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Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 1)


"Tengo garras tengo dientes

Y defiendo lo que tengo

¡Ay! Amor, ya no me tientes

Porque muerdo y ya no suelto"

-Caifanes


     Si era cierto cuando decían que las miradas mataban, Álvaro estaría tirado en el suelo desangrándose frente a ella. A Claudia no le dejaban de sorprender las barbaridades que este hombre era capaz de cometer. Cuando pensaba que no podía caer más bajo, se las ingeniaba para escarbar tres metros más de tierra y arrojarse, gustoso, dentro del recién cavado hoyo. Nada le daba pena, y a pesar de encontrarse en una vergonzosa situación, jamás parecía temerle al ridículo. Admitía todo con humor.

—¿Que hiciste qué? Repítemelo porque creo que no escuché bien —demandó Claudia con un tono feroz. En cambio, sentada a un lado, su amiga solo sacudía su cabeza en señal de resignación.

—Le di el número teléfono de Caro a mi hermano —respondió, apenado. Subió sus hombros al tiempo que le lanzaba una exultante sonrisa. Una de las tantas que usaba para salir de cualquier embrollo que, por cierto, él mismo creaba.

—Ni creas que tu sonrisa de niño bonito y bien portado te va a sacar de esta tan fácil, Álvaro —le advirtió—. Caro nos lo compartió a discreción, y eso que hiciste fue muy desconsiderado de tu parte.

—¿Crees que no sé eso? Lo hice porque no me quedó de otra. El odioso de Óscar me amenazó con echarme de patitas a la calle si no se lo daba. Sé perfectamente que sus amenazas no son para tomarse a la ligera. Es más, ahora que lo pienso, esto jamás habría pasado si aceptaras mi propuesta de irnos a vivir juntos —concluyó.

Claudia de inmediato abrió los ojos como si fueran órbitas de Saturno, y se le dificultó llenar de aire sus pulmones. Él no se cansaba de insistir con este disparate a pesar de ser evidente que el tema la incomodaba. Y ella no se cansaba de rehusarse. ¿Cómo podría podría irse a vivir con él? Su mente no era tan creativa para ser capaz de imaginárselo.

A buena hora se le ocurrió a Claudia pasarse de copas aquella noche. Cada una de las parrandas que organizaba las disfrutaba como si fuese el último día de su vida en este planeta, pero siempre cuidando no sobrepasar su límite. Estaba consciente de lo que pasaría si lo rebasaba —sus inhibiciones se esfumarían, y Álvaro sería el blanco perfecto de sus imprudencias—.

Claro que, escogió la peor noche para hacerlo. Por fortuna cayó como tabla antes de que la situación se tornase vergonzosa o, peor todavía, que su corazón la delatara ante él. Sí, era terrible alegrarse por haber perdido el conocimiento, de otro modo estaba segura que habrían terminado sudados y enredados a las sábanas. Su cercanía, su mirada hambrienta, sus respiraciones agitadas denunciaron su apetito. Por supuesto que quería obsequiarle con boletos para el mejor rodeo de su vida, pero su deseo por él iba más allá de lo físico. Deseaba algo que él no podía darle.

A pesar de haber terminado en su cama, tristemente solo fue para dormir. Nada de lo que pudiese arrepentirse después había pasado. De eso estaba completamente segura, lo único que pasó fue que ya no podía mirarlo a los ojos. El espectáculo que le había dado no fue para enorgullecerse.

En cambio, para Álvaro, el bochornoso episodio fue un motivo más para alentar su grandiosa idea de rentar juntos un departamento; no había dejado de insistir desde entonces. Según él, se trataba solo de pura y legítima conveniencia: Claudia dejaría de quejarse de lo molesto que se había vuelto a vivir en casa de sus padres a los veintiséis años, y él se sacudiría a su hermano de una vez por todas.

Pero esa noche hacía dos semanas, algo cambió. No sabía exactamente qué, y no eran imaginaciones suyas porque Álvaro evadía discutir el tema cada vez que trataba de airarlo.

—Ahora es mi culpa por no aceptar esta locura tuya.

—Por supuesto, jirafita. —Claudia rodó sus ojos al escuchar el apodo que le había puesto gracias a su altura. Sabía que era de cariño, pero era molesto escucharlo. Al menos, eso expresaba ante los demás, porque, secretamente, adoraba el sobrenombre—. Un día de estos te darás cuenta que es la más maravillosa idea que he tenido en mucho tiempo. Es el equivalente a la quinta temporada de Breaking Bad. Y para que te tranquilices, ya comprobé que soy inmune a tus ronquidos. —Álvaro rió socarronamente.

