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Christopher
Carla tomaba mi mano mientras me guiaba por el centro comercial. Está empeñada en querer ese vestido Prada como sea. Según me dijo, la vez anterior no fue admitida a pasar a la tienda solo por su forma de vestir, prácticamente le cerraron la puerta en las narices antes de que sacara la tarjeta. Resumo, mi amiga viste muy sencilla, no es de esas chicas mimadas que andan exhibiendo todo el dinero que tienen en la cartera en su forma de vestir, eso y el exagerado cabello fucsia chillón cortado por los hombros.
—Les voy a restregar en la cara quien es Carla Montesinos.
No sé ni para que me insistió en venir si no pinto nada aquí.
»—Es aquí.
Paredes de cristal y cientos de mujeres que caminan de un lado a otro; miles y cientos de vestidos seguramente caros pero eso sí, hermosos.
—Entremos. —le digo abriéndole la puerta.
De inmediato la mirada de una mujer tras el mostrador se cierne sobre nosotros y puedo ver cómo me examina de una forma muy diferente a la que lo hace con Carla. Más bien, la mira a ella con superioridad.
Que ridiculez.
—Señorita, ya le dije que.. —Carla le calla la boca colocando la tarjeta en el mostrador.
—Quiero todos los vestidos que están colocados en los maniquíes.
La chica toma la tarjeta con manos temblorosas y comprueba lo que debió haber hecho desde el primer momento. La forma de hablar, vestir, peinar o calzar no te define como persona y así como Carla, podrías vestir de la forma más humilde y comportarte como tal, y tener más ceros en la cuenta bancaria que David Beckham. La mujer —Carrie, por lo que dice la taquilla en su uniforme—, traga saliva y le da la tarjeta a Carla. La susodicha se la recibe con una sonrisa, se está vengando la muy cabrona.
—Me los empacas, me los llevaré ya mismo.
—¿Todos?. —pregunta impresionada.
—¿A caso estás sorda?.
Solo alcanzo a ver cómo la mujer corre a tomarlos todos, mientras me alejo. Un conjunto en específico llama mi atención en los percheros. Un ligero Prada negro bañado en encaje. Las prendas son diminutas, ajustadas en las partes necesarias y transparentes en las más.. íntimas.
El precio no me interesa, lo tomo y se lo doy a la mujer que se para a mi lado preguntando que necesito. Ignoro la coquetería con la que habla, no me interesa.
Camino hacia los zapatos, deteniéndome en unos tacones negros que llaman mi atención y no puedo evitar imaginar lo bien que se vería ella con ellos puestos.
«Todo le queda bien».
—Me los llevaré.
Alcanzo a Carla cuando le da a su chofer los miles de vestidos que el pobre hombre casi no puede sostener solo. Nicolás, mi chofer, lo ayuda y juntos sostienen todos. La mujer que me atendía —Annie dice su ficha—, me sonríe y me da la bolsa con un papel debajo. Ya sé lo que es, sin embargo en el auto es cuando lo abro y descubro el número de teléfono al que nunca llamaré.
Lo boto por la ventanilla del auto.
—¿Hacia donde, señor?.
—Iremos primero al penthouse de Carla.
—Si señor.
Jules, el chofer de mi amiga va en el auto de atrás, es su guardaespaldas y debía que estar con ella, sin embargo, Carla nunca ha sido de seguir las reglas, algo que siempre ha tenido al señor Óscar Montesinos con canas verdes.
—¿Sabías que no era necesario comprar tantos vestidos?.
—Ya los donaré o se los regalaré a mis amigas, solo quería levantarme el ego.
Ruedo los ojos.
—¿Por lo menos úsalos, vale?. Los vestidos de Prada no son necesariamente baratos.
Bufa por lo bajo, pero asiente.
—Vale, ¿ahora me dirás que compraste?. —señala con el dedo las bolsas en mi mano. No quise guardarla en el maletero.
—Un regalo.
—¿Para quién?.
—¿Eres policía ahora?.
—No me cambies el tema, Christopher. ¿Es para tu novia, cierto?. Hmm.. pícaro. —pellizca mi costilla y se ríe.
Aún no me acostumbro a tener una novia, nunca la había tenido, y mi relación con Ivanna pasó de ser sexual a un compromiso matrimonial.
Carla siempre ha sido mi mejor amiga, ella y Marco son los únicos que saben de mi.. relación con Anastasia.
—Si, es para ella.
—Estoy feliz por ti, nunca te había visto así de ilusionado.
Sonrío negando con la cabeza.
—Sabes que no me gusta hablar de ello, aún no me acostumbro.
—Pues debes hacerlo. ¿Ella te gusta o no?.
No me lo pensé dos veces.
—Me encanta.
—Entonces deja de ser un cobarde y acéptalo, grítalo al mundo si es necesario, nunca quedarás como un ridículo ante el mundo si para ti eres feliz.
Me da un baboso beso en la mejilla, sonriendo satisfecha cuando le hago una mueca y me lo limpio.
Pero a pesar de todo, se que tiene razón, como siempre.
***
—Hemos llegado, señor. —Nicolás aparca en las afueras del apartamento de Anastasia.
Bajo tomando entre mis manos el regalo que le compré hace unos minutos, quería vérselo puesto hoy mismo. No me hago avisar ante el portero, ya me conoce por las múltiples visitas que le he hecho a la diosa, le doy un asentimiento como saludo y entro al elevador.
Alzo mi celular buscando su número.
—¿Si?.
—Quizás.. debas abrir la puerta. Tengo algo para ti. —y cuelgo.
No pasan un minuto cuando la abre, se acomoda con el hombro en la bisagra de la puerta cruzando sus manos, imitando la acción que he tomado frente a su puerta, apoyado en la pared. Viste con una camiseta corta de tirantes con una braga negra y el cabello recogido con un moño desordenado, pero aún así se ve deslumbrantemente caliente.
Camino con paso lento hacia su cuerpo y con una mano la hago enrollar sus piernas alrededor de mi cadera. Sostengo la bolsa con el regalo mientras arremeto contra su boca, extrañando el sabor de sus labios. Toma mi rostro con ímpetu y profundiza el beso metiendo su cálida lengua.
—Quiero verlo. —me dice; camino hacia el sillón más cercano ye siento dejándola sobre mi cuerpo. Le doy su regalo y me da un corto pico, sonriendo.
—Te lo quiero ver puesto. Quiero que lo modeles para mí. —le digo cundo saca el conjunto negro, alzándolo en el aire. Le doy una nalgada sonora que le saca una sonrisa coqueta.
—Lo haré, pero ahora no, porque hoy iremos a cenar. —besa suavemente mis labios antes de bajarse de mi cadera.
La veo a lo lejos como se aleja moviendo las caderas. La braga que apenas le cubre los glúteos hace que estos se muevan con sincronización. Suelto un bufido tratando de pensar en cualquier cosa menos la belleza que acabo de presenciar y me siento en el sofá, quitándome la corbata.
¿Hace mucho calor aquí dentro o es idea mía?.
Suelto los primeros botones, tomando una respiración profunda. No sé cuánto tiempo vaya a tardar lo único que sé es que ya la necesito conmigo. Llevábamos un tiempo sin vernos y la necesidad de hacerle el amor con desesperación me consumía.
—¿Chris?. —sentí el llamado cuando había dejado la cabeza caer sobre el mueble. No la hice esperar, entré a su habitación y la vi con el cabello igual, esta vez con un vestido verde oscuro cubriendo su fabuloso cuerpo—. ¿Me puedes subir el cierre?.
Parecía preso de una fantasía, solo caminaba hacia ella como un imán hacia un metal altamente cargado. Recogió con dedicación el pelo que caía sobre su espalda en un moño alto en su cabeza, dejándome la tersa piel de la espalda a la vista.
No tenía prisa cuando de detallarla se trataba. Toqué con los pulgares cada espacio, sintiéndola suave y delicada, era obvio que acababa de tomar un baño y me maldecí internamente por no haber llegado unos treinta minutos más temprano. Tal vez hubiera sido partícipe de él.
O tal vez todavía estuviéramos en la ducha.
Era lo más probable.
Subí con calma el cierre, el cual siendo totalmente irónico, terminaba en el final de su espalda. Sus omóplatos quedaban a la vista y me preguntaba cuál sería el motivo de celebración por el cuál se estaba vistiendo tan hermosa.
—Me coloqué la braga que me compraste. —habló de la nada, llamando mi atención a través de espejo de cuerpo entero que estaba frente con frente—. Lástima que el sujetador me marcaba la espalda, he tenido que dejarlo. Para la próxima será. —colocó un puchero lastimoso que tenía miles de intensiones menos parecer tierna a mis ojos. Era una maldita bruja de la sensualidad y me estaba costando no mirar como los pechos se le apretaban en el escote.
—Pareces una sirena. —la ví sonreír en el espejo. Se gira, atrapando mis labios sin siquiera dejarme tomar aire.
Mis manos van a la espalda desnuda qué tanto me gusta apreciar y tocar. Va a ser todo un placer quitarle ese vestido esta noche.
—Solo me peinaré y estaré lista. —me dió un pico rápido antes de girarse y prepararse.
Me senté en la cama. La vi cepillar su cabello y hacerse unas maravillosas ondas suaves que le caigan como cascada por los laterales de los pechos. Sonrió encantada a su reflejo y me miró, buscando le diera el visto bueno.
—Es una pena.
Recién empezaba a maquillarse cuando levantó la vista y me miró por el espejo.
—¿Qué?.
—Que tanta dedicación se vaya en un segundo. No pienso ser gentil esta noche. —sacó a relucir una sonrisa burlona que me hizo preguntarme si en realidad pensaba que estaba bromeando.
Ella sabía que no bromeaba.
—No me gusta que seas gentil. —dijo para terminar de colocarse el labial en los labios.
No se había maquillado tanto, su belleza natural traslucía sobre la poca base y el delineado. Había retocado más sus labios y pestañas, y cuando se acercó, dejando las manos en ambos muslos, sentí una corriente deliciosa recorrerme el cuerpo entero.
Me dió un pico largo, que pretendía hacer más profundo metiendo mi lengua, pero se me adelantó mirándome con una sonrisa. La vi observar con maravilla el centro de mis pantalones. Bien, Christopher.. no has sido nada disimulado.
—¿Tan rápido?. —ladeó la cabeza, con burla.
Me sentí a mi mismo tragar saliva. Tuve que tomar una larga respiración acomodando la cabeza hacia atrás. Mantenía los ojos cerrados tratando de encerrar, solo por un tiempo, los demonios que empezaban a hacer acto de presencia en mi cuerpo. Solo exigían una cosa, y era a ella en un festín, siendo devorada por mi.
Los complacería.
La noche es larga.
Me levanté errático tomándola de la cintura y dejando un beso en los labios que la dejó pasmada. Le ofrecí el hombro, con más ansias que paciencia.
—¿Nos vamos?.
Solo asintió agarrando mi brazo y tomando el bolso sobre la mesita dónde segundos antes de maquillaba. Tomé la chaqueta del traje en el sofá y me la puse, dejando que saliera primero.
*
El restaurante parecía extremadamente recatado. Si o si cada persona que pisara el lugar debía tener una reservación previa y me sorprendía que Anastasia tuviera todo preparado. Me pregunto si ya tenía en mente cenar conmigo hoy. Nos sentamos en la mesa más apartada.
Podía decir con certeza que el lujo no me impresionaba, pues había vivido con el toda mi vida, pero podía decir que este lugar era cien veces más caro que a los que estaba acostumbrado a ir. No solía frecuentar restaurantes, pero cuando lo hacía, que mayormente era para reuniones de trabajo o con la familia Miller en torno al ex compromiso, buscaba el más discreto, no el más caro.
—Lo mismo de siempre, doble pedido. —le dijo al camarero que se acercó. El chico sintió y se marchó a los pocos segundos.
—Debo admitir que estoy impresionado.
Soltó una sonrisa socarrona que me erizó la piel.
—Pensé que ya te había sorprendido lo suficiente en todo este tiempo que nos conocemos. —mencionó con una sonrisa provocadora.
—Pues al parecer te equivocas. ¿Debo adivinar que ya pensabas invitarme a cenar o.. ?.
—En realidad.. hoy quería estar sola.
Vi como la expresión le cambió totalmente y me preocupé. En toda la noche la había visto más sensual que de costumbre, incitándome y rozándome la mano “accidentalmente“ cuando manejaba la palanca de cambios del auto. Verla tan decaída de repente me hizo tragar saliva.
Sentía que Anastasia seguía siendo todo un puzzle por desbloquear, a pesar de que lleváramos meses conociéndonos.
»—Pero tu visita fue más oportuna de lo que creía. Estar sola aquí no hubiera sido divertido. —y de nuevo sacó a relucir esa sonrisa encantadora que siempre portaba.
—Sabes que puedes contármelo todo, ¿no?. —la ví tensarse ante mi toque sobre la mesa, pensé que había sido una mala idea teniendo en cuenta que ambos éramos totalmente nuevos en esto de ser más que amantes sexuales o compañeros de trabajo, así que pretendía alejar mi mano, cuando ella misma la tomó y entrelazó nuestros dedos.
Inconscientemente mi pecho palpitó de emoción.
—Es complicado, Chris. Demasiado. Soy una mujer complicada, estoy llena de ataduras, heridas..
—Está bien, no tienes que contarme si no quieres.
Sacó a relucir una irónica sonrisa de lado.
—No conocía este lado tan comprensivo tuyo, creo que me gusta más que el dominante.
—Eso lo veremos.
Sonrió encantada y le seguí el gesto, dándole un beso en el dorso de la mano. El chico llegó rápido con un plato en cada mano. Al parecer Anastasia había pedido por ambos, estaba seguro de que fuera lo que fuera me dejaría con el paladar satisfecho.
—Espero te guste.
—Todo de ti me gusta.
—Salud. —levantó la copa, chocándola con la mía cuando imité su gesto.
La noche pasó rápido, con risas, conversaciones y alguna que otra provocación. Justo era en momentos como estos dónde no me arrepentía de habernos dado una oportunidad. Aún estaba aprendiendo a convertirme en el hombre que debí estar a la altura de una mujer como ella, esta vez como su compañero, y quién sabe que más, en un futuro. No pensaba detener lo que sea que estuviera sintiendo, no le había dado un nombre pero, vamos, ya sabía que estaba enamorándome de la mujer frente a mi por más que no lo aceptara a los cuatro vientos. Era muy inexperto cuando del amor se trataba y Anastasia igual, ambos estábamos aprendiendo juntos y eso me encantaba.
Sentí que aprovechó los momentos en los que cambiaban los platos entrantes por el postre, como me entretenía cuando le preguntaba al camarero si tenían un platillo en específico, y colaba su pierna entre mis muslos. Le lancé una mirada advertida que pasó desapercibida mientras siguió tomando del vino.
—Gracias. —agradecí cuando el chico dejó los platos con tiramisú en la mesa. Nunca lo había probado, aunque si sabía que era un postre común italiano y según Marco, era delicioso.
—Te va a encantar. —me dijo, haciendo referencia al postre.
—Lo sé.
