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Anastasia
Amaneció rápidamente. Anoche Christopher insistió con preocupación cuando vió que no salía del baño por lo que para no levantar sospechas de mi extraña actitud a sus ojos, limpié mi rostro y salí del baño. Unos minutos después, se fue a su habitación para que Ivana no sospechara.
Observé la hora en mi celular: 9:20 a.m.
Los planes que tenía para este día se habían esfumado, solo quería tomar el auto y largarme de la cabaña, refugiarme entre los brazos acogedores de mis padres y dormirme tranquilamente mientras sobaban mi cabeza con cariño. Necesitaba mi antidepresivo favorito: el chocolate. Tal vez es algo inmaduro para mi edad, pero siempre solía acabarme un tarro entero de nutella en la soledad de mi habitación, sumergida en mi pena, cuando los días se me hacían largos. Como ahora..
Dí dos vueltas en la cama negada a bajar y encontrarme con el rostro emocionado de Edward en su cumpleaños. Quizás fuera de mala educación no felicitarlo ahora, pero en estos momentos no me importaba.
Abracé la almohada dispuesta a intentar dormir pero unos suaves toques en la puerta me hicieron soltar un bufido de indignación ante la interrupción.
Abrí la puerta luego de levantarme de la cama, enredándome con las sábanas. Alice me sonreía desde el otro lado.
—Oh, lamento interrumpir tu sueño, no era mi intención. —sus mejillas se tiñeron del mismo color rojiso en su cabello, mostrándose realmente apenada.
—No importa, de hecho, ya iba a levantarme. —mentí para no avergonzarla más de lo que ya estaba.
—Bien, solo quería avisarte que ya está listo el desayuno. Ví que eras la única que no se encontraba en la mesa y..
—Entiendo. ¿Podrías esperar a que me cambie? Claro, si no es molestia.
—Si, claro.
Alice Williams era tranquilidad entre tanto caos. Su personalidad y la de Erick eran tan diferentes que empezaba a creer en la superstición de que los polos opuestos se atraen.
Aunque claro, siempre estaban las excepciones, como Christopher y yo. Eramos tan iguales que en el mismo momento que nos vimos y congeniamos por primera vez, nos atraímos sexualmente al instante.
Me di una rápida ducha, decidida a no hacer esperar de más a la pelirroja sentada sobre la cama. Ya había sido egoísta de mi parte hacerla esperar por mi, sabiendo que tal vez deseara desayunar cuanto antes.
Me vestí en el baño, y aún con el cabello mojado, salimos de la habitación.
Al llegar a las escaleras, noté como sostenía con más fuerza de la normal la baranda, deteniendo su paso abruptamente. La miré confundida viendo como sus ojos yacían cerrados y tomaba pequeñas y cortas respiraciones.
—¿Pasa algo? —pregunté preocupada.
Sonrío, empezando a andar nuevamente.
—Solo este pequeño que me causa ciertos malestares. —pronunció sobando su vientre.
Oh.
Así que de eso hablaba Erick al decirle que no debía saltar de la cascada por su estado.
—Estás embarazada. —afirmé.
—Exactamente de un mes y medio.
Se veía tan entusiasmada que fue imposible que no se contagiara el sentimiento.
Era absolutamente normal que no lo supiera, no tenía un vinculo muy cercano a ella ni a los Williams —exceptuando a Christopher y su padre, claro está—, por lo que no le dirían a una desconocida que un nuevo integrante llegaba a la familia.
—Felicidades. Me alegro mucho por ti.
—Gracias. —acomodó su cabello tras su oreja con timidez.
Y a esto me refería en cuanto sus diferencias con su esposo. Mientras ella aparentaba ser tímida, tierna y frágil, él relucía por cada poro los beneficios que portaba con su hermano, perversión, empoderamiento, seguridad. Sin duda, eran el complemento del otro.
Que envidia. De la buena claro..
Ojalá yo tuviera algo así.
«De hecho, lo tienes.»
No nos engañemos, tanto Christopher como yo no nos vemos como una pareja con un futuro maravilloso con hijos y un matrimonio estable, todo lo contrario. De seguro ha estado con cientos de mujeres a la par que estaba conmigo.
Lo que me molestaba en cierto punto, ya que me gustaba la exclusividad. Pero no era nadie para entrometerme en su vida sexual, mucho menos sin ser siquiera amigos. Digo, congeniabamos bastante bien como socios, al igual que en la cama, pero..¿amigos?, seamos sinceros, los amigos no se follan ni se desean arrancar la ropa como ahora me está mirando él.
«Pero aún así, no niegues que esos momentos en los que te cocinó en tu apartamento, no fueron agradables.»
No lo negaré. Me sorprendió enormemente la tarde tan amena que tuvimos sin siquiera un roce con ansias de más allá de un simple beso. Descubrí una parte de Christopher Williams, que de hecho me atrevería a decir, no ha mostrado a otra mujer.
