XXXII
Anne, Evan, George y Martin y su desproporcionada nariz rodeaban el camastro de Jack en su camarote. En ningún momento había llegado a recuperar la consciencia.
—Creo que puedo ayudar con eso. —Martin señaló la herida en el hombro de Jack—. Pasé algún tiempo con el doctor Martínez y aprendí ciertas cosas. Yo... tenía curiosidad —añadió casi avergonzado.
—Haz lo que puedas —murmuró Evan con gesto grave.
Los tres dejaron espacio al improvisado doctor. A Martin le habían herido en la pierna durante la batalla, así que cojeó pálido por el barco hasta reunir ron, aguja, hilo y trapos. Descubrió el hombro de Jack y acercó una lámpara. Vertió el ron sobre la herida, oscura y supurante, y la cosió con puntadas toscas.
—Le quedará cicatriz... Pero es lo mejor que sé hacer —dijo apenado.
—Está bien, has hecho un gran trabajo —contestó Anne—. Deberías mirarte la pierna, amigo.
Martin asintió y anunció que se iba a descansar.
—Todos deberíamos descansar. ¡Que descanséis! —exclamó George antes de marcharse también.
—Eso no tiene buen color —comentó Evan señalando el ojo de Anne.
—No es nada. Estoy bien.
Evan miró en silencio a Jack.
—Tenía once años cuando lo hice —dijo tras un rato.
—¿El qué?
—Matar a mi padre.
Anne se volvió hacia Evan para no desperdiciar ni una de las pocas palabras que regalaba.
—Mi madre murió cuando yo tenía cinco años, al dar a luz a mi hermana. Mi padre quedó... Perdió la razón tras aquello, y culpó a mi hermana de lo ocurrido. No quiso saber nada de ella, así que tuve que hacerme cargo de Aly cuando apenas sabía comer yo solo... Si no hubiera sido por los vecinos no habríamos salido adelante.
—Lo siento... Sé lo que es vivir de la caridad.
—A medida que crecimos mi padre comenzó a prestarnos atención. De pronto nos besaba, nos abrazaba, y... nos proponía juegos en los que teníamos que quitarnos la ropa y acariciarle. A mí me parecía natural, porque éramos pequeños y él era nuestro padre, pero si nos negábamos a jugar nos golpeaba. Con el cinturón, con la leña de la chimenea... Con lo que tuviera a mano. A veces nos dejaba sin comer durante uno o dos días. Estábamos muertos de hambre y de miedo, así que le dejábamos. Luego empezaron los... Los abusos. Nos forzaba, especialmente a Aly y... Cualquier cosa que puedas imaginarte, por atroz que te parezca, no igualará lo que nos hacía, Anne. Ella solo tenía seis años...
Evan se perdió en el vació con expresión lúgubre. Anne tragó saliva horrorizada. Ahora entendía por qué no hablaba de aquello.
—Un día me envió al mercado a comprar —continuó—. Yo me negué, no quería dejarle solo con mi hermana, pero me amenazó y también amenazó a Aly. Sabía que la mataría si no obedecía, así que corrí e hice la compra lo más deprisa que pude. Cuando volví la llamé y no contestó. Mi padre dijo que estaba durmiendo y quiso impedirme ir a su habitación.
»Y ahí estaba. Tumbada en la cama boca arriba, con los ojos cerrados. Me acerqué más y entonces le vi la sien. Tenía el cráneo hundido por el golpe que ese cabrón le había dado. La llamé, grité su nombre... Aly estaba muerta, y yo no podía pensar en nada más que en hacer pagar a mi padre lo que le había hecho. Lo que nos había hecho. Cogí un abrecartas del recibidor, se lo clavé en el cuello y me quedé observando cómo se desangraba. Después enterré a mi hermana.
Anne se acercó y le puso una mano en el brazo, pero no acertó a decir nada. Cualquier palabra que pudiera dedicarle le parecía pequeña e inútil.
—¿Qué hiciste luego? —preguntó.
—Los vecinos me acogieron durante algún tiempo en sus casas. Luego me largué y tras ahorrar un poco cogí el pasaje más barato que encontré hacia el Nuevo Mundo. Trabajé como ayudante en una posada en Hôpital unos años más, y un día Jack se dejó caer por allí. Fue la primera vez que le vi.
—Ese hijo de puta se lo merecía, Evan. No entiendo por qué Bob...
—Porque Bob no sabe toda la historia, y aunque la supiera, es de los que piensan que la sangre está por encima de todo. No quiero hablarle de Aly para que justifique a mi padre diciendo que hizo lo correcto con ella. Me da asco.
—¿Alguien más lo sabe?
—Jack, George, y ahora tú. También lo sabía Thomas... La mayoría conoce solo la parte que Bob cuenta, pero les da lo mismo... Todos aquí tenemos un pasado.
—Quizá deberías contárselo algún día.
—Quizá. Descansa, Anne. Nos lo hemos ganado.
Anne se quedó sola en el camarote. Se acercó a Jack y le repasó con la yema de los dedos las marcas que Barbanegra había dejado sobre él, como si eso pudiera curarlas. Le aterraba que su próxima respiración fuera también la última y deseó quedarse con él toda la noche, pero la cama era demasiado estrecha como para que los dos estuvieran cómodos en ella. Depositó un suave beso sobre sus labios, calientes y entreabiertos, y bajó a su hamaca en la cubierta inferior.
—No te mueras —susurró mientras acariciaba la piedra verde de su anillo en la oscuridad.
Apenas pegó ojo esa noche. Se levantó temprano para ir a verle y el corazón se le cayó hasta el fondo del cuerpo al comprobar que no había en él ni el más leve signo de mejora. Se frotó la cara y bajó a la bodega, donde se llevó la segunda decepción. Solo había comestibles para tres o cuatro días. Quizás el cocinero hubiera logrado estirar las raciones algún tiempo más, pero había muerto en el barco de Barbanegra. Además, todo lo que quedaba de agua dulce era un barril que empezaba a corromperse. Comenzó a despotricar sobre la estupidez de los marineros al tiempo que pateaba las bolsas y las cajas que habían rescatado de La Venganza de la Reina Ana, aunque en el fondo sabía que había sido descuido suyo no comprobar la comida y el agua. Salió de nuevo al exterior y apoyó los codos sobre la borda sintiendo que la situación la superaba. Miró al horizonte y se concentró en el sonido de las olas, en el sabor del aire y en la textura de la espuma. Dejó que los cabellos le hicieran cosquillas en la nariz y que el sol le calentara las mejillas. Suspiró y, a pesar de todo, no pudo evitar que una sensación de plenitud le llenara el pecho.
—Estás horrible —oyó decir a George a su lado.
Anne esbozó una pequeña sonrisa. El moratón del pómulo se extendía por todo el ojo derecho y había tomado un color verdoso.
—Y además apestas —añadió.
—Tú tampoco hueles a rosas.
George rió con ganas y después quedaron en silencio.
—Se recuperará —dijo George—. Jack es fuerte.
—Más le vale —respondió Anne con la vista fija en el agua—. Pero no es eso lo único que me preocupa. Voy a reunir a la tripulación, y cuando acabe de hablar con ellos quiero que Evan y tú me esperéis en el camarote de Jack, ¿de acuerdo?
George asintió. Anne bajó al sollado, cogió el silbato que colgaba sobre su hamaca y lo hizo sonar.
—¡Arriba! Moved esos culos llenos de mierda que tenéis y a cubierta todo el mundo, ¡deprisa!
Los que aún dormían se vistieron y se agruparon en la cubierta. Anne se preparó para hablar, pero por tercera vez en la mañana la invadió la frustración al ver los pocos tripulantes que quedaban.
—¿Estáis todos aquí? ¿No falta nadie? —preguntó aún sabiendo la respuesta.
—Estamos todos aquí —confirmó Martin.
Evan y George estaban en primera fila. Martin había hablado desde un poco más atrás, y junto a él el joven Frankie, que difícilmente llegaba a los dieciséis años, la contemplaba casi sin pestañear. La mirada bizca y malhumorada de Billy se cruzó con la suya. Los artilleros Ethan, Ian y Dylan se encontraban allí también. Bob había sobrevivido, así como Jacob y Parker. Los dos que restaban, dos sobrecargos cuyas funciones a bordo solían variar, estaban heridos en el antebrazo y en el muslo.
