Capítulo 18
Luciano
Se lo dije. Mirando esos ojos que tanto amaba desde que era aquel niño que la seguía a donde fuera, le acababa de confesar una verdad a medias a mi florecilla. Ella no dijo nada al respecto luego, ni ahora, pero un pequeño peso se había esfumado de mis hombros después de soltar aquello.
—¿Sabes qué odio? —pregunta luego de terminar la última rueda de kiwi en su plato. Estamos terminando de desayunar, uno sentado frente al otro en el buffet del hotel.
—¿Todo?
—Muy gracioso —me pincha la mano con su tenedor y continúa hablando luego de un dramático suspiro—. Odio aún estar seca y libre de arena en el trasero —Yo rio ante su ocurrencia junto con ella.
—Entonces vamos —le tiendo la mano y ella duda—. ¿Qué sucede?
—Deja de mirarme así —me lanza una mirada entrecerrada.
—¿Así cómo?
—Como si fuera la cosa más dulce en esta mesa.
—Lo eres —respondo enseguida y ella suelta un bufido, toma mi mano y me jalonea.
Juntos nos encaminamos a la salida trasera del hotel que daba a la playa, no nos toma mucho tiempo porque en realidad, el área de comidas y bebidas está frente a la salida a la playa.
Noto su emoción al final del piso de mármol frente a la arena. Se tambalea de un lado a otro a punto de caer intentando quitarse las sandalias y me rio antes de tomarla del brazo y pegarla a mi pecho.
—Tranquila —dije en su oído dulcemente—. Es temprano, la playa seguirá ahí cuando te quites las sandalias, Acacia.
—Lo siento. En serio estoy ansiosa —asiento entendiéndola mientras ella se voltea a mirarme, hago lo mismo y descubro que en su mirada hay una intensidad que no estaba hace unos minutos.
—Ven, déjame ayudarte con eso —ella se sujeta de mis hombros, ambos quitamos sus sandalias y fue imposible para mi no dejar una inocente caricia en su tobillo—. Ya está —le digo cuando nos incorporamos correctamente dejando un rápido beso en su mejilla —. ¿Lista para estar mojada y tener arena en el trasero?
Un poco lejana y distraídamente asiente mirándome aún. También me quito mis sandalias y entonces tocamos la arena, ella suspira.
—Imaginé esto desde que desperté —dijo sintiendo la misma arena tibia que estoy sintiendo yo.
Ambos vamos a los toldos organizados para la comodidad de los huéspedes con las sillas de playa viendo en dirección al mar. La playa del hotel Costa Azura tiene ese aire intimo, con grandes rocas a los lados dando la impresión de un abrazo pero una amplia playa lo suficientemente espaciosa para que muchas personas naden en ella.
Acacia y yo tomamos asiento en uno de los toldos y disfrutamos el sol unos minutos en silencio, hasta que ella se ríe pícaramente y me mira. Sus cachetes ya rosas por el poco sol que ha recibido me dan la bienvenida.
—¿Te consideras viejo?
—Pues, no lo creo. ¿Por qué lo preguntas?
Su sonrisa se ensancha y ya sé que algo trama mi preciosa pelinegra.
—¿Carrera hasta la playa?
Ambos nos paramos al mismo tiempo y con rapidez empezamos a desvestirnos, al menos es algo que yo estaba haciendo hasta que la vi en bikini. Con cada curva en el lugar correcto; la parte de arriba de su traje de baño amolda tan bien sus pechos que no deja mucho a la imaginación, las delgadas tiras amarradas a cada lado de su cadera la hacen ver como una diosa curvilínea. Cuando se gira y empieza a correr hacia la playa, mi vista cae y me atoro con mi propia saliva queriendo ser la arena que le tocará el...
—¡Perdedor! —grita empapada ya en el agua.
Si supieras, pequeña Acacia, que al contrario. Yo gané.
Salgo de mi estado al notar pequeñas líneas negras en su costado. Me acerco, me meto al agua junto con ella y sin darme cuenta, ella se estremece porque yo estoy tocando aquellas líneas.
—No me dijiste que tenías un tatuaje.
—No preguntaste —me dijo casi sin aire y no paso desapercibido la mirada que le da disimuladamente a mi cuerpo, un escalofrío cruza por su cuerpo notando la misma tensión que yo—. No es como si estuviera por ahí gritándolo a los cuatro vientos.
