Capítulo 02
Luciano
Mentiría si dijera que no me sentía mal conmigo mismo, si dijera que en todo este tiempo no me había sentido miserable, si dijera que no sentía que me estaba aprovechando de ella, si dijera que no la había extrañado.
La última vez que la ví había cambiado mucho, sin embargo seguía siendo la misma. Seguía dándome esa sensación de tranquilidad y bienestar con palabras de aliento silenciosas diciendo que no debo preocuparme.
La había visto hace unos años, no me atreví a acercarme a ella. Ver una versión adulta de mi mejor amiga fue impresionante, ver cuántas cosas me había perdido a lo largo de los años. Ese día era año nuevo, había una fiesta y se veía hermosa bailando. No sé si notó que estaba ahí, en el mismo lugar que ella. Mi mirada nunca chocó con la suya y decidí que así seguiría siendo.
Y es que Acacia era así, era serenidad, seguridad y paz. Estar con ella era como estar sentando bajo un enorme árbol en un prado, sabes que te acompaña y que te protege del sol.
Estar con ella era como recibir una brisa fresca en el rostro en un día caluroso, era alivio. Era una bocanada de aire puro en una ciudad contaminada, te hacia sentir una fortaleza arrolladora, como un muro alto e inquebrantable.
También era frágil... como un pétalo caído de una flor casi marchita.
A veces me dolia pensar en no volver a verla jamás y que me odiara. Aunque era un riesgo que estaba dispuesto a correr, no soportaría jamás que ella me odiase. No ella.
Sabia que si no hacía todo lo que quería en ese momento, no podria hacerlo jamás. Necesitaba un punto de embarque, necesitaba pisar tierra firme, dejar de sentirme tan perdido, tan expuesto.
La necesitaba a ella.
—¿Pensando en la florecita, jardinero? —Martha tocó mi escritorio con sus nudillos, mientras me miraba con una sonrisa burlona.— Anda ya, son más de las siete. Victor va a matarme, no me dió tiempo de comprar su cereal favorito.— Dijo mientras caminaba directamente a su computadora para apagarla. Sonreí, juntando mis cosas y siguiéndola para salir.
A veces no sabía si yo era muy fácil de leer o si Martha era una bruja, no era raro que siempre andara adivinando lo que pensaba.
—No creo que tu hijo de ocho años te mate, Martha.— Víctor era el único hijo de Martha, tenía más energía que una ciudad entera. Para esta hora, Víctor probablemente ya estaba volviendo loco a su pobre padre en casa, un hombre que seguro estaba rogando que Martha llegase rápido.
Salimos de la oficina justo en el momento en el que ella soltó una carcajada.
Hace unos días había hablado con mi jefe para notificar que dejaría de trabajar, Martha y yo trabajabamos en una editorial, aunque en casa todos creían que era todo un chef y me dedicaba a preparar platillos excelentísimos y sublimes de la alta cocina. En realidad, yo era el auxiliar de Martha.
Había mentido, la verdad era que jamás pude cumplir mis propias metas. Por más que lo intenté, nunca alcancé ninguna.
Y luego vinieron otras cosas, cosas que complicaban aún más mi situación y energía. No estuve a la altura de mis propósitos y en ese momento de mi vida, solo quería estar bien.
Esa misma mañana finalmente renuncié a mi trabajo, agregando que sería mi último día trabajando en esa empresa y despidiendome de todos.
—Se han visto casos.— ella se encogió de hombros mientras seguía carcajeandose.
—Estas completamente loca.
Salimos del edificio y caminamos directamente a la estación de autobuses que quedaba una cuadra más arriba de nuestro trabajo.
—Dime algo que no me hayan dicho. —rodó los ojos.
—Algo que no te hayan dicho...—fingí pensar.— Eres tan hermosa como el cielo, Martha.
—¡Luciano!— se quejó dándome un golpe en el brazo con su bolso— ¿Qué edad tienes? Por Dios.
—Ojalá fuera más joven, me acabas de romper el brazo.—le respondí sobándome el golpe que me dió. Ella solo rodó los ojos y siguió caminando.
Martha era morena, siempre llevaba un moño hecho de su abundante cabello en la cabeza. Usaba unos lentes de pasta negra que tapaban unos grandes y expresivos ojos cafés.
Una mujer bajita y con mucho carácter que daba miedo cuando quería.
—En fin, ¿estás emocionado por tu viaje? En serio lamento tanto que no nos hayamos despedido como te mereces, pero iré pronto a visitarte y no te escaparás de mi. Prometo darme prisa.—me aseguró.— En cuanto Víctor apruebe los exámenes, me dará tiempo para reunir los pasajes e ir contigo.
—No debes preocuparte por eso.
—Claro que debo, y no dejaré que me pagues tú los pasajes. Suficiente tienes. —se puso seria de repente, mirándome con preocupación.— Hablo en serio, no te veo emocionado. Te veo decaído y no puedes darme la misma excusa de siempre. Sabes que no es bueno que estés así, ¿Qué ocurre?
Martha sabía cuántas veces comía en el día, sabía cuando estaba cansado, agotado e incluso cuando estaba mintiendo.
Tenía la absurda esperanza de que no notara nada de mi hoy que no fuera felicidad y aunque había intentado fingir no funcionó, fue estúpido pensar que ella se creería mi actuación de cuarta.
La verdad era que no quería preocuparla, pero suponía que era imposible para ella mantenerse a al margen porque era la única a quien le había permitido estar a mi lado.
No de la manera en la que a ella le hubiese gustado, claro. De haber sido así, ella ya habría resuelto toda mi vida, habría ido a mercar en mi lugar, cocinar y limpiar. Incluso habría hecho mi trabajo por mi.
Yo solo la dejaba sostener mi mano, no pude negarme cuando ella así me lo pidió.
Aunque no creía que decir que se quedaría y que yo no tenía opción mas que aceptar que ella estaría conmigo contara como pedirlo.
Pero lo agradecí, agradecía haber tenido su apoyo siempre y agradecía que me obligara siempre a no permanecer solo.
—Estoy emocionado, es decir ¿Quién no estaría emocionado en su último día de trabajo para ir a cumplir sus sueños?—Le sonreí y ella me dió una de esas miradas a las que aun me estaba acostumbrando. Odiaba esa mirada.—Todo está bien Martha, estoy bien... en serio. Sí, he estado pensativo pero es por Acacia, no he sido un buen amigo en los últimos años. Solo espero que logre entender y que yo pueda hablar. Nada más.
—Entiendo...—ella asintió.— No te escondas, no te preocupes, Luciano. Confía en que todo saldrá bien, no está mal pedir ayuda, no está mal necesitar a otros. Debes ser valiente.—tomó mi mano y la apretó mientras me regalaba una tenue sonrisa. Sabía que se sentía mal, le había escuchado llorar. Ella suspiró antes de soltarme.— Y respecto a Acacia... Ella entenderá. Recuerda que una flor antes de florecer solo fue un capullo y antes que eso una esencial semilla, todo está en cómo lo empecemos y en cómo lo terminamos.—para ese momento habíamos llegado a la estación, viendo que el bus que iba ruta a su casa ya había llegado. Me abrazó fuerte y me dió un beso en el cachete.— Espero verte pronto. Cuídate mucho y se feliz— nos despedimos, me sonrió, subió a su transporte y a los pocos minutos lo ví alejarse por la carretera.
Capullos y flores. Todo a su tiempo, lo comprendí.
Al llegar a casa, lo primero que hice fue darme una ducha. Estaba tan cansado que me sentía inútil.
Las cosas no habían salido como esperaba, no me lamenté.
Había comprendido que todo pasaba por una razón y si no era por una razón pues quizá era para dejarnos una enseñanza, una marca.
O eso me obligaba a creer.
No podía quedarme aquí lejos de mi hogar, aunque creí que era ese tipo de persona. Era una preocupación constante el como se lo tomará mi familia pero era algo que debía hacer, ya no pude engañarme a mi mismo diciendo que soy capaz con todo yo solo.
No pude.
Mi celular se iluminó notificando que tenía un nuevo mensaje. Lo tomé y enseguida sonreí por ver quién era.
Acacia:
¿A qué hora llega tu vuelo, Lu?
Luciano:
Muy graciosa, ¿Ya armaste mi fiesta "sorpresa"?
Tardó en responder, por lo que volví a enviarle otro mensaje.
Luciano:
¿Qué pasa, Florecita? ¿Acaso he adivinado tus intenciones?
Acacia:
¿De qué hablas? Estoy un poco ocupada, es todo. Te preguntaba para ir a buscarte al aeropuerto.
Luciano
¿Ocupada planeando mi fiesta sorpresa?
Acacia
Y dale con eso. Ya te dije que no.
¿Me dirás o no?
Luciano
9:30 am señorita impaciente.
Acacia
Gracias, eres un sol de medio día.
Nos vemos cuando llegues, duerme bien.
Luciano
Hasta entonces, Florecita. También tú.
Era tan predecible, conocía todo de ella y lo que ella no conocía de mi, no importaba.
Sabía de los planes que tenia como si yo mismo los hubiera planeado con ella.
Y eso no pudo ponerme más feliz, por primera vez en el dia las presiones, dolores y preocupaciones que tenía se esfumaron. Por primera vez después de responderle el ultimo mensaje a Acacia, despues que cerré los ojos para dormir, pude respirar tranquilo y aliviado.
Por un instante creí que todo estaría bien.
Editado
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