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Capitulo 19


Acacia



—Entonces... En la mañana, ¿Qué tanto hablaban que no me escuchaban desde la orilla?

No me dí cuenta de cuántas veces Federico había preguntado eso pero fueron muchas; al igual que había perdido la cuenta de cuántos momentos de tensión había pasado Luciano y cuántos de nervios había pasado yo.

—¿Qué será lo primero que haremos en la noche?—desvió Luciano—. Hay mucho según lo que me explicaron, será todo muy elegante, habrá bailes, cena y no sé qué tanto más.

Íbamos entrando al hotel de nuevo luego de un día de sol, no tenia idea de cómo hariamos para cambiarnos. Acababamos de ir hace ya un rato al estacionamiento a buscar nuestras cosas luego de haber almorzado juntos. El bolso con mis cosas y todo lo demás, lo llevaba Luciano.

Efectivamente, el festival del hotel desbordaba elegancia junto con ese aire relajante de playa. Una combinación bastante rara a mi parecer, pero sublime.

—¿Qué interesa?—le respondió Federico.—Yo solo quiero ver los fuegos artificiales a media noche. Acacia ya había venido, ¿A que son lo mejor de la noche, amore?

—Solo he venido una vez.—respondí.—Pero seguro, son preciosos.

—No se diga más, la principessa ha hablado.—le sonreí con cariño y continuó hablando luego de devolverme una sonrisa aún más grande.—Lástima que nunca pudimos venir los dos juntos. Al menos ahora será aún más genial porque estamos los tres por fin.—Él siguió de largo por un pasillo ignorando el elevador que nos llevaría a la habitación Luciano dos pisos arriba, donde habíamos decidido venir a asearnos un poco.

Y fue exactamente lo que Luciano preguntó enseguida:— ¿Dónde coño vas? La habitación no está acá.

Le dí una mala mirada a Luciano por su forma de hablarle y Federico en cambio, acostumbrado a la amargura de su hermano mayor e importandole poco, lo miró con cara de incredulidad, diciendo con sus gestos "¿Perdón?"

—Hermano, ni loco me cambiaría en una habitación con ustedes dos. No me hagas decir las razones, demasiada tensión sexual.

—¿Cuáles ra...

—Por mi, bien.—me interrumpió Luciano, su cara estaba algo tensa.—Vamos, piccola fiore.

Me despedí de Fede con la mano mientras él me aseguraba que enseguida volvería con nosotros y seguí a Luciano. Él iría al baño a cambiarse.

Hace un rato me crucé con Francesca, fui a buscarla para saber si quería unirse a nosotros cuando tuviera tiempo, ella solo me hizo una mueca que no supe definir para luego alzar ambos dedos pulgares y seguir corriendo de un lado a otro. No se veía bien.

—¿Estás bien?—me preguntó Luciano.

—Yo sí, ¿Tú?

—Perfectamente.

Algo en su tono de voz me hacia saber que mentía, pero iba a decir nada al respecto. Él pidió el ascensor y mientras esperábamos, abrió la boca para decir algo, pero nunca salió nada de esos labios.

—Hola.—sentí que alguien me piqueteaba el hombro con su dedo. Cuando me giré, era Daphne, le dí una sonrisa enorme, contuve fallidamente un chillido y la abracé.—Ah, pero mira como se nota que hago falta.

—Claro que sí.—me iba a girar para presentarle a Luciano, cuando ella se giró antes señalando a alguien que apenas había notado.

—Él es mi hermano menor. Siento haberlo traído, el muy idiota siempre es un dolor de cu...

—Es un placer conocerte al fin, yo soy Alejandro. Daph me ha hablado mucho de ti.—la interrumpió él, me dió un abrazo apretado que apenas pude corresponder para luego mirarme con un brillo en los ojos.—Eres más hermosa de lo que mi hermana te describió. Literalmente, sí que pareces un ángel.

Alejandro era un hombre de tez clara con muchos lunares, no era robusto sino más bien de una complexión estilizada, era unos diez centímetros más alto que su hermana. Aparentaba no más de veinticinco años.

Sentí una vibra pesada a mi lado, seguido de unas manos sujetas a mi cadera.

—Lo mismo le digo siempre.

Luciano.

De un momento a otro todo el ambiente se puso más tenso, si eso era posible, Daph me veía entre curiosa y divertida, su hermano se puso rojo de repente y yo no sabía dónde meter la cara.

—Supongo que tu eres Luciano.—dijo Daph y él asintió.—Y veo que aún no se han cambiado, debió ser un lindo día de playa.—ella me miró como una madre ve a su hija cuando sabe lo que ha hecho, y la tensión en mi cuerpo aumentó.—Los esperaremos en el salón, elegiré una buena mesa y nos vemos allá. Vamos, Ale.