¡Agh! Es que todo es tan.. confuso. Es confuso como en unos instantes me lleva al paraíso con sus besos y toques y al otro.. simplemente alegra mi día con sus pesadas bromas y su habilidad para la cocina.
Carraspeo eliminando el rumbo al que ha llegado mi mente, captando la atención de los presentes en la mesa. Tomo un poco del agua en el vaso en mi mano, disimulando la incómoda tensión.
Felicito a Edward, apaciguando mi molestia, y disculpándome por mi llegada tarde al comedor. El susodicho solo agradece, para luego soltar la bomba de una manera un tanto disimulada.
—No te preocupes, Anastasia. De seguro tuviste una noche ajetreada.
Mira a Christopher de reojo mientras me sonríe ladino con inocencia. Su hijo imita su acción sonriendo con cinismo de oreja a oreja aún observando el platillo de comida.
Idiota.
Edward y Erick yacen en cada cabeza de la mesa, con sus esposas a sus derechas. En el lado izquierdo del mayor de los Williams está Ivana y Christopher a su lado, justo frente a mi, mientras que Marco se encuentra sentado a mi lado. En total, ocho sillas.
El resto de la comida transcurre en conversaciones entre Ivana y Edward. La rubia le comenta sobre su idea de hacer un mega cumpleaños en uno de los hoteles de sus padres, mientras Marco come apresuradamente —casi al ahogarse—, con un notable gran apetito. Alice y Erick se sonríen mientras el lleva la cucharada del omelette a su boca, acariciando con cariño su plano vientre. Búfo aburrida al notar que cada cual se encuentra sumergido en su mundo, hasta que Leslie me habla.
—Anastasia, ¿te gustaron los hopcakes? —pregunta realmente interesada en mi respuesta.
Miro los pequeños dulces en un gran plato en forma ovalada. Se ven deliciosos..
—Oh, de hecho no los he probado.
Leslie alza su mano tomando uno y pasándomelo.
—Edward me comentó que tu madre es chef. Pues me gustaría que la hija de la grandiosa Grace Rumsfeld me diga como horneo.
Su confesión me sorprende, tanto como el hecho de que vea tan importante mi opinión. Sin pensar tanto, lo llevo a mi boca degustándolo. Gimo al sentir el sabor dulzón del merengue hasta que..
—¿Tiene nueces?
La mujer asiente emocionada mientras yo abro los ojos sorprendida. Miro a Christopher quien parece sentir mi mirada, voltea el rostro ignorando su plato en la mesa.
—Oh, no. —susurra mirando el dulce mordido en mi mano.
Me levanto de la mesa casi corriendo. La señora Williams pregunta que pasa mientras su hijo trata de explicarle mi situación.
Entro a la primera habitación que veo. No me quedo a observar la maravillosa decoración, solo me dirijo al baño y escupo todo lo que yace en mi boca. Abro el grifo permitiendo limpiar el lavado de los restos de la comida, mientras siento como abren y cierran posteriormente la puerta. Veo por el cristal como Christopher toma mi cabello entre sus manos y lo sostiene en lo alto para que no se moje. Observo mi cara, suspirando con alivio cuando no veo nada extraño. Gracias a Dios no tragué ningún pedazo del dulce.
—Gracias.
—¿Te sientes bien?
Seco mi cara con una toalla pequeña doblada en una repisa tras mojármela, y al suspirar, respondo:
—Estoy bien. No debes preocuparte.
—¿Segura?
—Totalmente. Ahora será mejor que bajes antes de que sospechen..
Suspira.
—Bien. —se acercó y dejó un suave beso en mis labios.
Me quedo estática en mi lugar recapitulando lo anterior pasado.
¿Me besó?
«Ni que fuera la primera vez.»
Fue tan, extraño. Tan.. diferente.
Toco mis labios sintiendo la suavidad de los mismos y la reciente humedad de los de Christopher.
Reacciono bajando la mano con rapidez. ¿Qué diablos me pasa?
Niego con la cabeza, tomo el pomo de la puerta dispuesta a salir y bajar nuevamente.
Me detengo al oír algunos murmullos. Frunzo el entrecejo con confusión. ¿Quién podrá ser?
Abro un poco la puerta, sin hacer ningún ruido. Miro por la mirilla y me encuentro a Edward hablando por el celular.
—Te extraño.
Entrecierro los ojos. ¿A quién le podría estar hablando?
¿Será..?
»—Sabes que no puedo visitarlos ahora, Leslie puede sospechar. —hace una pausa, revolviéndo se el cabello—. Lo sé Camille, lo sé.
¿Camille?.
Bingo. Es ella, su amante.
Es obvio, al recibir su llamada se levantó de la mesa para que Leslie no oyera su conversación.
Ja. Después de todo tengo que agradecerle a su esposa por hacer dulces con nueces.
Sigue hablando por unos cortos minutos más hasta que se despide diciendo que los ama y cuelga. Rápidamente cierro la puerta, rezando por que no quiera usar el baño.
Me relajo cuando siento como la puerta de la habitación es cerrada. Espero un minuto, y salgo.
Observo el lugar, estupefacta cuando me doy cuenta de que es una sala mediana para ver películas. Tiene algunos sofás y una gran pantalla en el centro que se lleva toda la atención.
Estaba tan ocupada en llegar al baño que no lo noté.
Arreglo mi cabello alizándolo con los dedos y salgo al pasillo; bajo las escaleras, viendo como todos se levantan de la mesa tomando los platos y lo que restó de la comida.
Leslie se encuentra a unos metros parada, mordiéndose las uñas. Al notar mi presencia, se acerca rápidamente.
—¿Estás bien? Y-yo no sabía que eras alérgica. No fue mi intención, de verdad..
—Hey. Estoy bien, ¿si? No te preocupes. —le sonrío, tranquilizándola.
Asiente imitando mi acción y la acompaño a tomar los utensilios utilizados en el desayuno.
~°~
Los rayos del sol impactan sin consideración en mi piel al salir a la piscina de veinte metros que se encuentra en la casa.
Tomo entre mis manos la pajita de la piña colada y le doy un largo sorbo sentándome en la tumbona.
No se como, pero Ivana transformó el lugar en uno más.. acogedor. Colocó carpas sobre cada grupo de tumbonas, algunos globos azules oscuros y una mesa con cientos de brochetas y más aperitivos. A un lado, Christopher frente a una parrillada. Sus manos se mueven mientras fríe grandes pedazos de carne; el humo sobresale a su alrededor, gotas de sudor caen desde su frente hasta pederse en los pantalones de playa que trae. Los músculos de sus brazos se tensan al cocinar en la parrilla, frunze los labios totalmente concentrado en su labor.
Mientras tanto, yo me quedo viéndolo embobada, chupando la pajilla imaginando cientos de escenarios en los que lamo cada gota en su piel hasta dejar su cuerpo lleno en su totalidad de mi saliva.
Mira hacia todos lados, buscando —aparentemente— la mirada que lo escruta desde lo lejos. Voltea hacia mi. Muerde su labio mirando mi cuerpo tapado solo por el traje de baño enterizo que porto. Tras desvertirme con la mirada, guiñó el ojo con picardía.
Observo su cuerpo empapado por el sudor, deteniéndome en la V que se pierde dentro de su pantalón, lamiendo mis labios ansiosa por probar otra vez su cuerpo.
Sonríe torcidamente echando su cabello hacia atrás aún mirándome a la par que me susurra: Traviesa.
Ivana se le acerca acariciando su brazo. Este me mira fugazmente, volviendo la vista hacia la rubia a su lado y en un rápido movimiento, toma su cintura y la besa con pasión. Ella acepta el beso gustosa y sorprendida.
Levanto una ceja cuando veo la burla en sus ojos, los cuales me ven mientras la besan.
¿Es enserio?
Termino la bebida y la dejo sobre la mesa. Observo a Marco caminar cerca de mi y lo llamo.
—¿Si?
—¿Podrías echarme el bloqueador solar?
Marco traga saliva y mira hacia atrás, a un punto en específico: Christopher.
—No creo que sea buena id..
—Si es por Christopher, creeme que no se enojará. Tampoco es como si fuéramos esposos.
Lo medita por algunos segundos, para acabar asintiendo.
Se sienta en un espacio que le dejo en la tumbona mientras me acuesto boca abajo al quitármelo hasta mi cintura. Giro la cara hacia la derecha viendo como Marco carraspea ante mi acción; sonrío cuando noto la atención de Christopher sobre nosotros, mirándome con una cena alzada.
Como diría Isabella: In your face, bitch.
Marco mueve sus manos con agilidad sobre mi espalda. A la vez que aplica el protector, masajea cada lugar con ímpetu. Pequeños gemidos de satisfacción abandonan mis labios.
¡Si que es bueno en esto!
Ignoro la mirada de perro rabioso del pelinegro a unos metros y me concentro en el moreno tras de mi.
—Eres bueno en esto.
Sonríe como un niño pequeño.
—Lo sé. —admite con autosuficiencia.
Ruedo los ojos.
—Amigo de Christopher tenías que ser. —mis palabras le sacan una gran carcajada, y otra vez, justo como pasó en la cascada, captamos la atención por un instante de todos los presentes.
Bueno, ya uno nos miraba.
Durante todo el día solo me entretengo dándome pequeños chapuzones en la piscina, comiendo y esperando ansiosa que llegara el día de mañana para partir.
No me malinterpreten, el lugar es acogedor, la comida estuvo deliciosa y la compañía es casi agradable. Casi, porque cada vez que observaba a Edward reír con su esposa e hijos, fue imposible no fruncir los labios de la rabia.
En varias ocasiones tuve que contar hasta diez para retener todo lo que llevaba guardado dentro de mi y decirle todas sus verdades en su cara. Algo inmaduro de mi parte, ya que solo para él tenía mi plan, y me encargaría de hundirlo en cada ámbito, tanto en los negocios como con su familia, pero debía tener paciencia.