—Mejor déjate de escudar detrás de tus burradas, y amárrate los pantalones. Acepta con honorabilidad las consecuencias. Por lo pronto, vete haciendo la idea de que pagarás los almuerzos indefinidamente. A ver, aclárame una cosa, ¿para qué lo querría tu hermano?

—Prefiero no decirlo. —Claudia entrecerró sus ojos en un intento de amenaza. Era tan difícil sostenerle la mirada cuando no dejaba de sonreír y aquellos adorables hoyuelos aparecían en sus mejillas—. Sé que no te va a gustar y vas a ahorcarme. Aunque pensándolo bien me encantaría que me mataras y me llevaras a dar una vuelta al cielo.

Sin esperarlo, Claudia cerró su puño y lo golpeó en el brazo cómo sus hermanos le enseñaron.

—Tú mismo te lo buscaste, y si sigues pasándote de listo, la próxima vez no será en el brazo.

—Los golpes no son necesarios, Clau —intervino Carolina antes de que ella se le aventara encima a su amigo—. Ya sabes cómo es Álvaro de conchudo. No es disculpa, pero todos somos capaces de tomar malas decisiones, y más si nos arrinconan entre la espada y la pared de forma inesperada. —Su amiga volteó su atención para dársela a él—. Debiste consultar conmigo primero, Al. Explicarle por qué no estaba en tus manos compartirlo.

—Lo sé. Lo siento, debí resistir más. No conoces a mi hermano y de lo que es capaz de hacer. Lo que sí pude hacer es decirte antes para ponerte sobre aviso.

Claudia tenía la leve sospecha del porqué Óscar querría el número de teléfono de su amiga, y no era precisamente para ofrecer sus servicios de contabilidad.

—Caro, no te ha llamado, ¿verdad? —Esperó su respuesta para observar su reacción.

A pesar que tenían poco tiempo de conocerse, Claudia pensaba que se habían convertido en grandes amigas. Toda su vida ha estado rodeada de hombres, y por su naturaleza brusca le era difícil congeniar con su mismo sexo. En cambio, su amistad con Carolina surgió casi de forma instantánea.

Al encomendarle la tarea de ser niñera de la nueva y desconocida integrante del equipo que llegaría a la mañana siguiente, se había creado una mala imagen de ella. Conocía a ese tipo de personas —inexperta con ínfulas de sabelotodo que no merecía el puesto, y que, además, se le debía otorgar todas las atenciones posibles sin habérselas ganado—. La orden venía desde el alto mando, y negarse sería una pésima elección que traería algún tipo de repercusión después. Sin embargo, al ver cómo escondía en vano su nerviosismo tras una capa traslúcida de seguridad, admitió que la impresión que tenía de ella era una totalmente distinta a la que había barajado en su cabeza. Nunca antes vio a alguien enrojecer como un tomate tantas veces en un pequeño lapso, lo que hizo apiadarse de ella y sacarla de su miseria dándole la oportunidad para demostrar que merecía el trabajo.

Al paso de los días se dio cuenta que todo aquello era el comportamiento entendible de alguien en su primer día de trabajo, y nada tenía que ver con su desempeño ni su personalidad. Sabía que no tenía justificación siquiera por todo lo que su amiga le había demostrado y compartido, pero involuntariamente una pequeña nota de resentimiento por la ambigüedad que rodeaba su contratación y los privilegios que se le habían otorgado no dejaba de asolarla. Había tratado de resolverlo indagando con discreción sin tener resultados. Quizá solo debía dejarlo ir, y apreciar lo que tenía enfrente. Amistad, y todo lo que aquella palabra significaba.

Claudia no esperaba que de la noche a la mañana Carolina le confiara toda su vida, pero al menos tenía la creencia que se acercaría a ella, sobre todo cuando le aconsejó alejarse de cierto hombre en particular. Por todo lo que sabía de su pasado y por todo lo que ha vivido, no dejaría que alguien como Leo le hiciera daño.

Los tres se distrajeron por el sonido de una campanita emitido por el celular de Carolina. La pantalla miraba hacia arriba, y Claudia alcanzó a leer que se trataba de un mensaje de texto de parte de: «¿Darth Vader?», se preguntó desconcertada. Debió haber visto mal.

Su amiga lo tomó deprisa antes de corroborarlo. Carolina estaba sonriendo de oreja a oreja, pero en cuanto se dio cuenta que la observaba con un interés peculiar trató de disimular su entusiasmo apretando sus labios.

—¿Quién te acaba de textear? —indagó Claudia.

