Capítulo 14 {3 a.m.}
—¿De cuántas rondas me perdí? —preguntó Carolina efusivamente.
Sin preguntar si era de alguien, tomó una de las botellas de cerveza que estaban sobre la mesa, y se la empinó para darle un largo sorbo.
Claudia la miraba con estupefacción y con algo de asco por haber puesto sus labios en una botella con babas no identificadas. Sin advertirlo la sujetó del brazo para ocupar el sillón frente a ellas. La música y el bullicio del repleto lugar les dificultaría conversar apropiadamente, al menos no tendría que preocuparse de que alguien más las escuchara. ¿Qué tanto iba a decirle a Claudia si preguntaba? Aún no daba crédito de lo que acababa de sucederle. Quizá quería hablar de algo más. Eso seria tener demasiada suerte.
—¿Vi mal o Leo fue tras de ti? —le preguntó Claudia, con más entusiasmo del habitual. Aparentemente no estaba intoxicada lo suficiente para impedir que lo notara.
—¿Qué? No —contestó tratando de controlar su nerviosismo. Carolina notó en el rostro de se amiga un matiz de alivio que no comprendió.
—Qué raro, a mí pareció que sí.
—Lo que quise decir es que «no» viste mal. —Quería desahogarse —a excepción de su hermano, nadie más sabía de esa noche— y confesarle que a ese hombre ya se lo había merendado a cucharadas, pero algo más fuerte se lo impidió. De por sí su contratación fue sospechosa, y si revelaba que lo conocía, quién le iba a creer que su trabajo no lo había conseguido siendo una trepadora. Claudia y Álvaro parecían personas razonables, pero no podía poner en riesgo sus planes. Tampoco podía decir la verdad por temor a infringir la cláusula de confidencialidad que había firmado. Aparentemente para Antonio Villanueva su palabra no era suficiente había que consolidarla con tinta.
Claramente el destino se estaba empeñando en hacerle una mala jugada. Aunque las mentiras las detestaba con todo su ser, eran su única salida. No era una mentira del todo, era una omisión deliberada. Igual y no contaba.
—¿Qué quería? —«Seducirme y confundirme», Carolina curveó una pequeña sonrisa, y recordó a Leo envolviéndola en sus brazos y perdiéndose entre ellos y su embriagante olor. Claudia de inmediato la regresó a la realidad. Ese hombre le provocaba cosas sin nombre—. No me imagino qué pueda querer contigo porque no sólo tiene novia, ¡también vive con ella!
—¿Tú cómo sabes todo eso? —preguntó Carolina, reprimiendo su asombro. Se negaba a creerlo.
—Mientras no estabas hice mi tarea. —Carolina frunció el ceño porque no le gustó cómo se escuchaban esas palabras, y tratándose de Claudia no sería algo bueno de seguro—. ¿Ves ese hombre que está junto a Álvaro? —Carolina asentó la cabeza para confirmar—. Se llama Óscar y es su hermano mayor, pero también es el mejor amigo de Leo.
Carolina emitió un bufido involuntario que la música terminó por ahogar. «El mundo era cada vez más pequeño», pensó con ironía.
—¿Sabes? Me da lástima su novia.
—¿La conoces? —le preguntó Carolina con más curiosidad de la que debía.
—Si conocerla te refieres a que podría reconocerla si entrara por la puerta, te diría que sí, pero si te refieres a algo más que saber con quien duerme, te diría que no.
—No entiendo por qué le tendrías lástima a una mujer que ni conoces.
—¿Te imaginas estar preguntándote todos los días si hoy va a ser el día en que te dejen? Porque es un hecho que va a suceder. No se necesita tener una bola mágica para predecirlo. Yo no podría vivir de esa manera, a la expectativa. ¿Qué forma de vivir es esa?
—A lo mejor lo estás viendo todo mal. Además son sólo rumores de gente entrometida —sugirió Carolina, arrugando levemente su nariz.
—¡Que va! Si los vieras juntos me entenderías. De verdad pensé que ya no andaban y por eso me extrañó que Leo le hubiera pedido a su novia que jugaran a La Casita, sabiendo lo mucho que le gusta brincar en los colchones ajenos.
Inadvertidamente una bola incandescente de celos infundados se formó en su estómago al reconocer la existencia de alguien más. Y ese alguien se trataba de su novia. Sabía que estaba comportando una tonta, pero no lo podía evitar.
