2. La posada
—No sé por qué dicen: vengan con mochila porque van a tener las primeras clases, si al final, los profes no vienen.
Sofia se ha pasado las dos primeras horas de clase quejándose de la ausencia de los maestros. A mí no me molesta, al contrario, me alegra que no hayan entrado ni al salón.
Lo bonito de la posada en la escuela es que podemos venir con pantalón de mezclilla aunque tengamos que traer la playera de uniforme. Además en la mochila se pueden traer los tuppers por si sobra algo... Digo, me han contado.
El salón está medio aburrido. La bocina aún no llega, la comida tampoco, y la mayoría de nuestros compañeros andan pajareando por ahí.
—Deberíamos salir a recorrer la escuela —propone Itzel.
—Sí, para pasar el rato —concuerda Sofi.
Se colocan de pie, así que las imito. En la entrada del aula se encuentra Samuel, parece estar esperando algo o a alguien.
—¡Samy, Samuel, Samuelito! —lo saluda Sofía— ¿Por qué estás tan solito?
Samuel solo rueda los ojos. Podría decirse que es uno de nuestros amigos lejanos, ¿o compañeros cercanos? Sofía y él estudiaron juntos la secundaria, así que ella lo trata con cierta familiaridad. Nosotras no hacemos más que sonreírle, y al ser amigo de mi hermano, prefiero mantenerme alejada de él.
—Eso parece porra —Niega fastidiado, pero en el fondo sé que sonríe.
—Ves que sé rimar —Sofi infla el pecho orgullosa.
Sam vuelve a rodar los ojos.
—Bueno, quítese de ahí que queremos pasar.
Doña Sofía empuja al pobre chico para que se aparte. Samuel se hace a un lado dejando el camino libre para que pase. Sofi se esponja como pavo para cruzar la puerta, Itzel se escurre detrás de ella.
—Ay, esa mujer —murmura Samuel cuando ya están lejos.
Río por lo bajo ante su comentario. Él voltea asustado al escucharme, parece que se le olvidó que siempre ando con ellas.
—Sofía te atormenta —menciono, intentando hacer que deje de verme raro.
—Sofía atormenta a cualquiera que se deje —contesta sonriendo.
Y podría decir que su sonrisa es bonita, pero la de Santi la supera por mil.
—Y... ¿Qué haces parado en la puerta?
El chisme puede más que el hecho de haber perdido de vista a mis amigas.
—Estoy esperando a Vic. Se supone que trae la bocina pero no termina de llegar.
—Bueno... Algún día llegará.
Él asiente algo incómodo. Sin nada más que decir, comienzo a buscar excusas para alejarme antes de que la situación se vuelva más extraña.
—Entonces...
—Chicos, vamos a formarnos en la cancha —Me interrumpe el prefecto. —Entre más rápido vayan, más rápido comen.
Escucho a mis compañeros quejarse mientras terminan de acomodar sus cosas.
—¿Vamos? —pregunta Samuel.
Asiento y caminamos juntos hacia la explanada, que también es la cancha donde se practican los deportes. Nos reunimos como cada lunes cuando se hacen los honores a la bandera. El subdirector comienza a dar indicaciones, aunque no todos le prestan atención.
—Metztli, te nos perdiste —reclama Sofía cuando llega a mi lado.
—Se quedó con Samuel —dice Itzel con un tonito sospechoso.
—Mal pensada. Samuel es de Sofía —me defiendo.
—Sofi, Metz te quiere quitar el novio.
—El tuyo —le contesta Sofía.
Comenzamos a reír en voz baja. Doy un vistazo hacia la fila de los chicos, solo para ver que Samuel nos está observando, aunque voltea rápido hacia el frente. No creo que nos haya escuchado, ¿o sí?
Después de repartirnos unos papeles, nos hacen cantar la letanía para pedir posada. Los chicos cantan gritando, unos medio aburridos, otros con emoción. A los de este lado nos tocó ser los posaderos, así que nosotros contestamos la canción. Y al final terminamos todos juntos.
—¡Entren santos peregrinos, peregrinos, reciban este rincón —cantamos todos en coro—, que aunque es pobre la morada, la morada, os la doy de corazón ¡Cantemos con alegría, alegría, todos al considerar que Jesús, José y María, y María, nos vienen a visitar!
Terminamos entre aplausos y gritos, no sé si emocionados por pedir posada o porque ya acabamos y nos vamos a comer. Pero después del discurso del director, que intentamos cortar con aplausos, nos despiden a nuestros salones.
A lo lejos diviso a Santiago caminando junto a Ximena. Quién fuera ella para estar cerca de él. Suspiro mientras lo observó entrar a su aula, luego hago lo mismo.
—¡Ya quiero comer! ¡Ya quiero comer! —canturrea Sofía.
—¡Por no cooperar! ¡No vas a comer! —Samuel pasa cantando a nuestro lado, riéndose de Sofi.
—En mi defensa voy a decir que sí cooperé.
Sam se aleja de nosotros riéndose.
—¡Pasen por sus tacos señores! —grita uno de mis compañeros.
—¡Nos tocan de a cinco! —anuncia otro de los encargados de la comida.
Este año decidieron comprar un trompo, así que el taquero está preparando los tacos, valga la redundancia. La fila se forma en un instante, creo que todos tienen hambre.
—¡Tacos! —exclama Sofía, y como zombie hambriento, sale corriendo hacia la fila.
—Yo voy a esperar a que disminuya —dice Itzel—, me da flojera estar parada.
Asiento, de acuerdo con ella. Mientras la fila avanza, Víctor conecta la bocina al celular de alguien y la música comienza a sonar. Reparten los refrescos, todos pasamos por tacos y empezamos a comer.
—Una buena salsita, un delicioso limoncito, y este taquito se va a mi estomaguito.
—Que rime todo me espanta —susurra Itzel, sin apartar la mirada de Sofía.
—Que narre lo que hace es lo que a mí me espanta —murmuro en respuesta.
—¡Los conserjes están sacando las piñatas! —pasa gritando un desconocido.
Cómo buenos salameros salimos a chismear. Tres piñatas están en la cancha: un santa claus, un pavo gigante, y una estrella que ya está colgada.
La profa Patty escoge al primero en pasar a romper la estrella. Entre todos cantamos mientras pasan uno por uno, entre ellos puedo ver a Santiago, que toma el palo cuando la pobre piñata ya ha perdido todos sus picos.
Casi al final de la canción la estrella se rompe y los dulces comienzan a caer. Con un grito eufórico todos se lanzan al ataque. La maestra Patty es la primera en saltar por lo que sobra de la piñata, mientras los alumnos recogen lo que cayó al suelo.
En unos segundos todos están de pie. Con un gran botín los expertos, con un solo dulce los que no saben agarrar. La profa amenaza con lanzar los dulces que quedaron dentro de la piñata, así que todos se acomodan para cachar algunos, entre ellos me encuentro yo.
Los dulces vuelan por los aires. Algunos brincan, otros recogen los que caen al suelo. A mí me rebota uno en la cabeza y cae a los pies de Samuel, quien sin pensarlo mucho lo recoge para después guardarlo en su pantalón.
La escena se repite con las piñatas restantes. Al final de ello no queda más que hacer, salvo limpiar el salón, guardar las cosas e irnos a casa.
—¡Este año si agarré bastante! —Sofía levanta victoriosa uno de los picos de la estrella.
—A mí me regaló varios el Chiky —cuenta Itzel, mostrando los dulces que lleva dentro de la cabeza del pavo.
—Al menos agarré uno que cayó en mi pie —digo sin más, admirando mi picafresa.
Algo es algo.
Mis amigas se burlan de mi suerte con los dulces hasta que salimos de la escuela. Ahí nos despedimos y cada quien jala por su lado. Camino despacio, comiendo lo único que agarré de la piñata.
—¿Te acompañamos? —pregunta alguien detrás de mí.
Volteo para encontrarme con Víctor y Samuel.
—Claro —accedo.
Caminamos juntos hasta nuestra calle. Victor va cargando su bocina por delante, Sam y yo avanzamos detrás de él. Me acompañan hasta la puerta mi casa, dónde se encuentran con Matías y se quedan platicando afuera.
Entro a mi hogar sonriendo. Respiro profundo el aroma a vacaciones y a... ¿Mole?... De seguro mamá está haciendo enchiladas.
Ahora que oficialmente no debo ir a la escuela, solo me queda un último pendiente: comprar el regalo perfecto para Santiago.
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