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Son las tres de la tarde cuando llegan al Hotel Villa Athena en Sicilia. En el lobby un cartel anuncia con orgullo que tienen Wi-Fi y desayuno gratuito.
Al final se dividen en tres suites. Todas tienen baños de mármol, pantallas planas, zonas de estar y terraza privada pero Phil arrebata la única que tiene vista al templo de Concordia. Dan patea las maletas hasta el ropero.
Su suite tiene balcón y en las mesas de noche hay varios panfletos elegantemente acomodados. Hay servicio al cuarto, por lo que Dan tendrá que agradecer más tarde, servicio de lavandería y aparentemente se permiten mascotas. Se pregunta si algún día vendrán aquí por querer, y si Phil querría adoptar un perro junto con él.
Saca su celular y abre una nueva ventana en Safari, en la página de Google Maps anuncia una alberca y estacionamiento gratuito. Qué pena que no tienen un carro.
Phil se remueve entre las sábanas blancas y estira los brazos hacia su novio, Dan quiere gritar de lo tierno que se ve.
Se quedan acurrucados un buen rato, besos lentos y manos que no vacilan ante nada. Eventualmente la puerta se abre de golpe y Chris entra pavoneándose, un fajo de billetes en la mano y copa de vino en otra.
—¿No es muy temprano para beber?—pregunta Phil, manos aún debajo de la playera de Dan y cabeza enterrada en el cuello del castaño.
—Y también para tener sexo. Vamos, niños, hay una alberca que tenemos que visitar.
Dan rueda los ojos, se aferra un poco más a Phil y le pide a Poseidón o quien quiera escucharlo que pueda controlar su cola.
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