Capítulo 20 {Yo Solo Quiero Saber}
Revisó detenidamente su alrededor una vez más. Su cartera había desaparecido. Estaba seguro que la había puesto sobre la cómoda junto a sus llaves y su celular. Era oficial: Leonardo Villanueva estaba nervioso.
Había terminado de desempacar las prendas que había traído consigo. Suficiente para una semana, y sabía que la probabilidad de necesitar más era alta. Leo se sentó en el estrecho sofá y estimó rápidamente si sería suficiente para su talle largo cuando lo estirara para convertirlo en cama. Lo dudaba. Ni hablar era eso o el suelo. La habitación era pequeña y apenas le cabían unos cuantos muebles. Al percibir el evidente encierro se preguntó si la impulsiva decisión de dejar que Soni ocupara su departamento había sido la correcta. Bien pudo haberse ofrecido a pagarle un hotel si no estaba dispuesta a ir a casa de sus padres. Lo podía costear sin problema. Sin embargo, era demasiado tarde para reconsiderar su decisión. Solo rogaba que a su regreso no lo encontrara hecho un desastre.
Aquellos desconocidos nervios estaban haciendo estragos con su cordura. Pese al malestar que le producían, los aceptaba por lo que representaban. Por inercia Leo se tentó los bolsillos del pantalón y descubrió que su cartera había estado todo el tiempo ahí. Respiró exasperado. Cogió sus llaves y su celular, y salió de la habitación.
Al atravesar la estancia se encontró con Alix sentada en el sillón de la sala. Tenía la espalda recta y los ojos cerrados, y a Leo le pareció que estaba practicando la técnica 4-7-8 de respiración. Se veía muy concentrada y lo mejor sería no interrumpirla. Así que sigilosamente se dirigió hacia la puerta.
—¿Te veo al rato en casa de mis papás? —lo sorprendió y Leo no tuvo más remedio que dar la media vuelta.
—No voy a ir —le respondió firme.
—¿Por qué no? ¿Qué otra cosa tienes que hacer? ¿Ya le avisaste a mi mamá?
—Eso no te incumbe. Y por supuesto que ya le avisé. No le gustó en absoluto que le cancelara de último momento.
—Quieres evadirlos por el rompimiento con Soni, ¿verdad? Lo entendería si así fuera. Tú sabes muy bien cómo mi mamá la adora. Va ser un golpe fuerte también para ella. ¿En serio no hay manera de que regresen?
—No insistas, Alix. Te dije que no quería hablar de eso.
—¿Por qué no? Además, no entiendo por qué hasta ahora te das cuenta que no quieres algo serio con ella. Después de todo le pediste que se mudara contigo. Para mí eso significa un compromiso. No tiene sentido que hayas roto porque tu relación con Soni se estaba complicando. ¿Qué hiciste? Dime la verdad. —Alejandra frunció el ceño, estaba lista para regañarlo. En su mente seguro había una visón de él comportándose como el peor de los villanos. Aunque lo negara, su hermana lo conocía mejor de lo que creía. Ella intuía cuando algo no andaba bien. En sus ojos se asomó la suspicacia y en ocasiones le resultaba difícil ocultarle algo, sin mencionar que era una entrometida. Sin embargo, su preocupación reflejaba el cariño de hermanos que se tenían. Porque él también haría lo que fuera por ella.
Por lo general Leo ponía fin a este tipo de conversaciones de tajo y no había manera de sacarle algo, pero esta vez no lograba juntar la fuerza para hacerlo. Quizá debería hablar con ella. Era mujer y le podía explicar mejor que nadie por qué Carolina tenía un efecto diferente en él.
Leo bajó los hombros, exhaló y se sentó junto a ella. Alejandra le otorgó una sonrisa petulante que revelaba su victoria. Sabía cuando había perdido y también sabía que seguro se iba a arrepentir.
—¿Qué pasó realmente entre Soni y tú? ¿La engañaste?
—No exactamente, bueno sí. La verdad no sé —confesó abatido.
—¿Cómo pudiste? Soni no se merecía que le hicieras eso. ¿Dónde quedaron todas esas promesas que le hiciste? Sí, ella me lo contó todo acerca de eso —le reclamó irritada. Entendía a la perfección lo que ella sentía; primero su padre, luego su ex-prometido y ahora él también. No iba a impedir si lo abofeteaba. Se lo merecía.
