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1. Santa Secreto

Diciembre al fin ha llegado. Nada de blanca navidad para el sur de México, pero que chulas se ven las casas con sus luces y adornos navideños. Todo pinta a que esta será una buena navidad. Mañana es la posada en la escuela, lo que significa que es el último día de ir a ese lugar. ¡Más feliz no puedo estar!

—¡Metz! ¡Conecta el cable! —grita mi hermano desde la otra punta del corredor.

Ayer adornamos el árbol de navidad y hoy toca probar las luces navideñas. Mi mamá está preparando un mole delicioso para que, después de comer, entre los tres terminemos de decorar la casa.

Ahora me encuentro con mi hermano Matías y una caja llena de luces enmarañadas... Claro que no todas sirven, por eso debemos probarlas.

—No sé porque no separan las que no encienden —murmuro conectando el cable.

Tal como esperaba, las luces no funcionan.

—¡Amá! ¡Esta cosa no sirve! —exclama Matías.

—¡¿Están probando las nuevas o las viejas?! —cuestiona mi madre desde la cocina.

En esta casa les gusta gritar a todos.

Mati observa la caja pensativo. Deja caer las luces y comienza a buscar entre las otras, al poco tiempo saca una bola de cables.

—Vamos a ver qué pasa con estas.

Él sujeta las luces, mientras que yo las conecto. Al instante se encienden los colores y una música navideña comienza a sonar.

—¡Encontré las meras buenas! —Festeja mi hermano—. Y son todas tuyas, hermanita.

Sin que pueda hacer nada, la bola de luces pasa de sus brazos a los míos.

—¡Güey! Esta suerte está bien enredada.

—No tengo la culpa de que alguien no sepa enrollar luces —comenta sacando la lengua.

Vaya hermano mayor que me tocó.

—¡Buenas! —grita alguien detrás de mí.

—¿Por qué gritas? No estás viendo que estoy aquí afuerita —Escucho hablar a Matías.

—Es que te veo pensando en la inmortalidad del cangrejo —bromea una voz femenina que distingo bien.

Volteo para encontrarme con Ximena. Ella al verme mueve la mano saludando.

—Hola Mercy.

—Me llamo Metztli —murmuro, pero la susodicha está muy ocupada mirando a mi hermano.

—Pues, verás, yo venía a invitarte a jugar al Santa Secreto —comenta Ximena, acomodándose un mechón de cabello detrás de la oreja.

Me acerco más a Matías, aún cargando la bola de luces que me dió.

—¿Y eso cómo se come? —cuestiona él.

—Es un intercambio de regalos —explica Santiago.

Al escuchar su voz me congelo. ¿Y este de dónde salió? Aquí no estaba hace unos segundos.

Muevo la cabeza lentamente hacia el lugar de donde escuché que provenía la voz. Y ahí está, parado junto de la pared de mi casa. Ahora entiendo porque no alcanzaba a verlo. Al notar que lo observo me sonríe. Trato de corresponderle, sintiendo como el calor se extiende por mi ser.

—Ajá, pero ¿cómo funciona o qué? —Intento concentrarme en Matías para dejar de pensar en el chico que, de un momento a otro, ya está parado frente a mí.

—Bueno... Tendrás que venir a mi casa a averiguarlo —dice la chica en un tono que no me gusta para nada.

—Eso se escuchó mal, Xime —Ríe Santiago—. Pero sí, esta tarde nos reuniremos en su casa para organizarlo. ¿Los vemos a las tres?

—Genial. Ahí estaremos —contesta mi hermano.

Ximena se despide con una sonrisa, Santiago solo mueve la cabeza. Matías se mete a la casa murmurando no sé qué, mientras que yo me quedo viendo como se alejan.

Mi corazón late con fuerza. Es la primera vez que estoy tan cerca de Santiago. Al vivir en la misma colonia es fácil encontrarnos, pero no fue hasta hace unos años que comenzó a gustarme; cuando entramos a la preparatoria para ser exactos.

Y esta tarde voy a verlo otra vez... No puedo esperar para ir a la casa de Ximena.

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—Mami... Ximena nos invitó a su casa ahorita a las tres. Es que están planeando un juego de santa secreto; un intercambio de regalo. Y quería ver si nos dejas ir un ratito.

Matías pone cara de niño bueno mientras le pide permiso a mamá para salir. La doña está concentrada en su película navideña, pero eso no impide que mi hermano haga ojitos estilo el gato con botas para convencerla.

—Vayan. Pero pórtense bien —accede nuestra madre.

—¡Gracias mami! —digo pegando un brinco.

—Vámonos, vámonos —Apresura Matías.

Salimos de la casa casi corriendo. Le dije a mi hermano que pidiera permiso temprano, pero como siempre don responsable deja todo para la última hora.

Por suerte llegamos a tiempo a casa de Ximena. Mi bello hermano se va con sus amigotes dejándome solita. Así que lo único que me queda es sentarme en una esquina apartada.

Esperamos media hora a que todos los chicos del barrio lleguen, aunque no es que seamos bastantes: Ximena, Santiago, Matías, Víctor, Paco, Susy, Juan, Mary Chuy, Samuel, Pepe, Lupe... Y otros que solo he visto de lejos. En fin, no todos somos puntuales.

Bella costumbre del mexicano...

—¡Ya cállense! —grita Ximena.

Al no haber nada que hacer todos comenzaron a platicar de cualquier cosa, y yo estaría igual si tuviera una amiga por aquí, pero ellas son de otra parte de la ciudad. Xime a estado intentando llamar la atención pero nadie le hace caso, justo como ahora.

—Uy, ya se enojo la niña —menciona Juan.

—No se enoje princesita.

—¡Ay! Ya déjenla, chamacos —Intenta defenderla Lupe.

Pero es en vano, todos siguen chachalaquiando y nadie le presta atención. Por mi parte me acomodo mejor en el sillón.

Vaya... Eso rimó.

—Bueno, bueno, vamos cerrando el pico. Venimos a hacer algo de un santa no sé qué, ya dejen que Ximena hable —interrumpe mi hermano desde el otro lado de la sala.

—¡Uy! La Xime ya tiene quien la defienda —Se burla Pepe, uno de los amigos de mi hermano.

Al tenerlo cerca, le da un codazo en el costado.

—Ah, Matías. Velo pues...

Y así continúan burlándose. Ximena se pone colorada y no sabe que hacer, por otro lado, Mati les dedica una mirada asesina a los presentes. Poco a poco las voces disminuyen y la anfitriona puede hablar.

—Bueno, los reuní para organizar el juego de Santa Secreto. Aquí tengo los papelitos con los nombres de todos, van a sacar uno para saber a quién le van a dar el regalo. Recuerden que es secreto, así que no lo digan.

La vemos menear la cajita de arriba a abajo antes de pasar repartiendo los papeles.

—Si les toca su nombre avisan para volver a sortearlo —informa cuando ya todos tienen una hojita.

—Así no se puede, yo quería regalarme a mí —comenta Víctor, mejor conocido como Chiky.

Con las risas de los chamacos de fondo, desdoblo el papel despacito. Mi corazón se acelera al leer el nombre escrito en tinta rosa. ¡No puedo creer que me toca regalarle a él!

Busco con la mirada a Santiago, lo localizo sentado en la mesa junto a Ximena. Sonrío al verlo desdoblar su papel. Sin previo aviso levanta la vista, haciendo que nuestras miradas se crucen. Volteo rápido hacia otro lado, sintiendo como el calor se acumula en mi rostro.

—¡Güey! Me tocó mi nombre —grita alguien que no descifro.

—A mí me tocó el de...

—¡Es secreto! —interrumpe Ximena—. No digan nada.

—¿Puedo cambiar? —comenta Pricila.

Ella ni siquiera vive cerca, pero como es la prima de Ximena está por aquí.

—Bueno, todos los que quieran cambiar vengan pa'cá porque yo no me voy aquí menear de donde estoy.

Xime cruza las piernas y sostiene la caja para que depositen de nuevo el papel. Pero ni a suerte me muevo de mi lugar. Este nombre no lo cambio por nada del mundo.

—El Santa Secreto será aquí el veinticuatro de diciembre, a las ocho de la noche.

—¡Mejor a las siete! Me voy a casa de mi abuelita por noche buena —grita Juan, la banda le dice Vaca.

Sí, la mayoría tiene apodos por aquí.

—Bien, a las siete. Pero si alguno no va a venir, deje el regalo temprano —pide Ximena.

—Y regalen cosas buenas —interrumpe Paco—. No como el otro año que me regalaron una paleta, se pasan de lanza de veras.

—La neta. De cincuenta pesos para arriba —Avisa Xime.

—¡Ay!, me dolió el codo —exclama Pepe.

Todos se van a su casa cuando termina la reunión. Localizo a Santiago hablando con Ximena a lo lejos. Bueno, al menos voy a darle un regalo, eso me da esperanza. Qué chido sería que a él le tocara regalarme algo a mí.

Busco a mi hermano con la mirada, pero él está riendo con Pepe y Chiky. Seña que me cuida bien. Suspiro y emprendo el camino a casa.

—Oye... —susurra Matías, alcanzándome— ¿Qué nombre te tocó?

Yo creía que se quedaría como siempre con ellos.

—No te voy a decir nada —contesto.

—¿Es neta? ¡Vamos! Dile a tu hermanito —lloriquea sacudiéndome por detrás.

—Nel pastel.

—Pues yo sí te voy a decir quién me tocó —canturrea.

—¿Qué parte de secreto no entendiste?

—Mary Chuy... ¿Quién es ella?

Miro a mi alrededor por si alguien lo ha escuchado, pero ya no hay nadie cercano.

—María Jesús, la hija de Don Pato —respondo apurando el paso.

—Muy educada la señorita diciéndole Don a El Pato.

—Pos claro.

Él solo chifla en afirmación. Cuando pienso que ya no volverá a hablar, agrega:

—Y... ¿A quién le vas a regalar?

—Vete al frijol, Matías —Es lo último que digo antes de entrar a la casa.

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