quién soy
hola
ésta es una reflexión más personal
mezclada con ggukmin
pongo una advertencia por lenguaje fuerte, pensamientos suicidas y bueno,
contenido fuerte en general u____u
termina bien, no se me enojen porfi:(
ojalá disfruten y mis chilenes puedan distraerse de lo que está pasando ❤️
Cuando regresaba del colegio, me gustaba escapar por la ventana de mi habitación y disfrutar de la brisa que sacudía matorrales y árboles tan altos como mi padre. Corría fuera del pueblo para así resguardarme al lado del lago, lejos del camino pavimentado que nos separaba de la ciudad más cercana, a dos horas de distancia por automóvil. Ahí me sentaba, en el borde del pequeño muelle de madera: en ése sitio, exclusivo, me sentía a salvo. En compañía del aire y del pasto que me susurraba poesías solitarias a los ojos. Un encantador suspiro verde me envolvía cuando mis pies descalzos, en primavera y verano, se atrevían a rozar las aguas templadas del enorme charco. Se llamaba Aguas Cansinas, igual que el pueblo donde vivía.
Apenas el Sol comenzaba a ser una mitad entre los árboles, me devolvía a casa. Subía por la ventana y terminaba las tareas del día, me limpiaba un poco la suciedad y luego bajaba a comer lo que mi madre hubiera preparado. Lo único que realmente me negaba a comer eran la carne y cualquier cosa que viniera de la misma. Recordaba los animales que veía corretear entre la maleza cercana al lago y se me revolvía el estómago... hasta que se me subía la bilis. Mi madre respetaba mi decisión, pero tanto mi padre como mi hermano mayor me miraban mal, argumentando que necesitaba comer carne para crecer. Yo simplemente comía en silencio.
Cuando regresaba a mi habitación, miraba las estrellas a través de la ventana, o las nubes, o cómo las gotas de lluvia chocaban con el vidrio de la misma. O con el suelo. Me gustaba dejar la ventana abierta porque el olor a petricor me relajaba, me hacía sentir a salvo. Y yo perseguía lo que me hiciera sentir ésa salvación tan extraña que jamás podía encontrar en mi propia persona, por más erróneo que se sintiera. Por más sucio que lo percibiera en mi pecho, pesado como una dura roca. Yo continuaba caminando por aquella vía incorrecta.
Luego, trasnochaba con música indie folk flotando como un murmullo de guitarras y ángeles en la oscuridad de mis paredes tapizadas de fotografías, escritos inconclusos, dibujos que jamás me atrevería a terminar. Me dormía cuando mi hermano iba al baño, y yo me envolvía en las mantas de tela escocesa hasta tapar mis labios, pero no la nariz ni los ojos. Jamás he podido dormir con aire caliente, me distrae y me hace sentir asco.
Y en las mañanas, en el colegio... Bueno, me iba caminando y escuchando la música del teléfono móvil, observando cómo la calle cambiaba poco a poco y se transformaba de bosque a civilización. Al fondo del panorama se observaban cerros y kilómetros de encinas y robles. Se podía oler el lago incluso si estaba cerca de la panadería de André, o del único restaurante decente del pueblo, el de la señora Diana. Usualmente caminaba con audífonos y la música a tope porque no soportaba los comentarios de la gente que me veía.
Verán, es que en el pueblo la gente se aburre y prefiere cuchichear sobre los demás en busca de distracción. Y yo era un blanco fácil, puesto que mis palabras parecían esparcirse como bruma mañanera y yo no era la persona más ortodoxa de la vida. No, yo era una 'revolución' en ése pequeño espacio de algunos pocos kilómetros cuadrados. Suena bonito cuando lo digo así, pero a la gente ahí no le gustaba lo diferente, lo que se salía de la norma. No les gustaba que pareciera enfermar en palidez, y que me escapara al bosque como 'un brujo' todas las tardes posibles. No les gustaba que leyera tanto, que me alejara, que dejara de comer carne y tuviera las orejas con múltiples aretes hechos en la ciudad.
No les gustaba que sintiera cosas por el hijo del alcalde.
—
NamJoon era un soplo de viento fresco en un desierto árido, con las camisas planchadas y los lentes de marco dorado colgando de su pequeña nariz. Paseándose por el pueblo con libros, corriendo torpemente hacia la cafetería donde trabajaba. Riéndose con chistes aburridos sobre fórmulas matemáticas y soltando datos freak de historia. De cualquier lado del mundo. Sabía de muchas cosas, sobre todo de poesía y filosofía, dos cosas a las que siempre sentí atracción. Era más alto que yo, pero me daban ganas de acunarlo entre mis brazos, apartar los mechones castaños de su rostro besado por el Sol e inclinarme a él...
Pero no se podía. Incluso él me miraba extraño, a pesar de que intentara tratarme bien. Siempre que lo vi fue por casualidad y no porque lo estuviera buscando o viceversa. A veces hablábamos, cuando iba a comprar algo a la cafetería, pero siempre fue a una distancia prudente por parte de él, la que yo respetaba por completo. Siempre que salía de la cafetería del pueblo llevaba un frapuchino con leche de almendras y una piedra en la garganta. Así me alejaba de nuevo hacia el muelle, donde escuchaba el viento, el agua, los animales y las hojas chocar entre sí como en lucha libre. Al terminar el frapuchino, limpiaba el vaso, le hacía agujeros en el fondo y lo llenaba de tierra para llevármelo a casa.
Mi madre me decía que de algo malo siempre hay que sacar algo bueno, y la humillación que sentía en la cafetería de NamJoon siempre se transformaba en una planta más de mi colección. En ésas ocasiones llegaba a casa por la puerta delantera y buscaba semillas de flores en el mueble de mi madre. Ella siempre me entendió en cuanto a la jardinería y me apoyaba, me ayudaba a esconder esa faceta mía de mi padre y hermano. Si alguna vez lo veían, significaba un gran peligro para mí.
Siempre sentía cansancio, temblores en mi corazón al tener interminables ganas de dormir y llorar por ésas pequeñas cosas que debía ocultar, las que ya daban igual, las que ni yo sabía. En una noche en específico, me senté en la ventana y miré a la Luna creciente sin más que mi pecho encogido como una plegaria de socorro. Los árboles alrededor de Aguas Cansinas me acompañaban en coro como si supieran realmente lo que le lloré a la Luna en mi cabeza, en secreto, en silencio absoluto. Detrás mío y dentro de mi habitación, la cantante Beabadoobee parecía ser la banda sonora, con sus acordes finos y voz somnolienta. 1999 – Bedroom Session era la pista del momento, me hacía mirar a la Luna más tiempo de lo habitual en busca de respuestas. Como si mirar su superficie blanca y gris, llena de cráteres, a billones de kilómetros de distancia (supongo, jamás me fue bien en aquella materia), me diera la solución al sentimiento de vacío en mi Ser.
Ésa noche me acosté pensando en quién era. Porque ni yo lo sabía.
—
Al día siguiente, la neblina me saludó como una vieja amiga. Fuí caminando como siempre, cabizbajo, siguiendo el camino por el que apenas dos autos pasaban al día. Mis manos se aferraban a la forma de mis muslos, me molestaban la manera en que se parecían construir. Músculo por músculo, cada vértebra, cada trozo de piel. Molestia. Incapaz de que me aceptaran de alguna forma. Dolía porque no era sólo en pueblo el que no estaba conforme conmigo, si no que yo, yo como persona, como adolescente, no me conformaba con quién era yo. Con quién era mi Ser y mi Sombra, con todo el Ego que pudiera tener y que ya no me quedaba porque... me despreciaba.
Estaba haciendo lo que usualmente intentaba no hacer: pensar en mi cuerpo. Odiaba la figura que tenía, a pesar de que pudiera ser envidiable para muchos chicos y deseable para las chicas. Yo era el estereotipo físico de lo que debía ser un hombre. Exceptuando los aretes, los ojos grandes y cristalizados constantemente, la actitud temerosa. La forma de vestir tan rara, como si lo raro pudiera definirse de forma universal. Les gustaba usar sinónimos de raro, como alienígena, inadaptado, desobediente, inusual... queer.
Hacía tiempo que la neblina no se manifestaba en el lugar, puesto que recién comenzaba el otoño y la naturaleza necesitaba hacerlo notar. Era apacible ver cómo las minúsculas y ligeras gotas de agua se mantenían en el aire, a la espera de que el calor pudiera dejarlas caer como soldados a tierra. De lejos, los cerros con incontables hectáreas de árboles se veían como fantasmas acechando al pueblito, dándole a éste un sentimiento de suspenso. Como el de una película mala de alto presupuesto (casi todas las de Hollywood, por supuesto). Mis piernas cortaban la niebla inútilmente conforme avanzaba hasta llegar al sector más claro, donde comenzaba el pueblo.
Todo se veía lúgubre y vacío a pesar de que siguiera habiendo movimiento, especialmente de gente especializada en tala de árboles, cuidadores de flora y fauna, guías de turismo, entre otras actividades que proporcionaban buen sustento a la zona. Un par de compañeros de mi clase caminaron desde la otra esquina de la plaza hacia la misma dirección donde yo me dirigía, y me esmeré en permanecer con la cabeza baja, con tal de que no me vieran, de que no sintieran mi presencia. Ojalá la neblina fuera tan espesa aquí como allá al borde, pensé, pues de lejos me veía más intimidante que triste y vulnerable.
— ¡Oye, tú!
Sin quererlo, un gemido de horror salió de mi garganta, acallado por mis labios. Caminé como si no me hubiera dado cuenta de que llamaban mi atención, pero es que conocía la voz a la perfección, y me daba miedo lo que pudiera hacerme. Lo que llegara a crear de nuevo en mí. Sin embargo, sentí una mano fuerte que me daba vuelta desde el hombro hasta que estuvimos frente a frente. Yo seguía mirando al suelo, mientras que adivinaba que el muchacho me observaba con asco y maldad. Como siempre.
Me lo merecía, pensaba a veces. ¡Qué puta rabia!, en otras ocasiones llegaba a hilar. Pero nunca lo expresé en voz alta.
— ¿Ya vas a ignorarme, marica? ¿Qué te advertí sobre ignorarnos? A ver, repite conmi...
Le miré a la cara con los ojos acuarelados, las cejas en picado, la boca aplastada en rabia. Mi mano se alzó por sí sola, por instinto, a su cara, dándole una bofetada que cubrió casi todo su rostro y le hizo perder el equilibrio. MinHyung cayó al pasto de la plaza con estrépito, su figura maltrecha intentaba disimular el dolor que le había causado mientras yo aguantaba la respiración, los primeros brotes de culpa aflorando rápidos como un girasol persigue a su dios del cielo. Una lágrima cayó por mi mejilla, sentí un enojo profundo por aquella culpa tan indigna de mi parte, retrocedí dos pasos con mis sentimientos a flor de piel.
MinHyung me miró desde el suelo, claramente mareado, y sin siquiera esperar a estabilizarse un poco, serpientes venenosas salieron de su boca y reptaron directamente hacia mí;
— No vas a escapar siempre, Jeon, ¡todo el mundo te tiende asco, malnacido! ¡Anda a medicarte! ¡Mátate!
Otra lágrima cayó sinsentido. Mátate, el eco quedó en mi cabeza. No era la primera vez que me lo decían, pero joder cómo dolía. Siguió gritándome que 'era un chico con problemas mentales' y que 'me fuera a un manicomio antes de que se hiciera cargo de mí', incluso cuando comencé a correr lejos de él y de la plaza en general. La mochila me daba botes en la espalda conforme mi mente se llenaba de aquel eco tortuoso que siempre se quedaba pendido a mí, como una sanguijuela. No sabía dónde estaba, pero me arrodillé en contra de una pared y cubrí mi rostro con ambas manos, antes de llorar en silencio, temblando fuertemente.
Jamás iba a dejar de ser un hombre, un muchacho con problemas mentales, un joven inadaptado. Jamás me aceptarían, jamás me iban a incluir en un grupo ni me iban a hacer caso. Jamás lograría ser parte de algo. Jamás. El nudo en mi garganta se hacía más grande incluso si mi llanto no paraba de hacerse presente. Jamás pararía de sentirme así. Eran pensamientos que me hacían de todo menos distraerme del mundo, me hacían sentir que mi cuerpo era yo antes que mi mente, antes que mi forma de ser y del cómo me sentía. Me hacían percibir a la gente como una amenaza, como una vanguardia de soldados que están dispuestos a matar si es necesario. Y de nuevo el eco era notado en mi cabeza, llorando, pidiendo a gritos que fuera cumplido.
Mi cuerpo cansado se hacía pequeño, necesitaba cumplir la petición que miles de veces me habían pedido ya las voces de mi cabeza, ésas que todo el mundo tiene pero sólo pocos las quieren admitir. La locura se desparramaba en el pasto vigoroso, húmedo, en forma de lágrimas saladas y mocos. Mi cara se sentía hinchada, mis ojos ardían, quería dormir, mi cabeza parecía ser aplastada por pesas y casas enteras.
Y mi cuerpo me molestaba. Me hacía perder la cordura, la forma, las texturas, la densidad. Mi cuerpo que tanto me costaba mantener no me hacía feliz. Mi cuerpo que tampoco sabía cómo tener para que me gustara. No quería ser una chica, pero tampoco un chico. Así como me sentía yo. Mi cuerpo me molestaba. Quería arrancarme el corazón de un mísero manotazo y dejar que la sangre escurriera por el pasto de la mañana. Necesitaba deshacerme de mis extremidades y los sentimientos acumulados que mi cabeza ocasionaba hasta dejarme en el pasto, sucumbiendo a la muerte. Mi cuerpo me molestaba. No me pertenece ésto, no es mío. No es de mi propiedad. Se lo estoy quitando a alguien. Mi cuerpo no es mío realmente.
—
Perdí las clases de madrugada; llegué en el primer receso con los ojos rojos y los labios hinchados, rojizos. Después de empapar mi cara en agua helada del baño, entré al salón y me senté en la fila de atrás, ya que se habían apropiado de mi puesto cuando todavía no llegaba. No había nadie más en el lugar, así que aproveché los pocos minutos de paz que me quedaban antes de que las clases fueran un tormento. Intenté hacer ejercicios de respiración, pensando en que así podría distraerme: con los ojos cerrados y contando los segundos para calmar el dolor de mi pecho que todavía no mermaba en su totalidad. Ya estaba esperando irme al borde el lago para inhalar el fresco aroma del agua y dejarme llevar por sus profundidades llenas de vida y moho.
Sin embargo, cuando ya había perdido la cuenta de cuántas veces había hecho el ejercicio, algo me interrumpió. Mejor dicho, alguien;
— Ah, aquí estás. — la voz era suave, un poquito rasposa. Me daba una sensación de comodidad por sí sola, aunque igualmente mi cuerpo reaccionó de mala forma ante la misma, tensándose en su sitio. El pecho me dolió de nuevo y mis manos parecieron congelarse, junto a mi respiración. No quise mirar por el miedo. Todavía el recuerdo de la plaza se me hacía muy fresco como para no estar a la defensiva y quebrarme después de un par de oraciones.— Quedé preocupado después de verte correr de la plaza, pero no supe dónde seguirte... eres muy rápido.
La voz se acercaba hasta que un cuerpo se dio a ver frente a mí. Las largas piernas avanzaron, cubiertas con unos jeans gastados y apretados a las mismas, hasta que sus muslos quedaron frente a mi puesto. Luego, se agachó para que pudiéramos vernos cara a cara. Respiré acelerado y con los ojos abiertos de par en par, no sabiendo si escapar de mi propio salón de clases o quedarme y probablemente recibir una paliza por ser Yo. Aunque sus palabras no cruzaran en ningún sentido con aquel discurso de odio que solía recibir.
— Me llamo JiMin. Soy de la clase de al lado, así que debes llamarme hyung. ¿Cómo te llamas? — me fijé en sus labios carnosos, que parecían moverse en una sonrisa pequeña y rosada. Sus ojos eran pequeños y rasgados, elegantes, sonrientes en una amabilidad pristina. El cabello le caía encima de la nariz pequeña y de botón, en un tono chocolate fantasía que se veía aplastado por el beanie rojo que llevaba hasta las orejas. En general, se veía como alguien diferente, tan sólo por su aura, pero no sabía en si confiar o no. No sabía si responderle, ignorarle, quedarme con la mirada petrificada.
