LXXIII
Fueron cuatro los sucesos que convirtieron los años siguientes en pesadas losas de granito sobre la espalda de Anne. El primero de ellos fue la muerte de William.
Ocurrió en febrero, apenas tres meses después de la primera vez en la que todos se habían reunido para cenar. Gregory aseguró que su señor se encontraba bien, a pesar del cansancio, y que no había notado ningún comportamiento distinto en él. Sin embargo, también contó que William tenía una sonrisa serena en la cara la mañana que lo encontró inerte en el salón. Anne supo entonces que ese pesar que lo había mantenido vivo le había dejado marchar una vez estuvo en paz con ella.
William fue enterrado en el mismo cementerio que Eryn y Finn. Maddie también sufrió la pérdida, y como Anne no sabía qué hacer para animarla no se atrevió a poner objeciones cuando empezó a dejar la casa cada vez con mayor frecuencia. Aquel fue el segundo de los sucesos.
La boda de Maddie y Marshall Thompson fue la última celebración verdaderamente feliz que Anne recordaría. La ceremonia se llevó a cabo durante una agradable mañana a mediados de junio, antes de que el calor se pegara a la piel. Anne los felicitó con sinceridad al finalizar el enlace y firmó como testigo. Mary abrazó con cariño a Maddie y al momento el resto de sus hermanos se unió. Hannah la abrazó también, aunque fue incapaz de ocultar la envidia que la azotaba por dentro. Instantes más tarde Marshall se acercó y rescató a su mujer.
—¿Se va a ir Maddie? —le preguntó Frankie a su madre agarrándole la mano.
Anne bajó la cabeza para mirarle. Los mechones rubios se le pegaban a la cara, pringosa por la mermelada del panecillo que había comido, y sus ojos, verdes y redondos, no se despegaban de Maddie.
—Sí —confirmó Anne.
Frankie hizo un puchero y se soltó para ir con sus hermanos. Mary se acuclilló con los brazos abiertos y Frankie se sentó en su rodilla. Ocultó el rostro en su vestido y Mary le susurró algo al oído. Una vez dejó de llorar le limpió con suavidad los restos de mermelada de la cara. Anne los observó desde la distancia desbordada por un sentimiento que no supo identificar.
Tras el enlace se trasladaron a la casa de los Thompson para compartir vino, caldos, cerdo y tarta de manzana. Anne comió con menos alegría que momentos atrás y retrasó el momento de abandonar la reunión hasta que solo quedaron ella y sus hijos.
—¡Podéis venir a vernos siempre que lo deseéis! —se despidió Maddie con una lágrima—. A Marshall le encantan las visitas.
—Cierto —contestó Marshall guiñándole un ojo cómplice a Anne.
Maddie la agarró por el brazo y bajó la voz.
—Debes cuidar de Caleb, Anne. Y de Hannah, y de todos los demás. Ya sabes que podéis venir cuando queráis, pero ahora... Es distinto.
—No creo que pueda hacerlo, Maddie. Yo no... Esta mañana vi a Mary con Frankie y vi en ella algo... especial. Algo que yo nunca voy a tener.
—Quieres a Mary y has hecho sacrificios por ella, así que puedes hacerlo.
—Pero Mary es... —Anne no terminó la frase porque le pareció que decirlo en voz alta sería horrible.
—Tu hija, igual que Richard, Joel, Caleb, Hannah y Frankie. Y merecen una madre que los ame y los proteja igual que haces con ella. Tienes que hacerlo, y no solo por ellos. Hazlo por mí, y hazlo por William. Y por Joseph.
Anne suspiró para relajar la presión en la garganta.
—Adios, Maddie. Nunca podré llegar a agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho.
Los meses siguientes fueron extraños. Las comidas transcurrían en silencio o entre cortas charlas que rara vez la incluían, y los comensales se perdían en sus habitaciones nada más terminar. Mary iba tras ellos después de las cenas para asegurarse de que los más pequeños se metían en la cama, y solo Frankie se quedaba algunas noches con su madre en el salón antes de irse a dormir.
Una mañana Anne se metió en la cocina para preparar el desayuno. Mary ya estaba allí, amasando una mezcla densa de harina y huevos. La observó durante unos segundos sin saber bien qué hacer y entonces Mary dividió la masa en dos y le señaló una mitad.