—Nadie importante —respondió mientras se levantaba de su silla velozmente—. Regreso enseguida, recordé que necesito recoger las muestras del almacén.

Claudia frunció el ceño mientras la seguía hasta verla desaparecer de su vista. De verdad deseaba estar equivocada, y el mensaje de texto fuese de parte de alguien sin importancia.

—¿No te pareció algo extraña la reacción de Caro? —le preguntó Claudia al joven. Álvaro levantó los hombros y sacudió su cabeza.

—No, ¿por qué lo preguntas?

—Pregunto porque las muestras no estarán listas hasta la tarde. Don Miguel nos lo dijo ayer cuando las mandamos a hacer.

—¿Y? —preguntó con aire despreocupado .

—Olvídalo... ¿Quién crees que le haya texteado? ¿Tu hermano?

—Lo dudo.

Claudia lo miró fijamente para que le explicase cómo era que había llegado a esa conclusión.

—Óscar me lo pidió hace dos semanas, y desde ese día no ha sucedido algo que me hiciera pensar que él está interesado en Caro. Ayer lo comprobé cuando tuvo una visita inesperada.

—¿De quién?

Álvaro se pasó la mano por su cabello. Ese gesto nervioso le mostró a Claudia su debate interno entre si debía responderle o no. A pesar de la relación complicada entre ellos, parecía incómodo andar divulgando la vida privada de su hermano.

—Alix —contestó después de una larga pausa.

—¿La hermana de Leo?

—¿Conoces otra Alix? — ironizó.

Ella sacudió su cabeza y resistió la ganas de golpearlo de nuevo.

—No molestes. Acuérdate que en este momento no eres santo de mi devoción. Mejor dime para qué fue a visitarlo. —Claudia sospechaba por dónde iba el asunto.

—Ni idea, pero te puedo decir que no vino a pedir una taza de azúcar. Solo se encerraron en su cuarto, y no se fue pasada la medianoche. A lo que voy es que no debes preocuparte de que mi hermano la ande rondando. Caro ni siquiera es su tipo.

Claudia miró hacia la puerta, y suspiró, derrotada. Sus sospechas estaban dejando de ser sospechas. «Si Óscar no iba a llamarle, ¿para qué demonios se habría tomado tantas molestias para obtener su número?» En ese mismo instante se dio cuenta de dos verdades irrefutables: la primera era que, cada uno de sus esfuerzos para que su amiga se alejara de Leo habían sido inútiles y la segunda, la que sintió como un golpe certero en medio del esternón, era que Caro no confiaba en ella a pesar de las largas conversaciones y las vergonzosas confesiones que habían compartido estas últimas semanas.

De verdad esperaba estar equivocada. Exhaló con pesadumbre.

***

     La gravedad es la fuerza invisible que ejerce la Tierra sobre los cuerpos para ser atraídos hacia su centro. Un concepto que, cuando Carolina lo aprendió en la escuela, lo asoció con su mamá de inmediato. Aunque no lo entendiera, cuando era pequeña, podía sentir en sus abrazos ese poder innato para unirlos. Sin embargo, en este momento, gravedad era la única palabra que podía describir su situación. Y con el paso de las horas se expandía exponencialmente hacia cualquier lado al que mirara.

«Estuvo cerca», pensó, agitada, al recordar por qué estaba escondiéndose. Porque eso era lo que estaba haciendo Carolina al empujar con fuerza la pesada puerta que llevaba a las escaleras de emergencia; era el único lugar al que se le ocurrió ir para calmarse. Estaba sentada en los escalones de cemento y de inmediato el frío comenzó a traspasar su ligera ropa. Estiró sus piernas y observó el conjunto que vestía —el vestido floreado de su mamá, medias negras de puntitos y sus botas de Dr. Martens—; era uno de sus favoritos para levantarle los ánimos. Se sentía audaz y capaz de conquistar lo que fuera. No se imaginaba en qué estado estaría si hubiera escogido otra cosa de su clóset.

Sus latidos no dejaban de galopar como galgo desbocado impidiéndole jalar aire a sus pulmones. Su mano seguía aferrada a su celular sin atreverse a mirarlo. Si leía el mensaje de texto que Leo le había mandado, sería inevitable sonreír. Solo la detenía el remordimiento que le causaba no poder compartir su entusiasmo con Claudia. Sabía que sus intenciones eran las mejores del mundo, y de alguna forma entendía que quería evitarle un trago amargo, pero no deseaba sumarle un discurso y un regaño a la pesadumbre que inundaba su alma contrariada. Quería confiar en ella, de verdad quería, lo necesitaba, pero no era el momento. Ni siquiera sabía si este llegaría algún día mientras existiera esa irracional cláusula en su contrato. No era tan valiente como para romper el tipo de reglas donde su libertad estaba de por medio.