— Je... JeongGuk. — susurré con miedo. El chico sonrió ampliamente y su expresión corporal fue diferente a la de cualquier otra persona que hubiera interactuado conmigo en aquel lugar: me invitó a la calma, a sincerarme. Mantuve silencio por unos momentos antes de que las palabras borbotaran de mi boca como el oxígeno que sale desde el fondo de una piscina.— ¿Por qué te preocuparías por... por mí?
— El chico te gritó cosas muy feas, y bueno, simpaticé contigo. — no dejaba de mirarme diferente a como lo hacen los demás. Mis propios ojos se aguaron débilmente, cansados de llorar.— Soy nuevo aquí, pero puedo asegurarte que en otras partes también pueden molestarte por ser diferente. A mí me acosaban por 'ser gay', por ejemplo.
— Huh... — apreté mis labios antes de abrirlos en un suspiro, simpatizando con el muchacho.— ¿Hace cuánto... llegaste?
— La semana pasada. — respondió suavemente. Mientras más y más hablaba, un sentimiento de comodidad me invadía, uno que no me esperaba después de muchísimo tiempo. Quería seguir hablando con él con tal de sentir comodidad... y éso me hizo sentir culpable. Sentir que lo estaba usando para beneficio propio.— No había salido de casa por ayudar con la mudanza hasta ayer, y bueno, puedo entender por qué mis padres querían cambiarse aquí... La naturaleza es especialmente liberadora, ¿no crees?
Asentí vigorosamente, mi corazón sintiéndose cálido por escuchar ésas palabras por parte de alguien más: generalmente las personas buscan acogida en la ciudad, donde hay más gente, más modernidad, más cemento, más oportunidades de vida. En el campo, el bosque, la naturaleza toma parte de ti y tienes que salir a buscarla, sumergirte en las hojas e infinidad de arbustos para dar finalmente con quién eres. Después viene aceptarlo o denegarlo, pero éso es otra historia.
— ¿Desde hace cuánto vives aquí, JeongGuk ah?
— Desde que tengo memoria.
— Entonces... ¿conoces el lago?
Tragué saliva:— V-voy ahí t-todos... todos los días.
— ¡Genial! Es que quiero conocerlo... — entonces, alzando sus cejas delgadas tras las hebras de su cabello, y haciendo un puchero que volcó mi corazón como un conejo salta de emoción, me preguntó con una voz muy pequeñita, como si le estuviera hablando a sus padres para pedirles un favor.— ¿Puedes llevarme? Porfis porfis...
Miré la mochila deshecha sobre mi mesa, vacía, con la cabeza dando vueltas. Podría hacerme cualquier cosa, no quería confiar de buenas a primeras con el chico. No quería caer en una trampa, aunque tampoco me importaba mucho morir. Prefería hacerlo. Aunque JiMin lucía como lo hace un ángel guardián al son de un clavecín. Parecía incapaz de hacer algo aunque usara botines negros, jeans rasgados y una chaqueta de cuerina. Su mirada declaraba que se trataba de una persona de buenas intenciones, y quería confiar en ésa impresión que él me daba, sin titubear.
Necesitaba confiar en alguien nuevo.
— Está bien. — murmuré, sacando una sonrisa amplia de sus labios carnosos. Yo también sonreí, sintiendo confianza y él pegándome su energía positiva. Sentí que realmente se preocupaba de mí, que su sonrisa era sincera, que no me estaba mintiendo. No podía hacerlo. Era algo repentino, pero debía confiar en él. En el peor de los casos, podría salir corriendo de la escena, pero algo en él me hacía pensar que no sería así.
Cuando la campana sonó, y él se retiró a su salón, recordé que minutos antes tenía un dolor en el pecho, uno que se había calmado de la misma forma que la naturaleza lograba hacerlo. Me sonrojé furiosamente y saqué el único cuaderno de mi mochila junto con un lápiz de tinta negro.
Me distraje de las clases del día con dibujos de sus labios y ojos.
—
A las tres y media de aquel día, saliendo del salón de clases, sentí que mi camisa era tirada con fuerza hacia la calle. Era suficiente como para hacerme avanzar y resistirme al mismo tiempo, pero en aquel momento mi cabeza sólo detectó una agresividad que no venía al caso. Mis ojos temblaban cuando miré el beanie rojo hundido en la cabeza de JiMin, cuando tomé su mano suavemente y le pedí en voz baja que me soltara. Se detuvo. Estábamos a mitad de las escaleras, obstruyendo el paso y llamando el atención de nuestros compañeros que salían con prisa hacia sus casas, hacia algún lugar genial para fumar o beber y gastar las pocas monedas que tenían.
El chico me miró y soltó mi camisa. No solté su mano.
— ¿Estás bien? Perdón, suelo emocionarme mucho...
— S-sí.
— ¿Quieres dejarlo para otro día? Pensé que estaría guay distraernos un poco en el lago, sobre todo tú...
Solté su mano, pero él la tomó de nuevo. Mi corazón ronroneó con una simpatía única cuando me guió de nuevo y ahora hacia otro lado, tal vez más calmado. En mi cabeza, todo estaba mal y debía salir corriendo, ahora, no podía permitir que siguieran jugando con mi mente. Pero me obligaba a confiar, a seguir sus pasos y a detenerme cuando las voces de nuestros compañeros parecían más lejanas y los árboles cercanos nos silbaron junto a los gorriones y las bellas hojas que caían sin querer detrás de ellos.
No dejaba de mirarme, parecía apresurado y mordía su lengua con las cejas alzadas. Su mochila colgaba como un trapo desde su hombro derecho, decorada con pañuelos sucios y viejos de la bandera bisexual, uno de un grupo de scout y miles de chapitas y pines diminutos. Parecía ansioso, apresurado por hacer las cosas, movía sus botines y las enormes suelas de los mismos hacían un ruido que en cualquier otro momento me hubiera causado miedo. Ahora estaba pasmado, sin saber qué hacer ni sentir.
Dejó ir mi mano y puso las suyas en los bolsillos de su chaqueta, mirando el suelo y pateando una piedrecilla al costado de la vereda. No había muchas casas cerca de nosotros, seguía siendo una zona central del pueblo, pero el silencio de la tarde de semana era temeroso. A lo lejos se sentía el pasar de los autos por la carretera que jamás quisieron conectar de forma directa a nuestra localidad. Todo era tranquilo menos mi corazón y cabeza, que seguían luchando dentro de mí. JiMin alzó su mirada a la mía.
— Perdón si estoy apresurando las cosas... sobre todo contigo, que debes sentirte un tanto amenazado por mi ansiedad. — apretó sus labios y luego miró a su lado.— Es sólo que también me siento solo. No he tenido amigos en mucho tiempo y... quisiera... quisiera...
Miró el suelo. Mi mano fue a su hombro, sobre la chaqueta de cuerina, y de nuevo nuestras miradas se cruzaron, como si nos entendiéramos de toda la vida. Como si hubiera una unión más allá de habernos conocido aquella mañana. Por primera vez en años mis ojos brillaron en confianza: lo sentía en la forma en que mis brazos hormigueaban cómodos y en que mi mente dejó de ser tan consciente de su existencia.
— Te entiendo. — hablé con seguridad, pero bajito. Mi cabeza estaba cansada de todo, pero otra vez la necesidad de otorgarle mi confianza pareció insistirme, un tanto molesta y tan ansiosa como el chico del beanie rojo.— También me siento s...
Mis ojos se llenaron de lágrimas, ésta vez más gruesas. No dejé de observarle y de establecer aquel lazo de confianza a través de nuestros irises. Yo sabía que él también lo sentía. Sabía que su prisa no era por nada, que se vio a través de mí, así como yo me vi a través de él. Éramos y somos dos seres distintos que necesitaban encontrarse en algún momento.
— También me siento sole.
Otra vez mis lágrimas cayeron por mis mejillas, pero las suaves manos de JiMin fueron a mi rostro y las limpiaron. Cerré los ojos. Esperé alguna sorpresa, pero sólo encontré la comodidad de conocer mejor a la persona frente a mí. Era extraño, tan extraño hablar de mí misme con los pronombres que sentía correctos, que sentía más yo, y no recibir críticas de los demás. Era extraño llorar y que alguien me diera consuelo con sus manos, su respiración, su sonrisa. Porque al abrir los ojos y limpiarme un poco los lagrimales, él me sonreía de oreja a oreja.