Sonrío, detengo mi caricia y la tomo de la cintura acercándola a mi.
—Es lindo.
El arte que Acacia tiene, inicia a un lado de su pecho derecho y se extiende a lo largo de su cintura como la enredadera que es, con pequeños y delicados trazos en las hojas casi rozando lo imperceptible, su sombreado es sutil y suave, esta hecho con unas líneas muy delgadas. Sonrío aún más, sabía que ella ama la naturaleza, pero jamás había pensado que esa niña sabelotodo la tatuaría en su precioso cuerpo.
Al igual que jamás había visto a Acacia en bikini, mucho menos de adulta. Conservo un recuerdo lejano, de alguna vez cuando niños en aquella piscina que hay en su casa.
—Gracias —ella empieza a temblar y es mi oportunidad, para darle un gran salpicón de agua en la cara—. ¡Ugh, te vas a arrepentir!
Pasamos la mañana entre salpicones, empujones y risas. Nos hemos alejado ya bastante de la orilla concentrados en nuestros juegos, el agua nos llega casi al pecho.
El sol me salpica la espalda cuando estamos en la que decidí sería nuestra última competencia de la mañana para ir a almorzar.
—¿Listo? ¡Ya! —grita para sumergirse en el agua con sus manos tapando su nariz. Cuento los segundos que se que aguantará bajo el agua y cuando me doy cuenta de que esta por salir me adentro en el agua para salir unos segundos después y encontrarla enojada—. ¡No es justo! Estoy segura de que alguna trampa estas haciendo.
—¿Quieres la revancha? —se cruza de brazos y ensimismada en su berrinche asiente—. Bien, pero si gano tendrás que recompensarme... ¿Lista? ¡Ya!
Esta vez, ambos nos sumergimos bajo el agua, abro los ojos y la miro, haciendo la misma acción de hace un momento con las manos en su nariz y los ojos fuertemente cerrados, se que no falta mucho para que salga, así que aguardo unos segundos y salgo al mismo tiempo que ella, acercándome para tomarla con una mano de la cadera y la otra en su cuello bajo su mandíbula, eso la distrae un segundo. Ella jadea en busca de aire mientras gruesas gotas de agua salada corren por todo su rostro. Cuando nota nuestra cercanía frunce sus cejas, pero no le doy oportunidad de decir nada porque desaparezco el espacio entre nuestras bocas y la beso.
Se tensa por un momento, de alguna forma yo también lo estoy, se que puedo ganarme un buen golpe después de esto. Espero a que me aleje y al no hacerlo, acaricio mi boca con la suya como siempre quise, iniciando una especie de dulce danza con sabor a playa. Presiono su cadera para acercarla por completo a mi y pegar su pecho al mío, es el momento exacto en el que la siento derretirse.
Pasea sus manos desde mi abdomen hasta mi pecho y las descansa ahí los segundos que el beso dulce tarda en volverse un beso cargado de dulzura. Mis manos van a su espalda baja dando un apretón, muriéndose por seguir bajando; Sus manos suben a mi nuca sin dejar de acariciarme inclinándome más hacia ella y perdiéndose en mi cabello y yo me pierdo total y absolutamente en ella lanzando un suspiro en su boca.
Nos separamos lentamente luego de ir bajando la intensidad del beso, alargando la increíble sensación que me produce la mujer de la que he estado enamorado la mayor parte de mi vida. Ya sin aliento, dejo un beso en la comisura de sus labios, en su mejilla y finalmente descanso mi frente en la suya mientras pongo mis manos a cada lado de su rostro.
—¡Chicos! Ahí están. ¿Hello?, ¿Se olvidan de mi?, ¡Par de traidores! —escuchamos sus gritos a lo lejos, en la orilla. Dejo un último beso en la frente de Acacia y me giro para mirar a mi hermano —. ¡Si, es con ustedes!
—¡Que sí, que ya vamos su majestad! —le grito de vuelta y miro como sonríe y se dirige a nuestro toldo para dejar sus cosas, no tengo idea de como sabía él que ese es el nuestro—. Sera mejor que vayamos con él o nos hará el día imposible con sus gritos... ¿Estás bien?—la miro y ella asiente, se ve tremendamente hermosa con sus labios y cachetes rojos. Le tomo la mano y lentamente caminamos a la orilla, sintiéndome completo y temiendo plenamente de su reacción para cuando analice bien lo que acabamos de hacer.
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