McDonalds a las tres de la mañana era la única opción para acabar ese sábado, aparentemente.

  Phil, quien tenía las puntas de los jeans mojados porque Dan los había jalado al agua en vez de hacia cualquier otro lado, dejó la bandeja sobre la mesa, permitiendo que el otro chico empezara a repartir los alimentos.

  Ambos aún traían el pelo algo mojado, y la chaqueta de Dan servía más de capa que de cualquier otra cosa en este momento.

—Me caga la Cajita Feliz—declaró el castaño. Y Phil, como siempre, fingió estar ofendido.

—Y a mí me caga vivir, cállate y déjame jugar con Hello Kitty mientras como una hamburguesa de setenta pesos.

  Dan sonrió.

—Cómeme ésta, mejor.

  El pelinegro solo rodó los ojos y se llevó el pan a la boca.