— Espero que no te sientas sole conmigo, JeongGuk ah. ¿Prefieres ir a por un café hoy?
Asentí. Tomó mi mano para de nuevo guiarme hacia una calle conocida y llena de arbustos, y disfruté de la simpleza de su alma, que parecía estar conmigo. Entendí que la realidad no es lo que vemos, si no que lo que se siente, y es tan diferente de cuerpo en cuerpo que en tan aterrador como emocionante. Entendí que realmente me estaba invitando un café sin esperar nada a cambio, que al entrar a la cafetería del pueblo él me acompañaría y no soltaría mi presencia, así como yo no soltaría la suya.
Fue extraño. Ver a NamJoon hablar con JiMin y mirarme de reojo tras sus gafas. Me sentí pequeñe bajo su presencia, incluso después de que el chico de botines me hiciera sentar en una de las pocas sillas altas en contra de la ventana, de espaldas al apuesto cajero. Suspiré aproblemade ante la sensación, pero JiMin se sentó a mi lado y me pasó tres servilletas, haciendo danzar una cuarta sobre mi rostro acartonado con cuidado. Limpié mi nariz y luego agradecí en voz baja, con cierta vergüenza.
— No te preocupes. ¿Te sientes un poco mejor? ¿Más liviane? Ah, éso está bien. Te pedí una infusión de melisa y hierba de San Juan, te va a calmar.
Sonreí temerose pero con honestidad, y le agradecí todo lo que pude sin cansarme. Los pedidos llegaron rápido, un brownie caliente con helado de vainilla encima, sobre un plato de madera reutilizable, y en una taza de vidrio una infusión de color tierra y verde que fue puesta delante mío y sobre la barra de madera. JiMin agradeció en voz alta mientras que yo permanecía en silencio, mirando a mi taza, y la voz de NamJoon parecía condenarme a alguna desgracia que no comprendía. Lamí mis labios y esperé a que el joven se alejara para poder alzar mi cabeza sin miedo.
JiMin sonrió de lado.
— ¿Te gusta?
Mi cara se azoró ferviente y llevé ambas manos al mismo con más vergüenza que antes. JiMin simplemente rió, luego desordenando mi cabello con confianza. También reí, detrás de mis manos, escuchando que ahora el chico delante mío era el que se disculpaba.
Sin quererlo, sus disculpas se transformaron en una plática sobre sus amoríos, y aquello en la manera en que se había descubierto y que después su familia lo atormentó. Le conté sobre mi madre, que iba siempre en contra de mi padre y sus estereotipos. Me preguntó qué era lo que, según mi padre, me delataba, y respondí que tenía una atracción hacia el arte y la jardinería. Sus ojos se iluminaron, y reí al verlo tan emocionado con cada cosa que le contaba sobre mis flores y plantas adoradas. Él me confesó que le gustaba cantar, pero que debido a su obsesión por el tabaco lo había dejado, y ya habían sido cuatro años desde aquel incidente.
Camino a nuestras casas, que quedaban hacia la misma zona, hablamos sobre nuestras creencias: él hablaba sobre la fe en uno mismo, y yo sobre la Luna y las estrellas. Nos despedimos con la mano y no dejamos de mirarnos hasta que él dobló por una esquina que daba a un barrio adinerado, y yo seguí mi camino al exterior del pueblo, donde mi casa me esperaba.
Me sentía especialmente feliz, después de mucho tiempo, al abrir la puerta de mi casa y decirle a mi madre que había hecho un amigo. No le conté sobre el incidente de la mañana, sabiendo que de alguna forma u otra lo sabría, y teniendo vergüenza sobre el mismo. Después de subir las escaleras, me adentré en mi pieza y dejé la mochila al lado de la puerta, cerrándola suavemente y sintiendo mi corazón latir rápido. Me senté en el borde de la cama. Inhalé y exhalé al ritmo imaginario de alguna de las tantas canciones de FINNEAS, hasta calmarme por completo, mirando la ventana a la vez que me echaba en mi cama.
Sonreí. Pronto tendría que echarle agua a mis plantas.
—
Mis manos acariciaban el tronco de un árbol mohoso, luego otro, y otro más. Mis dedos brillantes caían sobre la sensación más bella de sentirme en casa, como un diamante durmiendo en su cueva. Las hojas bajo mis pies parecían quebrarse, resecas y muertas, mientras que las de los árboles a mi alrededor se mostraban verdes y vigorosas. Iba desnude por la intemperie, brillando en azul, en índigo, en cielo, bajo la tutela de la arboleda. Pájaros gorgojeaban a mi alrededor conforme me abría paso, buscando algo.
Alguien.
De repente, a mi izquierda, sentí que estaba ahí. La miré, aquella figura, que también brillaba desnuda pero en amarillo, naranja, oro. No veía su rostro, al igual que no podía ver el mío, pero sentí una protección y alegría profundas. Crucé en calma los árboles y hojas, evadiendo a la fauna que correteaba entre nuestros pies, y la figura también caminó hacia mí.
Hasta abrazarnos. Hasta hundirnos en nuestra propia piel brillante y ser un solo ente, que invadió nuestros corazones rotos hasta sanarlos. La figura amarilla tomó mi rostro entre sus dos manos y sus mejillas se levantaron, cálidas como dos soles. El verde del bosque pareció ser más fuerte, y diversos animales cantaban a la aurora de una nueva empresa. Mi corazón latía rápido, y la figura amarilla me decía 'mi bebé preciose, por fin estamos en compañía, por fin. Por fin nos alcanzamos, te extrañé tanto, mi Luna, mi hermose'. Besó mi rostro mientras que mis manos acariciaban su cabello brillante, mis manos entrelazando las hebras de su gran corona de flores, igual a la que yo llevaba en el cuello.
Cuando fijé mi vista en el rostro de la figura, vi la sonrisa de JiMin.
'JeongGuk ah, por fin nos vemos de nuevo.'
Desperté con la Luna acariciando mis mejillas. Vestide en mi pijama (una camisa y calzoncillos), me senté lentamente entre las almohadas de mi cama y suspiré, recobrando la compostura. Mi rostro estaba cálido, al igual que mis hombros y manos, mientras que mi cabeza daba tumbos con fuerza e intentaba recordar todo lo que había soñado. ¡Qué frustrante! Había pasado muchísimo tiempo desde el último sueño reconfortante, y justo se acababa en el mejor momento... Cubrí mi rostro con mis manos, lo sentí tan rojizo como a una taza de café en invierno.
¿Por qué descubrir que aquella figura con luz de Sol era JiMin me hacía sentir tan bien? ¿Por qué sería el mejor momento del sueño? Sólo habían pasado unas cuántas horas desde que nos habíamos conocido, una infusión de hierbas y conversaciones que parecían no tener fin. Me descubrí pensando en tomar su mano de nuevo, ésta vez entrelazando nuestros dedos. Sólo para saber cómo se sentía.
Cómo se supone que podría existir, con el pecho a punto de reventar en un sentimiento que no fuera el pánico. Uno agradable, del que quería llenarme por completo.
Me acosté de nuevo, y miré mi techo liso y blanco. Según el teléfono móvil eran las tres de la mañana con cincuenta y cinco. Según mi cabeza, eran las seis de la tarde. Lamí mis labios y me arrastré hacia el suelo de mi habitación con ligereza, logrando no hacer ningún ruido, para sentarme y deshacerme de mi ropa hasta quedar completamente desnude a la luz de la Luna. Me vi al espejo, todo mi cuerpo lloraba por ser aceptado, en su suavidad, en sus formas que no quería en mí, en las manos con dedos largos y la mandíbula marcada. En la infinidad de lunares que mis piernas tenían, en la manera en que mis manos se posaban sobre mi cabeza, yo mirándolas y sintiendo a mi alma fluir en ellas.
En cada uno de mis dedos, en mis labios, en mis pestañas, en las fibras de mis músculos, espalda, tobillos, pecho, hombros, uno por uno. Haciéndome sentir yo a pesar de que quisiera ser diferente. Mis brazos se extendieron como lo hace un ave al emprender vuelo, me moví como una gota de agua flotando solitaria en el viento de primavera. Renacer. Antes del verano se renace. En el silencio de la Nada, aparece el Todo. Besé mi ánima, mi animus, con los ojos hechos cascadas de plata y turquesa, luego creando una crisálida con mi propio cuerpo, en posición fetal sobre la alfombra vieja y delgada en el centro de mi habitación.