—¿Qué tiene Frankie de especial? —preguntó Mary—. Quiero decir... Sé por qué actúas distinto conmigo, pero con él a veces eres un poco más... cercana. Me pregunto qué tiene de diferente.
—Supongo que porque es el pequeño y porque Joseph no pudo conocerle.
Mary dejó a un lado la masa y le dedicó una mirada desconfiada. Sus ojos le recordaron que no era fácil engañarla.
—Es una historia que no creo que quieras oír —esquivó Anne. Lo último que quería era desatar un desastre similar al de la última vez.
—Prueba —contestó Mary retomando el amasado.
—Entre la tripulación de Jack había un muchacho, más o menos de tu edad, que se llamaba Frankie. Lo colgaron en Port Royal hace años, pero Mary y Evan lo acogieron durante un tiempo. Fueron algo así como los padres del hijo que no llegaron a tener, porque el bebé que esperaban murió en prisión cuando murió Mary.
Mary se apoyó con pesadez sobre la mesa.
—Eso es horrible...
—Sí que lo fue. El caso es que Frankie me recuerda de algún modo a ellos.
—¿Por qué odias a los demás?
—¿Qué? No los odio.
—Pero no los quieres.
—Sí los quiero. —La frase sonó artificial hasta para la misma Anne.
—El abuelo me contó que nunca aceptaste casarte. Me dijo que de joven quiso emparejarte con el hijo de un terrateniente, uno de los dueños de las plantaciones, y que como respuesta huiste y quemaste sus tierras.
—¿Sí? ¿Y qué más te contó? —preguntó Anne molesta. Aquel relato no la dejaba en buen lugar.
—Me contó que cuando volviste a Carolina hiciste lo imposible por sacarme adelante. Que vendiste tus cosas y que incluso... mendigaste. Todo por evitar un casamiento. Qué locura... —murmuró para sí misma—. Y al final te casaste con papá. Por mí.
El sentimiento de derrota que se había iniciado entonces se volvió en aquel momento insoportable.
—Sí. Siempre le estaré agradecida a Joseph por todo lo que hizo por nosotras, y le quise a mi manera, pero...
—No era lo que querías.
—No —admitió Anne. Y nunca creyó que una sola sílaba pudiera resultar tan liberadora.
—Mamá... Dije que admiraba a Maddie por todo lo que hacía por nosotros, pero también te admiro a ti por lo que hiciste por mí. Yo no sabía todo eso. No apruebo la vida que tomaste ni lo que hiciste en absoluto, aunque supongo... Supongo que quizá podría... No... —Mary estaba haciendo tantos esfuerzos por terminar la frase que al final la dejó en el aire—. Me gustaría que hicieras solo la mitad de ese sacrificio por ellos, sobre todo cuando me haya ido. ¿Puedes prometérmelo?
—Lo intentaré.
Mary eliminó la distancia que había entre entre ellas y le dio un abrazo incómodo. Durante el desayuno se esforzó por integrarla en la conversación, y así fue como Anne se enteró de que Richard había conseguido un trato con un orfebre de Newton. El maestro estaba bien reconocido en el gremio, aunque había dicho que solo le tomaría como aprendiz si pulía la técnica. Anne expresó su conformidad y Richard le mostró uno de sus propios trabajos una vez terminaron de desayunar.
—¿Tú has hecho esto? —preguntó Anne asombrada.
Tenía sujeto con cuidado entre dos dedos un broche para el pelo de intrincados dibujos que se perseguían unos a otros sin fin.
—Sí —respondió Richard con cierto orgullo—. Y haré cosas mejores si el maestro me toma como aprendiz. Puede que algún día mi nombre se haga famoso y me conozcan por fabricar las más hermosas piezas de toda Carolina.
—Tal vez de mucho más lejos. Cuando hayas aprendido un poco más quién sabe si no se te conocerá hasta en Europa.
El pecho de Richard se llenó de esperanza. Anne recordó entonces el momento en el que le había preguntado a Jack por qué vestía de aquella forma y por primera vez se planteó que tal vez no fuera necesario navegar, dirigir un país ni llevar ropas de calicó para hacerse un hueco en la historia.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro