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Olvidé por qué lo intento


Era ya la segunda mañana en la que Carol despertaba en la casa de Amelia; ella, intentando tener el menor contacto físico posible con su invitada, había despertado en la madrugada y, tras preparar chilaquiles de desayuno para sus hermanos y para la propia Carol, se sentó en el sofá un rato. Ni siquiera había salido el sol, su madre aún no volvía de su jornada laboral y sus hermanos menores tendrían hambre en cuanto se levantasen.

A veces Amelia pensaba que su madre, más que actuar como madre, lo hacía como amiga suya; Amelia era quien casi siempre intervino en las tareas de crianza de sus hermanos. Ahora, además estaba cuidando a una chica con severo daño psicológico y emocional, pero era distinto. Carol parecía obedecer todo lo que Amelia le pedía sin quejarse, incluso la buscaba.

Eso era extraño, pero no podía quejarse.

— ¿Estás ocupada? - Preguntó una temblorosa voz femenina desde las escaleras, asomándose hacia la sala. Era Carol.

— ¿Estás bien? - Devolvió la pregunta Amelia.

— Es que... Desperté y vi que no estabas. Me asusté - Reconoció ella - ¿Puedo sentarme contigo?

Amelia asintió.

Carol avanzó lentamente hacia el sillón sin hacer ruido alguno; Amelia no dejaba pasar ni un solo detalle al respecto; aquella chica estaba ya tan acostumbrada a vivir a la defensiva que era imposible escucharla haciendo ruido siquiera.

Una vez Carol, con su holgada blusa celeste (obsequio de Amelia, pues eran más o menos de la misma talla) y unos shorts más cortos de lo usual se hubo sentado al lado de Amelia, ella hizo el esfuerzo por abrazarla sin que pareciese un movimiento robótico.

— ¿Te incomoda si...

— Para nada - Interrumpió Carol, dejándose abrazar y dejando caer su cabeza sobre el hombro de Amelia.

— No... ¿no sientes que invado tu espacio personal o algo por el estilo? - Preguntó Amelia, dudando si hacía bien al abrazarla pese a las claras señales corporales que mostraba Carol, segura en compañía de Amelia.

— No, de hecho... se siente bien. Se siente bien si me abrazas.

Poco acostumbrada a dar y recibir muestras de afecto, Amelia intentaba a cada momento hacer que aquél abrazo no se sintiese demasiado artificial; llegó a preguntarse si estaba sobrepensando las cosas, pues Carol no lucía para nada incómoda, pero aún así, no paraba de acosarla la duda.

— Pensé que no querrías que nadie te toque - Soltó por fin Amelia, externando su preocupación.

— Tiene su gracia. Sí me da miedo que me toquen pero, cuando se trata de ti...

Amelia comprendía esa sensación; era como cuando Kai o Keith (su difunto amigo Keith) la abrazaban. Era distinto a cuando Keith la tocaba a cuando lo hacía cualquier otra persona o cuando Kai acariciaba sus mejillas; si bien no se sentía como la octava maravilla del mundo, sentía algo que no fuese desagrado o asco y eso ya era más que suficiente.

— ¿En qué piensas tanto? - Preguntó Carol en voz baja, audible tan sólo para Amelia.

— No sé si sea la mejor persona para ser tu apoyo moral, ¿sabes? Es decir... tampoco soy totalmente estable. No creo poder...

— Eso no importa - La interrumpió Carol - No necesito estar recargada sobre ti. Sería bastante injusto, ¿no? Yo solo quiero... bueno, sentir que cuento con alguien.

Amelia sonrió. Ella  se sentía igual hacía algún tiempo; a decir verdad, aún se sentía así. Ni con toda la terapia del mundo (que le suministraba Alba Dorada, para ser sincera) era totalmente capaz de sentirse bien consigo misma; sin embargo, obviamente tenía días buenos y días malos. La mayoría últimamente eran días buenos, pero de vez en cuando tenía malas rachas.

Justo cuando se fue Kai, Amelia tuvo una mala racha, precisamente. Apenas la superó para ponerse a trabajar junto a sus amigas y le tocó rescatar a otra chica mentalmente inestable que le recordaba a ella misma, con un trastorno quizá peor, claro estaba.

— ¿Qué haces exactamente en Alba Dorada? - Preguntó por fin Carol, repentinamente interesada en Amelia y todo lo que tuviese que ver con ella.

— Es... bueno, formo parte de una fuerza especial llamada Copa Escarlata; antes éramos más, pero la mitad de nosotras nos traicionó y ahora son fugitivas o están bajo vigilancia, pero las demás... Valka y Candy, somos una "unidad especial".

— ¿Por qué?

— Somos algo así como el escuadrón de confianza del jefe Saucedo.

Carol pareció sonreír, aunque para Amelia era difícil estar segura desde ese ángulo.

— Es que... aún no me acostumbro a la idea. ¿Cómo es que Ezra se volvió el jefe de Alba Dorada?