La veía devorar el postre tan concentrada, haciendo muecas y soltando gemidos de puro gozo que me hizo apretar el borde de la mesa. Sabía que lo hacía a propósito, como cada gesto durante la noche, pero no me preocupaba, ya me preocuparía por hacerla pagar al salir de aquí. Por ahora me permitiría ser el buen novio que se merecía.
»—Creo que me he llenado.
—¿Hmm?.
Tomé una cucharada del tiramisú y lo elevé en el aire, acercándolo a su cara. Posiblemente lo que haría sería totalmente vergonzoso y nuevo para mi, pero quería hacerla sentir bien hoy, específicamente. Lo poco que conocía de Anastasia es que era que usaba una máscara de hielo cuando quería ocultar sus emociones, lo ví cundo cambió el tema al preguntarle qué era lo que le consternaba el día de hoy. Era una mujer fuerte que no se dejaría abrir tan fácilmente, y que me dejara quitar poco a poco esas capas, me fascinaba, debía admitirlo.
—Abre la boca.
—¿Qué estás.. ?. Christopher..
—¿Confías en mi?. —asintió sin dudarlo, y acerqué más la cuchara a su cara—. Pues abre la boca.
Soltó una risa que me alivió el alma y supe que había caído.
—Bien. —y así lo hizo, me dejó darle mi postre, a pesar de que en efecto, me había gustado, pero notaba como comía del suyo con tanta devoción que no pude evitarlo—. Chris.. no soy una niña pequeña.
—Pero eres mi novia, y te trataré como tal. —le guiñé un ojo, notando cómo se le calentaban las mejillas, notando cómo algunos comensales notaban nuestro gesto en público.
Ya debían haberme conocido, a ella también, luego de estar tantas veces en la prensa con especulaciones por parte de los periodistas, como pareja. La verdad no me importaba si se acercaban y nos tomaban una foto de cerca, por primera vez quería que subieran una foto nuestra y hagan pública nuestra relación. Creía que era el primer paso para que funcionara.
En nuestro mundo, cualquier cosa que hacíamos era notificado a paparazzis en busca de una noticia impactante que publicar, muchos se escondían del ojo de ellos con tal de no despertar su vida privada, ¿pero que más me daba?, estar en una revista al lado de semejante mujer era una maravilla.
Me empezaba a desconocer, y por primera vez no me importó dejar de ser el Christopher cerrado y frío que fingía ser todo un rompecorazones. Acostarse con diferentes mujeres a la semana no era la vida que quería de aquí a diez años.
—Espera, tienes un poco aquí.. —un poco del chocolate del tiramisú había embarrado la apetitosa boca que deseaba probar y eliminar el dulce con mis propios labios, pero teniendo en cuenta que debía mantener la cordura solo por ahora, y por ella, me bastó con usar el pulgar y limpiarlo a la vez con la lengua—. Listo.
Mis oídos se sintieron complacidos con la risa corta que hizo notar. Me gustó hacerla sentir cómoda y que olvidara de la clara atención que ya teníamos sobre nosotros.
»—¿Un poco más de vino?.
—¿Acaso me quieres emborrachar, titán?.
—No está en mis planes, te quiero bien sobria para todo lo que planeo hacerte.
La vi cambiar su mirada a una más sombría y retadora.
—¿Qué esperas entonces?.
—¿Un poco más de postre, tal vez?.
—Olvídate del postre. —se levantó de repente, dejándome con la copa a medio camino hacia mi boca—. Hoy tu postre seré yo.
Me hizo levantarme y no oculté la gran sonrisa que nació en mi rostro. Tomo mi mano, llevándome hacia la salida con paso firme y seguro, derrochando sensualidad.
—Ponlo en mi cuenta, Vicent. —el chico que nos había atendido durante la estancia asintió, haciéndonos una reverencia de despedida que correspondí con un asentimiento de cabeza.
Todavía sigo preguntándome cómo llegué esa noche a su departamento. Todo el camino había estado interrumpido por besos intensos y cargados de pasión cuando me detenía en los semáforos. Su mano se desvío en varias ocasiones hacia mi miembro viril y tuve, una maldita vez más, que resistir las ganas de parquear el coche en la autopista y hacerla mía en los asientos de atrás.
Pero me permitiría jugar un poco más con su paciencia y la mía, después de todo, lo bueno se hace esperar, ¿no?.
Le deseó las buenas noches al portero del edificio, un señor mayor con arrugas de la vejez en la cara, manteniendo la compostura, antes de entrar al elevador y tomarme de las solapas del traje. Hacia demasiado calor, y la chaqueta termino en el suelo del pasillo rumbo a su apartamento, en el recorrido.
Joder, me sentía a punto de recibir mi premio gordo por ser tan paciente esta noche.
—¿Necesitado?.
—Mucho.
Se separó riendo en voz alta, antes de darme un pico y tomar mi mano.
—Tengo una sorpresa para ti.
Me hizo caminar siguiendo sus pasos, un poco más allá del salón principal y la cocina, justo donde se encontraba la gran pantalla plana con las vistas maravillosas de toda New York, había una inmensa mesa de billar.
—No sabía que te gustaba jugar.
—Para lo que menos la quiero ahora es para jugar.
Caminó soltando mi mano hacia un pequeño minibar. Tomó un vaso hondo y lo llenó con un líquido ambarino que juré que era whisky.
»—Te propongo un juego. —le ví rodear la mesa y con toda la calma del mundo, se subió sobre ella. Le dió un trago al whisky y abrió las piernas, subiéndose el vestido de corte de sirena hasta los muslos. Pude apreciar la braga negra que le había obsequiado antes de irnos a cenar, acomodándose en cada lugar correspondiente de su intimidad.
Mierda, esta es una jodida fantasía.
—Quieres matarme, ¿no es así?.
—¿Qué sentido tendría no usar un juego previo?.
Me lamí los labios, preparado para lo que fuera que se le estuviera ocurriendo en esa cabecita.
—Soy todo oídos. —accedí, colocando mis manos sobre la mesa.
—Es fácil, solo debes lanzar la pelota negra. Que roce justo aquí. —se levantó más el vestido, dejándolo esta vez en su cintura, haciéndome la vista más deliciosa si era posible—. Tienes tres oportunidades, si en ninguna de las tres logras dar directo justo ahí, tendrás que coges tu chaqueta e irte. Sin obtener nada de mi esta noche.
—¿Nada de nada?.
—Nada de nada. —afirmó con voz melosa, dándole un trago corto a la bebida en su mano.
—Bien. Acepto. —sonrió complacida.
¿En serio creía que no iba a lograrlo?.
¿O es que acaso me estaba retando?. Sé que quiere esto tanto como yo.
—Puedes empezar. —me afloje los botones apresores de la camisa que ya me estaba dando demasiado calor.. —Olvide decirte.. —hizo un silencio tortuoso que acaparó toda mi atención—. Cada vez que falles, debo quitarme una prenda.
Levanté las cejas, sonriendo y negando con la cabeza. La sonrisa inocente que pretendió darme después de decir aquello me hizo temblar.
De cualquier manera, terminara perdiendo o no, terminaría con una erección majestuosa en mis pantalones. Nunca habíamos tenido tanto juego previo antes del sexo y debo admitir que eso solo me hacía tener más ganas de acabar con esto de una vez por todas.
Me pasé la lengua por los labios, preparándome. Todas las bolas estaban agrupadas formando un triángulo con una figura de madera que las mantenía en ese lugar, correctamente colocadas. Su juego no tenía reglas, ni prohibiciones, así que técnicamente podría hacer lo que fuera con tal de ganar.
Quité unas cuantas bolas del camino, dejando solo siete y entre ellas, la bola negra que me daría el pase de oro. Confiaba en mis técnicas para de un solo golpe hace golpear su intimidad con la misma. Era demasiado provocador y macabro la genial idea que se le había ocurrido para jugar con mi cordura, pero me arriesgaría, aún si eso implicaba no tomarla hoy, en caso de perder.
Me preparé, estirando mis brazos y apuntando la bola blanca justo detrás de la negra. Un solo empujón y podría comerme todo lo que dejó a la vista cuando echó a un lado por un segundo la braga.
Eso fue muy injusto. El acto solo hizo que me desconcentrara y la bola solo tocara su muslo.
—Ups. Una menos. —no ocultó lo poco que le importó ser la causante de mi pérdida, pero el juego solo comenzaba y lo supe cuando tomó el vestido arremangado en la cintura y lo levantó por la cabeza.
Cierto, cada vez que perdiera, se quitaría un poco de ropa.
¿Los tacones no eran una opción?. Tenerla casi desnuda, con solo los zapatos y la braga negra de encaje puesta no era sano para mí poco juicio y mis ganas desesperadas por ganar.
»—Segunda oportunidad. —dió comienzo al juego, de nuevo.
Bien, Christopher, concéntrate.
Hizo rodar la bola hasta mi otra vez, deslizándose por toda la mesa hasta colocarla en el lugar que se le vino en gana. Cómo era de suponerse, estaba más difícil tirarla desde allí y lograr dar justo en su centro de placer.
Suspiré, tomando la postura inicial, a un costado de la mesa, notando que debía de usar toda mi perspicacia para dar justo donde quería.
Casi celebraba cuando la ví rodar y casi dar dónde debía. Muy cerca de eso, chocó a pocos centímetros.
Mierda.
—Casi, pero no lo suficiente. —fingió lamentarse otra vez, tomando el vaso de whisky y vertiendo lo poco que quedaba de la bebida sobre su pecho y justo en la ropa interior que aún le quedaba.
Estábamos a dos metros, pero podía jurar que ví cada gota esparcirse por sus pliegues, con ansias de acabar en mi boca.
»—Última oportunidad, Chris. —tentó, dejando el vaso de cristal a un lado de la mesa y agarrándose de esta apoyando sus manos en ambos lados. La vista que me regaló de sus pechos fue maravillosa.
Tuve que recolocarme la cara con la poca cordura que me quedaba. Estaba en un punto dónde me importaba un carajo ganar o no el jueguito, sabía que diera o no la maldita bola en el lugar, la tomaría sobre esa mesa y cada jodido lugar dentro del apartamento. Me importaba una mierda verme como un desesperado y no cumplir mi palabra, pero estaba siendo cruel, muy cruel, y si perdía no iba a permitir que todo mi aguante hubiera sido en vano.
La bola llegó a mi otra vez; no tuve ansias de liberar mi instinto competitivo, solo deseaba ganar de una vez, por lo que aparté más bolas, dejando solo la negra sobre la mesa. No lo quería tan fácil tampoco, así que decidí tirar desde una de las esquinas. Sería un tiro de vida o muerte y estaría aplicando toda mi fuerza.
Era todo o nada.
¡Y diablos, si que quería ese todo!.
No perdí mucho tiempo preparando una estrategia, solo debía tirar y ser certero, y en eso me enfoqué.
Me incliné.
Con ello, el palo lo hice llevar hasta atrás, midiendo la fuerza que le iba a aplicar.
La bola negra era mi punto de partida y la única que daría la victoria.
Enfoqué la vista, a donde quería que fuera y con cuánta rapidez, y la empujé.
Tal vez más fuerte de lo que debía, o tal vez Anastasia ya estaba lo suficientemente excitada como para aguantar el gemido lastimero que salió de su boca cuando la bola rodó hasta su clítoris, aún debajo de toda esa poca ropa que apenas le cubría su intimidad. El golpe fue directo y debo admitir, que tal vez sobrepasé la fuerza. Pensé que la había lastimado.
Que equivocado estaba.
La risa malvada y contagiosa que me propinó me dejó con la mente en blanco.
—Ven acá de una vez y fóllame contra la puta mesa.
No necesité más.
Gateé hacia su dirección por encima de la mesa de billar y tomé una de sus piernas, haciéndola caer de espaldas sobre esta. El vaso de cristal se deslizó y cayó al suelo rompiéndose, pero eso era lo que menos nos importaba en ese instante.
La besé con toda la necesidad que pude aportarle. El beso era defectuoso por la forma tan desesperada en que nos comíamos la boca, no teníamos juicio, no pensábamos, no medíamos la pasión que sobrellevábamos. Sus pechos me llamaron a cántaros, brillantes por la reciente caída del whisky sobre ellos. Los tomé en mis manos, limpiando con la lengua el líquido de la piel.
Nunca había disfrutado tanto del whisky hasta ese momento.
No fui delicado. Nunca lo era y hoy no sería la excepción, menos con tanto juego previo y aguante desde que subí el puto cierre de su vestido.
Mis manos se deslizaron solas hasta su intimidad y la braga negra que ahora mismo estorbaba. Me separé de sus pechos, ya rojos por todos los besos y lamidas que le propinaba, solo para quitar la única prenda que le quedaba.
Hice subir sus piernas sobre la mesa, quedando su sexo en mi cara. Aún tenía los tacones puestos, por lo que la longitud de estos hizo que sus piernas se elevaran más y totalmente provechoso de eso, las abrí en su totalidad. No tuve tiempo para vislumbrar lo brillantes que estaban sus pliegues por el whisky, saboreé cada espacio, chupando el clítoris hinchado que palpitaba adolorido por el reciente choque de la bola hacia él.
No me controlaba, parecía una jodida bestia sexual devorando el coño que tanto había extrañado, olvidando incluso lo doloroso que se estaba volviendo mantener el miembro dentro de los pantalones.
—Fóllame de una jodida vez, Christopher. —acatando sus órdenes, me mantuve de rodillas en la mesa, con ella con ambas piernas abiertas en torno a mis muslos.
Desabroché los pantalones y bajé el boxer sin ser consciente de que aún tenía la camisa puesta. Anastasia se vio con la misma desesperación cuando intentó quitar los botones pero..
—Joder. —si algo no teníamos ahora, era paciencia, ya la forma en que rasgó la camisa blanca, rompiendo algunos botones a su paso, fue la muestra de ella.
Estaba tan cargado sexualmente que podía jurar que con solo una lamida en mis bolas me correría.
Tomé el condón de la billetera en los pantalones y vi a Anastasia alzar una ceja en mi dirección.
Lo acepto, si pretendía terminar con ella entre mis piernas en el final de la noche.
Me lo puse con una rapidez impresionante, tanteando el terreno antes de entrar. Masajeé su clítoris adolorido ante la tensión acumulado, escuchando los gemidos que me hacían fantasear. Casi sollozaba con ganas de sentirme dentro de su cuerpo y joder, yo ansiaba lo mismo con todas mis fuerzas.
Besé sus labios por última vez, dando la embestida que terminaría por unir nuestros cuerpos y hacernos uno. Soltamos un jadeo/suspiro a la vez, demostrando lo mucho que queríamos esto.
No hizo falta narrar lo agitada que terminó la noche, pero si recordar cómo repetimos en la cama una vez más.
~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~
Bueno, bueno, bueno. Aquí estoy una vez más.
Lo acepto, estuve desaparecida por un buen tiempo, pero no fue intensional, lo juro.
En compensación a ello, subiré tres capítulos seguidos, este y dos más, asi que no pierdan tiempo, ¿que esperan para seguir leyendo?.
*Aquí una muestra de como me imaginé el vestido de Anastasia.
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