Lo que había descubierto acerca de su mamá cambiaba por completo el panorama, sus convicciones y, sobre todo lo que creía que era su destino. Había sido un ilusa al pensar que podría encontrarlo en sus diarios. Le costaba reconocerlo, pero Celina tenía razón y cada quien pintaba su futuro con los colores que se le diera la gana en el lienzo de su existencia y eso era lo que haría de ahora en adelante; por supuesto jamás lo admitiría. De por sí, no perdía la oportunidad de burlarse de ella y su incredulidad. Carolina bufó una risa contenida al recordarlo.

Aunque nadie le creyera o le dijeran que era absurdo, la casualidad y las señales eran un componente fundamental en el destino. Todo, de una forma u otra, estaba conectado. «Todo sucedía por una razón».

Desde la mañana, Carolina no podía sacarse una canción de la cabeza. «We were meant for each other. Destiny brought us together. Can you see? We were meant to be. You and me», y por más que tratara de sacudírsela, las letras de Destiny de Minnutes regresaban con renovada fuerza. Claramente, el universo trataba de decirle algo. Bajó su hombros y sacó el aire que no sabía estaba guardando.

No resistió más; la curiosidad y el llamado al lado oscuro fueron más poderosos que su voluntad. «Jamás podría ser una Padawan ejemplar», se burló de sí misma.

Al no saber nada de él en dos días esperaba que se le hubiera olvidado su cita. Por supuesto, se equivocó. El domingo le dejó la impresión que la saturaría de mensajes, recados y llamadas. El silencio fue total. Aparentemente, se podía controlar más de lo que Carolina le daba crédito.

Nerviosa, desbloqueó su celular y leyó:


DARTH VADER/10:25

La tarde es nuestra.

¿Estás lista, preciosa?

Te recogeré en tu casa a las 7.


Sabía que era inevitable sonreír, pero su sonrisa la acompañó con ojos en blanco. ¿Por qué no le sorprendía que Leo ignorara los acuerdos? Desde el principio había sido su problema. Siempre trataba de salirse con la suya, no se lo permitiría.


CAROLINA/10:45

¿Ya lo olvidaste, pequitas?

Cada quien llevará su coche.

Dime dónde nos vemos y ahí estaré.


DARTH VADER/10:47

Yo no acordé nada de eso.

De una vez te aviso que, si insistes en llevar tu coche,

me plantaré enfrente de tu escritorio desde este momento.


Gruño divertida al imaginarse lo que haría si lo tuviera enfrente de su escritorio. ¿Le saltaría encima o lo ignoraría? Difícil de responder. La pregunta que realmente debería de hacerse era: ¿Por qué seguirá creyendo que se escaparía de él?


CAROLINA/10:49

¿Crees que te dejaría plantado?

¿No confías en mí? T-T


DARTH VADER/10:50

Todo lo contrario, hermosa.

Llevar dos coches es irresponsable

y antiecológico.

¡Hay que cuidar a nuestro planeta!


Más transparente no podrían ser sus intenciones. Era verdad cuando le dijo que era pésimo inventando pretextos. Si quería jugar, entonces, jugarían; por lo que le respondió:


CAROLINA/10:55

Si es por eso, entonces yo paso por ti.


DARTH VADER/10:57

¿Quieres que me plante en tu escritorio?


¿Por qué Leo era tan difícil? Sabía que no debería de dejarlo salirse con la suya. Pero no era tan sencillo esta vez. Además la cita era inminente. ¿Para qué alargar lo inevitable?


CAROLINA/11:01

Mis ganas de ahorcarte y yo

te esperamos en mi casa.

DARTH VADER/10:57

Mis ganas de verte y yo estaremos ahí. ♥︎


Carolina abrió y cerró sus ojos para cerciorarse que había visto bien. Sí, ahí seguía un corazón. ¿Qué significará? Lo mejor era no pensar en eso, encontrarle el significado podría enloquecerla.

Más le valía creerle y estar puntual a las siete. No estaba en una posición privilegiada para darse el lujo de comprobar si Leo estaba jugando o no. El verlos juntos en la oficina sería un error mortal. Nadie podía enterarse que eran amigos.

Carolina se levantó y miró la soledad que la rodeaba una vez más antes de regresar a su oficina. Necesitaba una muy buena excusa para justificar por qué había vuelto sin las muestras. Aludir a su conocida falta de atención siempre era será un buen pretexto. 

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Estuvo corto, pero es solo la primera parte. 

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