—Lo sé —reconoció afligido—. Es que no entiendes. No fue algo que haya buscado; tú sabes lo que pienso de la infidelidad. Ese día perdí la cabeza por completo. —Por supuesto no iba empeorar la situación al admitir que de lo único de que se arrepentía era de haber lastimado a Soni por su debilidad y sus incontrolables arranques.
—No tienes porque darme explicaciones, Leo. Ya estás grandecito para saber qué está bien y que está mal. Además, quién soy para juzgarte. Solo te pido que esta vez te vayas con cuidado y no hagas promesas que no vas a poder cumplir después —Leo miró a su hermana a los ojos por un momento, trataba de encontrar ahí dentro la decepción que ella debería sentir, pero no la encontró. Alix siempre se las ingeniaba para verlo con orgullo. Eso lo angustiaba porque jamás llenaría las expectativas que tenía de él. Eran demasiado altas y él era demasiado imbécil.
—Con que una mujer te hizo perder la cabeza, ¿eh? —declaró ella con entusiasmo, dejando atrás los reproches y las explicaciones. Lo agradeció infinitamente—. Eso sí que es una sorpresa. —Alix hizo una pausa para reflexionar y después continuó—: ¿Sabes?, me alegro por ti. Ya era momento de que encontraras a la mujer ideal para ti. Me hubiera gustado que fuera Soni —Ella encogió sus hombros antes de continuar—: pero eso no lo decido yo.
—¿Cómo lo sabes? No la conoces.
—Basta con ver la sonrisa de menso que te cargas. No la puedes disimular ni tantito.
—¿Qué te pasa? Yo sonrío todo el tiempo.
—Ya quisieras. Admito que deberías hacerlo más seguido, te ves menos feo. Y, ¿cómo se llama mi nueva cuñada? ¿Me va a caer bien? ¿Cómo es? —Los ojos de su hermana brillaban y reflejaban plena y sincera felicidad.
—No seas entrometida. Ya te conté más de la cuenta. Me marcho, que te diviertas en casa de mis papás.
—Síguele y a ver dónde duermes esta noche. Tendrás que irte al tugurio de Óscar. —Alejandra le sonrió con malicia y Leo frunció el ceño antes de salir por la puerta. Ni loco pasaría una noche en el departamento de su mejor amigo.
El hotel Capital M se encontraba a unos veinte minutos del departamento de su hermana. Eso sin contar el tráfico, pero siendo domingo este desaparecía casi por completo. Leo miró el reloj del tablero y su estómago se le anudó por dos motivos. Primero por la exaltación que lo invadía por volver a verla y segundo porque llegaría cinco minutos tarde. Odiaba la impuntualidad. No había pretexto alguno que la justificara.
Leo inhaló y exhaló lentamente antes de bajarse de su coche. Alix tenía razón, no podía dejar de sonreír aunque quisiera. El solo pensar en Carolina provocaba que sus latidos se aceleraran y las manos le sudaran. Se sentía como un adolescente inexperto y dotado de hormonas efervescentes.
Tenía todo planeado. La llevaría al restaurante del hotel donde seguramente Julio, su amigo chef, los deleitaría con alguna de sus novedosas creaciones. Sería una cita perfecta. Sin embargo, al meditarlo cuidadosamente, su plan se vino abajo porque se estaba apresurando. Lo único que Carolina le había ofrecido era su amistad. «Ofrecido», era un término presuntuoso de decir por su parte cuando fue él quien la forzó a hacerlo. Impuesto o forzado, Leo se consoló pensando que Carolina no era alguien estaría dispuesta a hacer algo que no quisiera hacer.
Carolina lo descontrolaba como nadie lo había hecho antes, pero estaba aprendiendo que dejarse guiar por sus impulsos solo provocaba errores y arrepentimiento. Esta vez actuaría con calma y cautela. Por alguna razón desconocida estaba dispuesto a otorgarle todo su tiempo y no importaba si a ella le tomaba una vida entera para aceptarlo. ¿De verdad estaría dispuesto a esperarla? ¿Por qué ella en particular? Una mujer de cabello morado, con tatuajes; que lo desafiaba y desconfiaba de él. Una mujer totalmente diferente a las que habían desfilado por su vida y su cama. No obstante, ella despertaba sensaciones desconocidas en él y la necesidad de protegerla. Una fuerza irresistible emanaba de Carolina que lograba extraer con facilidad sus virtudes y sus defectos, exponiendo su verdadero ser. Aún no decidía si le agradaba o lo detestaba.
Al entrar al vestíbulo, Leo esperó encontrarse con la usual multitud de los domingos, y para su sorpresa el lugar estaba casi desierto. Se metió las manos a los bolsillos para aminorar el nerviosismo que lo embargaba. Observó la recepción y no reconoció el rostro familiar de la recepcionista entre los empleados. Era la 1:40, diez minutos después de la hora que acordó con Carolina, y no la veía por ningún lado. Claramente le dijo que se encontrarían en el vestíbulo. ¿Se habrá marchado? Lo dudaba, con tanta distracción y confusión era posible que se hubiese equivocado. Sin detenerse a pensarlo se dirigió al banco de elevadores para subir a buscarla a su habitación.
Justo antes de llegar, uno de los ascensores cobró vida abriendo sus puertas de par en par. Lo que siguió le pareció que ocurría en cámara lenta.
Daniel Silva la sujetaba por cintura mientras le susurraba algo al oído. Leo cerró sus ojos tratando de desaparecer aquella desagradable imagen que solo podía ser producto de traicionera imaginación. Al abrirlos se encontró a Carolina riendo genuinamente, la misma risa que solo debía ser para él. Se sintió burlado, irritado y con ganas de golpear a Daniel.
A pesar de la calurosa reacción de Carolina, a Leo le pareció que ella no estaba cómoda teniendo las manos encima de su acompañante. Y en un intento por deshacer aquella envoltura, Carolina dio un paso acelerado al frente que logró que ella trastabillase con un pie de Daniel y cayera al suelo de manos y rodillas.
Leo corrió para ayudarla sin pensarlo. Los dos hombres la tomaron por un brazo para levantarla, y por su reacción, ella no esperaba verlo allí. La decepción lo invadió. Tenía las mejillas encendidas y su mirada mostraba vergüenza. En un instante todo se desvaneció.
Leo bruscamente empujó a Daniel para separarla de ella y jaló a Carolina hacia él.
—¿Qué te pasa, imbécil? ¿No sabes caminar? —le reclamó a Daniel, furioso. Tenía unas ganas inmensas de matarlo.
—No sé qué crees que viste, Leo. Fue un accidente —le aclaró Carolina mientras trataba de zafarse de sus brazos. No se lo impidió y la soltó —. ¿Qué haces aquí? —le reclamó con un tono que se filtraba la indignación. Como si su presencia la estuviese ofendiendo.
—Tú qué haces aquí con él. Ayer quedamos que...
—«Quedamos» es multitud. Yo no acepté nada. —lo interrumpió.
—Caro, si quieres hablar con Leonardo puedo regresar en un rato —le propuso Daniel en un tono calmado y más fingido que un billete de treinta pesos.
—Tú no te metas. —Leo por impulso lo tomó de la camisa, y sin medirse le reclamó —: ¿Qué es lo que pretendes con ella? ¿Es tu siguiente víctima? ¿A la que vas a compartir y darle el viaje de su vida? —Daniel lo miraba confundido, pero su sonrisa torcida le confirmó cómo estaba gozando verlo perder los estribos delante de Carolina. Lo soltó de inmediato.
—Los insultos no los tolero y por lo que he visto me he dado cuenta que se te dan muy bien. Daniel solo ha tenido sus mejores atenciones conmigo. Cuando te calmes y te comportes como hombre y no como un niño berrinchudo consideraré tener una conversación contigo. No antes. Por lo pronto voy a salir con Daniel —Leo no supo qué lo ofendió más, haberlo llamado «niño berrinchudo» o que defendiera al patán de Daniel. «Yo solo quiero saber por qué ella no puede darse cuenta de la clase de alimaña que es ese hombre».
Por alguna razón Leo no podía despegar los ojos de la pareja alejándose y dirigiéndose a quién sabe dónde. Parecía que le gustaba torturarse ante aquel perverso escenario. La sangre le hervía de coraje y lo hizo más cuando Daniel Silva deslizó intencionalmente su mano por la espalda baja de Carolina mientras le sacaba el dedo del medio.
¿Qué demonios acababa de suceder?
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