«Aguanta, solo un poco más, pronto verás los frutos, pronto vengarás a tu familia.» me repetía una y otra vez hasta que lograba tranquilizarme.
Intenté por todos los medios no cruzar una palabra más con él en lo que quedó del día, diciendo que me dolía la cabeza y por esa razón, debía descansar un rato. Sofía enseguida me entendía y con una sonrisa maternal me deseaba buenos sueños.
La noche calló, tan silenciosa y profunda como las otras veces. Aunque en el fondo, me encontraba yo, con más ganas acumuladas para acabar con Edward Williams.
~°~
El sol salió, y con él, llegó el momento de abandonar la cabaña.
Un glorioso baño de agua fría me recibió al levantarme por el incesante calor que abundaba. Me coloqué lo más desabrigado que pude encontrar, recogí mi cabello en un moño en lo alto de la cabeza —para así no rozar mi cuello y espalda—, y preparé mis maletas para dejar de una vez la casa.
Ansiaba ver cuanto antes a mi familia, por lo que una vez que el auto con todos dentro se adentró a las abarrotadas calles de Nueva York, y me dejó en mi apartamento, tomé mi auto y conduje hasta la residencia de los Rumsfeld.
Observé el reloj en la pantalla digital del coche: 1:05 p.m.
Suspiré. Samuel debe estar en la preparatoria, mientras que mamá y papá se deben encontrar en casa.
Abrí la puerta con las llaves que aún tenía; era tanta mi ansiedad que no esperaría a que Olga abriera la puerta.
En mi camino hacia su habitación, varias sirvientas me saludaron con respeto. Le pregunté a una de ellas donde se encontraban mis padres y tras su confirmación, me dirigí al lugar.
Abrí la puerta con brusquedad. Dereck y Grace Rumsfeld se encontraban en pleno acto sexual.
Oh, Dios.
Por suerte, las sábanas tapaban sus cuerpos desnudos.
—Lo siento, lo siento, lo siento. —estaba nerviosa y avergonzada, ver a tus propios padres intimando no es algo agradable, y mucho menos cuando ya no son dos veinteañeros.
No juzgo, sé que como cualquier pareja deben tener sus momentos íntimos, pero.. si soy sincera no esperaba esto. No son tan viejos, ambos andan rozando los cincuenta, sin contar que la carrera de chef de mi madre hace que ella misma haya creado su propia dieta nutricional, por lo que porta un cuerpo delgado con buenos atributos. En cambio mi padre tiene alguna que otra cana en su cabello castaño claro llegando a rubio, pero posee brazos un poco ejercitados. En resumen, todo un bombón para su edad.
Grace tuvo mucha suerte.
—¿Que dijimos de tocar la puerta, Anastasia? —regaña mi padre.
Se refiere a aquella vez cuando tenía dieciocho años y pasó los mismo, abrí la puerta sin tocar y se encontraban con claras intenciones de procrear un nuevo Rumsfeld.
Mierda. ¡Que momento más incómodo!
—¿Pasa algo, hija? ¿Por qué abriste la puerta tan agitada? —mi madre se acerca, pone su mano en mi hombro y giro, notando que ya están correctamente vestidos.
Sin esperar un solo segundo mi abalanzo a sus brazos, sollozando. Mi padre al ver mi acto olvida el reciente regaño, acercándose a nosotras.
—¿Qué pasa? —pregunta él.
Me siento en la cama. Más y más lágrimas abandonan mis ojos con velocidad. Grace se sienta a mi lado y coloco mi cabeza en su regazo; ella no pierde el tiempo y acaricia mi cabello.
Les cuento todo con lujo de detalles. Desde mi descubrimiento con Tom sobre la doble vida de Edward, las múltiples infidelidades a Leslie y...lo descubierto tras aquella conversación con Vólkov.
Obviamente saben sobre mi plan de venganza. No están de acuerdo, son de los que creen que los seres humanos debemos perdonar para liberar la rabia en nuestros corazones, pero aún así, me apoyan y sobre todo, entienden mis motivos.
Se miran preocupados. Mi padre se sienta bruscamente en un pequeño sofá celeste en la habitación; se inclina hacia delante tomando su cabello entre sus manos con frustración.
Lloro sobre las piernas de mi madre hasta que mis ojos se secan. En silencio hace pequeños masajes en mi cuero cabelludo, y agradezco por ello. Es de esos momentos en los que solo el silencio te llena, en los que solo necesito la comprensión de mis padres.
—¿Qué piensas hacer? —pregunta papá cuando me siento erguida en la cama.
—Nada cambiará. Me vengaré, y no solo por mi, sino por su esposa que duerme con un mentiroso en su cama y sus hijos que adoran a un envidioso como lo es Edward Williams. No merece su estima ni dedicación, no merece que la sociedad lo aclame como el gran fundador de una de las organizaciones más conocidas de niños huérfanos. Todos merecen saber la verdad.
Callan. Callan porque saben que tengo toda la razón.
—Nosotros te apoyaremos, hija. —mi madre toma mis manos entre las suyas y las acaricia con cariño.
—Lo sé. Sé que siempre estarán ahí para mí, sé que a pesar de no haber nacido de su amor me quieren como su hija, y siempre les agradeceré por darme la familia que me arrebataron.
Papá se sienta a mi lado, quedando yo en medio de ambos. Entre los dos me abrazan y besan mi cabeza y mejilla con amor.
»—Necesito decirle a Sam. No quiero que siga pensando que tenemos la misma sangre cuando no es así. Quiero que sepa la verdad.
—¿Estás segura? —pregunta mi padre.
—Totalmente. Samuel debe enterarse, yo personalmente se lo di..
—¿Decirme qué?
Como si hubiera sido invocado, mi hermano aparece abriendo a su totalidad la puerta. Lleva la camisa blanca de su uniforme con los primeros botones abiertos. Trae en su mano su chaqueta negra de cuero. Nos mira con confusión, deteniéndose específicamente en nuestros rostros enrojecidos.
Mis padres me miran, se miran y levantan uno primero y el otro después, dejándome a solas con Sam.
Suspiro levantándome. Masajeo mi cara, el momento al que tanto evité llegar, es hoy. Hoy debía decirle, abrir mi corazón y confesar. Confesar que por más que lo ame como uno, no somos hermanos.
—Tenemos que hablar. —decido hablar.
—Eso noté.
Giro, encarándolo.
—¿Y si te sientas?
Me mira extrañado pero lo hace. Mientras, camino de lado a lado pensando como empezar la conversación.
Quedo de frente a la ventana de la habitación, dándole la espalda.
»—Hace años hubo un accidente en un coche. En él iba una familia, familia que murió al chocar contra un poste. Ese día murieron, todos menos la pequeña hija del matrimonio.
Entrelacé mis brazos mientras observaba la lluvia caer. No sé en que momento empezó, tampoco es como que me interezaba de hecho, solo me enfoqué a seguir contando la historia, mi historia.
»—La niña lo vió todo con sus propios ojos. Vió como sus padres morían, como la vida se iba deshaciendo de sus inertes cuerpos y sobre todo, observó con miedo al horripilante ser que lo había provocado, huir como un cobarde.
—¿Cómo se llamaba ella?
—Anabelle.
—¿Cómo la muñeca diabólica?
Sonreí con tristeza.
—Si, como la muñeca diabólica.
Suspiré cuando las lágrimas recorrieron mis mejillas otra vez.
»—Solía ser alegre, juguetona. Era una niña, tenía solamente siete años cuando ocurrió. Ese día, era su cumpleaños, y al contrario de ver hermosos globos y flores decorar su habitación, observó como poco a poco, se convirtió en huérfana.
Cerré los ojos recordando el día. Como me sentí sola al no tener las caricias en mis mejillas provenientes de mi verdadera madre y los abrazos reconfortantes de su esposo, mi padre.
»—Caminó sola por mucho tiempo luego de salir de aquel auto. A tiempo, ya que lo que no sabía es que segundos después, el coche se prendería completamente. Si alguno de ellos aún vivía, murió esa noche, quemado.
Pensar en sus rostros deformados fue el detonante para hacer que sollozara con fuerza. No se si Sam entendía que aunque lo contara en tercera persona, estaba contando la historia de mi vida.
»—Un hombre bondadoso la encontró divagando entre las calles de Nueva York. La niña pensó que aquel guapo hombre era un angel, y no se equivocó, porque tras varios días viviendo con él y su mujer, se convirtió oficialmente en parte de su familia.
No observé a Samuel en todo el transcurso de mi confesión. No sabía que pensaba, si se mostraba confundido o triste. No estaba preparada para mirarlo y muchos menos para revelarme quien era esa niña.
»—Un año después un niño llegó su vida. Un pequeño y juguetón niño que se convirtió en la alegría de la casa, en la razón por la que la pequeña niña sonrío cada día, olvidando por pequeños instantes su doloroso pasado. Cada vez que lo cargaba entre sus brazos, y el pequeño le sonreía jalando de sus largos cabellos con sus pequeñitas manos, se sintió la persona más feliz del mundo, no se sintió más nunca sola. Se sintió afortunada al saber que si, perdió en un accidente a sus padres verdaderos y el pequeño ser que crecía en el vientre de su madre, pero Dios se encargó de darle el afecto y cariño mediante esas nuevas personas.
Giré. Limpié las salinas gotas que se escurrían por mis ojos y lo observé. Miraba al suelo fijamente, con sus brazos sobre sus rodillas y las manos juntas. Pude ver como las apretaba fuertemente, haciendo que sus pálidos nudillos sobresalieran. Su pecho se movía con vehemencia.
»—Esa pequeña niña creció. Creció hasta convertirse en una mujer madura e independendiente. Esa pequeña niña..
Callé antes de decir las últimas palabras. Respiraba con dificultad, no hallaba la manera para soltar de una vez las agrias palabras.
«Vamos, Anastasia, tu puedes» me animé.
Y no se como, pero lo dije. Me tembló la voz, pero hablé:
»—Esa pequeña niña soy yo.
Un enorme peso salió liberadamete de mi pecho. Cerré los ojos respirando con más calma. Me negaba a ver su reacción. No sabía si me odiaría o si tal vez entendería las razones por las que se lo oculté por dieciséis años.
No me sentía lista en todos esos años para confesar. El miedo me abundó cada vez que pensé que podría odiarme por no tener su misma sangre o quizás, por ser la jefa de RACC cuando él era el verdadero hijo de Dereck Rumsfeld.
No pronunció ni una sola palabra por un minuto. Tan poco tiempo pero me hizo eterno a la vez. ¿Qué debía hacer? ¿Preguntarle directamente que cree de toda esa triste historia o esperar a que cada neurona en su cabeza conectara cada punto? Desgraciada o agraciadamente, acabó con mi agonía, hablando.
—¿Estás queriendo decir que.. tú.. ?
—¿Soy adoptada? Si.
Silencio.
Desesperante y agobiante silencio.
Se podían oír mis latidos desenfrenados, resonando a la par de las gotas de agua cayendo sobre el ventanal.
Negó con la cabeza. Se levantó, alborotó con la mano su cabello y río.
—¿Es una broma, verdad? Claro, claro que es una broma. Eres mi hermana, lo sé.
—Lo soy. —vi como en su mirada destellaba cierto alivio, por lo que lo interrumpí rápidamente:— Te ví nacer, vi como aprendiste a caminar, como dijiste tu primera palabra.. soy tu hermana, pero de corazón.
La imperceptible sonrisa que amenazaba con surgir en sus labios se desvaneció. Más lágrimas surcaban hasta caer por mi barbilla, con miedo de que me rechazara.
Nunca sentí tanto miedo y desesperación en mi vida. Sollocé con fuerza cuando me acerqué y sin mirarme, retrocedió.
Y me derrumbé. A pesar de que no lo mostraba por fuera, mi corazón se encontraba hecho añicos con su acto. Era como si me repudiara..
—Samuel. —lo llamé cuando abrió la puerta y salió de la habitación dando un portazo.
Lo seguí. Lo seguí incluso cuando pasé por al lado de mis padres quienes se levantaron de su asiento en la sala principal, al ver a Samuel caminar hasta la puerta y salir de la casa.
Lloré cayendo de rodillas en el suelo. Tapé mi cara con las manos.
«Lo perdí.» era lo que se repetía constantemente en mi cabeza.
«Lo perdí para siempre.»
Inevitable recuerdos de nuestros momentos juntos llegaron a mi.
La vez que me abrazó cuando me rompieron el corazón por primera vez. Tenía diecisiete mientras que él solamente era un niño de diez años.
—¿Lloras por él?
Lo miré interrogante.
—¿Él?
—Tu novio. Oí como papá decía que estabas triste porque tu novio te había roto.
Volteé la cabeza entristecida.
Jason, mi novio por un año y medio, me había dejado. Luego de negarme varias veces a intimar, simplemente me dijo "No podemos seguir juntos " y me entregó el collar que una vez le regalé, era la mitad de un corazón, mientras que yo tenía una mitad, él tenía la otra.
»—Eres hermosa, no debes llorar por él. Papá dice que es un cabrón, y yo también lo creo. Si yo tuviera una novia tan linda como tú no la dejaría.
Reí secando mis lágrimas. Sam tenía razón, pero aún así, no podía evitar sentirme abrumada. Casi dos años echados a la basura.. pero lo tenía a él, a ese pequeño niño que se encargaría de aliviar mi tensada vida luego de la decepción amorosa.
Tantos momentos, tantos recuerdos, tantas risas, y todo se había desvanecido en un abrir y cerrar de ojos.
Mis padres se encargaron de consolarme, aún en el suelo, mientras repetía una y otra vez el acto de Samuel antes de salir. Como se negó a mi cercanía como si fuera una desconocida.
~°~
El reloj de la sala marcaba las once y treinta de la noche. Mi pierna se movía incansablemente con rapidez ansiosa por la llegada de mi hermano. Desde que salió, no ha vuelto. Mis padres caminan de un lado a otro preocupados, llamándolo a su celular otra vez, yendose hacia el buzón de voz.. de nuevo.
No podía explicar con exactitud como me sentía. Eran un cúmulo de sensaciones agridulces que rebotaban en mi pecho con ímpetu. Me sentía fresca por haber confesado lo que por años, intenté eliminar de mi vida, pero a la vez.. me sentía culpable de saber lo que le podría ocurrir allá afuera.
El reloj no tenía compasión, marcando cada sesenta segundos un minuto extra, y restregándonos en la cara que hace aproximadamente diez horas que no sabemos nada de él. Hace algunas semanas salió del hospital, y aunque ya no tenía el yeso en su mano por el esguince, debe de estar más tranquilo ésta vez. La preocupación aumentó cuando al salir, papá se percató que había tomado su moto, la cual yacía tapada en la cochera, debido a que mi padre escondió las llaves, a modo de castigo; no sabíamos como las obtuvo.
—Creo que es mejor que descansen. Yo me quedaré aquí, despierta.
—No creo que pueda siquiera dormir. —mi madre tomó otro trago de su té tranquilizante, el cual parecía lograr los resultados contrarios.
—Pero deben. —me levanté, masajeando el hombro de mi padre quien yacía sentado. Noté la tensión en su cuerpo, ni siquiera los leves masajes lograban apaciguar su preocupación—. Entiendo que estén preocupados pero si no duermen ahora, estarán más cansados mañana. Mamá, recuerda que tienes la entrevista en el programa de televisión.
La susodicha pareció recordarlo a último momento, palideciendo al ver la hora.
»—Ana tiene razón. —me secundó papá—. Debemos descansar.
—Pero..
Mi padre la sostuvo por la cintura y la obligó a caminar. No lo quedó otro remedio que suspirar y acatar. Antes de irse, le susurré a papá:
—Dale alguna pastilla para dormir, o dudo mucho que lo haga.
Asintió, dándome ambos un beso en la frente para subir las escaleras. Sonreí con ternura cuando se abrazaron en medio pasillo y caminaron así hasta perderse de mi vista. Por años usé su matrimonio como ejemplo, a pesar de los casi treinta años de casados, siguen amándose y respetándose como el primer día.
Suelto un largo suspiro sentándome en el sillón.. otra vez. Mi cabeza se sostiene sobre el respaldar; cierro mis ojos, esperando la llegada de Samuel.
¿Dónde estará? ¿Con quién? ¿Haciendo qué?
Masajeé mi rostro con frustración. Cuando se le pase esta inmadurez, yo misma me encargaré de aumentar el tiempo de su castigo. Entiendo que esté molesto y estupefacto por lo descubierto pero eso no es excusa que estar en la calle hasta tan tardes horas, preocupándonos a todos. Hubiera preferido mil veces que se encerrara en su habitación dispuesto a no hablarme, pero en casa, seguro, que allí afuera frente a toda clase de peligros.
Me recuesto en el mueble, en estos instantes el techo es quien se lleva toda mi atención. Solo debo esperar, lo más paciente posible..
Sin notarlo, mis ojos se cierran lentamente. Necesito una siesta, una pequeña.
~°~
El sonido de una puerta ser cerrada con fuerza me hace levantarme de un salto del sillón. Mi vista se topa con.. Samuel.
Miro la hora, abriendo mis ojos con exageración al notar que son casi las tres de la madrugada.
Me reprendo mentalmente por unos segundos la ridícula idea de una siesta, era obvio, teniendo en cuenta todo mi cansancio que no tardaría en quedar profundamente dormida.
Me levanto del mueble con cautela. A pesar de que quiero estrecharlo entre mis brazos por el tremendo susto que nos dió, no quiero asustarlo, no más de lo que ya está.
Tira la chaqueta de cuero en el suelo. Se tambalea ante el movimiento, sosteniéndose por pequeñas fracciones de segundos del jarrón que se encuentra a su lado, cayendo al suelo junto a este y haciéndolo añicos cuando pierde el equilibrio.
Oh, no.
Tomo la acción como oportunidad para acercarme a toda velocidad y ayudarlo. Me alarmo cuando veo un pequeño cristal del jarrón, encrustado en su mano.
—¡Dios, Samuel!
No me mira, lo que me rompe el corazón, pero la mueca que hace con sus labios al notar la sangre deslizarse hasta el piso, me hace usar toda mi fuerza de voluntad, ignorando el dolor en mi pecho, y lo ayudo a levantarse.
Coloco su brazo izquierdo sobre mi, siendo el equilibrio para caminar que no posee.
Solo espero que papá no haya oído el ruido y se levante, sería pésimo que lo viera en tal situación.
Arrugo la nariz cuando siento el olor del alcohol pulular. Y no cualquier alcohol, sino nada más ni nada menos que whisky. No sé como logró que le vendieran dicha bebida siendo menor de edad, pero esa será una conversación que tendremos luego.
Caminamos a un torpe paso hasta su habitación; subir las escaleras fue toda una hazaña.
Lo siento en su cama. Cae hacia atrás, dormido. Me encamino hasta el botiquín de primero auxilios que se encuentra en cada habitación, y lo tomo, encontrándome con su cuerpo aún sobre la cama.
Para evitar tener una plática incómoda a estas alturas de la madrugada, solo me preparo para limpiar y curar su herida.
Hace una pequeña mueca de dolor soltando un inaudible gemido al sacar el cristal de su mano. Suspiro aliviada cuando noto que no estaba profundamente incrustado en su piel.
Hago todo lo necesario, hasta terminar poniendo gasas y un venda. Recojo todo y lo dejo en su lugar. Aún sigue en su misma posición.
Ya debe estar dormido, y un borracho dormido no se despierta con nada, por lo que abro la puerta de su habitación dispuesta a irme cuando..
—Gracias. —oigo que susurra, lo suficiente alto para que lo escuche. Me detengo enseguida, con el pomo de la puerta en mi mano.
Giro, encontrándolo igual que antes, sin siquiera moverse y todavía con los ojos cerrados.
Hago un asentamiento de cabeza, a pesar de que no pueda verme, y retomo mi acción, dejando que se tome su tiempo a solas, no lo obligaré a entablar una conversación si no lo desea.
—No te vayas. —vuelve a susurrar, y otra vez, me detengo.
Muerdo mi labio con nerviosismo. Si me quedo, eso solo significará que quiere hablar y ahora soy yo la que no está preparada.
»—Siento haberme ido así.
Suspiro volteando. Mi cuerpo se apoya contra la puerta, sosteniendo mis manos atadas detrás de mi espalda.
Ya no está acostado. Jala algunos mechones de su cabello con nerviosismo.
Nos mantenemos callados por algunos segundos, sin saber que decir. Agradezco cuando decide él romper el silencio, porque ni siquiera yo sabía como hacerlo.
—¿Por qué no me contaron antes?
Suspiro.
—No los reprendas a ellos, fui yo quien decidió esperar.
—¿Esperar a qué? —exclama mirándome, con el rabillo del ojo lo puedo notar, yo por mi parte sigo observando la pared, incapaz de mirarlo a la cara.
—A que tuvieras la edad necesaria para entender.
—¿Y consideraste que sería hoy?
Sonrío levemente con nostalgia.
—No. Fue.. algo imprevisto.
—¿De qué hablas?
¿Cuántas respiraciones más se deben tomar? Porque yo ya no lo sabía.
—Descubrí algo que cambió todo, sin duda.
—¿Qué descubriste?
El solo hecho de pensarlo..me daba escalofríos.
—Descubrí que el posible asesino de mis padres estuvo debajo de mis narices todo este tiempo.
Samuel calla por unos segundos, sacando a relucir su curiosidad a último momento.
—¿No fue un accidente?
Sonreí.
—Eso pensaba. Dieciséis años pensaba que había sido un accidente pero descubrí que fue planificado. No tengo pruebas pero.. simplemente lo sé.
Y silencio de nuevo.
Realmente deseaba desahogarme, pero pensé que tal vez se sentiría incómodo con mis palabras. Hace unas horas supo que soy adoptada, tardará en asimilarlo.
—¿Por eso llorabas cuando llegué?
Asentí lentamente.
—Pasé por años creando un plan para vengar a mis.. —callé, no sabía como se tomaría mis próximas palabras—..padres. Sabía la razón por la que decidieron huir. Mi padre estaba siendo acusado injustamente, todo fue una farsa. Había una persona que lo quería fuera del juego y lo mandó a matar.
Samuel asentía, captando toda la nueva información en su cabeza. Sabía que sería algo nuevo para él, pero si quería recuperar su confianza, debía contarle absolutamente todo.
—¿Me odias? —pregunté de repente, cuando se formó un largo silencio.
—¿Debería hacerlo?
—Tal vez. —levantó la cabeza, escrutándome con la mirada.
—¿Tal vez? ¿Eso que quiere decir?
—Dice que.. es totalmente normal que lo hagas, debido que una desconocida intenta quitarte lo que por derecho es tuyo.
—¿De qué hablas?
—De la empresa. Tal vez sea legalmente una Rumsfeld pero tu tienes la sangre de uno y..
—No quiero la empresa. —respondió cortante.
El silencio se formó de nuevo. Suspiré ruidosamente, dejando mi orgullo y vergüenza a un lado, y decidida a acabar con tanta agonía.
»—Sé que debes estar molesto conmigo, y lo entiendo completamente. Me arrepiento de no habértelo dicho con antelación pero tenía miedo. —hablaba rápidamente—. Miedo de que tu cariño hacia mi se volviera inexistente con el tiempo. Porque sí, tal vez seamos inseparables pero a pesar de haber crecido juntos no tenemos la misma sangre. No quería que me odiaras.. y-yo.. —empezaba a sollozar—. No quiero perderte por esto, que el cariño que tenemos se esfume. Te amo, Samuel. Eres mi hermano, el mejor hermano del.. —me interrumpí a mi misma al soltar un fuerte sollozo. Las lágrimas no demoraron en esparcirse hasta deslizarse por mis mejillas.
Samuel se levantó de la cama y lo más rápido que pudo, caminó hasta mi. Sentí mi alma volver al cuerpo cuando su cuerpo se acopló al mío en un abrazo. Noté como el también lloraba, mi camisa mojándose poco a poco lo delataba.
—No me perderás. Siempre estaré contigo, banana. —y solo esas palabras bastaron para que mis brazos lo apretaran contra mi con más fuerza.
No sabes que pasaría de ahora en adelante, no sabía si nuestra relación seguiría como antes o tal vez el afecto desapareciera, lo que sí sabía es que desde este instante, no tendríamos secretos entre nosotros.
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