Yo era yo. No podía ser nadie más, porque nací en mí misme. Sólo tenía que hacer cambios para aceptarme, pero cambios positivos. Cambios. Necesitaba salir de mi persona para renacer en la primavera de mi corazón, pero no entendía cómo. Vomitaba flores y respiraba agua cristalina antes de ponerme de pie y estirarme como lo hace un bailarín de ballet. Sentía cada parte de mí formando parte de la decisión, de la existencia de mi alma. Lloraba en silencio, botaba, emanaba todo lo que tenía en mi interior, hasta sentir que todo estaba cansado en mí, y decidí acostarme desnude en la cama, cubierte hasta la cabeza.
El reloj marcó las cinco de la mañana cuando recobré el sueño.
—
Jamás pensé que haría algo parecido, pero ahora yo era le que tiraba de la mano a JiMin y corría con emoción hacia el lago. JiMin reía detrás de mí, mientras que las hojas secas de la calle se quebraban con cada paso fuerte que dábamos. Los árboles se desnudaban poco a poco, el verano ya no estaba en su apogeo y el vientecillo helado que corría por nuestros cuerpos era algo potente para mi mejor amigo. Yo, sin embargo, estaba acostumbrade a las temperaturas heladas de la época, y me deleitaba sobre todo estando cerca del lago, donde todo parecía fresco y renovado.
Unos meses habían pasado desde que JiMin me había invitado a un café, desde que pospusimos la visita al lago. Hoy se cumplía la petición, con una alegría de mi parte que antes no habría visto en mí mismo. JiMin lograba sacarme de mi cascarón con sus palabras y ánimo, con sus suéteres grandes y las chaquetas de cuero falso. Tenía una energía cálida que no sólo me encandilaba a mí, si no que a muchos de nuestros compañeros y compañeras. Cuando sonreía, ponía a medio mundo a sus pies, y cuando hablaba, la otra mitad del mundo se desmayaba de alegría. Pero no la misma que yo sentía.
La gente ya no me molestaba tanto como antes, pero tanto JiMin como yo éramos blanco de algunos imbéciles que se metían con toda persona que pudieran. Yo solía ignorar, que era mi táctica de siempre, y JiMin por lo general era el que se metía en problemas. Me defendía, se defendía, y al final no pasaba mucho más allá de un par de palabras hirientes y golpes en los hombros. Últimamente yo también nos defendía, con un poquito de confianza que después me llevaba a llorar por culpabilidad.
Ya estábamos lejos del pueblo, se podía escuchar el arroyo que llegaba taciturno hacia el lago a unos pasos de distancia. Algunos mosquitos y luciérnagas nos saludaron y el pasto húmedo nos hizo cosquillas e hizo de nuestra piel un canvas manchado de rojo y rosa fuerte. JiMin temblaba de emoción detrás mío, sin soltar mi mano jamás, y lo sentía sonreír con fuerza. Con tanta fuerza que me contagiaba la sonrisa a mí y me causaba un sonrojo leve.
— Aquí está. — hablé bajito como siempre, aunque con una seguridad más construida. Dos pasos más adelante el pequeño muelle estaba bajo nuestros pies y crujía. Solté la mano de mi amigo y fui rápidamente a sentarme en el borde del muelle, emocionade como siempre que iba a aquel sitio. Mis piernas se balancearon por sobre el agua y dejé la mochila a un lado, sintiendo cómo al otro JiMin se sentaba y dejaba la suya sobre sus piernas, firme en sus pequeñas manitos. Una libélula pasó a tomar agua rápidamente a unos metros de nosotros, y el lago tembló levemente bajo sus patitas diminutas.— ¿Decepcionante?
— Todo lo contrario. — lo miré, no dejaba de sonreír. Aquel día llevaba puesto unos pantalones de tela escocesa roja y una camisa negra genérica. Los botines que llevaba puestos eran especialmente grandes, y parecían resbalarse de sus pies. Tenía miedo de que se cayeran al agua, pero JiMin no prestaba atención a éso. Prefería mirar las copas de los árboles delante de él, inhalar el fresco aire de la naturaleza. Desvié mi atención al agua, admirando a los peces agitarse por nuestra presencia en el fondo del agua cristalina. El moho se instalaba en el borde de la madera del muelle, pero parecía ajeno a la pureza del paisaje.— Me hace sentir en calma, como nunca antes. Es como volver a mi origen, perdón si sueno esotérico.
— Le dices éso a la persona que cree en la Luna y en pedirle deseos a las estrellas mientras te lee una carta astral.
— De un personaje de Overwatch. — completó riendo JiMin.
— Sí, de un personaje de Overwatch. — asentí con una sonrisa amplia. Me conocía muy bien, tanto como yo lo conocía a él. Hablando de ello, mi cabeza regresó a un problema que me nos había ocasionado tensión unas semanas antes. Miré de nuevo su perfil y llamé su atención con un silbido de una sola nota, entre mis dientes y lengua.— No traes tu tabaco, ¿cierto?
— No. — respondió rápido. Alcé las cejas y compartimos palabras a través de los ojos. Él parecía ser sincero y desesperado, una mezcla que no sabía cómo interpretar la verdad, y para probarme que decía la verdad, me entregó la mochila. Me reí fuerte y claro, dejando la mochila de lado y desordenando su cabello, una costumbre que habíamos adquirido el uno de le otre.— Me cuesta dejarlo, pero quiero... Quiero volver a cantar.
— Está bien, chico, está bien.
— Perdón.
— No es a mí a quien debes pedirle perdón.
Silencio. Apoyó su cabeza en mi hombro y estiró sus brazos hacia adelante, como queriendo alcanzar las hojas que besaban el Sol todos los días. Estiró también sus piernas, unos cuantos peces nadaron lejos, atemorizados por el repentino movimiento al cual no estaban acostumbrados. Murmuró algo para sí mismo y luego me abrazó. Así sin más. Como agradeciéndome por ser así con él, por más que luego me reclamara entre bromas y risas que tal vez debería disfrutar de otra forma.
— Tengo ganas de fumar, JeongGukkie. — sentí su puchero en mi torso, cosa que me enterneció. Llevé una mano a su cabello, el cual desordené de nuevo sin pensarlo.
— No lo hagas. Después no podrás cantar con ésa voz suave y risueña que tienes.
Callé. Mi rostro se tornó rojo en un segundo, de nuevo, dejándome sin palabras y sólo nervios de haber dicho éso. JiMin simplemente rió con ésa adolescencia suya y pareció ronronear como un gato contra mi cuerpo, abrazándome más fuerte que antes. Era algo habitual en nosotres, el yo llenarlo de halagos y él apegarse a mí con cariño de vuelta. No me lograba acostumbrar, pero era motivo de una parte de mi felicidad. El hacerlo feliz a él.
—¿En serio crees que mi voz es suave y risueña? — susurró con una ternura que me dejó la piel de gallina. Inhalé aire en silencio y murmuré un 'sí' que pareció unirse al soplo del viento. Mis ojos fueron a los de JiMin, descubriendo una fuente de deseo inmortal. Sintiendo que aquella era la misma sonrisa de la figura amarilla de mi sueño. Los dos soles eran sus mejillas, y cada peca formaba parte de una constelación única.
Mi otra mano fue a su mejilla, tocándola con adoración y dejándome llevar una vez más por la belleza que poseía. Usualmente hacía éso cuando me sentía cómode conmigo misme, cosa que JiMin notaba y aprovechaba al máximo para hacer crecer ésa seguridad tan singular y poderosa en mí. Cada marca suya me aceleraba un poquito el corazón, veía a través de su piel, de su crisálida, una bella mariposa que viviría miles de años si se lo proponía. Podía sentir la electricidad correr por mi sistema y cruzarse con la del chico abrazado a mí, mordí parte de mi labio inferior con repentinos nervios porque no entendía el significado de la situación.
Pero la disfrutaba lo máximo posible. De éso no cabía duda alguna.
— Me encanta el lago. — murmuró sin dejar de pender sus orbes de obsidiana pura hacia mis simples ojos de tierra. Su mano fue hacia mi flequillo y lo levantó hasta dejar al descubierto mi frente. Ahora él se sonrojaba, pero sin perder la compostura como yo lo hacía. Solamente un poquito.— La vista es preciosa.
— P-pero no estás viendo e-el lago...
— Lo veo en el reflejo de tus ojos.
Me sentí pequeñe a pesar de que él era más bajo y delgado que yo, pero era una sensación agradable en la que me reconfortaba su cercanía. Lo abracé de vuelta y nuestras caras quedaron a centímetros de distancia, a lo que quise disculparme. Sin embargo, no pude apartarme de la posición, y JiMin tampoco lo hizo. Siguió con su mano en mi rostro, apartando del mismo mi cabello, y sus ojos parecieron reír de alegría incluso si no sonreía ya, o si su respiración acelerada no indicase felicidad.
— ¿No te sientes incómode? — preguntó con un susurro de hojas. Recordé la noche en que tuve aquel sueño, y después del mismo, bailé a la luz de la Luna. Lo sentí igual de liberador. Negué con la cabeza, sonriendo, y él pareció seguirme la vibra.— ¿... Quieres?
Le respondí acercándome lo suficiente como para acariciar sus labios con los míos. Él abrió la boca y me dejó besarle, aunque no sabía muy bien qué hacer y temblé, moviéndome para tomarle mejor de la cintura con tal de que no se cayera al lago. Soltó una risita murmurada entre sus pétalos de flor y me guió paciente, yo cerrando los ojos para dejarme llevar en la sensación así como él lo estaba haciendo. Me acercó más a él, y cuando el aire se tornó pesado y no podíamos respirar, se separó de mí y susurró 'mi bebé preciose, mi hermose'. No pude decir nada porque lloré y la alegría hizo cascadas en mis mejillas rojizas, me hizo temblar de pies a cabeza.
Volvimos a mi casa tomándonos de las manos, subiendo a mi habitación para regar las plantas y escuchar música mientras hablábamos de filósofos que nos caían mal y dogmas estúpidos que a veces nos veíamos cumpliendo de forma involuntaria. Se fue a su casa por la ventana y me besó de nuevo antes de saltar a la fuerte rama del árbol y bajar rápido como una gacela. Caminó sin mirar hacia atrás, como siempre, esperando no llamar el atención de los pocos pero chismosos vecinos de las cercanías.
—
Cada vez me dejaba llevar más por mis propias palabras y decisiones, conforme pasaba el tiempo. Era más yo, corría con JiMin y hacía ejercicio cuando podía, manteniendo mi cuerpo y disfrutando de la adrenalina como ahora una fuente de energía y no como la base de mi día a día. Me sentaba en la cafetería a hablar con JiMin de hierbas, de chocolate, de veganismo, de sexualidad, y él me tomaba de la mano al escucharme hablar con emoción de mis intereses. A veces, se nos ocurría leer el mismo libro y comentarlo. NamJoon ya no era tan recurrente en mis pensamientos y, en cambio, otros temas rondaban por mi cabeza.
Un infame ejemplo era el cómo diablos disfrutar de mi propio cuerpo. Con frecuencia me veía a mí misme atrapade en un cuerpo masculino, pero luego me di cuenta de que era una espada de doble filo, y simplemente tenía que darle la vuelta al asunto: yo no era quien lo hacía masculino, es la sociedad en la que vivimos. Mi cuerpo no es de hombre porque no soy hombre, y ya está. Me tardó comprenderlo, tanto que de pasar a inicios de otoño de repente estábamos a mitades de invierno, y enero nos tapizaba de nieve blanquecina hasta las rodillas. Comencé a visitar páginas de Tumblr y posts de Twitter donde la gente se agrupaba a conversar sobre la comunidad LGBT+, y descubrí que no era le únique que se sentía así. Descubrí que había gente que quería cambiar su cuerpo, que había apoyo tanto para las personas trans como no binarie, que siempre habría odio pero lo más importante era el amor propio.
La aceptación.
Un tema que se quedó muy grabado en mí desde el inicio, porque parecía muy importante desde que conocí a JiMin. Yo pensaba que estaba haciendo un buen trabajo hacia aceptarme y amarme, pero sus palabras suaves y su guía me hicieron dar cuenta de que el deseo de ser como los demás e ignorar quién era yo realmente... era un exceso de ansiedad y estrés por el que nadie debería pasar jamás. Recuerdo un día en el que, con vergüenza, le hablé de que sentía mi pene no ser parte de mí, pero tampoco querría no tenerlo.
Me acuerdo de haber cubierto mi rostro y que él, con la comprensión que realmente no creía merecer, abrazó mi figura y me preguntó si quisiera cambiar realmente mi cuerpo. Fue una pregunta que me pasmó y que no pude contestar por la simple razón de que no sabía. Odiaba mi cuerpo, pero ¿cambiar una parte del mismo? Me hacía temblar de miedo, de no saber qué hacer si no me gustaba al final, y ninguna parte de mí me lo pedía a gritos.
Se disculpó porque no sabía si la pregunta me había incomodado, porque no sabía si era correcto preguntar una cosa tan personal, y yo negué con la cabeza.
— Ni yo misme sé lo que quiero... Se siente bien que me ayudes. Se siente bien saber que puedo confiar en ti.
— Eres una ternura, ¿lo sabías? — me respondió con ésa voz ronroneante que me ponía nerviose, pero que no dudé en disfrutar. Su mano fue a mi rostro, y como de costumbre, acarició el mismo. La nieve comenzó a caer silenciosa en el exterior, la sombra de la misma se vio reflejada al lado de mi cama. Hacía frío, pero arropados en las tres mantas, latíamos en la calidez de la comodidad.
— Hah, no más que tú. Baboso. — contraataqué sin razón alguna, a lo que reímos en la seguridad de nuestro cuarto. Fue una tarde sin apuros, en la que luego él se fue lo más lejano a la nieve posible para no levantar sospechas. En la que me besó de nuevo, y me hizo sentir cómode con mi cuerpo.
Ésa noche de nuevo le bailé a la Luna, sintiéndome cada vez más yo, cada vez más complete, más íntegre y real. Como una gota unida a otra más en una lluvia torrencial. La nieve ya no caía, pero el frío me calaba los huesos en el silencio de mi soledad, de tener apagado el computador y las luces de guirnaldas que querían simular ser las estrellas de afuera. Miraba mi cuerpo en el espejo, mi torso, pene, omóplatos, piernas, manos. Las sentía. Lo sentía todo y aún me aceleraba el corazón el pensar que éso era yo. Que estaba en éste cuerpo. Que me estaba creyendo todo lo que decía la sociedad sobre el mismo.
Besé mi alma de nuevo, que palidecía y recobraba color al ver ciertas partes de mí ser reflejadas en el espejo. Me acerqué a ver mi rostro, cansado y expectante, a ver mis músculos y la manera en que mis lágrimas parecían tener un camino establecido por el cual abrirse paso. Pude oler mi cabello, que tenía el aroma de la menta y el tomillo que estaba dejando crecer en el balconcillo inútil de mi ventana. Pude ver la cicatriz que había obtenido por pelear con mi hermano, en mi mejilla, marcándola de alguna forma.
Los brazos se alzaron de nuevo, mi baile en silencio seguía el ritmo de mi corazón y de los besos de JiMin. Sentí cómo mi ánima y animus se unían y se reconciliaban de una vez, no jugueteaban con tonterías y se dedicaban a escribir las poesías de perdón que tanto tiempo llevaba esperando. La mano del espejo y la mía se tocaron, mis lágrimas fluían con claridad hasta caer sobre el interior de mi muslo. Una mitad de mi rostro en la sombra, la otra mitad en una débil luz de arrepentimiento. Lloré, lloré en silencio, dando vueltas y estirándome, sintiéndome Ser, adorando el Ego que afloraba con decisión poco a poco y que tanto necesitaba.
De mi pecho, mis manos emergieron estiradas hacia la Luna, ojos cerrados y mente abierta. Mis piercings tintinearon con los movimientos de mi cuerpo, como siempre, pero se sintieron como campanas al abrir los ojos y darme cuenta de que me estaba enamorando en serio. De que alcanzar la Luna y viajar de la mano con él era posible, mis dedos acariciaban la dulzura de las rocas y cráteres a miles de kilómetros de distancia. Recorrí mi cuerpo con las yemas de mis dedos, llorando, porque era parte de mí. Las costillas, el borde de mis axilas. Los huesos de mis caderas, la cintura pequeña y los muslos gruesos.
Todo era parte de mí. Pero no era yo. Sólo conformaba una parte de mí. Pero no era yo. Era, en cambio, algo de lo que me definía. Pero no en totalidad. El físico me lo imponía yo. Ya no era un cuerpo de hombre. Era un cuerpo de une no binarie. Mi cuerpo. Mío. De nadie más. Lo entregaría a las estrellas y a mi alma una y otra vez, a mi existencia, a los Campos Elíseos de la más bella fantasía, pero era mi cuerpo y yo sabría cómo amarlo. Sabría cómo apreciarlo. Lloraba y lloraba, estirándome, saliendo de mi crisálida y agitando mis brazos como una mariposa emprende el vuelo al final de su metamorfosis. La manzana no estaba pendida a mi espalda, yo comía de la manzana para darme fuerzas y continuar volando hasta llegar de la mano con JiMin a la Luna.
—
— Hijo. — la voz de mi padre fue lo primero que escuché en la mesa durante el desayuno. Me sobresalté en mi sitio y mi hermano me miró con una expresión dura y extrañada, pero no le tomé mayor importancia. Lo que estaba pasando era que mi padre me hablaba en el desayuno. Y sonaba cansado en vez de rabioso. Analicé la figura de mi padre al otro lado de la mesa, grande, joven, un tanto desaliñada. Tragué saliva y asentí para indicarle que le estaba prestando atención.— Quisiera, eh, pedirte perdón.
En la cocina, mi madre dejó caer al lavaplatos una cuchara metálica. Sonó estruendoso, sorprendente, pero no tanto como las palabras mismas de mi padre. Mi hermano lo miró con la boca entreabierta. Estaba confundide, porque realmente aquel no era mi padre. ¿O sí? No lo sabía, jamás lo había tenido cerca en toda mi vida porque, precisamente, siempre me vio diferente al resto de los niños. Me veía como un fenómeno y no quería relacionarse conmigo realmente. Entonces, que de un día a otro me estuviera pidiendo perdón era extraño, por decir lo menos.
— Estuve pensando durante un tiempo...
Ah, no era tan repentino.
— ... especialmente desde que te comenzaste a juntar con el hijo de los Park.
Bueno, JiMin me distraía muchísimo de mi padre, que me trataba un poco mal, pero menos de lo usual, ahora que comenzaba a recordar. Arrugué mi ceño y me permití dejar la taza de infusión de frutos rojos sobre la mesa. Mi hermano me miró con la misma expresión de antes, pero ahora mi madre entraba al lugar con su desayuno (pan y huevos revueltos) y éso lo obligó a no hacer alguna mueca.
— Su familia... Bueno, tú sabrás, eres su amigo. Su familia no lo acepta y la primera vez que lo escuché se me hizo muy triste, hasta que... me di cuenta de que yo... tampoco he sido comprensivo contigo. — me miraba a los ojos. Después de mucho tiempo de haberle mirado agitado y sin una ocasión como la de aquel desayuno, me resultó extraño ver las arrugas ligeras en su rostro y el cabello un tanto gris peinado para dejar al descubierto su frente. A pesar de ser joven, se notaba que el estrés lo consumía.— Y no sé cómo hacerlo- hacerlo bien. Sabes... Ninguno de los dos ha sido el mejor en nuestra relación, pero es mi culpa...
Llevó una mano a su rostro y pasó un par de dedos sobre sus ojos. Los llevaba acuosos. Mi madre tomó su mano libre con una moción llena de dulzura, comprensión y confusión.
— MinKi...
— Es mi culpa porque... yo soy quién debió cuidarte. Y darte seguridad. Yo... yo no te di seguridad... Te di tormento. — mi padre lloraba igual que yo, silenciosamente y hablando entremedio. La mano de mi madre afianzó su sitio sobre la de su marido, las uñas fucsia hundiéndose en el mantel de la mesa barnizada. Unos rayos de Sol se colaron por la ventana del salón principal.— Debí ser comprensivo antes... Antes. Mucho antes. Debí aprender de ti, porque ahora no entiendo quién eres. ¡No lo entiendo! Pero quiero saberlo... Quiero que seas de nuevo mi hijo...
Otras lágrimas más cayeron sobre el café cargado de mi padre. JeongHyun miró a mi madre con la boca entreabierta, luego a mi padre. A mí, confuso. Yo también miré a mi familia, sintiendo que algo más calzaba dentro de mí. Dentro de lo que conformaba mi Yo y mi existencia. Mi padre sorbió su nariz con una servilleta y luego me miró a los ojos pidiendo disculpas. Quería recuperar la compostura y se notaba por la expresión de seriedad que quería retomar, pero sus ojos cristalinos le traicionaban.
— Sé que no podemos comenzar desde el principio, pero... permíteme...
Tragué saliva y asentí con una sonrisa insegura. Él suspiro y también sonrió, pero con la cara deformada en un llanto de emoción. Mi madre le abrazó y acarició su espalda, susurrando 'déjalo salir, MinKi' con una voz relajante. El silencio era cortado tan sólo por su llanto entrecortado, por las miradas que nos dábamos mi hermano y yo. Inhalé aire con el pecho apesadumbrado y me permití ir al lado de mi padre. Tan sólo le di dos palmadas en el hombro y un 'gracias' que hizo derretir el aura del comedor de una manera exquisitamente reconfortante. Tomé la mochila que estaba en el suelo, al lado de la puerta, y salí de casa completamente confundide.
Al llegar al colegio, JiMin me esperaba en la puerta de entrada. Tomó mi mano con una sonrisa y me hizo desviar el paso hacia las calles de atrás. Era relativamente temprano, no me hablaba ni respondía mis preguntas, y éso me ponía nerviose... al punto de sudar y temblar ligeramente. No nos detuvimos en nuestra travesía hasta que llegamos a los lindes del bosque.
Dos abetos imponentes nos saludaban. Conocía aquellos árboles, eran parte de mi infancia y los podría describir con los ojos cerrados incluso si no iba al lugar desde hacía dos años o algo así. Un repentino sentimiento de nostalgia me invadió e hizo que mis pulmones se hincharan de aire puro, sorprendidos de hacerse presentes.
— Ji... JiMin, ¿qué hacemos aquí? — pregunté, y ésta vez sí me hizo caso. Me hizo avanzar hasta que nuestros hombros chocaron y miró mi rostro con la sonrisa angelical de siempre. Incluso sus ojos brillaban, saludó bajito y apretó mi mano con un guiño que me hizo desviar la mirada con una risita tímida. Su hombro empujó el mío un poco, y señaló las ramas de los abetos.
Se entrelazaban, hasta confundirse las unas con las otras. Desde aquel ángulo se podía ver claramente para cualquiera que se dignara a prestar atención, pero joder que nadie le presta atención a los árboles cuando se vive rodeado de los mismos todos los días de la vida. El chico a mi lado se notaba claramente emocionado, sobre todo cuando tragué aire con un 'oh' de sorpresa al ver un panal de abejas ahí, colgado entre las miles de ramas que unían a ambos abetos. El viento de siempre nos desordenó el cabello, hizo que el abrigo de JiMin pareciera una bandera cubriendo su cuerpo.
— Somos como árboles. — me susurró en un tono especial que sólo usaba conmigo. Las campanas del colegio sonaron fuertes cuando lo miré de nuevo, me hicieron pensar que realmente éste chico era mi alma gemela. Mi otra mitad.— Nos cuesta cambiarnos de sitio, tenemos nuestras raíces en un lugar. Pero siempre habrá apoyo en otros lugares, y habrá gente que celebre con ellos la felicidad. Somos como árboles porque nuestra vida quiere ser vigorosa, y depende de nosotros y nuestra agua el poder controlar esa alegría que nos conmueve y nos hace humanos. Más allá del cascarón que nos cubre.
Nos cuesta cambiar porque tenemos la costumbre de ser lo que quieren que seamos. Pero el alma siempre está ahí, y es lo que dicta nuestra verdad. Aquella alma sólo quiere hallar la felicidad en ésta vida, y es siendo fiel a la misma. Es como un pájaro saliendo de un cascarón llamado Mundo. Lo conocido. En lo que uno confía. Para salir al exterior y ser honestos con nosotros. Los abetos parecían ancianos felices, tomándose de las manos y dejando colgar un anillo de oro miel. El panal no estaba vivo del todo, y aún así, la imagen era preciosa.
— JeongGuk ah.
— ¿Hm?
— Q-quisieras... ¿quisieras ser mi árbol? Porque yo estoy dispuesto a ser el tuyo, cueste lo que cueste.
—
Nos sentamos en mi cama, veíamos al invierno derretirse a través de la ventana mientras nuestras manos jugaban entre sí a tomarse de distintas formas. Admirábamos a los pájaros cantar sus melodías y dejando que la nieve cayera alborotada desde las ramas de los árboles hacia el suelo. Mis plantas ya no estaban cristalizadas, ahora unas cuantas fotos colgaban desde la pared de mi ordenador. La luz entraba tenue por la pieza, un atardecer sereno nos acompañaba.
— Hoy está mi papá. — murmuré nerviose por enésima vez en el día. Mis ojos se dirigieron hacia el espejo, luego a los botines de cuero que JiMin me había prestado hacía un par de semanas. Sentí su risa brotarle del pecho, sus labios besando mi nuca. Sus brazos rodear mi cuello. Miré de nuevo al espejo, él me observaba a través del mismo con una adoración que jamás pude procesar que era tan sólo para mí.
— Deja de estar tan inquiete, Gguk. No es como si se tratara del fin o algo así... Tú misme me has dicho que ha intentado cambiar para mejor. ¡Ah, así que ahí está el dibujo de la semana pasada!
Se levantó y caminó hacia el librero al lado del ordenador, del cual colgaba un dibujo y un poema que me había escrito él mismo la cuarta semana de nuestro noviazgo. Tomó el dibujo entre sus manos, era de papel prensado en frío, de trescientos gramos, acuarelas y líneas que habían nacido desde el sentimiento de Luna llena. Sus ojos, su boca, su expresión curiosa y madura al mismo tiempo, como la de un adulto que no se deja de encantar con lo que ve. No estaba terminado, pero no me importaba que lo viera porque era la menor parte del regalo que le daría para nuestro séptimo mes juntes.
— No es lo mejor del mundo. — respondí en voz baja. Me levanté y caminé en silencio hasta abrazarlo desde la cintura y por detrás. Observé también el dibujo, apoyando mi mentón en su hombro, sintiendo que lo retratado era mil veces peor que lo que sostenía entre mis brazos. Las luces en rosa, violeta y azul en sus mejillas y cabello, las flores que nacían desde sus orejas, clavículas, manos. La posición de los hombros. Nada se comparaba a JiMin. Nada. Porque su esencia jamás fue posible de capturar, en ninguno de los dibujos que le hice.— Mereces lo mejor del mundo.
— Tú eres lo mejor del mundo. — rió con las orejas rojizas, hablando también bajito y suave, como el gorjeo de un pájaro distante por la noche. Noté su cuerpo temblar. Siempre temblaba de forma imperceptible cuando le otorgaba un cumplido. Y él, siempre libra, me coqueteaba de vuelta. Siempre ha sido un romántico empedernido, y yo siempre he estado a sus pies.
Alguien carraspeó. Me helé en mi sitio, me aparté de JiMin y ahora pendí mi mirada en el hombre que estaba en umbral de mi puerta. Parecía un soldado intentando relajarse, con ésa mirada tan característica suya que no quería ser imponente pero no podía evitarlo. Se apoyó en el marco de la puerta, yo tragué saliva estúpidamente, saludé con timidez, miré al suelo.
— Te quedan bien ésos zapatos, hijo. — me dio el cumplido sin más. Mi padre era siempre poco predecible debido a la máscara estoica que le gustaba tanto llevar puesta. Un par de colores se me subieron a las mejillas, abrí los ojos desmesuradamente. Sentí que JiMin tomaba mi mano, dándome apoyo.
— Son de JiMin. — susurré torpemente.
Un silencio extraño se acomodó entre nosotros.
— ¡Yo soy JiMin! Un gusto, señor Jeon.
— E-el gusto es mío.
De ahí no supe más de lo que hablaron. Mi mente decidió irse para otro sitio, yo envuelte en el pánico y no queriendo que me diera un ataque o algo así. El chico a mi lado parecía dirigir la conversación, alegre, y mi padre se quedaba estático sin saber qué responder por unos segundos, probablemente sorprendido de que mi pareja no fuera una copia de mí. Los miraba y escuchaba de vez en cuando, aunque no fue un momento tan largo.
Lo siguiente fue estar JiMin acostado a mi lado, abrazándome y susurrando palabras a mi oído. Fue cuando regresé a mi cuerpo. Cuando me di cuenta de que la puerta estaba entrecerrada y el Sol amenazaba con esconderse detrás de los árboles y el viento de la primavera más joven. Lo miré a los ojos y su sonrisa fue más dulce que la miel. Olía a agua helada, a hierba mojada.
—
Su cuello era largo y grueso. Trazaba mandalas en mi piel y besaba cada sitio posible, con los ojos cerrados. Soplaba un viento fresco con aroma a lago, el viento de nuestro verano poco caluroso. El Sol era el aurora que a mi corazón despertaba y hacía correr en círculos, en torno a mi alma amarilla, mi árbol. Tomaba mi rostro y sus labios ya no sabían a ceniza, tenían sabor a limón y jengibre. Me permitía tragar su voz porque él se tragaba la mía con cada caricia, sonrisa, suspiro.
El habla de las hojas intentaba acallar nuestras voces, el muelle se mantenía en pie de milagro. JiMin debajo mío parecía una sirena que buscaba atraparme en sus redes, aunque ya lo había hecho desde hacía mucho tiempo.
Gimió mi nombre cuando mis besos fueron más abajo, pero no se apartó de mí. En cambio parecía querer apegarse lo máximo posible a mi dermis, fundirse conmigo como si fuéramos dos trozos de metal expuestos al calor. Ardíamos al rojo vivo con las caricias de nuestros labios, sobre todo los míos que se encantaban con su piel morena, su sudor, sus risitas. Vaya que reía, se deleitaba en mis manos y sus dedos atrapaban mi cabello para acercarme más a él, mientras su voz caía a pedazos con cosquillas y palabras tontas.
Por un mísero momento, sentí miedo de que me tocara. De que escapara de mí, pero él era paciente. Siempre lo fue. Con los besos, con las risas y los llantos. Mordía mi labio cuando podía mientras sus dígitos tocaban más abajo de mi ombligo y me hacían temblar y deshacerme como por arte de magia. Acariciaba mi rostro, la cicatriz en mi mejilla, y me daba besos en la nariz. Me pedía que le dijera si estaba mal, si quería otra cosa, pero yo no me pude resistir al placer que me daba.
Y tampoco quería hacerlo.
— Eres... hermose... JeongGuk ah-
Se tragaba sus palabras cada vez que mi mano también quería acariciar algo de él. Reía más, y me dejaba ir a mi ritmo, que tampoco era muy diferente al suyo. Cada vez que un pájaro cantaba a mis espaldas, lo confundía por segundos con las risas de JiMin.
Tocaba mi cuerpo de persona, como si fuera la Luna aquella noche, intentando consolarme. Y yo acepté sus caricias de Sol, llenando aquel interior que nos faltaba. Quise comer su voz desde su boca, y lo hice de a poco, sintiendo la confianza en mí misme para hacerlo. Tiraba de su labio y pretendía devorarlo, para así crecer como las plantas al borde de mi ventana, tan lejos ahora.
— Te amo.
OLAAAA GENTE
asies dije non binary rights
dije q es como una reflexión pq yo soy no binarie khskdf a a a tonces quería hacer algo desde hace tiempo respecto al tema
hasta el día de hoy me cuesta aceptar quién soy, por problemas de autoestima y weas locas, pero soy feliz así :3c aceptándome y queriéndome de a poquito
hice que jk y jm tuvieran un amor de literatura clásica pq siempre quise escribir algo asi meper???
sean siempre fieles a sus almas<3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro