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27

Como todas las tardes, Rachel se acercó a la habitación de su padre, pero su corazón se detuvo al ver a dos enfermeras entrar apresuradamente. Su preocupación se intensificó. Aceleró el paso y se encontró con una escena que temía: su padre convulsionaba, igual que meses atrás. La habitación parecía girar a su alrededor.

—Papá... —susurró, quedándose inmóvil en la esquina de la habitación.

A pesar de las advertencias de los médicos, Rachel había querido creer que su padre se recuperaría, que el dinero recaudado sería suficiente para salvarlo. Pero ahora, frente a la cruda realidad, se sentía impotente.

Una enfermera se acercó a ella, con una expresión compasiva.

—Su padre está estable por ahora, pero el doctor quiere realizar tomografías para determinar la gravedad del asunto.

Raichel asintió, sin palabras, mientras lágrimas de desesperación comenzaban a rodar por sus mejillas. Se sintió paralizada, incapaz de moverse o hablar.

La enfermera se acercó a ella y la tomó suavemente del brazo.

—Tranquila, Rachel. Su padre está en buenas manos. El doctor vendrá a hablar con usted pronto.

Rachel asintió, aún sin palabras. Se sentó en una silla cerca de la cama de su padre, tomándole la mano.

—Papá, por favor... —susurró, con lágrimas en los ojos.

Pasaron un par de horas, hasta que el doctor entró en la habitación, con una expresión seria.

—Rachel, necesitamos hablar sobre el estado de su padre.

El doctor se sentó junto a Rachel, con una expresión compasiva y seria. Tomó una respiración profunda antes de comenzar.

—Los resultados de las tomografías no son alentadores.

Rachel sintió un nudo en la garganta mientras el doctor pausaba.

—El glioblastoma ha progresado más de lo que esperábamos. La quimioterapia no ha tenido el efecto deseado, y el tumor ha crecido significativamente.

Él hizo una pausa, permitiendo que Rachel absorbiera la información.

—Lo siento, Rachel. Tu padre está en un estado muy crítico. El cáncer ha afectado su cerebro de manera irreversible. No podemos hacer mucho más para detener su avance.

Ella se sintió como si el suelo se hubiera desvanecido bajo sus pies. El doctor continuó, con su voz suave, pero firme.

—En este momento, lo más importante es asegurarnos de que tu padre esté cómodo y sin dolor. La medicina paliativa puede ayudar a aliviar sus síntomas, pero... —hizo una pausa— ...el tiempo que le queda es muy limitado.

Sintió una oleada de emoción que la ahogaba. Las lágrimas comenzaron a fluir mientras ella tomaba la mano de su padre, ahora frágil y débil.

—¿Cuánto tiempo? —susurró Rachel, su voz apenas audible.

El doctor suspiró.

—Días, semanas como máximo. Lo siento, Rachel. Tu padre no tiene mucho tiempo.

La habitación parecía cerrarse sobre Rachel, mientras ella luchaba por procesar la noticia. Su padre, su roca, su guía, se estaba desvaneciendo ante sus ojos.

Se sintió transportada a un momento en el que creyó que su padre se recuperaría. Recordó la primera vez que lo llevó al hospital, lleno de esperanza y determinación. Los médicos hablaron de tratamientos y terapias, y ella se aferró a esa esperanza como un salvavidas.

Pensó que, con el tiempo y la lucha, su padre superaría el cáncer. Que volvería a ser el hombre fuerte y valiente que siempre había sido. Que reirían juntos nuevamente, que compartirían momentos de alegría y tristeza.

Pero ahora, frente a la realidad cruel, Rachel se derrumbó. Su padre se estaba yendo, y ella no podía hacer nada para detenerlo.

—No puedo vivir sin ti, papá —sollozó, abrazándolo con desesperación—. Sin ti, no soy nada. Eres lo único que tengo, mi apoyo, mi todo.

Las lágrimas caían sobre la cama, mezclándose con las de su padre. Rachel sentía que se estaba desintegrando, que su mundo se estaba derrumbando sin la roca que siempre la había sostenido.

—Te amo, papá —susurró, con la voz quebrada—. Por favor, no me dejes.

Su padre movió la mano débilmente, intentando acariciarla. Abrió lentamente los ojos, intentando acostumbrarse a la luz. Frente suyo estaba su hija, con lágrimas en los ojos.

—¿Crees que te dejaría? ¿Así, sin más? —ella negó, completamente destrozada.

Sse quedó toda la noche junto a su padre, sosteniendo su mano y hablando con él en susurros. Aunque estaba débil, su padre parecía encontrar consuelo en su presencia.
La noche pasó lentamente, pero Rachel no se movió. No quería dejar solo a su padre en ese momento.

Finalmente, el sol comenzó a salir, y la habitación se iluminó con una luz tenue. Ella se estiró, cansada pero determinada a cuidar a su padre. Justo entonces, su teléfono sonó. Era Evan.

—Hola, ¿dónde estás? —preguntó, con preocupación en su voz—. No viniste a casa hoy.

Rachel suspiró, intentando encontrar las palabras adecuadas.

—Lo siento, Evan. Mi padre... tuvo una convulsión anoche y quería cuidarlo.

—¿Está bien? —preguntó el rubio, con genuina preocupación.

—Sí, está descansando ahora. Solo quería asegurarme de que estuviera bien —mintió, sin querer revelar la verdad.

—Entiendo. ¿Necesitas algo? ¿Puedo hacer algo por ti? —ofreció.

Ella se sintió conmovida por su preocupación.

—No, gracias, Evan. Solo necesito cuidar a mi padre ahora.

—Está bien. Llámame si necesitas algo —dijo Evan, antes de colgar.

Rachel se quedó pensativa, mirando la pared de la habitación del hospital. La preocupación de Evan la había conmovido, pero también la había hecho reflexionar sobre su relación con él.

¿Qué sentimientos tenía realmente por Evan? ¿Era solo gratitud por su apoyo o algo más profundo?

Recordó la anterior noche que pasaron juntos, la forma en que la hizo sentirse viva y deseada. Pero también recordó la distancia que siempre mantuvo entre ellos, la sensación de que Evan nunca se comprometía completamente.

Rachel suspiró, intentando clarificar sus pensamientos. Ahora no era el momento para pensar en eso. Su padre estaba enfermo, y ella necesitaba enfocarse en él.


Hoy es miércoles, sí
Mañana también hay actualización.
Así que espero les gustee.

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