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Christopher
—Hey, dame una copa más.
El bartander hace una pequeña mueca con la boca y procede a preparar mi trago. Toma la botella que casi he dejado vacía de tanto beber y llena el vaso de cristal, vaciándola de una vez. Me doy un gran sorbo, sintiendo como el fuerte sabor se apacigua en mi garganta ante los muchos tragos que he digerido.
—Ya para de beber, vas a tener un coma etílico.
—Lo dices como si me importara.
Dos semanas han pasado en las que la ansiedad me carcome. No contesta mis llamadas o simplemente me corta con excusas tontas cuando contesta. Como si no fuera poco, no ha aparecido por la empresa. Por lo que me dijo Suset, le había informado que tenía grandes problemas familiares y no podría asistir. ¿¡Tanto le costaba decírmelo personalmente!?
—Mierda, Christopher. Das pena.
Lo doy. ¿Y lo peor?, que lo reconozco. Pero, ¿como no?, si llevo catorce días en abstinencia.
Hago una mueca cuando un perfume exageradamente dulce se cuela en mis fosas nasales. Es Chanel, pero... en grandes proporciones. Giro la cabeza, levemente entusiasmado, decepcionándome cuando veo la mujer que me sonríe descaradamente tomando un trago del mojito en su copa.
No es ella.
Marco sin decir nada se levanta y camina hacia una pelirroja con ojos verdes que lo mira desde una distancia prudencial hace unos cuantos minutos. Lleva todo este tiempo queriendo acompañarla, pero dado mi estado de ebriedad, deducía que no era lo mejor. Supongo que decidió irse ahora debido a que me encuentro acompañado.
—¿Estás solo? —pregunta a mi lado la mujer.
Es hermosa. Piel morena, cabello corto hasta los hombros color castaño claro y unos ojos grises electrizantes.
¡Carajo! Son tan parecidas..
Empiezo a pensar que Dios tiene una especie se odio hacia mi. Digo, ¿tantas mujeres y tienen que venir a coquetearme una con sus mismos rasgos físicos? Solo puede ser una maldición.
—Lo estaba.
—Entonces puedo hacerte compañía.
Me volteo hacia ella, con claras intenciones de decirle mis intenciones de emborracharme SOLO, pero..me decido por algo mejor.
La visualizo de pies a cabeza. El vestido negro escotado que trae le queda perfecto, su cuerpo en sí es perfecto.
Me sonríe con picardía al notar el descarado recorrido que mostraron mis ojos por su anatomía. La tomo por la muñeca sin dejarla hablar y camino rápidamente por toda la discoteca. No se queja de mi apresurado paso aún cuando hace el intento por caminar con sus largos tacones con rapidez.
Odio que sean tan sumisas.
«Antes te encantaba.»
Antes. Antes de que apareciera..
Gruño mientras me reprendo mentalmente por pensar en ella. Estoy con otra, solo, a punto de tener sexo descomunal, no tengo por qué pensar en ella.
Llego hasta el baño. Vacío o no, no pienso desaprovechar mi oportunidad.
Cierro la puerta de un portazo, percatándome de que está vacio. Empujo a la castaña hasta el lavado, besándola como poseso, sin importarme la rudeza que ejezco. Mis manos ahorcan su cuello, deseosas de sentir unas cálidas manos acariciar mi entrepierna con supremacía.
Suelto otro gruñido, separándome, cuando no noto ninguna reacción en mi cuerpo. Sostengo sus caderas subiéndola sobre el lavamanos; mi mano aprieta más su cuello al besarla mientras ella solo me abraza con las piernas y brazos por la cintura y torso.
Mierda.
La castaña jadea en mi boca pero no se queja, muerdo su labio inferior con tanta fuerza que el sabor metálico y el jadeo adolorido que muere en mi boca me hace notar que la he lastimado. Sonríe satisfecha, lástima, porque a mi no me va el sadomasoquismo.
Me alejo rápidamente, dejándola desconcertada. Me apoyo con los brazos contra la puerta de uno de los retretes. Miro hacia abajo. NADA. Ni un poco empalmado.
No estoy excitado. No siento esa enorme necesidad por romper sus bragas y penetrarla sin compasión, no siento mi miembro erguirse deseoso por el momento.