—Pero hay algo que no me cuadra —añadió Claudia cuando su amiga continuaba en silencio y con la mirada un tanto perdida que le pareció extraña. Si no la conociera pensaría que algo la estaba afligiendo. Seguro era el alcohol o su imaginación—. Quienes lo conocen afirman que es un conquistador consabido, pero jamás un infiel. ¿Cómo puede ser eso posible? Me encantaría tener la manera de confirmarlo y arrojarle a la cara que conquistador y fiel jamás podrían ir en la misma frase.
—¿A ti qué más te da lo que haga ese hombre con su vida?
De pronto una pésima idea se coló en su cabeza. De una vez por todas comprobaría que al albergar esperanza estaba siendo ilusa y estúpida. Bajo esa fachada de arrogancia Carolina había visto sinceridad a pesar de que su cabeza se empecinaba en negarlo. Esta era su oportunidad de comprobarlo y no la desaprovecharía.
—¿Sabes cómo se llama su novia?
—Sonia De la Fuente o De la Torre o algo así, pero todos la llaman «Soni». —La sangre le pulsaba en sus oídos tan fuerte que creyó que le explorarían. Tratándose de controlar continuó con el interrogatorio.
—¿Sabes cuánto tiempo llevan viviendo juntos?
—De novios como un año y viviendo juntos unos seis meses, según mis fuentes.
—¿Es bonita?
—Detesto admitirlo, pero parece modelo revista. Sin embargo, no le... Un momento, ¿a qué viene tanto interés? ¡No puede ser! ¿Tú también? —Claudia se llevó ambas manos a su boca, escandalizada.
—Para nada. —«Claro que sí», odiaba admitirlo. «Jamás voy a dejarte ir», «Para mí esa noche significó todo». Ahora lo sabía, todo había sido un embuste para meterla a su cama. Jamás fue real. Carolina se odió todavía más. No existía escenario más patético que por culpa de un hombre una mujer disminuyera su amor propio, mientras que el susodicho se paseaba por la vida sugiriéndole enérgicamente con quien sí y con quien no debía salir. En su pueblo a eso lo llamaban: desfachatez. Debería ser considerada un crimen. «Arrestado por posesión de desfachatez».
—Caro, yo sé que la idea de corromperlo es tentadora, pero por tu bien sería mejor que dejaras ese asunto por la paz. El solo te usará y te romperá el corazón. Si fuera cualquier otro, créeme que estaría brincando de emoción, tanto que estaría dispuesta a darte los condones texturizados que traigo en la bolsa. No por cualquiera lo haría. Ese hombre está prohibido. ¿Entendido? —Carolina notó en su voz preocupación que extrañamente la irritó. No entendía por qué a todo mundo le nacía el deseo de protegerla. Era como si trajera colgado en la espalda un letrero con la leyenda de «Mujer desvalida» del que no podía desprenderse por más que se esforzara. Toda su vida ha luchado contra esa engañosa percepción y ha tratado de demostrar que podía vivir con sus errores y sus respectivas consecuencias. ¿Por qué nadie le concedía ese derecho?
—Entendido —contestó resignada. No quería iniciar una batalla fútil, lo que quería era gritar, llorar, sobre todo no quería seguir discutiendo el tema—. No venimos a enredarnos con el sexo opuesto, venimos divertirnos —declaró Carolina con un tono resolutivo. Entre más pronto lo sacara de su cabeza, más fácil sería disfrutar lo que restaba de la noche—. Eso planeo hacer y tú también. Vamos. —Carolina tomó a su amiga de la mano y de un tirón la levantó del sillón sin darle la oportunidad de negarse. One Day de Asaf Avidan retumbaba por todos los rincones. Caminaron moviendo la cadera siguiendo las pulsaciones de los acordes hacia ningún lugar en particular.
La música fluía por su cuerpo así como los tragos. La cerveza y el tequila fueron los favoritos. Ya había perdido la cuenta de lo que se había bebido, y eso era una mala señal. Solo significaba que pronto perdería el control de sus acciones así como las de sus palabras. De ahora en adelante no le importaría su comportamiento en lo absoluto, era probable que mañana no recordaría nada. Mejor aún.
Se negaba a pensar en él. No quería pensar en él. No debía.
Carolina y Claudia estaban desparramadas en un sillón cuando inadvertidamente Daniel se les acercó.
—¿Qué les ofrezco, primores? —preguntó sin despegar sus ojos de Carolina y ella sin poder impedirlo le sonrió. No tenía ni idea de que pudiera ser malinterpretada.
—Un masaje de pies —sugirió Carolina impertinentemente.
—Tengo las manos frías —contestó él al sentarse en la mesa que estaba frente a Carolina.
—Mejor —declaró, y echó su cabeza hacia atrás mientras él alzaba uno de sus pies para colocarlo sobre una de sus piernas. Al sentir sus manos se arrepintió.
—Creo que ha llegado el momento de que te marches —escuchó una voz grave y retumbante a su espalda. Por un momento pensó que se había dirigido a Daniel, pero Carolina se equivocó—. No quiero que hagas algo de lo que después vayas a arrepentirte, preciosa —le susurró Leo al oído para asegurarse que sólo ella lo escuchara.
—Puedo mencionarte algunas de las que me arrepiento. Además ya te dije que lo que haga no te concierne. —Una ira incontrolable la poseyó que la hizo levantarse de inmediato para alejarse de ahí. No quería mirarlo, pero se detuvo en seco y de forma contundente agregó—: Y deja de llamarme preciosa. —Carolina caminó entre las mesas sin saber a dónde dirigirse y un cansancio insoportable la invadió.
No sabía la hora que era, pero a juzgar por la reducida cantidad de gente que permanecía en el lugar podía deducir que era tarde, o muy temprano según fueran los hábitos madrugadores de cada persona.
No veía a Claudia por ningún lado por lo que decidió irse a sentar al sillón más cercano. El mueble era estilo Chesterfield con un hermoso tapizado escarlata, el efecto capitoneado del respaldo lo hacían unos botones dorados. Le pasó la mano por encima una y otra vez para sentir la textura. Se sentía suave, y si lo miraba fijamente las diminutas flores en el estampado de la tela parecían irse flotando libremente por el curvilíneo sillón hasta escaparse como mariposas.
Trató de seguir buscándola con la mirada pero los ojos se le cerraban. El peso de sus párpados al fin la venció, sólo cerraría sus ojos para tratar de acomodar sus ideas. Se concentró en un punto blanco en la inmensa oscuridad que había detrás de sus párpados para controlar la rotación dentro de su cabeza. Aquel punto era luminoso y la impulsaba a acercarse a él. Entre más lo hacía, éste crecía para transformarse en algo distinto, y al estar a punto de alcanzarlo reconoció su nueva forma. Era una puerta. Un extraño impulso la orilló a abrirla y dentro había un bosque. ¿Qué hacía ahí un bosque? La tranquilidad que la envolvía era reconfortante, y al mismo tiempo se sentía protegida por esos árboles frondosos. Lo hacía más vívido el aroma a frescura y a madera que transpiraba el ambiente. Era absolutamente familiar, embriagándola e invitándola a quedarse ahí para siempre.
Había hojas secas esparcidas por el camino y las escuchaba crujir cuando caminaba sobre ellas. Las que colgaban de las ramas le susurraban al oído palabras suaves e imperceptibles. De pronto el ambiente dejó de ser cálido y plácido; una ráfaga de viento helado la envolvía para alejarla de ese maravilloso lugar. No quería irse, no aún. La sentía colarse por todos lados excepto a lo largo de su mandíbula, solo ahí sentía una brisa tibia que la acariciaba una y otra vez.
Cuando al fin se había acostumbrado a esa fría temperatura, ésta volvió a cambiar. Ese cambio le causó desasosiego y quería saber por qué. Sólo lo sabría si lograba abrir de nuevo sus ojos.
Su respiración se disparó al no reconocer el lugar donde se encontraba, pero sí a quien estaba junto a ella. Instantáneamente se le dibujó una sonrisa en el rostro. Era Leo.
***
El semáforo estaba en rojo y Carolina estaba cómodamente recostada sobre el asiento del copiloto de su BMW.
«¿Qué carajos estoy haciendo?», se preguntó Leo al mismo tiempo que acariciaba con su pulgar la barbilla de Carolina. Mientras dormía sus facciones se suavizaban, haciéndola lucir serenamente hermosa como la noche que caía sobre ellos. Incluso sin estrellas y la luna escondida tras una densa y enorme nube. Era un cielo idílico.
Casi reventó de rabia cuando encontró a Daniel deslizando su mano asquerosa por la pantorrilla de Carolina. Aunque enojada con él, Leo se alegró que ella se levantara y huyera de ahí, de él. Al menos facilitó el trabajo de espantar a los buitres que se la asediaran. Un trabajo que estaba resultando más difícil de lo que creyó. Esa mujer causaba torceduras de cuello por donde caminara, y no le parecía grato en lo absoluto. Leo hubiera dado lo que fuera por poder levantarla en ese momento, echarla a su hombro y salir de aquel aborrecible lugar. Podrá parecer un hombre de las cavernas, pero no le importaba en lo absoluto.
Eran pasadas las 3:00 de la madrugada; la mayoría ya se había marchado. Óscar estaba del otro lado del lugar resolviendo sus propios asuntos con agentes femeninos. Si su memoria no le fallaba, la mujer de melena rizada parada frente a la barra, tratando de encontrarle el fondo al vaso que sostenía entre sus manos se llamaba Claudia. El acercamiento del hermano menor de su mejor amigo lo confirmaba. Ese par era de lo peor. Y si Carolina estaba con ellos eso significaba que... «No podía ser.» De repente la palabra destino embistió su sensatez esparciendo su ilusorio significado por todos los rincones. «Casualidad es cuando dos destinos se entrelazan en un punto y momento exacto», recordó con perversa exactitud las palabras de Carolina aquella noche en sus brazos. Para él todo tenía una explicación lógica, pero en esta ocasión se le estaba dificultando encontrarla. Una inesperada admiración por el destino le surgió por lograr poner en duda sus firmes y racionales convicciones.
Había llegado el momento de partir. Llamó a la mesera para pagar su cuenta, y por supuesto, también la de Carolina. Se asombró que ella siguiera de pie con todo lo que había bebido. Le dio su tarjeta de crédito a la señorita y mientras esperaba a que regresara para firmar el recibo Leo trató de encontrar a Carolina. Al no estar en ningún lugar a la vista, se alarmó. ¿Se habrá marchado sin que él lo notara?
A paso acelerado rebuscaba entre las mesas y antes de llegar al fondo Leo registró una frágil figura.
Le colocó una enorme sonrisa en el rostro al sorprenderla acariciando, como si fuera un perro, al sillón donde la encontró recostada. Sintió miradas recriminadoras del puñado de desconocidos que la rodeaban cuando la acogió entre sus brazos para llevársela de ahí.
Sin esperárselo ella rodeó su cuello para sostenerse mejor. La historia parecía estar repitiéndose. Colocó su cabeza cerca de su clavícula y se derretía al ver que se acoplaba perfectamente.
Se acercó al bar donde Álvaro trataba pacientemente de quitarle unas llaves a Claudia.
—No sé por qué insistes en traer tu coche —le reprochó Álvaro a Claudia cuando por fin logró arrebatarle el llavero.
—¡Hey, Álvaro! ¿Sabes si Carolina trajo coche? —Éste lo miró con recelo, notando que traía a Carolina entre sus brazos.
—¿Para qué quieres saber? —preguntó con un tono extraño, uno de desaprobación.
—¿No es obvio?
—No para mí.
Leo sabía hacia donde se dirigía la conversación y para evitar que se tornara en discusión le preguntó por la dirección de Carolina, disgustándole que dudara en dársela, pero al final accedió. No necesitó anotarla, sabía dónde estaba la calle a la que se refería Álvaro. Era un vecindario familiar, cerca de ahí se encontraba la empresa de su padre. Las coincidencias eran cada vez más frecuentes y estaban siendo difíciles de ignorar, era cuestión de tiempo que sus caminos se cruzarían. Poco a poco se le agotaban los argumentos para rebatir todo aquello.
—Sí sabes lo que estás haciendo, ¿verdad? —El reproche de Álvaro se hizo evidente al acusarlo de un acto que jamás cometería. Carolina no parecía tener siquiera pulso.
—No seas idiota, sólo pretendo llevarla a su casa.
—Ajá.
—¿Qué quieres decir con eso? Yo también podría decir lo mismo de ti. —Leo inclinó su cabeza para señalar a Claudia. Los dos se retaban con la mirada, pero al final solo se rieron al darse cuenta de lo estúpidos que se veían. ¿Qué otra cosa podía decirle? ¿La verdad? ¿Cuál era la verdad? No, imposible. No había necesidad de agravar la situación.
En su camino hacia la salida buscó a Óscar con la mirada, éste le sonrió y le alzó el pulgar de su mano en señal de aprobación. Leo subió los ojos al cielo y negó con la cabeza. Después del pequeño altercado con Daniel donde se involucraron los pies de Carolina no se volvió a aparecer en su camino y lo agradeció inmensamente.
Exhaló por fin, estaba tenso por todo lo que pudo haber ocurrido. Todo salió a la perfección. Solo quedaba la tarea de ir a dejarla a su departamento. Pan comido.
***
Óscar siguió a su amigo con la mirada hasta observarlo desaparecer por la salida. Si no lo hubiera visto, jamás lo hubiera creído. Por primera vez en meses traía una sonrisa de idiota plantada en la cara que no parecía ser fingida.
Nunca supo cómo alguien como Leonardo Villanueva llegó a ser su mejor amigo y su socio. Eran de carácter opuesto con un singular gusto por los videojuegos y las películas de ciencia ficción. Poco a poco los dos se hicieron conscientes de sus diferencias, pero decidieron que podían adaptarse y usarlas como una ventaja.
Mientras que Leo era estudioso y comprometido a cumplir lo que se propusiera con un restringido sentido de la aventura, Óscar era aventurero y un maestro en las relaciones públicas con un escaso enfoque hacia los estudios. Ninguno de los dos lo iba admitir, y menos en voz alta, que se complementaban. Su amistad iba más allá; se consideraban hermanos, y eso sí lo podían admitir en voz alta.
En pocas ocasiones habían traspasado la barda que iba más allá de los temas clásicos como los revolcones de una noche, la frondosidad de algunas mujeres y la cantidad de anotaciones para hablar seriamente de una mujer o de su relación con ella. Óscar no necesitaba tener esas conversaciones para darse cuenta cuánto se esforzaba Leo por querer algo más que un breve amorío, ocultándolo tras una fachada insulsa de jugador y su adicción al trabajo. No era difícil entender que él solo se restringía, y tampoco necesitaba decírselo para saber que lo aterraba terminar como sus padres. Su comportamiento lo delataba. Especialmente el Lapsus Mensus donde le propuso a Soni mudarse con él. Fue inútil tratar de convencerlo haciéndole ver que estaba cometiendo un error descomunal del que solo salías vivo si estabas enamorado. Era el único estado en el que un hombre sería capaz de lidiar con los cambios impredecibles de humor, el despojo de la privacidad, hábitos irritantes y un sinfín de tiliches desconocidos por el hombre común y corriente. Sí, el único. Punto. Cualquiera que hubiese sido la razón, Óscar estaba seguro que no fue ni por amor ni por querer algo más serio. Sospechaba que fue por algo que le daba vergüenza admitir. Para coger todas las noches no era necesario compartir la misma residencia. Un hecho universalmente comprobado.
Era lamentable lo miserable en que se había convertido la vida personal de su amigo. También era preocupante que su infelicidad se estaba filtrando poco a poco en el trabajo. Un negocio que les había tomado años de esfuerzo construir. Sin embargo, hoy Óscar vio algo peculiar. Aquella mujer de cabello morado provocó en Leo algo que él nunca antes había presenciado en los años que tenía de conocerlo. Ella tenía un aspecto completamente diferente a las mujeres con las que por lo general salía. Lo opuesto de Soni. Eso sí, él no fue el único que había notado que la mujer estaba para morirse, porque en toda la noche no le quitó los ojos de encima. Más que observarla como si fuera la presa que se devoraría de un bocado para satisfacer una necesidad, parecía estar aguardando pacientemente para atraerla, para disfrutarla y deleitar cada uno sus sentidos como si fuera su último día sobre la tierra. Casi le arrancaba la cabeza a quien la mirara, la mencionara o pretendiera aproximarse. No entendió por qué Leo no hizo el intento por acercarse. Fue hasta el fin de la velada que lo encontró con ella en sus brazos prácticamente inconsciente. ¿Qué estaba pretendiendo? Fuera lo que fuera el Lunes Leo lo anunciaría involuntariamente. Bastaba saber el estado de ánimo con el que su amigo se apareciera a trabajar.
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