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9. OJOS

¿Quién es a quien mira?, era una sencilla pregunta que en esa noche estrellada se hacían dos meditabundas personas en Paris.


Aquel impasible héroe de negro que desde su privilegiada vista en lo más alto de la torre Eiffel se preguntaba una y otra vez ¿quien sería el dueño de su mirada?, ¿quien robaba su atención para que a él solo le dejara las migajas de su cariño?, así cada día escudriñaba sus vivaces ojos azules a la espera de que aunque fuera por un solo momento se fijaran en él y lo vieran como él siempre había deseado que lo hicieran.


¿Acaso eran mucho pedir que aquellos bellos orbes azules se posaran en él?, al igual que los girasoles esperan al astro rey para darle rumbo a su existencia, el esperaba algún día verse reflejado en aquellos zafiros donde un tenue brillo de alegría le confirmara por fin su aceptación.


En aquella pequeña terraza una taciturna chica de cabellera azabache y azul mirada que se perdía en el nocturnal paisaje parisino se devanaba la cabeza bajo las mismas inquietudes, ¿quien ocupaba su gris mirada?, ¿quien llenaba sus pupilas con una presencia que no era la de ella?. Ella siempre atenta a él, empecinada por compartir algo más que un amable saludo vespertino, y él obcecado en no permitirle pasar más allá de su coraza de engreída actitud, cerrando para ella su corazón.


Era aquel gris azulado de sus ojos quien cada mañana le daba la vida y a la vez le quitaba las ansias de continuar tras un imposible, ¿cuantos rechazos había sufrido ante aquella gélida mirada de unos punzantes ojos apáticos?, como perseguir por mucho que lo amara algo que a simple vista estaba abocado al fracaso. Y sin embargo ella continuaba en pie, orgullosa y decidida ya que para su corazón no había nadie más, con ese mismo tesón continuaría en su cruzada hasta obtener de aquellos labios un te quiero que sus ojos confirmarían con una perenne mirada de amor.


Dos corazones confundidos, engañados ante lo obvio que por mucho que se esforzase la razón no sería capaz de desenmarañar aquella madeja de sentimientos entrecruzados. Etérea venda que cubría a sus obstinados corazones que se empeñaban en seguir como fieles sabuesos a aquella broma del destino. No hay más ciego que él que no quiere ver y solo sus ojos sabían la verdad porque ellos reflejaban sus almas en cada mirada compartida.


FIN

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