En otros momentos me hubiera replanteado mi sexualidad, porque sé que mi actitud no es normal. Pero no lo hago, porque sé el por qué de tanta algarabía. Y lo peor es que me niego a aceptarlo.
—¿Estás bien? —pregunta la mujer, con la respiración agitada.
Es irónico que se sienta a kilómetros su excitación, mientras yo ni una puta erección tengo.
—Vete. —ordeno sin mirarla.
Espero una réplica, un bufido, un respuesta notablemente molesta pero no llega. Solo oigo el picotear de sus tacones en las losas del baño y la puerta ser cerrada más adelante.
Como decía, odio que las mujeres sean tan sumisas.
Me estoy acostumbrando a ella, y eso no es bueno.
Me giro, viendo mi figura en los espejos. Notables ojeras, el cabello igual de peinado que minutos antes y la camisa levemente arrugada.
Recuerdos llegan a mi mente, de hace aproximadamente semanas atrás. Ella, yo, el cumpleaños de Erick, el baño. Comparo ambas situaciomes, sonriendo irónico por el rumbo de mis pensamientos.
Soy un idiota.
Preso del enfado, desesperación y ebriedad, mi puño se impacta sobre el cristal, rompiéndolo a su paso. Mi pecho se mueve frenético ante la reciente descarga de adrenalina. No pensé en las consecuencias, solo me dejé llevar. Observo mi distorsionada imagen en el espejo roto; se va tiñendo poco a poco de la sangre. Mis nudillos yacen en la misma situación, con pequeños cristales incrustados.
Camino con rapidez saliendo del baño. Busco a Marco con la mirada cuando me acerco a la barra donde antes me encontraba sentado, hasta que lo veo en la pista de baile con la pelirroja de antes y una rubia teñida. Ambas pasean su cuerpo, tocándolo con pasión.
Hago una mueca. Por lo menos él si tendrá una noche inolvidable.
Salgo de la discoteca, suspirando cuando respiro el aire puro. No le aviso de mi salida, seguro pensará que me fui con la castaña. Varias personas hacen fila, entrando de pocos y algunas chocando conmigo debido a los tragos de whisky en mi organismo.
Conduzco, bajando la velocidad para no captar la atención de algún policía. Me exaspera no llegar cuanto antes al departamento, pero no tengo opción.
Me arremango la camisa blanca hasta los codos cuando el calor empieza a hacer de las suyas, volviéndose sofocante. Bajo la ventanilla del auto a su totalidad, respirando profundo cuando mi cabello se mueve por el viento.
Con una mano en el volante y la otra en la ventana, me acomodo en el asiento. El reloj me indica que son las diez y veinte de la noche, temprano sin duda para todo lo que podría haber hecho esta noche.
Tardo veinticinco minutos en llegar debido a la lenta conducción. Me masajeo las sienes mientras el elevador van ascendiendo hacia mi pent-house.
Camino con calma hacia la puerta, planeando tirarme en la cama y despertarme -seguramente-, a las doce del mediodía.
Busco la llave en mis bolsillos, jadeando bajo cuando mis nudillos rotos rozan la tela del pantalón, pero al llegar a la puerta, noto que se encuentra abierto el cerrojo. La empujo con la mano, confirmando mi teoría.
Me alarmo, pensando que se trata de algún ladrón, lo que es casi imposible dado el hecho de que nadie puede subir a mi departamento sin mi consentimiento. Aún así, camino con calma por el lugar, tratando de percibir algún sonido extraño.
Vislumbro la luz de la cocina encendida, por lo que me encamino hacia allá. Siento un tenue olor dulzón. Extrañamente me adentro al lugar hasta que..
La visualizo.
La causante de mis ansias y desesperación, sonriéndome ladinamente apoyada en la meseta.
—Pensé que no vendrías.
Anastasia cruza sus piernas, aún de pie. La bata negra de seda y encaje se mueve ante el acto.
Si solo hubiera sabido que estuvo todo este tiempo aquí..
»—¿Qué te pasó en la mano?
—Nada.
—¿Te duele? —habla acercándose.
Toma mi mano entre las suyas, detallando la no tan grave situación.
—No tanto.
Me mira por unos segundos para luego detallar otra vez las heridas. Toca uno de los raspones, sacándome un jadeo.
Me mira, alzando una ceja
»—¿Decías?
No me deja hablar. Me arrastra hasta mi habitación abriendo la puerta con ímpetu y sentándome en la cama. Sin dirigirme una sola palabra se encamina al baño y tras unos cortos segundos, sale con el pequeño botiquín de primeros auxilios que poseo en una de las repisas. Suelo ser muy impulsivo, por lo que más de una vez terminé curándome las heridas que causaba, la mayoría de las veces, por peleas estando sumamente borracho en algún bar.
Abro mis piernas permitiéndole el paso cuando se arrodilla, quedando frente a mi. Con gran concentración, saca cada implemento utilizado para curar mis nudillos magullados y los limpia con cautela. Varios jadeos de dolor abandonan mi boca ante el ardor provocado por el alcohol en la carne abierta de mis nudillos. Coloca con suavidad en los mismos, un poco de la loción antiinflamatoria y termina colocando algunas tiritas.
—Listo. —pronuncia haciendo una mueca al tomar los algodones embarrados de mi sangre y junto al botiquín, llevarlo al baño.
El dolor se ha disipado considerablemente, lo que agradezco porque se me haría demasiado difícil dormir con los constantes ardores en la delicada zona.
»—En un segundo vuelvo, no te muevas.
Tampoco me apetece hacerlo, estoy agotado.
El alcohol en mi sangre hace palpitar mis sienes levemente cuando me levanto, caminando hacia el baño. Me apoyo en la pared unos segundos hasta que me encuentro preparado para continuar mi caminata hasta la ducha.
Sin esperar, abro el grifo empapándo mi cuerpo al instante. La mano vendada yace contra las losas de la pared, mientras intento a dura penas desvestirme con la otra. Apoyo mi cabeza en la pared mientras la tibia agua hace de las suyas, apaciguando a su manera la borrachera y el sueño repentino que cruzó de repente cuando estaba sentado sobre la cama.
Me recompongo cuando siento la puerta de la habitación ser cerrada. Con dificultad enrosco la toalla en mi cintura y camino, mojando el suelo a mi paso.
Anastasia sopla la tasa en sus manos, sentada sobre la cama. Levanta la vista cuando siente mis pasos aproximarse.
—Ten. Te ayudará. —confundido tomo la tasa entre mis manos, soltando un gemido cuando siento el calor pulular alrededor de la misma.
Anastasia resopla y quita la bebida de mis manos, guiándome hasta el pequeño sofá en la esquina de la habitación. Me sienta y se posa en mis muslos, llevando la tasa hasta mis labios.
—No soy un bebé. —me quejo cuando noto sus intenciones.
—Solo abre la boca y no repliques.
Frunzo mi entrecejo cuando el caliente líquido quema mi lengua, obligándome a tragar con pesadez. Anastasia nota mi acto y aleja la tasa, soplando el café por unos minutos hasta que me lo hace beber.
Parezco un niño pequeño.
—Sabes que aún me queda una mano sana, ¿no? —alego alzando la que se encuentra en mejores condiciones.
Rueda los ojos y se levanta dejando la tasa sobre la mesa de noche. Se planta frente a mi y pone sus manos en su cadera. Me mira alzando una ceja y es inevitable reír ante la actitud de madre sobreprotectora que posee justo en estos momentos.
—¿Me gustaría saber que te da tanta risa? —pregunta, seria, con los brazos cruzados sobre su pecho.
La bata se alza un poco, haciendo que mis ojos vuelen hacia sus bronceadas y largas piernas desnudas.
»—Hey. —chasquea sus dedos frente a mi cara—. Deja de comerme con la mirada.
—No ayuda mucho tu vestuario. —camino hasta el armario y desato la toalla, buscando algo decente para ponerme.
—¿Qué te pasó en la mano? —decide cambiar de tema al no encontrar argumentos.
Suspiro. Pues rompí el espejo del baño de un puto bar porque me muero por tenerte otra vez entre mis piernas.
—No quiero hablar de eso.
Gruño frustrado cuando se me dificulta colocarme el suéter en mis manos. La herida en mis nudillos arde ante el roce con la tela.
Anastasia suspira y se posa delante de mi. Toma la prenda entre sus manos y la pasa por mi cabeza, pasando con paciencia mis manos por las largas mangas. Sus manos se desplazan por mi pecho en un vago intento de recuperar la textura de la tela ante las recientes arrugas. Acomoda el cuello de la prenda desplazando suaves caricias por mis bíceps.
»—Si querías manosearme solo tenías que decirlo. —la ironía y la burla es clara en mi voz. Anastasia entorna los ojos y se aleja bufando como toro.
—Eres un estúpido. —noto el tono molesto en su voz, por lo que todo rastro de burla desaparece.
¿Y ahora qué se supone que hice?
—¿Qué te pasa?
Se gira, quitando un mechón de cabello de su rostro con rabia.
—¿Cómo que qué me pasa? Estoy preocupada. ¿No es obvio?
Camino hasta quedar frente a frente a una distancia prudente.
—¿Y por qué tendrías que estarlo?
—¿Tu mano magullada no es una razón?
—No seas exagerada. No es nada.
—¡Eres un irresponsable! Tenías los nudillos inflamados, si no hubiera estado contigo lo más probable es que cogieras una infección. ¿Y aún así dices que exagero? —su voz se va elevando conforme pronuncia cada palabra.
—No debería importarte. Después de todo no viniste hasta aquí para hacer un papel de enfermera, ¿o me equivoco? —deduzco observando su atuendo—. ¿Por qué te importa tanto después de todo?
Ni siquiera soy constante de las envenenadas palabras que salen de mi boca. Solo me defiendo, en un igualitario tono de molestia. Está armando todo un show por nada
—¡No seas malagradecido!
—Estoy bien, ¿de acuerdo? ¡No necesito tu preocupación! Al fin de cuentas no somos nada ¡El hecho de que follemos de vez en cuando no te da el derecho de creerte importante!
Y exploto.
Mi agitada respiración hace mi pecho convulsionar. Inhalo y exhalo.
No otra vez.
Hace mucho que no me pasa. ¿Por qué ahora?. ¿Por qué delante de ella?.
Solo le estoy permitiendo que me vea débil, destrosado.
Los ataques de ira era tan comunes en mi niñez. Se volvieron parte de mo día a día con el pasar de los años. Con el tiempo me acostumbré a ellos, a las constantes visitas al psicólogo, a los largos sermones luego de perder el control y golpear o insultar gravemente a alguno de mis compañeros en la escuela. Los doctores se maravillaron ante el milagro de que poco a poco fueran desapareciendo con el tiempo y se fueran disipando. Pero ahora..
¡Joder, Anastasia!
Mis brazos se apoyan en mis rodiilas al sentarme en la cama. No me atrevo a verla a la cara. Me siento sumamente avergonzado, por lo que le doy la espalda evitando a toda costa el contacto visual. Mi boca se abre intentando pronunciar un "lo siento" pero se cierra nuevamente al notar el sabor amargo en mi paladar.
¿Por qué me duele tanto decir la verdad? Digo, no he dicho nada que no fuese cierto pero...
—Tienes razón. Olvidaba que, después de todo, solo soy tu amante. Lástima, hubiera dejado que Ivana curara tus heridas —murmura luego de un tiempo en absoluto silencio.
Mi cuerpo responde insconcientemente, al sentir sus pasos alejarse de la habitación y salir al pasillo. La sigo, buscando alguna forma de disculparme pero... las palabras se quedan atoradas en mi garganta.
—Espera.
—¿Ahora qué? —suelta mi brazo con desdén cuando la detengo. Me encara, aún molesta.
¿Y lo peor? Es que a pesar de todo mis mismas palabras me saben a hiel.
—Lo siento. —alego.
—No tienes por qué disculparte, ser sincero no es un pecado.
Camina hacia la habitación de huéspedes. La sigo confuso. ¿Qué está haciendo?
Se quita la bata quedando en ropa interior y se coloca la ropa que se encuentra encima de la cama. Me quedo embobado observando su anatomía envuelta en el outfit casual que lleva. Sin duda unos simples jeans y un top pueden volverse el atuendo más sexy del mundo siendo llevado en su cuerpo.
Me obligo a salir de mi ensoñación cuando pasa por mi lado, con claras intenciones de largarse del apartamento. Tomo su mano, deteniendo su acción. Me niego a dejarla ir, mucho menos después del ajetreado día que he tenido.
«La necesito»mi cabeza pronuncia las palabras que tanto se niega a pronunciar mi boca.
—Estás molesta. —afirmo.
Suspira.
—No lo estoy. Solo... he tenido una semana dura y pensé que..
Se corta abruptamente, sus ojos se empañan levemente y la preocupación empieza a flotar a mi alrededor.
—¿Sucede algo?
Niega con la cabeza—Olvídalo, solo son estupideces mías.
Camina de nuevo pero soy más rápido y la sujeto. En un rápido movimiento apreso su delgado cuerpo en mis brazos. Como autoreflejo, solo eso basta para que suelte un estrepitoso sollozo.
—Me estás preocupando.
—Ahora entiendes lo que se siente. —siento como sus labios se curvan ligeramente en una imperceptible sonrisa, mientras esconde su rostro en mi cuello.
La vida es tan irónica.
—Ven. —me aparto, mis manos sostienen las suyas. Hace una mueca con la boca limpiando las lágrimas que han salido involuntariamente de sus hermosos ojos y se sienta a mi lado en la cama.
Muerde la uña del dedo pulgar mirando al suelo, con notable nerviosismo mientras me encuentro estupefacto ante su anterior demostración de vulnerabilidad. La Anastasia que tiembla en mi cama en estos momentos se me hace irreconocible. Siempre se ha visto tan decidida, tan audaz, tan firme con lo que quiere y a la hora de dictaminar, que me es inevitable preocuparme luego de su detallar su reacción.
—Necesito distraerme. —habla de una vez luego de los agonizantes segundos en silencio—. Fueron días difíciles y... no sé, yo... pensé que tal vez tú...
—¿Anja? —la animo a seguir hablando al callar.
Suelta una risa seca, sin humor—Pensé que tal vez una buena sección de sexo me ayudaría a olvidar todo lo que estoy viviendo pero... luego vi tu mano ensangrentada y... —sorbe su nariz— me preocupé.
Joder. Me siento tan mal.
No puedo negar que me siento un poco usado pero... aún teniendo sus propios problemas, se encargó pacientemente de curar de mis heridas.
No puedo evitar sentirme sumamente mal. Se ve tan vulnerable.
Sin duda, muy diferente a la Anastasia que conozco.
Aunque al parecer, la conozco menos de lo que pienso.
—¿Por eso me ignoraste estas dos semanas?
—Siento eso. Y-yo... necesitaba algunos días para mi. Para... pensar.
La curiosidad me carcome, y entiendo que si no se ha abierto a decirme el por qué de su tormento, es debido que no se siente preparada. No quiero presionarla, por lo que desisto de saciar mis incansables interrogantes.
—¿Y por qué crees que el sexo ayudaría?
Suspira.
—No sé, yo... supongo que solo era una excusa para verte.
—¿Verme?. —ella no me mira, en estos momentos pareciera que el suelo es más interesante, al no quitar su vista de dicho lugar. Mi pecho se comprime ante la confesión, y por alguna extraña razón mi corazón late aceleradamente.
—El sexo entre nosotros siempre ha sido muy bueno —se explica—, pero no sé el por qué pero me siento cómoda a tu lado. Me generas una gran confianza.
—¿En serio?
Ríe en voz baja—Es loco, lo sé.
Extrañamente, me siento igual. No se puede pasar desapercibida la química que tenemos tanto en el ámbito laboral como en la cama. No me soprende que podamos abrirnos facilmente el uno con el otro. Es sin duda una nueva sensación pero es... agradable.
—¿Alguna vez pensaste que nos veríamos en esta situación?
—¿Hablas de estar sentados en mi cuarto de huéspedes hablando de lo amarga que es la vida o...?
Sus carcajadas me detienen—No bobo. Me refiero a.. —nos señala— esto. Nunca pensé que podría sentirme tan bien a tu lado aún cuando solo tenemos sexo. Digo, es como si... como si nos conociéramos de toda la vida y tuvieramos demasiada confianza el uno en el otro para confesar hasta lo más vergonzoso.
—Es lo bueno de congeniar tanto en la cama, supongo. Uno se acostumbra. A la persona, a las palabras, a los momentos..
Y yo más que nadie lo sabe.
—Que profundo. —se burla.
Sonrío con autosuficiencia. El tenso ambiente se disipa, creando un silencio para nada incómodo. Solo, tranquilo.
Tanto ella como yo procesamos nuestras palabras. O por lo menos, yo si lo hago. Siento que acabamos de conocer la parte sensible de cada cual, de conocer, sin pensarlo, que podemos sentirnos bien en compañía del otro sin necesariamente tener sexo.
—Siento lo de hace un rato.
Sus ojos plateados me enfocan, con la clara confusión latente en sus iris.
—¿De qué hablas?
Suspiro.
-Cuando era pequeño sufría de ataques de ira. Solía perder el control con lo más mínimo que me molestara. Varias veces maltraté física y verbalmente a las personas que quería y...
—No tienes que seguir si no quieres. Entiendo que es tu vida y, a fin de cuentas no tenemos una relación lo suficiente íntima para...
—No es eso, solo quiero que sepas que... no fue mi intención gritarte hace un rato. No sé que me pasó. No solía hace mucho perder la cabeza.
Frunce los labios; su mano se posa sobre la mía, regalándome una suave caricia.
—¿Por qué me dices esto?
—Supongo que... intento excusarme. —sonrío, aunque se convierte más en una mueca.
Anastasia suspira.
—No dijiste nada que no fuera cierto después de todo. No tengo ningún derecho a..
—No sigas. —la interrumpo, severo—. No necesitas tener un puto anillo en el dedo para preocuparte por mi. —hablo refiriéndome a su comentario— Te lo agradezco, por que si no fuera por ti, lo más probable es que me hubiera alcoholizado hasta caer en la insconciencia.
—¿De qué hablas?
—La verdad... -suspiro profundamente- no he tenido un buen día.
—¿Por eso tomaste como si no hubiera un mañana?
Logro elevar las comisuras de los labios en una pequeña sonrisa—Soy un inmaduro, lo sé, pero es que el alcohol se convierte en mi antidepresivo cuando necesito olvidar mis problemas por algunos minutos.
—Pues... no necesitas al alcohol estando yo aquí. —se levanta de repente, me ofrece su mano cuando se posa frente a mi—. Yo me encargaré de hacerte olvidar tus problemas.
Niego con la cabeza escondiendo la sonrisa que abarca en mis labios. Tomo su mano, impulsándome y poniéndome de pie—Incluso en momentos serios no dejas a un lado tu faceta pervertida.
—Pues al parecer el pervertido es otro, porque no estaba hablando de sexo.
—¿No?
Anastasia suelta una risita inocente mientras me conduce hasta el pasillo que lleva hasta las demás habitaciones. Camina hasta la que me corresponde y tras abrir la puerta, suelta mi mano y abre la puerta de mi armario.
—¿Qué haces?
—Buscando algo cómodo para mi.
—¿Cómo?
—¿Podrías dejar de hacer tantas preguntas y confiar en mi?
Cruzo mis brazos sobre mi pecho mientras entorno los ojos hacia ella.
—¿Qué planeas?
Sonríe coquetamente mientras desabrocha los botones del jean de tiro alto, bajándolo por sus piernas. Pasa el top por su cabeza, quedando semidesnuda ante mi. Toma una de mis camisetas y se coloca, acomodando su larga cabellera en un solo hombro.
Camina hasta la cama y tras deslizar la gruesa sábana hasta loa pies de la cama y arrodillarse sobre ella, palmea el lado sobrante con una hermosa sonrisa surcando su rostro.
—¿Qué esperas?.
Aún confuso, sigo su orden y me siento en la cama. ¿Quiere que dormamos juntos?
—Colócate boca abajo.
—Anastasia, ¿qué estás..?
—Vamos, solo hazlo. Prometo que no te arrepentirás.
Me desplazo hasta quedar en la dichosa posición y enseguida siento su cuerpo abandonar mi lado y sentarse sobre mis glúteos. Alza mi camisa hasta quitármela completamente y vierte sobre mi espalda un líquido frío y espeso.
—¿Qué es.. ?
—¡Shh!
Suspiro rendido.
»—Relájate. —susurra en mi oído luego de dejar un casto beso en mi hombro.
Sus manos se desplazan por mi espalda, empapándola con la crema a la par que realiza pequeños masajes a cada parte de mi cuerpo. Me relajo, cerrando los ojos mientras sus manos hacen magia. Se mueven con suspicacia por mis hombros, dando un pequeño apretón. Siguen su recorrido hasta mi columna vertebral, siguiendo el trazado recto de la misma hasta donde empiezan mis pantalones. Sube, deslizando la yema de sus dedos y repitiendo la acción hasta que mi piel se suaviza, impregnado con la loción. Una tenue fragancia a jazmines inunda mis cosas nasales, suspirando con alivio.
Nunca me había sentido tan tranquilo en mi vida.
A pesar de que no es la primera vez que disfruto de la agilidad de sus manos, se siente como si lo fuera.
—¿Mejor ahora?. —exclama acostándose a mi lado nuevamente. Abro mis ojos, moviendo mi pulgar hacia arriba, incapaz de siquiera pronunciar una palabra.
Me encuentro en el paraíso.
—Creo que necesitaré más de tus masajes.
—Cuando quieras.
Me doy la vuelta, quedando boca arriba y mis manos flexionadas detras de mi nuca como apoyo.
—Solo que... tal vez piense en afectuarlo en otro lugar. —miro mi entrepierna, sonriendo con picardía.
Anastasia ríe mientras se acomoda en mi pecho. Acaricia mis pectorales desnudos, dejando un pequeña mordida en mi pezón.
—Pensé que yo era la pervertida?
Acerco mi boca a su oreja e imito su acción, mordiendo el lóbulo de ésta.
—Me haz hechizado, diosa.
Sonríe al acomodarse sobre mi, como sus manos debajo de su barbilla. Me observa fijamente cuando alza un ceja aún con la sonrisa burloma en sus labios.
—¿Diosa?
—¿No te gusta?
Sonríe mientras acaricia el cabello desprolijo cayendo sobre mi frente.
—Me recuerda a aquella vez. En el museo en Grecia. ¿Lo recuerdas?
—Como olvidarlo. Sobre todo cuando la estatua de Zeus me miraba cuandos me hacías sexo oral.
—Dios, Christopher. —tapa su rostro con vergüenza. ¿Anastasia Rumsfeld avergonzada?—. ¿Por qué eres tan crudo con las palabras?
Río con maldad—No parecías avergonzarte al hacerlo con altas probabilidades de que nos sorprendieran.
Se acomoda mejor en mi pecho, escondiendo su cabeza en mi cuello.
Bufa—Eres insufrible.
—Y tu eres hermosa.
Se tensa entre mis brazos. Lentamente levanta la cabeza hasta que el azulado de mis ojos se escrutan contra mi plateada mirada.
—¿Pasa algo?
—Nada, solo... olvídalo.
—¿Segura. ¿Dije algo que te haya incomodado?
—No, para nada. Solo... tengo sueño. Será mejor que nos dormamos, es tarde.
Asiento, confuso ante su reciente cambio. Ella se acomoda mejor en mi pecho, haciendo círculos con el pulgar en mi pecho. La lenta respiración en mi cuello me hace suspirar, estremeciéndome insconcientemente, y por primera vez en mi vida, maldigo una y otra vez ser tan obvio con las mujeres. O mejor dicho, con ella. Su cuerpo provoca sensaciones mi que hasta fuera del ámbito sexual, me calienta.
Anastasia se mueve sobre mi cuerpo, alzando la cabeza y rozando su nariz con mi oreja. Para mi total sorpresa, deja un largo y húmedo beso en mi cuello, y tras soltar una risita, habla:
—Al parecer alguien se niega a dormir —se burla, al notar la evidente erección involuntaria.
Sonrío ladinamente.
¿Qué haré contigo, mi diosa?.
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