Cuando Chris regresa a su habitación PJ ya lo está esperando, con los rulos castaños empapados y la playera al revés.

—¿Y bien?—pregunta, sin dejar de dibujar. Está recargado contra la pared, con la tablet en las manos y la computadora al lado. Chris observa como su amigo dibuja sin siquiera mirar la pantalla, confiando en su instinto más que en sus sentidos.

—Pensé que me iba a matar en ese momento—suspira el aludido, dejándose caer en el suelo—. Ni siquiera volteó a verme.

—Apuesto a que está cogiendo con Phil ahora—dice PJ, con una mueca. Avienta la Wacom a la cama y se arrastra hasta el suelo, acostándose al lado de su amigo—. Felicidades, supongo, por lo menos te quitaste ese peso de encima.

  Chris se lleva un brazo a los ojos y suspira, se deja caer contra el frío mármol del suelo.

—Algún día de estos van a casarse—dice, y PJ asiente—. Y yo jamás pude estar con él.

—Las cosas son así a veces—responde el castaño, cuidando sus palabras—. No todos podemos estar con él, es tan puro que solo las criaturas míticas lo tienen a su alcance, supongo.

  Más que alivianar el ambiente el chiste lo agrava, el pecho se le contrae y Chris empieza a ver escamas y torrentes de agua detrás de ojos cerrados.

—Supongo que sí—termina por decir, y la sonrisa ladeada con hoyuelos de Dan se le viene a la mente.