Capítulo 31
Acacia
Mucho tiempo atrás...
A estas alturas de la noche diría que era capaz de oler hasta la luz caliente de colores que revoloteaba por todo el lugar sin descanso, juraría que podía sentir el aroma del calor que desprendían.
El lugar era pesado, tedioso y húmedo, pero eso no le importó, no señor.
Franco D'angelo estaba muy ocupado ahogándose en alcohol como para notarlo. Sentado en la barra, pedía el trago que lo condenaría a un coma etílico seguro. Claro que eso en su idioma eran aproximadamente cuatro tragos, ese que estaba pidiendo sería su trago número cinco. Digamos que Franco no toleraba tanto el alcohol como él quisiera.
La música zumbaba fuertemente y las personas brincaban sin parar.
—Franco...—intenté decirle. Me hizo un ademán con la mano y dijo algo que no escuché. Seguramente pidiéndome un momento. Rodé los ojos y caminé hasta nuestra mesa. No estábamos lejos de la barra, gracias al cielo, por lo que no me preocupaba que Franco fuera a perderse.
Tenía los ojos puestos en él, no iba a negarlo. No me perdía un solo movimiento suyo y la mayoría de las veces no era precisamente porque me preocupara por su bienestar. Mis ojos siempre estaban encima de él, eso era verdad.
Unos varios pasos más adelante de donde estaba sentada esperando a Franco, podía ubicar a Cali retorciéndose ante la música junto a un muchacho, estaban tan enredados el uno con el otro que parecían serpientes en pleno apareamiento. Sus pieles brillaban con las luces de la discoteca y cada toque entre ellos parecía resbalar.
Era una salida de chicas, y digo era porque nuestro buen amigo y también jefe, se había sumado al plan alegando que él reemplazaría a Daphne esa noche. No nos quedó más remedio que aceptar su presencia e incluirlo de buena manera.
Debo repetir que su reemplazo solo duró las dos horas que le tomó embriagarse.
Cali al parecer sintió mi mirada, pues enseguida sus ojos conectaron con los míos y levantó su dedo pulgar con una sonrisa totalmente descarada. Señaló al chico sin disimular y se mordió el labio inferior con fuerza mostrándome sus dientes mientras su naríz se arrugaba.
Reí, ella estaba eufórica, no iba a usar otro termino y no iba a pensar mucho en qué quiso decir con sus gestos. Me conformaba con saber que estaba en exceso feliz.
Volteé nuevamente hacia Franco, su cabello desordenado, su ropa algo arrugada y la corbata desanudada que colgaba por su cuello. Lucía incluso mejor ahora que cuando llegamos aquí. ¿Cómo era eso posible? No lo sabía.
Tuvieron que pasar unos cuantos minutos antes de que por fin me diera su atención. Cuando el barman le entregó dos bebidas, él se alejó de la barra. Me sonrió, colocó las bebidas en la mesa, se sentó y luego posó los ojos fijamente en los dos tragos.
—Uno para la mujer más preciosa que he visto.—dijo distraídamente, señalando uno de los tragos—. y otro para mi.—me sonrió y se le achinaron los ojos más de lo normal.
¿Se refería a su ex? Ya había pasado un tiempo de eso, pero tenía claro que él no la había superado del todo. A pesar del tiempo y de cuánto he estado ahí, ella sigue estando presente en su cabeza.
Arqueé una ceja, ignorando la irritación que me generaba su comentario. Quizá él la recordaba cuando se ahogaba en licor. Estaba delirando el pobre hombre, tanto que incluso había traído un trago para su ex esposa.
Definitivamente hoy me tocaba hacer de niñera en esta salida. Por ahora era la única que seguía cuerda y en mis cinco sentidos, aunque en este momento sea lamentable.. Hoy cumpliría el papel de: la amiga sobria y responsable.
—¿La mujer más preciosa, dices? Sí que estás mal, Franco. —le respondí.
Él juntó las cejas, lo que más me cabreaba de Franco D'angelo era que fuera condenadamente guapo sin importar lo ridículo de la situación. Esta no era la excepción.
—No, no estoy mal. Eres la mujer más preciosa que he visto en mi vida.
Me quedé quieta, procesando sus palabras. Por un momento sentí que iba a enfermarme. Algo extraño pasó rápido por mi corazón, una especie de corriente.
Mi mente se aclaró un poco y se permitió bajar un poco la muralla que alzaba con Franco y se me escapó a montones lo que escondía de él tan celosamente, para cuando quise volver a esconderlo, no supe cómo. Por un momento fue como intentar cerrar una canilla rota, esa que hagas lo que hagas no funciona porque la corriente de agua es tan fuerte que simplemente te impide hacer algo.
Temí.
Le sonreí, de esas sonrisas que ocultaba de él porque me apenaba no ser capaz de esconder todo el amor que se me desbordaba solo con sonreírle.
Pero estaba bien, él jamás lo notaría esta vez porque estaba borracho. Debía calmarme, no pasaba nada por hoy. Mañana todo volvería a la normalidad y nada de esto importará.
—En realidad...
—¿Uhm?
—No consumo alcohol, cariño.
Él abrió muy grande los ojos y dejó caer su frente en la mesa.
—Oh...
Lancé una carcajada y con ambas manos alcé su rostro para mirarlo. Me sentía bien al no esconderme más, así sea solo un momento. Él me dió una mirada avergonzada.
—Eres un lindo. Perdonaré que lo olvidaste solo porque estás borracho.
—No estoy borracho.—dijo con el típico tono arrastrado de un borracho. Alcé una ceja hacia él.— ... No tanto.
—Seguro.
Le sonreí y pensé que haría lo mismo, en cambio, se deshizo de mis manos, lo que me sorprendió, tomó con su mano mi mentón y me acercó a su boca, podía oler su perfume mezclándose con el olor a limón de su último mojito.
—No estoy tan borracho, Acacia.—susurró.
Lo ví, sintiéndome embelesada por su mirada oscurecida, por sus pupilas dilatadas y por la humedad de sus labios. Me cazó lentamente y me obtuvo sin resistencia, atraída como una abeja a la miel.
Sus labios chocaron con los míos y no tardaron en seguir un delicioso compás, un ritmo que parecía estar en nuestra mente a pesar de que era el primer beso que me daba Franco.
Se aferró con más ahínco a mi cuando su mano fue a mi cabello, inclinando un poco su cabeza, me obligó a abrir la boca y me devoró.
Él sentía el derecho sobre una presa que tan pulcramente había cazado.
Franco soltó un suspiro de satisfacción que me hizo caer en la realidad, él estaba borracho.
Me separé de él, sin aliento. Negándole besarme de nuevo.
—Franco...—se oyó más como un gemido que como otra cosa, estaba perdida. Sus besos continuaron detrás de mi oreja—Franco, no. Estás borracho.
Él se detuvo, me miró a los ojos y me sonrió felizmente. Menos mal que mañana no recordaría de nada.
—Perdón, pero no estoy borracho.—él se rió, se separó de mi, tirándose sin cuidado en su silla. Pasó ambas manos por su cabello, tragué fuerte. Este hombre no sabía hacer algo mal.— Ahora siento que moriré sin otro beso tuyo, bonita.
Lo ví perpleja, era la primera vez que me llamaba así. Mi cara seguramente parecía que iba a explotar mientras él sonreía de lo más feliz. Empezó a balbucear unas cosas y me dije a mi misma que era momento de irnos. Llamé a Cali y vino acompañada del muchacho, Carlos dijo que se llamaba.
—¿Qué ocurre, Diosa?—me preguntó ella.
—¡Cali!—exclamó Franco antes de que yo intentara responder, rodé los ojos y lo señalé para que supiera de forma obvia, ahí tenía su respuesta. Ella hizo una mueca, aguantando una carcajada estruendosa seguramente.
—Hola, jefe.—le dijo ella y él río.
—¡Cali!—gritó de nuevo— acabo de besar a la mujer más preciosa del mundo.
El alma se me fue a los pies. Cali me miró sin entender y aproveché la situación para levantarme y tomar a Franco para levantarlo.
—Es hora de irnos.
Él me miró, con una mano tomó su cabeza y volvió a balbucear. Se acercó a mí oído y susurró.
—Bonita, no me siento bien.
Lo miré con cariño, antes de susurrarle devuelta. Lograba llenarme el corazón de calor, lograba tantas cosas que de verdad no sabía cómo lo hacía.
Y no se daba cuenta.
—Lo sé, amor.
Sería otro secreto que solo guardaría yo.
Cali y Carlos me ayudaron a subir a Franco a un taxi, no vinieron con nosotros, dijeron que otro tipo de fiesta continuaba para ellos, así que luego de asegurarme de que mi amiga estuviera bien y de acuerdo, partí con mi borracho jefe a su casa, pues ellos también estaban ansiosos por irse.
—¿Me podría esperar unos minutos, por favor? Vendré enseguida.—le dije al taxista.
—Aquí la espero, señorita. ¿Necesita ayuda?
—No, gracias. Ahora vuelvo.
Por más borracho que estuviera Franco, sabía que adoraba su privacidad y yo no permitiría que otra persona entrara en su casa o que lo mirara más tiempo del necesario en su estado.
Rápidamente tomé a Franco y con esfuerzo lo adentré a su casa.
—¿Dónde estamos?—me preguntó, ya somnoliento.
—En tú casa, vamos a tu habitación para que descanses, ¿Sí? Debo volver.
—Mi casa siempre será la tuya, ¿Lo sabes? Donde yo esté, siempre podrás estar tu también, ¿Lo sabes, verdad?—insistió.
—Seguro, jefe.
El arrugó la cara y luego sonrió.
—Lo soy, nos guste o no—se calló un momento antes de volver a hablar:— no recordaba haber puesto pintura movediza en las paredes.
—¿Qué? —pregunté, sin entender.
Él río otra vez.
Lindo.
—El color de las paredes está girando.
