Aguas Autodestructivas
Gotas de lluvia caían sobre la ya embarrada hierba de las afueras de mi casa, una solitaria cabaña de madera que había sido abandonada con el paso de los años. Ya nadie más vivía ahí. Antes solían vivir sentimientos como la alegría, la emoción, los sueños, la ingenuidad de la infancia pero todos ellos se habían ido.
Sólo quedaba yo, afuera de la que antes había sido una casa feliz, en la abundante cantidad de gotas de agua que, al acumularse, tenían el poder de ahogar a una persona en lo más profundo de su mente, casi sin escape. Yo, desgraciadamente, ya había sido empapada por el poder de la lluvia, que hace que nada más que tristeza y deseos desesperados puedan verse en el horizonte, nublando la vista de las cosas bellas de la vida.
Sucumbí ante la llamada de la lluvia, que me estaba tragando sin piedad. La verde hierba ya no era visible bajo el manto de barro y aguas malditas que la cubría tanto a ella como a mí. Cada vez más hondo dentro de la tristeza infinita, eterna. Cuando creía que me hundiría para siempre en mi propia tristeza, lo recordé. Yo soy la lluvia, puedo controlarme a mi misma. El agua venenosa perdía su fuerza poco a poco, las gotas iban reduciendo su letalidad. Todo venía de mi interior.
Brazada tras brazada me acercaba cada vez mas a la superficie. Había veces que no podía controlar mi situación, que volvía a hundirme en las oscuras aguas de la infelicidad, pero finalmente lo logré. A la superficie salí, triunfante. Me di cuenta que no era un diluvio bajo lo que me hundía, sino una simple llovizna de verano, que la tristeza no era parte de una depresión, sólo de mal momento, pero resulta increíble por lo poco que una persona se puede hundir si no recuerda como nadar hasta la superficie, si no recuerda el verdadero valor de su persona, que es mucho más fuerte que una simple llovizna de verano, olvida la belleza que posee, y es ella misma la que se hunde en sí misma. Los verdaderos diluvios son cuando otras personas abandonan este mundo; y no me refiero a solo morir, sino a dejar de vivir en el mundo de forma plena, que se les limite por algún motivo su felicidad.
Miré hacía mi cabaña, y me di cuenta de que mi casa no estaba vacía. Había gente que me apoyaba, me animaba. Los recuerdos felices de la infancia me sonreían, y me decían que también podían reproducirse en esta nueva etapa de la vida. Entré a mi viejo hogar y me miré al espejo: mis capacidades ya no se veían tan reducidas, me veía mejor a mi misma, y mucho más fuerte que antes.
Y es así como la lluvia dio paso al sol naciente, tan bello como el día, la noche, la luna, las estrellas y los planetas, o mejor dicho, el universo en sí. Una nueva etapa comenzaba, una más feliz, como debía ser, que ¿Quién sabe? Tal vez tenga alguna que otra llovizna que entristezca, pero sabemos como nadar, como controlar a la aparentemente indomable lluvia. Y si nos volvemos a casi ahogar, a sentir que no podemos salir, que la lluvia es todo lo que existe, seremos más fuertes que la primera vez que la lluvia amenazó con quitarnos la felicidad.
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Bueno, esto es un texto que escribí en un momento que estaba triste y decidí publicarlo. Espero que les guste! 😀
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