—Un gusto a los dos.—Dijo Alejandro, despidiéndose.

Nos dedicó una mirada y fue con Daphne. Luciano seguía a mi espalda bastante cerca, cuando ya no estuvieron a la vista, solté el aire. Me giré a para mirarlo dándole una sonrisa incómoda. Él me sonrió de vuelta y su rostro se iluminó.

El silencio se rompió cuando llegó el ascensor, con un claro "Ping"

Me recompuse lentamente sin saber a dónde mirar y ambos subimos.

Cuando llegamos, me duché de primera y luego él me dejó la habitación entera para cambiarme mientras él lo hacía desde el baño.

Primero preparé mi cara, el sol le había dado un tono más acaramelado a mi piel. Cuando terminé de maquillarme, alise mi cabello, me puse un tocado que amaba y finalmente, saqué mi vestido.

No hacía falta gran cosa para ponérselo, era un vestido de una tela traslúcida con el que no hacía falta llevar brasier por su escote delantero, parecía tener una enredadera de flores en color blanco escarchado que lucían hermosas con el fondo azulado del vestido, aún tenía la bata de baño puesta y debajo, solamente unas bragas de encaje color blanco.

Estaba en la peinadora de la habitación, frente al espejo, no había mucha iluminación, solo las lámparas a cada lado de la peinadora, necesitaba la luz para maquillarme. Ya estaba lista, solo faltaba ponerme el vestido. Me saqué la bata de baño, tomé el vestido e inicie metiendo mis piernas con cuidado de los tacones y subiéndolo poco a poco para no arrugarlo, apenas iba por las caderas y me estaba costando mucho subirlo.

Mi cabello caía sobre mi cara y me dificultaba aún más el trabajo.

—¿Necesitas ayuda?

Su voz me erizó la piel, me asusté por un momento; me habló dulcemente como usualmente era su tono conmigo. Alcé rápidamente la mirada y a través del espejo lo ví, estaba parado justo en el marco de la puerta del baño. Supongo que me tardé demasiado porque aún sostenía la perilla de la puerta, acababa de salir.

Él también me miraba a través del espejo, justo a los ojos. Sabía que estaba semidesnuda frente a él y eso solo me hacía desear que me mirara. No bajó la vista de mis ojos a través del espejo ni por un momento.

—Por favor.—le dije.

Caminó hacia mi lentamente, tomó el vestido desde mi cadera y sin hacer esfuerzos fue subiéndolo poco a poco, ni siquiera tuvo complicaciones, fue como si estuviera acariciándome con la tela; se concentró en el cierre de mi espalda y cuando estuvo a la mitad se detuvo, pues supongo que sabía que debía acomodar mis senos en él. Una vez lo hice, me quitó el cabello a un lado de mi cuello y lo arregló para que cayera en cascada por mi espalda. Fueron perceptibles cada una de las caricias sutiles y disimuladas que me regaló en ese proceso.

De nuevo, era otra burbuja que llevaba su bendito nombre, de esas que se nos estaban haciendo costumbre. ¿Quién iba a decirme que viviría esto con el que fue mi mejor amigo?

Estando en su mundo me giré hacia él, moría por besarlo otra vez. Moría por sentirlo como nunca había imaginado, como nunca había pasado por mi cabeza.

Tenía puesta una camisa de botones negra, su pantalón y sus zapatos también lo eran, sonreí internamente porque no estaba siguiendo las reglas de vestimenta del festival, aún así, iba elegantemente vestido y yo elegantemente jodida desde que lo repasé con la mirada. Tenía un cuerpo firme y formado, el cual había visto más de la cuenta en la playa. No musculoso, no exagerado pero sí lo suficientemente bonito a la vista. Luciano era varonil, de una forma delicada.

Me miraba, como si le doliera tenerme a centímetros de distancia, subió su mano hasta mi nuca y hundió sus dedos en mi espeso cabello negro. Di un paso más cerca, él también. Ni siquiera noté cuando ya estaba tocando su nariz con la mía. Era como si estuvieramos programados para acercarnos.

Ambos complementamos las acciones del otro, el cómo nos íbamos inclinando, el cómo íbamos encajando. Solté un suspiro frente a su boca, el movimiento de mis labios hizo que rozara los suyos.

—¡Eh, hijos!, ¡Su padre el que los abandonó ha vuelto! Siento haber tardado, no había cigarros en la tienda.—los inconfundibles gritos de Federico a través de la puerta nos había hecho pegar un brinco, separandonos. Luciano cerró los ojos con fuerza y yo di otro pequeño paso hacia atrás, sentía vergüenza.

—Gracias por la ayuda.

Él no respondió, me dió una mirada intensa antes de dar la vuelta e ir a abrir la puerta, cuando enseguida Federico gritó:— ¡Al fin!

—¿Podrías dejar de gritar?—le preguntó Luciano exasperado, lo sabía porque se pasaba las manos por la cara como si quisiera borrarla.

—¡A mi no me hables en ese tonito, soy tu padre!

—Dios...—Luciano miró hacia el techo, suplicando en silencio que lo mataran a él o a su hermano. Sonreí antes de acercarme a ellos. Federico se giró en mi dirección

—Mier... Digo, Acacia, ¡Dios mío, perdoname por alguna vez no decirle a esta otra lo buena que está!—Yo solté una carcajada y él iba a acercase, iba.

—Deja de mirarla así y deja de decir cochinadas.—Luciano lo detuvo con un brazo mientras ahora lo miraba con la cara arrugada de puro desagrado. Federico rodó los ojos antes de darse la vuelta en dirección a la puerta.

—Siempre de territorial.—Bufó.—Vengan ya. A este paso llegaremos cuando solo logremos ver la contaminación en el cielo por esos fuegos artificiales.

Y así llegamos al salón, con Federico caminando como una total diva frente a nosotros y la mano de Luciano en mi espalda baja. Le daba miradas a través de mis pestañas solo para asegurarme de que todo esto estaba pasando.

Pasamos la cena a gusto, encontramos la mesa de Daphne y comimos todos juntos. Ella hablaba de todo sentada frente a Federico y él no se quedaba atrás. Yo reía de uno que otro comentario y hablaba otro poco.

Luciano a mi lado hubiera hecho lo mismo, de no ser por ciertos momentos que lo hicieron estar la mayoría del tiempo igual de tenso que cuando esperábamos el ascensor.

Como por ejemplo, la mirada fija de Alejandro en mi escote, nada disimulado. Él estaba sentado frente a nosotros y no me agradó nada cuando abrió la boca para hablar.

—Acacia, el blanco te queda hermoso. Justo como dije hace un buen rato, pareces un auténtico ángelito.

Federico rodó los ojos, se giró en su dirección para verlo mejor y ya me estaba preparando mentalmente para uno de sus comentarios.

—Ahórrate los piropos de indigente, das pena ajena.

Por primera vez en la media hora que llevábamos de cena, Luciano sonrió.

Alejandro solo miró a Federico con irritación antes de ignorarlo y prestarle atención a la sonrisa de Luciano. Daphne estaba callada y ambas nos mirábamos sin saber qué hacer.

—Luciano, ¿no?—él asintió.— Daph me comentó sobre ti, el mejor amigo de Acacia. Cuéntame cómo lo haces—Luciano lo miró interrogante.—es que no me cabe en la cabeza, no me imagino cómo se siente vivir sintiendo que una mujer como ella solo te vea como una amistad.—rió.—Al menos tienes mucha suerte de tener a una amiga tan linda. Claro que no hay que culparte por no poder enamorarla, seguro es de las chicas que no se fijan en cualquiera.

Silencio.

Un silencio incómodo luego de sus risas irónicas.

Miré a Luciano, los huesos de su mandíbula apretada y sus hombros más cuadrados que de costumbre.

Estaba enojado y yo también. Su comentario fue burlesco y sea mi amigo o no, no me gusta que se burlen de la gente que amo.

Sabía que Luciano era mi amigo, sabía que sentía cosas por él, sabía que actualmente nuestra relación era más extraña que firme y sobre todo, sabía que él también pensaba igual.

Y aún así, quiero besarlo nuevamente y él muere por cumplir mi deseo.

¿Por qué no defender eso? Por reciente o pequeño que sea.

Los dos sabíamos que aunque no lo hubiéramos dicho en voz alta, estábamos intentando aceptar y demostrar los sentimientos hacia el otro.

Si algo le molestaba con un carajo a ese hombre de rostro delicado, era que le dijeran que no puede conseguir algo que él quiere.

En otras palabras, antes que todo, yo era una fiera con instinto sobreprotector.

Puse mi mano en su rodilla y dí un apretón que lo sacó de su mundo de enfado, me miró sorprendido y yo le sonreí. No, definitivamente no se va a quedar así.

Lleguemos o no a algo con estos sentimientos que estábamos viviendo, él siempre sería mi mejor amigo y yo siempre me pondría de su lado.

—Tienes razón.—le dije.—Soy muy linda, es verdad. Un ángel... No me fijaría en cualquiera, por tanto, no me fijaría en ti.—Lo miré fijamente y le regalé media sonrisa.—Afortunadamente tengo muy buen gusto. Solo deseo a hombres hermosos, como Luciano, por ejemplo.

No sabía quien se había quedado más estupefacto en la mesa. El primero en reaccionar, fue obviamente Federico que largó una carcajada en la cara de Alejandro, solo le faltó señalarlo.

—Es una fierecilla cuando quiere.—suspiró.

Alejandro me miró tieso, su cara se puso roja de la pena o del enojo, la verdad no podría importarme menos cómo se siente. No tuvo el amago de responderme.

Daphne se levantó de la mesa dándome una sonrisa casi macabra, la cual sinceramente me descolocó. ¿Se alegraba de que fuera horrible con su hermano? Enseguida sentí la vergüenza comiéndome por dentro.

—Ale, ¿Te apetece llevarme a bailar? Esta música me encanta.—Dijo Daphne a su hermano, él asintió con el ceño fruncido.—Los veo al rato, chicos. Los buscaré para los fuegos artificiales, antes quiero ir a ver los bailes que hacen por la zona del bar.—se inclinó hacia mi.—Tu y yo estamos bien, me encanta cuando eres una desgraciada que defiende a cualquiera. Siento mucho el comportamiento de mi hermano.—murmuró. Asentí y le dí un beso en la mejilla antes de que se perdieran entre la gente.

Federico se levantó de repente con la vista fija a un lugar, seguí su mirada y una rubia despampanante le coqueteaba desde otra mesa.

-Bueno, hijos míos. Eso estuvo sublime, como siempre-se alisa con las manos la camisa blanca que lleva puesta y nos guiña un ojo-. Que se diviertan, papi tiene cosas que hacer. Les doy permiso de hacer cosas incestuosas.

Luciano lanzó una carcajada mientras yo me encogía en la mesa y miraba como se iba con esa rubia a quien sabe dónde. Sabía lo que venía ahora, otra vergüenza.

-Asi que... Hermoso, ¿Eso piensas que soy? Y además, te encanto-lo sabía. Aquí viene la charla. Me dió una de esas sonrisitas suyas. Sin embargo no esperó que yo le respondiera, me sorprendió que me tendiera su mano, levantándose-. ¿Quieres venir? Hay un lugar que estoy seguro de que también te va a encantar.

Por supuesto que tomé su mano, mirándolo fijamente y dándole una sonrisa irónica. Nos levantamos y empezó a guiarme.

Me ayudó a quitarme los tacones y fuimos a la playa, más específicamente, a la parte contraria de donde había celebración. Giré la cabeza ya un poco lejos, podía ver las luces y a las personas bailando en la arena, riendo, alejándonos más y más hasta que las luces ya no nos alumbraban.

Miré hacia adelante, él seguía guiandome, la luz de luna y el mar hacía que todo tuviera un color más azulado y oscuro. Pude ver una capilla al aire libre, ahí en medio de la arena, frente al mar, estaba casi pegada a una de las paredes rocosas que rodeaban el hotel. Tenía algunas plantas al rededor y se veía hermosa.

Él entró hasta quedarse en medio de la capilla, me acercó de nuevo a si mismo hasta que con sus brazos rodeo mis caderas, mirándome fijamente a los ojos.

-¿Te encanta?

Lo miré, con no más que luz de luna dándole a la cara y el sonido de las olas del mar rompiendo contra las rocas de fondo. Reí.

-Me encanta.

No vi venir el beso que me lanzó nada más acabar de pronunciar esas palabras. Me besó como si estuviera conteniendose, contención que acabó cuando solté suspiro sonoro. Y lo tomé de la nuca fundiéndome en él, besándolo con la misma desesperación.

Una de sus manos se fue a mi espalda y la otra seguía en mi cadera, sujetando y apretándome con fuerza hacia él. En algún momento empezamos a inclinarnos tanto, que yo quede pegada a uno de los soportes de la capilla mientras él me besaba el cuello. Tampoco supe cuánto tiempo había pasado cuando empezó a bajar más sus besos, besaba lo que el escote en V de mi vestido dejaba a la vista. Me sobresalte cuando la brisa fría y salada me dió de lleno en los pechos, la tela del vestido y los tirantes habían caído.

-Luciano. -me oí suspirar, subí una pierna a su cadera y me derretí cuando él empezó a besar mis pechos directamente mientras me sujetaba el muslo, la humedad cálida que dejaban sus besos se convertía en una humedad helada por la brisa, entonces él volvía a dejar besos en el mismo lugar. Volvió a subir sus besos a mi cuello, mientras él mismo acomodaba la parte de arriba de mi vestido y me daba un último beso en los labios.

-¿Vienes al mar conmigo?-susurró.




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