Trece hombres. Y de ellos, un par estaban heridos y otro apenas era un muchacho. Anne encajó el golpe en silencio.
—Como ya veis somos muy pocos. Y eso no es todo... ¿Por qué demonios no cogisteis todas las provisiones de Barbanegra? El agua al menos...
—El cocinero llevaba la cuenta de la comida —contestó Ethan—. Solo él sabía cuánta quedaba.
—Pobre John... —murmuró George.
La tripulación se sumió en el silencio, igual que Anne.
—Siento que hayamos perdido a tantos. Eran hombres que merecían vivir —dijo tras la solemne pausa.
—Tal vez deberías haber muerto tú en su lugar —incitó Billy.
—Tal vez debería haber dejado que te partieran en dos —replicó Anne.
—Ya basta —intervino Frankie para sorpresa de todos—. Deberíamos agradecer estar vivos. La contramaestre hizo lo correcto, y todos lo sabéis, así que honremos a los caídos luchando por nuestra supervivencia.
Anne inclinó la cabeza hacia él, agradecida y desconcertada, antes de proseguir.
—Ethan y Dylan, racionad las provisiones que quedan. Cuando terminéis poneos a pescar, pero no utilicéis mucho cebo. Martin, ocúpate de los heridos. Tú, Bob, échale un vistazo al barco y si encuentras daños repáralo con lo que tengamos. Vosotros tres encargaos de la arboladura. Frankie, a la cofa del vigía. Atento a cualquier cosa que veas, ¿podrás hacerlo?
—¡Sí! —dijo con entusiasmo.
—El resto que descanse hasta nuevo aviso. ¡Venga, a vuestros puestos!
Todos los hombres se dispersaron, excepto Billy, que se acercó a Anne solo cuando los demás hubieron desaparecido.
—Esto es tuyo... —murmuró devolviéndole la espada ligera—. Buen... lanzamiento.
Anne cogió su espada, se dio la vuelta sin contestar y se reunió con Evan y George en el camarote de Jack como habían acordado.
—De momento están entretenidos —dijo Evan—, pero no tenemos rumbo.
—Ya lo sé. No quiero preocuparlos más. Yo... Arreglaré esto. De alguna manera.
—No tienes que hacerlo tú sola, Anne. Estamos aquí. Confía en nosotros igual que nosotros lo hicimos en ti ayer. —Evan le apoyó la mano sobre el hombro.
—Thomas decía que los amigos son las anclas del alma —dijo George acercándose también.
—¿Cómo es eso? —se interesó Evan.
—Las anclas de un barco lo vuelven sólido y no permiten que se pierda ni vaya a la deriva. Los amigos son lo mismo para el alma de las personas.
—Vaya... —murmuró Anne impresionada.
—Thomas también tenía un lado sensible, aunque no lo parezca —dijo George riendo—. Le echo de menos...
—Sí... Yo también —coincidió Evan.
—Y yo.
Un silencio triste los envolvió y los tres evitaron mirar a Jack. Anne se colocó frente al mapa que Jack solía utilizar y Evan y George se situaron a su lado.
No sabía navegación, así que no podía poner rumbo a tierra para buscar un buen médico. De todas formas era probable que no llegasen a tiempo. A bordo no eran suficientes para manejar el navío, y asaltar otros barcos para conseguir tripulación en esas condiciones era demasiado arriesgado. Incluso aunque hubiera sabido qué dirección tomar tampoco tenía ni idea de dónde contratar a más hombres. Maldijo la situación y se prometió que si Jack despertaba le pediría que le enseñase todo lo que ignoraba.
—Esto es Long Island. —Anne señaló la isla—. Barbanegra y sus hombres nos apresaron aquí. ¿Escuchasteis hacia dónde se dirigían?
—No —contestó Evan—. Pero fueron hacia el sureste. Me fijé en el rumbo y no nos desviamos mientras estuvimos en la bodega. Apenas nos hemos movido desde entonces, y según el viento que hemos tenido... Me juego el cuello a que estamos por aquí —reflexionó trazando un circulito con el índice cerca de Long Island.
El ánimo de Anne se vino arriba.
—¡Bien! De acuerdo, sabemos dónde estamos.
—Pero no tenemos ruta ni conocemos estas aguas.
—Habrá que arriesgarse —dijo George.
—No queda otra. Vale, lleva esa barba tuya al timón, George. Nos vamos a Cuba.
Después de aquello a Anne le pareció que todo iba mejor. La escasez de provisiones de pronto perdió importancia y al ponerle la mano en la frente a Jack creyó notar menos temperatura. Incluso durmió más de dos horas seguidas esa noche. Al mediodía siguiente el aviso de Frankie del avistamiento de un pesquero fue recibido como un chorro de agua fresco.
—¡A babor! —gritó Anne— ¡Preparaos para el abordaje! Solo son pescadores, pero son más ligeros que nosotros. Habrá que disparar antes de que se alejen, o no los alcanzaremos. Y cuidado con los tripulantes. Los necesitamos.
Cargar los cañones les llevó el doble de lo habitual. Para cuando terminaron el pesquero se había alejado tanto que Anne temió que se les escapara.
—¡Apuntad a los mástiles! ¡Fuego! —gritó desgarrándose la garganta.
Los cañonazos la hicieron olvidar que solo eran quince a bordo. Olvidó el agua, la comida y la navegación. Se olvidó por un momento del futuro y en su lugar paladeó la pólvora y el metal del ambiente.
—¡Alto el fuego!
Dos de los tres disparos habían fallado, pero el tercero hizo trizas el velamen. Se acercaron al pesquero inutilizado y lo aseguraron con los garfios.
—¡Frankie! —llamó Anne—. Busca a Martin y quedaos los dos con Jack.
—Entendido.
El resto inició el asalto y los pescadores desarmados retrocedieron con las manos en alto sin presentar la menor oposición.
—¿Quién está al mando aquí? —preguntó Anne.
Uno de ellos dio un paso adelante.
—Nos llevamos todos los peces —le informó Anne.
El hombre miró a todos los tripulantes, pero como ninguno dijo nada volvió a centrar su atención en Anne, perplejo.
—No tenemos gran cosa, apenas hemos capturado nada hoy —respondió.
—Da igual. Lo que tengáis servirá.
—No podéis llevároslo —dijo suplicante—. Ha sido un mal mes y...
—Nos llevamos todos los peces —repitió Anne desenfundando una pistola.
—Está bien —aceptó derrotado—. Pero no nos hagáis daño.
—Claro que no, porque vais a venir todos con nosotros. Cogedlos —ordenó.
Los pescadores se miraron asustados cuando los hombres de Jack se acercaron a ellos.
—Yo no voy —se negó un hombre con el pelo recogido en una larga coleta—. No soy un criminal, jamás navegaría bajo vuestra bandera.
Anne se giró hacia él y le estudió con los ojos entrecerrados.
—No os he ofrecido alternativa, pero si quieres opciones aquí las tienes. Puedes venir con nosotros o puedes dejar que te destripemos como a uno de esos pescados que capturáis. ¿Parker...?
Parker se separó de los demás y colocó su espada a la altura del vientre del pescador. El hombre sacudió la cabeza y escupió al suelo, pero no se resistió. Evan, George, Ethan, Dylan, Billy, Jacob y Bob apresaron al resto y los llevaron contra su voluntad a la goleta. Anne apuntó al capitán y le obligó a caminar.
—¡Un momento! —exclamó el capitán—. ¿Nos liberaréis cuando dejemos de ser útiles?
—Tal vez —contestó Anne fingiendo que lo meditaba—. Si cumplís bien con vuestras tareas.
—¡Capitán! Es pirata, aunque sea mujer. Su palabra no tiene valor —intervino de nuevo el de la coleta.
Anne se echó a reír.
—Hay que tener valor para hablar así en una situación como esta. Os he dado dos opciones, y os aseguro que con eso ya he sido generosa. Ahora podéis obedecer y albergar la esperanza de volver a tierra o podéis colgaros del cuello con un cinturón, lo que prefiráis. He llegado hasta aquí con trece hombres, no sois tan imprescindibles.
Tras tomar del pesquero agua, redes y arpones lo abandonaron a su suerte. Anne buscó el puesto más adecuado para cada uno de los nuevos y mandó preparar el pescado que habían robado. Después de cenar se sentó en el borde de la cama de Jack. Martin le había curado las heridas y los cortes menores, y a pesar de que su temperatura había bajado no despertaba. Respiraba con pesadez y tenía una expresión apacible, como la de un niño durmiendo tranquilo. Le abrazó, y al separarse de él vio que los párpados le temblaban. El temblor aceleró y finalmente se convirtió en un parpadeo confuso que se detuvo al mirarla.
—¿Boone? —susurró Jack con voz ronca.
Anne creyó que iba a estallar de alegría
—¡Jack! ¡Jack! Sí, soy yo. Estoy aquí. ¿Cómo me has llamado? —preguntó riendo.
—Tengo sed.
—Espera, no te muevas. Iré a por agua.
Regresó con un cazo lleno de agua que Jack bebió de una vez. Anne le cambió el vendaje, le llevó un poco de pescado y le prometió charlar con calma al día siguiente. No quería agobiarle. Se despidió para dejarle descansar, pero la detuvo.
—No te vayas —pidió haciéndose a un lado en la cama.
Anne aceptó la invitación y se acomodó junto a él. Jack la rodeó con el brazo sano y le besó la punta de la nariz antes de volver a cerrar los ojos.
Por la mañana se despertó contenta y descansada por primera vez desde que dejaran Long Island. Se puso en pie y Jack la imitó con una mueca de dolor.
—Quizá deberías quedarte en la cama un poco más.
—Ni hablar.
En cuanto sus hombres le vieron salir del camarote estallaron en vítores y aplausos. Uno a uno se acercaron a él para dedicarle palabras, más o menos acertadas, que expresaban su alegría por tenerle de vuelta. Jack las recibió con gratitud y luego le preguntó a Anne por los nuevos marineros y por el rumbo que llevaban.
—Son pescadores capturados. Débiles, pero saben faenar. En cuanto al rumbo... Más tarde tenemos que hablar sobre eso, aunque se supone que nos dirigimos a Cuba.
—¿A Cuba?
—Sí. Era el lugar más cercano en el que fondear para reponer provisiones y buscar un doctor.
—Entiendo... —Jack se acarició la descuidada barba y torció la cabeza—. Bueno, ya no necesitamos ningún doctor. Y las provisiones...
—Resistiremos algunos días con lo que tenemos —anunció Evan.
—Mejor, porque Cuba no es segura. ¿Vosotros qué queréis hacer? —preguntó Jack a su tripulación.
—Todavía tenemos parte del tesoro de Barbanegra —dijo Billy—. Podríamos venderlo y... luego gastarlo.
Anne le fulminó con la mirada y Billy la esquivó avergonzado.
—Sí —coincidió Ethan—. Yo ya estoy hasta los huevos de ver solo agua por todas partes.
—Bien. Si la mayoría está de acuerdo nos desharemos de lo que queda y buscaremos un lugar seguro donde desembarcar. La última vez no estuvimos en Puerto Príncipe, empezaremos por ahí.
Todo el mundo, incluidos los pescadores, ocupó sus puestos y se puso a trabajar con brío. El barco se llenó de las fantasías que el dinero iba a satisfacer, y por primera vez Anne se permitió reflexionar sobre cuáles eran las suyas. No obstante, la tarde del cuarto día el aviso de Frankie los hizo aminorar la marcha.
—¡Por proa y a estribor, capitán! —indicó desde la cofa.
—Vaya... —Jack se frotó la barbilla y le pasó a Anne el catalejo que sostenía.
—¿Un mercante?
—Sí. ¿Reconoces la bandera? —preguntó Jack mirándola de reojo.
—No.
—Es de la Compañía de las Indias.
Anne volvió a mirar por el catalejo. Era un navío de tres palos, pesado y robusto, que cortaba lento el mar.
—¿Qué tiene de especial?
—¡Evan, acércate un poco! —Jack alzó la voz para que pudiera oírle desde el timón.
Una vez se acortó la distancia Anne echó un último vistazo por el aparato y leyó la palabra "Enforcer" escrita con letras relucientes en la popa.
—Me parece que vamos a cambiar de planes —manifestó Jack sin despegar la vista del navío.
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