencias y se marchó con aire confiado.
Carolina contempló la idea de salir por la puerta junto con él y dejar a su hermano esperándola, hasta que le salieran raíces en los pies. Pero en el fondo sabía que no había distancia suficiente que Manuel no estuviese dispuesto a recorrer para darle un sermón. A veces pensaba que se comportaba peor que su papá. Eduardo Arias era sobreprotector, pero nunca entrometido.
Exhaló despacio y regresó a su habitación con desgano y pensando que la próxima vez utilizaría la cadena de la puerta. «Mujer precavida, no la atrapan in fraganti una vez más».
***
La soledad había sacado lo peor de ella y eso la turbaba. Pero mientras esperaba ansiosa que estuviera listo el café meditaba si lo que había estado haciendo era del todo insensato. Cualquier mujer en su situación habría hecho lo mismo si se le presentara la oportunidad —o la tentación—, dedujo, no del todo convencida porque la culpa le punzó el estómago al revivir su recién adquirido hábito.
En los últimos días, al llegar del trabajo, Soni, con gran diligencia se había dedicado a hurgar cada rincón del departamento sabiendo que estaba invadiendo la privacidad de Leo. Era tomarse atribuciones que él no le había concedido al permitirle quedarse ahí. Sin embargo, estaba decida a encontrar una justificación de su inexplicable infidelidad. En su cabeza se había hecho a la idea que encontraría al menos una colección de Playboy, ropa interior femenina que no fuera suya, recibos de gastos exorbitantes en flores o joyería o fotografías comprometedoras. Algo que delatara su engaño. Para su propia decepción se sintió defraudada por la falta de evidencia convincente. Quizá no había buscado con minucia o en los lugares correctos. Soni se preguntó si Leo era del todo discreto y cuidadoso o su infidelidad se trataba de un evento aislado. Tenía que serlo. De otra forma nada tenía que ver con Leo y todo con ella. Ser consciente de aquello la inquietaba.
En el año y medio que tenían como pareja, Soni había aprendido que Leo era un hombre difícil de leer. Pero en ese tiempo había aprendido también a conocerlo. A lidiar con sus manías. Comprendía que era reservado y obsesivo en muchos aspectos de su vida, pero había sido paciente y cariñosa con él. Durante las noches de insomnio, cuando lo miraba dormir plácidamente, Soni se repetía una y otra vez que ella era la mujer ideal para él. Nadie lo entendía mejor que ella.
Bip, bip
La cafetera cantó sacándola de sus pensamientos. Luego se sirvió una taza de café, le agregó una cantidad indiscriminada de azúcar y lo revolvió de forma ausente, como si lo que le aquejaba pudiese disolverse igual que el azúcar en el café caliente volviendo dulce lo amargo.
Unos minutos después el timbre de su celular le anunció que había llegado un mensaje de texto.
Amor/7:43
Buenos días, ¿cómo estás?
Quisiera hablar contigo.
¿Podrías hoy a las 5?
Soni sonrió de oreja a oreja y de pronto sintió una cálida oleada de dicha recorrerle el pecho. Sin pensarlo dos veces le respondió:
Soni/7:44
Sí.
¿En dónde no vemos?
Amor/7:46
Es mejor si nos vemos en el departamento.
Debían de ser buenas noticias, concluyó Soni. Si no, ¿por qué otra razón Leo le llamaría, sin falta, todos los días para saber cómo se encontraba y escuchar en su voz preocupación? Claro, también le recordaba que debía sacar la basura y regar sus plantas, pero siempre le preguntaba primero cómo había estado. Aquello solo podía significar que él estaba arrepentido y quería volver con ella.
En la conversación que tuvo con Alix, ella le sugirió que le diera su espacio y, de una forma u otra, las cosas terminarían por acomodarse como debían. De momento, aquello la tranquilizó y lo sintió como un rayo de esperanza que le calentaba el alma.
A pesar de todo, Soni se consideraba una parte importante en la vida de Leo. Ella representaba un cambio importante; era el eje constante de estabilidad por ser la primera mujer con la que él había vivido. Por la razón que fuera él la había escogido, y pasara lo que pasara siempre regresaba a ella. Y las cinco de la tarde era lo que iba a suceder. No tenía duda alguna.
Veinte minutos antes de las cinco, Soni llegó apurada del trabajo. Se cambió rápidamente la ropa interior por el nuevo —y diminuto— conjunto de lencería de encaje que había comprado a la hora de la comida. Colocó estratégicamente sobre el bar una botella de vino junto a dos copas para tenerlas a la mano. Solo faltaba vestirse, al final decidió usar la misma ropa para disimular la emoción que le causaba su visita. Todo debería lucir como un día cualquiera.
Para su sorpresa, Leo llegó cinco minutos tarde y sin una disculpa en los labios, pero sí con una sonrisa radiante que le iluminaba el rostro. No dejaba de asombrarse que este hombre divino tuviera el mismo efecto deslumbrante sobre ella desde que lo conoció.
Justo antes guardar su celular en unos de los bolsillos de su saco, este le anunció a Leo que le había llegado un mensaje de texto. Lo leyó de inmediato y rió. Fue una risa natural, de esas que se originaban desde lo más profundo del estómago y se esparcía por todo el cuerpo electrizándolo. Había un brillo diferente en sus hermosos ojos verdes que Soni nunca había visto antes. Le suavizaba la mirada, un efecto paradójico para la seriedad y mesura que siempre se apresuraba en mostrar al mundo.
Este hombre frente a ella lucía idéntico al Leonardo Villanueva con el que había dormido durante meses, pero al mismo tiempo no lo era; la diferencia radicaba en que esta versión de él dejaba al descubierto sus emociones en vez de embotellarlas y ponerlas bajo llave para que nadie pudiera conocerlas.
No comprendía lo que veía y el resultado fue que no se percató que Leo traía consigo su maleta y su porta trajes; los había dejado junto a la entrada.
Miles de conjeturas revolotearon en su cabeza, pero concluyó que su repentino cambio se debía a algo relacionado con el trabajo, este siempre lo alegraba.
—¿Estás bien? —preguntó Leo con aire preocupado, luego él le acarició el hombro a Soni con la intención de llamar su atención —. ¿Quieres que te traiga un vaso con agua? Estás algo pálida.
—No, gracias. Estoy bien, solo me distraje un poco al ver tu maleta. ¿Vas a regresar? —dijo Soni sin tratar de esconder su entusiasmo.
—De eso quería hablarte. Ven, vamos a sentarnos —le pidió y ella se lo agradeció en silencio. No sabía cuánto tiempo más podría mantenerse de pie. Estaba como atontada y las palabras coherentes le rehuían.
Soni se sentó de inmediato para evitar el riesgo de mostrar su debilidad y su confusión, y él se dio la media vuelta para ir en busca de algo dentro de su maleta. Un folder azul claro.
—Quiero pedirte algo. Sé que no es lo que acordamos. Es normal equivocarse, pero quisiera tener tu comprensión y la oportunidad de compensártelo de alguna forma.
—¿Qué me quieres pedir? —le preguntó con una sonrisa curiosa.
—Soni, necesito que te mudes. El lunes de ser posible.
—Leo, no me puedes hacer esto. Yo creí que ibas a pedirme...
—Ya hablamos de esto. No sabes cuánto lamento haberte pedido que te mudaras conmigo tan pronto. No estaba listo.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —le reclamó.
—Lo hice por todas las razones equivocadas que te puedas imaginar y no es justo para ti que tengas que pagar por mis errores. Créeme, nunca tuve la intención de lastimarte. Es lo último que hubiera querido.
—Esta es la primera vez que peleamos a gran escala. Todas las parejas pasan por baches y confío en que nosotros vamos a poder superarlo. Es cuestión de paciencia y arrepentimiento.
—¡Esto no es una pelea, Soni! —Leo se pasó los dedos por su cabello dejando entrever su exasperación—. Lo que te hice es imperdonable. Y jamás te pediría que me perdonaras.
—Quizá lo que necesitamos es darnos espacio y tiempo para pensarlo. Yo haría lo que fuera por ti. Quiero que esto que hay entre nosotros funcione.
—¿No lo ves? Ya no hay un «nosotros» y la cosas no funcionan con tan solo quererlas. —Leo tomó las manos frías y temblorosas de ella y las envolvió con las suyas transmitiéndole calor.
—Tú mismo dijiste que estabas arrepentido de haberme lastimado.
—Perdóname por lo que voy a decirte, mi intención no es ser cruel, pero necesito que lo escuches para que quede claro. Me arrepiento de haberte lastimado, sí, y no sabes cómo lo lamento, pero no me arrepiento de lo demás que hice.
Las lágrimas le brotaban sin control rondándole por las mejillas. Leo se las limpió con el pulgar antes de abrazarla. ¿Será la última vez que la abrazaría?, se preguntó Soni desconsolada. Se negaba a aceptar que esto estaba sucediéndole.
—No podemos seguir dándole largas a lo inevitable. Lo mejor para los dos es que te mudes para que puedas rehacer tu vida.
—¿A dónde me iré? No voy a poder encontrar un lugar con tan poco tiempo —intentó darle una razón para ver que esto era precipitado y estaba siendo desconsiderado al pedirle lo imposible al no existir un plan.
Leo tomó el folder y se lo extendió para que lo tomara.
—¿Qué es esto?
—Son tres departamentos que encontré. Todos están cerca de tu trabajo y la renta es razonable para la zona. Puedes ir a verlos hoy mismo, aquí está el número de la corredora de bienes raíces, ella está esperando tu llamada. Por cualquiera de los tres que elijas, el depósito y el primer pago y la mudanza están cubiertos.
Soni no podía dar crédito a lo que escuchaba. Por su puesto que tenía un plan. Fue un estúpida a pensar que todo esto era de un día para otro.
—¡¿Mudar, qué?! No tengo muebles, todo es tuyo.
—No. A partir de este momento todo lo que está dentro del departamento te pertenece, a excepción de mi estudio, esa área está fuera de los límites. Puedes usarlo todo o venderlo lo que más te parezca. Ese es el plan, pero ten la libertad de cambiarlo a tu conveniencia .
—¡Planes! ¡Planes! ¿Todo crees que se arregla haciendo planes? —le gritó. Lo último que necesitaba en este momento era que le arrojara a la cara que tenía un plan para todo y ella no.
—Por supuesto. Siempre me ha funcionado.
Leo miró el reloj que se asomaba en la cocina antes de levantarse deprisa. Le avisó que iría a la recámara para llevarse algo más de ropa. No le tomó más de quince minutos que ella los vio pasar en un pestañear de ojos. Soni parecía un estatua, fría e inmóvil, sentada en el sillón abandonada a su ensimismamiento.
—Mañana te llamo para que me digas lo que decidiste y pueda hacer todos los arreglos. ¿Te parece? —Por supuesto que no le parecía, Soni quería gritarle a la cara, pero sospechaba que no serviría de algo hacerle un reproche.
Leo estaba decidido y ella dudaba que pudiese encontrar algo que lo hiciera cambiar de opinión. De hacerle ver que dejarla ir era el peor error que estaba cometiendo. Que regresaría a ella con el rabo entre las patas.
De la tristeza pasó a la furia al verlo salir con el mismo aire risueño con el que él llegó. En cambio ella estaba destrozada y no sabía cómo desahogarse.
En el momento en que asimiló que todo era suyo, la idea de esculcar los cajones había perdido el atractivo. Sin embargo, había un lugar que todavía lo tenía. Con paso seguro, Soni se dirigió al estudio.
Cuando estuvo a punto de desistir, algo llamó su atención. Todas las veces que abrió el cajón no la miró con detenimiento ni le dio la importancia que se merecía. Pero esa libreta roja desentonaba con el resto de los objetos que había ahí dentro.
La abrió, y Soni no podía creer la facilidad con la que se le presentó la solución. Si Leo quería un plan, ella le daría uno que les cambiaría la vida. La cerró y sonrió con malicia.
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Queridos solecitos, espero no haberme tardado tanto en publicar este capítulo. Espero que les guste y me lo hagan saber con sus lindos comentarios y estrellitas.
¡Nos vemos en el próximo capítulo!
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