Era algo un tanto complicado, para ser sincera. Es decir, Kai lo había elegido en la fiesta que hubo en la calle de Amelia hacía poco más de un mes y después el chico había convencido a su padre de residir en Base Uno, pues sus estudios ya estaban garantizados. ¿Después? Había estado mandando agentes de Alba Dorada a lo largo y ancho de La Ciudad para buscar a Carol y cazar a los remanentes de Quincunce, Triunvirato y otras organizaciones.

Sin duda, las cosas en La Ciudad después del asedio eran todo menos estables; a veces Amelia se preguntaba por qué Kai se había ido y les había dejado todo ese desastre, pero sabía entenderlo; tres años sufriendo tal y como sufrió él serían suficientes para hacerla dejar aquél sitio.

Algo por el estilo le explicó a Carol, quien se limitó a aceptar su respuesta. Cuando estuviese recuperada o hubiesen atrapado a Ryus, iría a ver a Ezra, pero antes de eso, ni quería pensarlo. 

— ¿Ya tienes hambre? - Preguntó Amelia - El desayuno ya está listo - Añadió, refiriéndose a la olla con chilaquiles que reposaba sobre la estufa.

Carol asintió tímidamente y su anfitriona se dirigió hacia un estante junto a la cocina para sacar un par de platos y servir de comer.

Estaban ahí, de frente a la procuraduría, con la camioneta de la madre de Amelia a espaldas. Era hora.

— ¿Te sientes segura de esto? - Preguntó Amelia, dándole la mano a Carol, cuya piel apenas bronceada y marcada con los profundos moretones en todo el cuerpo estaba expuesta directamente al sol por primera vez desde hacía algo de tiempo.

— No. Pero tengo que hacerlo.

— ¿Quieren que las espere aquí? - Preguntó la madre de Amelia, sin estar segura de si debía ir con ellas o darles su espacio.

— Quizá debas venir. Puedo ser una agente de Alba Dorada y ser mayor de edad ya, pero puede ser que necesitemos una verdadera adulta con nosotras por si acaso - Sugirió Amelia.

Su madre accedió, caminando enfrente de ellas para poder enfrentarse al guardia de la entrada, la secretaria en recepción y a cualquier otra persona que fuese a preguntarles mil cosas antes de declarar. Sorprendentemente, la gente al interior del edificio se abría paso ante la madre de Amelia; el guardia ni siquiera intentó preguntarle a dónde iba. Nadie les dijo nada.

Tras hablar con una secretaria, la madre de Amelia se volvió hacia las chicas para decirles que Carol pasaría dentro de pocos minutos y así fue. Mientras que Amelia y su madre esperaban afuera, tras un cristal unidireccional, Carol entró a una habitación cerrada y sin ventanas que pudiesen abrirse, con aire acondicionado y una mesita, más parecida a una sala de interrogatorios que a un sitio seguro para que las víctimas declarasen.

Un par de policías hombres y una mujer de mediana edad entraron después de Carol. El que parecía estar a cargo era quien hacía las preguntas, el otro hombre tenía una laptop en las manos y se encargaba de registrar las respuestas de Carol, mientras que la oficial que entró con ellos se sentó al lado de ella.

Empezaron por las preguntas rutinarias; su edad, nombre completo y domicilio (el real, no el de Amelia). Tras llenar los datos de Carol, el oficial a cargo le permitió contar su historia; Carol estuvo a punto de quebrarse en varias ocasiones y sin embargo, a Amelia le sorprendía la fuerza de voluntad que tenía para recobrarse y seguir hablando. Explicó todo, desde que su padre la castigó por ayudar a uno de sus amigos hasta que planeaba prostituirla en la Zona 2 cuando llegaron a rescatarla.

No es como si Amelia no conociese su historia ya, pero el escucharla de principio a fin, con los datos más escabrosos contados de primera mano por la propia Carol... era un nivel distinto en lo que a historia de terror se refería. Incluso para Amelia, que era casi incapaz de conmoverse por lo que sea, aquello era difícil de afrontar.

Y sin embargo, Carol hacía su mejor esfuerzo para decirlo todo sin temblar, sin desviar tanto la mirada. Amelia no pudo evitar enorgullecerse de ella pese a no tener casi nada que ver con su historia; Carol era fuerte, más fuerte de lo que aparentaba la chica frágil que temía mirar a alguien a la cara. Quizás era tan sólo la adrenalina del momento, el impulso, el coraje, la rabia, todo junto, pero Amelia podía ver ese brillo en sus ojos. Carol estaba luchando por decirlo todo en aquella única oportunidad.

— Tendremos que... bueno, tomar fotografías de evidencia. ¿Conservas los moretones, no?

Carol entrecerró los ojos, sin dar crédito a lo que el oficial a cargo decía, pues uno asomaba en su clavícula y otro cerca de su ojo izquierdo, sin contar el mar purpúreo que de seguro tenía en la espalda, abdomen, piernas y otras partes del cuerpo.

— ¿No quisiera también hacerme análisis por si acaso? - Preguntó Carol irónicamente, algo indignada por lo que parecía ser desconfianza del oficial. Sin embargo, la mujer que estaba al lado de ella en la sala terminó pidiéndoles a sus compañeros que salieran un momento.

— ¿Te importaría quitarte la blusa? - Preguntó - Sé que es bastante pesado, pero tengo que hacer esto para el archivo. No quiero darle a esos sujetos una razón para archivar tu caso, ¿sí? - Suplicó aquella mujer.

Carol asintió tímidamente, desnudándose parcialmente para mostrarle a la oficial la zona de guerra que estaba plasmada en su espalda, los mechones de cabello que le faltaban, incluso una o dos quemaduras de cigarro o laceraciones superficiales cerca de su cintura. La oficial tomó fotografías de cada herida por separado y en general, asegurándose de no pasar nada por alto.

Para Amelia, quien aunque estaba más que acostumbrada a escenarios así de crudos, aquella experiencia fue más que diferente. No sólo una víctima real estaba frente a ella, sino además era alguien con quien podía empatizar. Su insensibilidad se veía muy vulnerada al ver las múltiples heridas de Carol, quien aparentaba no tener problema con ser fotografiada para el archivo pero por dentro debía estar intentando contener aquél infierno mental que amenazaba con ser liberado.

Después de todo, la tortura física era tan sólo la mitad de la historia, pues mentalmente, Carol estaba casi igual de trastocada. Una vez terminaron ahí, Carol tuvo que quitarse los pantalones también para mostrarle a la oficial las cicatrices, magulladuras, marcas de golpes, llagas, moretones y otras señales de violencia extrema sobre ella. Cerca de su zona genital tenía un par de pequeñas quemaduras y en general, su cuerpo lucía como si en vez de un mes, hubiese sido torturada por un año entero.

Amelia ni siquiera podía tragar saliva. No era capaz de compadecer del todo a Carol, además de creer que hacerlo sería denigrarla aún más, tenerle lástima, tratarla como una pobre alimaña herida; sin embargo, le era imposible permanecer impasible ante aquél panorama.

Y ahí estaba. Una vez terminó la oficial de fotografiar su cuerpo, Carol se vistió y los otros dos oficiales pudieron pasar. El hombre a cargo seguía insistiendo con preguntas sumamente específicas, tanto que hasta el que tenía la laptop empezó a voltearlo a ver, algo incómodo.

— Pero entonces, ¿dices que tu padre, Ryus, estaba asociado con tu novio Lando y ambos trabajan para un malasangre llamado Sak? ¿A dónde quieres llegar con esa parte?

— ¡Ya se lo he dicho! - Alzó la voz Carol - ¡Querían venderme como un trozo de vagina en el basurero que tienen como refugio!

— No me levantes la voz - Contestó el oficial con un tono neutro y aún así, cargado de irritación, desviando la mirada hacia otro lado para no mostrarle lo molesto que estaba - Mucho hacemos tomando la declaración de una niñita.

— ¿Disculpe? - Se indignó la oficial que había fotografiado los golpes en el cuerpo de Carol.

Amelia decidió que ya había tenido suficiente y se dirigió a la puerta de aquella sala para abrirla de golpe, levantando en alto su placa de Alba Dorada.

— Amelia Hardeen, Alba Dorada, división Copa Escarlata. Si insiste en comportarse de esta manera poco ética y culpabilizando a la víctima, me veré en la obligación de citarlo a una audiencia.

— Estos mocosos dorados - Farfulló el oficial a cargo - Se les subieron los humos desde el asedio. Ilegales. Deberían dejarnos hacer nuestro trabajo, ¿no?

— Usted no está haciendo su trabajo - Espetó Amelia, furiosa - Y si Alba Dorada no hubiese salido a las calles durante el asedio, su culo no estaría a salvo, imbécil.

El oficial hizo ademán de golpearla, pero para ese momento, la madre de Amelia, aún más amenazante que ella, apareció detrás de su hija.

— Si sobrevives a la madriza que te va a poner, yo te remato - Amenazó aquella imponente mujer - Lárgate.

La madre de Amelia tuvo que sacarlo de las greñas de la habitación para que después Amelia fuese hacia donde estaba Carol y la abrazase.

— Iremos a casa, ¿vale?

Carol asintió. Entonces, Amelia volteó hacia los otros dos oficiales en la sala.

— Confío en que abran la investigación. Otros de Copa Escarlata vendrán aquí en unos días para comprobar que estén trabajando en esto. ¿De acuerdo? Queremos encontrar a este tal Sak cuanto antes.

El de la laptop asintió enérgicamente.

— Y abran una investigación por negligencia contra el gordo mamón - Añadió Amelia, refiriéndose al oficial al que ella y su madre habían echado.

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