Capítulo 26
Acacia
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Cena
Caminamos en silencio, él se veía tranquilo a mi lado, con sus manos metidas en los bolsillos delanteros de su pantalón con un aire despreocupado.
No mucho después de nuestra conversación, nos quedamos viendo el cielo hasta que ambos decidimos levantarnos para marcharnos.
En todo este revuelo de emociones que vivimos, recordé lo que me dió seguridad al abandonar la casa de Franco, su acción de hacer las cosas con la certeza de que no lo lastimaría, porque me estaba regalando sinceridad y un espacio cómodo para mi.
Quiero que él me dió para sostenerme, también lo tenga Luciano. Quiero compartir la entereza que Franco me dió.
Al estar por llegar a su casa, alcanzo a ver a cierta persona sentada en las escalas de la entrada, seguramente esperando por mi.
—Quiero que sepas, que te amo pase lo que pase y estés donde estés; fuiste el mejor amigo que pude tener, el regalo de tu amistad lo atesoraré por siempre—trago saliva, viendo al frente—.No olvides nunca, que existe una persona que te ama a pesar de todo. Quizá no llegué a amarte como te hubiera gustado, pero lo hago y debes saberlo, no quiero que vayas a ninguna parte sin tenerlo presente. Gracias por todo, Luciano.
—¿Lo dices de verdad?
Empiezo a caminar de espaldas para mirarlo de frente, ladeo la cabeza hacia un lado sonriéndole.
—De verdad.
No tiene tiempo de responder, como esperaba, llegamos a la entrada de su casa y mientras yo abro la rejita de la entrada, la persona sentada en las escalas se pone de pie como un resorte.
—Amore—.camino hacia él con una sonrisa y una ceja levantada antes de darle un sonoro beso en la mejilla, Luciano cierra la reja y se coloca a mi lado—son las siete, sé que me dijiste que a las ocho pero estaba preocupado y yo—mira levemente a Luciano.—quise venir antes sabiendo que estarías aquí.
—Está bien, Fede. Tenia la idea de llamarte para que me recogieras aquí hasta que te vi aqui sentado. ¿Quieres que nos vayamos ya?
Él me mira, a lo mejor esperando que alguno diga algo más. Posa su mirada otra vez sobre su hermano mayor un momento, Luciano sigue con las manos en sus bolsillos y la mirada en nosotros de vez en cuando.
De repente Federico camina rápido hacia nosotros y tomandonos por sorpresa nos junta a los tres dándonos un abrazo. Mi barbilla queda en su hombro derecho mientras que Luciano está siendo apresado en su hombro izquierdo.
—Los amo.—nos dice él, apretandonos.
Luciano y yo nos miramos antes de devolverle el abrazo.
—Nosotros a ti—le dice él.
—Y yo a los amo a los tres, ¿Entrarán a cenar o qué?—nos dice de la nada Sofia.
A Luciano se le escapa una pequeña risa por el comentario de su madre apoyada en la puerta secándose las manos con un paño de cocina. Es el primero en ir a su encuentro y abrazarla para entrar a la casa.
Federico me mira como queriendo cuestionarme qué hacer, artículo con los labios que está bien, él asiente y también entra a la casa seguido de mi mientras su mamá cierra la puerta.
Tener una cena en casa de la familia Cabassi era usual hace muchos años, entre risas, malos chistes y siendo molestos entre nosotros.
Verlos a todos riendo mientras comíamos es una imagen que jamás se borrará de mi cabeza. Donde los colores son vivos y el sonido de muestras carcajadas llenan la habitación.
De vez en cuando la mirada de Luciano se encontraban con la mía y no hacía más que brillar. Él estaba feliz, le sonreí teniendo la certeza de que pasara lo que le pasara, él tenía razones por las cuales seguir y personas a las cuales aferrarse. Él estaría bien y yo ya no tendría de qué preocuparme.
Estaríamos bien.
—Gracias por acompañarnos, cariño. Sabes que esta es tu casa—Sofia Cabassi me despide dándome un beso en la frente—Salúdame a tu madre, ¿Sí?
—Claro que sí, gracias a ustedes por recibirme.
Ella me mira con amor antes de responder:—Somos familia, qué cosas dices. Los dejo para que se despidan—me suelta y se dirije a Luciano—.Mucho cuidado al conducir, Lu. Cuídala mucho
—le dice pensando que él me llevará a casa, en mi cara se forma una media sonrisa. Ella se despide de Federico alegando que no le gusta ese aparato que tiene por transporte, nos dice que nos ama y se marcha.
—Bueno...—habla Fede alargando la palabra mientras palmea sus manos se atrás hacia adelante sin saber qué más hacer—. Amore, ¿Lista para irnos?
Me río falsamente antes de mirar su motocicleta, lo voy a matar.
—Claro—me giro a la salida— Adiós, Lu.—le digo al mayor a sabiendas de que odia que le digan así. Él ríe bufando mientras Federico se carcajea a sus anchas burlándose.
—Pff—lo señala Fede.
—Adios, Acacia—me dijo él.
Le doy un asentimiento y continúo mi camino.
Me quedo frente a la moto, dándoles algo de privacidad mientras se despiden. No mucho tiempo después, Federico viene en mi dirección suspirando.
—Ah... ¿Lista para morir hoy? Te subirás en esa nena, de solo pensarlo me resulta candente—dice señalando el aparato ese, como dice su mamá.
—Veremos quién de los dos muere hoy si me llego a despeinar mientras conduces, payaso.
Él ríe. La risa le va a durar poco.
—Para eso está el casco—me dice poniendomelo.—por cierto—me susurra tomando mi barbilla y ajustando bien el casco—estas más fea que la última vez que te ví.
Cierra con fuerza la visera del casco mientras y se apresura a subir a la moto.
—Cuando te quites el casco más vale que te prepares para un buen golpe, Francesco Cabassi.
—Si, si, vamos ya.
Me subo a la moto y alcanzo a ver a Luciano viéndonos desde la ventana de su habitación en el segundo piso. Miro al frente cuando Federico avanza, sintiéndome conforme con este capítulo en mi vida y cómo terminó.
Diez minutos después ya estoy bajando de la moto, le entrego el casco mientras él los deja sobre su moto para acompañarme hasta la puerta. Me despido dándole un beso en la mejilla y sin alejarme tanto procedo a darle un calvazo.
—¡Oye!
Me alejo por completo, empezando a entrar en mi casa.
—Te lo advertí, agradece que mi cabello aún esté decente—le lanzo un beso.—Ciao, bello. Te daré el honor de ver mi horrible rostro en otra ocasión.
—¡Fea!—le cierro la puerta en la cara—Sé que me adoras, me lo dijiste aunque juraste nunca dejarme oírlo de tus labios—escucho que dice pegado a la puerta. Ruedo los ojos.
—¡Ya lárgate!—escucho su risa y sus pasos alejándose. Sonrío.—Cuidate—susurró a la nada.
Me volteo para ir directo a mi habitación, quedándome paralizada en el proceso pues Francesca está en la sala hecha un mar de lágrimas.
Todo a su alrededor está destrozado, las revistas rotas regadas en el piso, los restos de cerámica de nuestra taza cerca de la pared y los cojines rotos por toda la salita.
—Fran, ¿Qué sucede?
—¡Lárgate!—me grita.
La miro con confusión.
—¿Quieres que te deje sola? Si quieres, ve a tu cuarto y yo organizo todo esto. Te prepararé un té, ¿Si? —me arrodillo junto a ella, tiene el pelo desordenado como si se lo hubiera estado jaloneando ella misma, intento tocarla y me empuja, intento mantener el equilibrio con las palmas de las manos pero una vez tocan el piso, un pedazo de cerámica se me incrusta en la palma.
Me levanto y saco el pedazo lo más rápido que puedo dejándolo caer en el piso, me paso la palma por el jean con fuerza intentando aliviar el ardor. Miro a Francesca y doy un paso hacia atrás, luego otro hasta darle la espalda.
—Acacia—me dice con voz rota.
—Te dejaré sola, siento inmiscuirme. Fue mi culpa.
La miro de reojo, viéndola asentir.
—Lo fue...—susura—. todo fue tu culpa—junto mis cejas sin saber de qué habla—¡Tienes la maldita culpa de ser tan perfecta todo el tiempo!—grita.—Tienes a tanta gente al rededor tuyo, como la perfecta protagonista. Tienes a dos hombres detrás tuyo y te das el lujo de sufrir por eso, de usarlos a los dos. Acacia la hermosa, Acacia la buena. No eres más que basura.
Parpadeo varias veces, apreto mi mandíbula, incapaz de gritarle, de enojarme. En cambio, asiento en su dirección.
—No sabía que te sentías de ese modo, siendo así, supongo que no debería ser tu amiga. Sinceramente, no me dí cuenta cuando tú dejaste de ser la mía.
Ya no tengo energía para luchar por nada ni por nadie. Ya me aburrí de esforzarme, me voy a permitir cansarme por hoy.
Ella me mira con rabia, al ver que no responderá nada más, sigo el camino hasta a mi habitación y me encierro ahí. Limpio la herida que me hice, me doy una ducha y al cerrar los ojos en la cama, me rompo a llorar.
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