Ahora sí era un pobre hombre que alucinaba de verdad. Solté un suspiro y lo llevé a su habitación, lo tiré a la cama, ya cansada.
—¡Agresiva!—me dijo.
Rodé los ojos, a este ritmo me quedaría bizca.
Quité con rapidez su camisa, no caería otra vez, me repetía. Cuando terminé de quitar sus zapatos y alcé la mirada, Franco ya estaba dormido, descansaba con la cara inclinada y los labios entre abiertos. Sonreí.
—Eres demasiado para mi propio bien, Franco. No puedo creer que hayas hecho todo este desastre.—le regañé aunque estuviera dormido.
Él arrugó la frente como si me escuchara y yo reí. Lo arropé y salí de su casa. Mañana ya se las arreglaría él.
Al día siguiente en la mañana, yo tenía una sonrisa en el rostro y no exactamente porque hiciera buen dia.
Estaba feliz solo con imaginar la cara que pondría Franco cuando se levantara y fueran las doce del mediodía. Con lo meticuloso que era, seguramente se pondría de los nervios. Se lo merece por perturbar mi tranquilidad ayer.
No me preocupaba lo del beso, sabía que no lo recordaría y lo mejor era guardarlo como algo hermoso que alguna vez pasó. Al menos podría disfrutar de ese recuerdo sin la vergüenza de que él supiera, aunque ese hecho me dejara una sensación extraña en el pecho.
Las cosas eran así. No podía hacer mucho más.
Y lo iba a admitir, mi buen humor era 98% producto de ese beso.
Entré a la empresa sintiéndome ligera, saludé a las chicas y me preparé una taza de té. Me senté a tomarmela de forma tranquila viendo a Cali teclear en su computador. Tenía una piel reluciente y una sonrisa en el rostro.
—Ah, oye, Diosa.—habló ella, aún con la vista fija en la pantalla.
—¿Sí?
—Franco te necesita en su oficina, quiere asignarte una cita, la clienta quiere preparar todo hoy.—me miró y me guiñó un ojo antes de volver a lo que hacia.— es una boda. Suerte, chiquita.
Mis cejas se alzaron.
—¿Franco está aquí?
Ella río.
—Te estoy diciendo que una señora quiera su boda hoy, que lo tendrás que preparar sola, ¿y solo escuchaste que Franco está aquí?
Daphne silbó.
—Un comentario preciso.—dijo.
Ambas rieron y yo bufé saliendo de nuestra oficina para dirigirme a la de Franco. Existía un pequeño, pero minúsculo temblor en mis manos.
Una vez frente a su puerta toqué suavemente antes de entrar, él se hallaba leyendo unas facturas con una taza de café en la mano. Sonreí.
—¿Me necesitaba, jefe?—le pregunté de forma burlona.
Él me miró y sonrió cálidamente. Lo miré fijo, esperando ver algo en sus ojos... Pero no, nada. Él no lo recordaba. Me relajé.
—Buenos días, empleada.—dejó las facturas a un lado—necesito que hagas tu magia con urgencia el día de hoy. Será una boda muy intima, algo muy pequeño. Sé que eres genial en estos casos, por eso he decidido dejarlo en tus capaces manos. A tu correo dejé los detalles.
—Cuenta con ello, entonces.—él asintió y yo me despedí para retirarme. Abrí la puerta y dí un paso fuera de su oficina.
—Lo recuerdo.—dijo.
Volteé en su dirección, temblando como una gelatina.
—¿De qué hablas?—me hice la desentendida.
Él se levantó, caminó hacia mí y cerró la puerta.
—Lo recuerdo. Ayer yo...
—¿Ayer? Ah sí, tu te emborrachaste. Nada más.—hablé apresuradamente. No quería que pensara que me aproveché de él. Estaba en graves problemas.
—Yo... Sí, claro. Fue eso, lo siento.
—No volveremos a dejarte ir con nosotras, fue un error. No volverá a pasar, Franco. Olvídalo.—bromeé con los nervios a flor de piel, intenté irme nuevamente.
—Acacia, ¿Quieres que lo olvide?—interrumpió mi huida y tuve la certeza de que no se refería a su borrachera, mas ninguno dijo algo al respecto.
—Sí.—dije sin dudar.
Nos miramos un largo rato, hasta que él volvió a sonreírme, esta vez fue una sonrisa pequeña y delicada. Asintió y rascó su muñeca.
—Así será entonces, será algo entre los dos.—dijo de forma tímida, juraría que hasta confidencial.
—Nos vemos más tarde, ¿Está bien?—ignoré el final de su oración.
—Sí, nos vemos luego, bonita. Te llamaré en unas horas para saber si estás bien.
Tragué en seco y sacudí los recuerdos de mi mente.
—Lo estaré.
Él asintió y se giró para sentarse otra vez en su escritorio.
Y así, sin más, el momento pasó. Para cuando logré salir de la oficina de Franco, dejé salir todo el aire que no sabía que estaba conteniendo, miré su puerta un rato con el pecho estrujado y luego solo me dí la espalda para enfrentar el día tan pesado que me aguardaba.
...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro