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Capítulo 4


Vestida con unos pantalones cortos y una camiseta a tirantes de Hello Kitty, Aitana abandonó su dormitorio en modo dinosaurio dispuesto a saquear la cocina. Sobre el reloj de la entrada notó que era casi la medianoche.

En su refrigerador encontró medio limón seco, una papa y un diente de ajo que habían empezado a echar raíces.

—No debí haber cambiado de canal cuando pasaron ese programa de: Te enseñaremos a cocinar con lo que tengas en casa —murmuró.

En el congelador encontró medio pote de yogur helado. Lo estudió con una mueca pensativa.

¿Iba a consumir esa sobredosis de azúcar a la hora de dormir, y arriesgarse a ser aterrorizada por pesadillas toda la noche?

Obviamente.

Se apoyó en la mesada con su postre en mano. Cerró los ojos con placer cuando la primera cucharada se derritió en su boca. Las frutas de estación eran una explosión de sabor dulce que le recordaban a su infancia, esas tardes escalando árboles en secreto para robar algún fruto de los vecinos. Aunque después recibiera una reprimenda por comportarse como una salvaje, valía la pena cada vez.

—Extraño escalar árboles —murmuró.

El silencio de la noche era apenas interrumpido por un motor en la distancia. Su hogar podía ser pequeño, pero tenía su marca personal. Esta aparecía en los sombreros colgando de cualquier mueble, las montañas de ropa limpia en una silla y el desierto de víveres en su alacena.

Contempló las fotografías de las paredes y dejó escapar un suspiro. Había guardado registro de sus mejores disfraces. Fue mimo, psíquica de ropa extravagante, novia escandalosa, anciana descarada y, en cierta ocasión elegante, una abogada agresiva.

Antes de salir a cada misión, posaba para la cámara con una expresión desafiante al lado de Exequiel. Una imperceptible sonrisa curvó sus labios al pensar que se habían seguido mutuamente en sus absurdos e improvisados planes.

—El condenado se veía lindo hoy —admitió.

Pero el chico tenía un ego del tamaño de una isla, así que se mordería la lengua antes de hacérselo saber. Ella también era una narcisista, pero le gustaba creer que su carisma compensaba ese pequeño defecto.

La muchacha no tenía amigos fuera de la agencia. La vida que había elegido podía ser solitaria, pero no se arrepentía de huir de la casa materna.

Si a los dieciocho años hubiera firmado ese documento de ingreso a la universidad de ciencias políticas, en este momento sería una mujer con un reluciente título universitario y un recurrente deseo de saltar de un puente.

Su mirada se oscureció al recordar esa despedida. Cuando le dijo a sus padres que pretendía estudiar actuación, estos reaccionaron peor que religiosos ortodoxos al oír a su hijo salir del clóset.

Fue la primera vez que ella les levantó la voz. Gritó desde el fondo de su corazón. Tan fuerte que se rompieron las cadenas que la habían mantenido atada al destino elegido por sus padres.

Había derramado lágrimas de impotencia al armar su mochila con sus documentos y escasos ahorros. Continuó llorando las noches siguientes hasta quedarse dormida, preocupada por sobrevivir cada día. Aterrada de que se cumpliera la profecía pesimista que sus progenitores le escupieron cuando la vieron cruzar la puerta hacia la salida.

Sacudió la cabeza para regresar al presente. A los fantasmas del pasado era mejor dejarlos en el olvido.

Probó otra cucharada de yogur y lo dejó a un lado. Estiró los brazos sobre su cabeza, soltando un gran bostezo.

Su humor volvió a subir al pensar en el éxito del día. Esa boda fue una montaña rusa de secretos revelados.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un llamado a la puerta. El golpeteo rítmico era la señal de la agencia.

Apoyó el ojo en la mirilla. Reconoció los rostros, uno era la entrenadora de los francotiradores. Su nombre era... ¿Natasha? Miembros antiguos, con cierto prestigio en la agencia.

Abrió confiada, con una sonrisa de bienvenida.

Lo siguiente que supo fue que alguien la atrapó por las piernas y la cargó sobre su hombro.

—¡Esperen! —chilló desesperada mientras la arrastraban fuera. Necesitaba hacerles saber algo de gran importancia—. Dejé un yogur helado en la mesa. ¡Se va a descongelar!

El grupo intercambió una mirada cínica. Cerraron la puerta con la llave que ella había dejado del lado interior.

—Si se corta la cadena de frío se vuelve tóxico. ¡No alcancé a lamer los bordes! —continuó cuando se detuvieron ante una furgoneta que tenía el logo de la agencia.

La puerta corrediza se abrió con un silbido amenazante. Entonces, la lanzaron dentro. Cayó sobre un cuerpo humano que soltó un gruñido de dolor.

—¿Esto se siente ser aplastado por un costal de harina de sesenta kilos? —se quejó una voz familiar.

Aitana levantó la mirada, sus ojos abiertos con incredulidad.

—¿Cómo supiste mi peso? —Apoyó las manos en su pecho para incorporarse.

—Ya quítate, pesas al menos cinco kilos más que eso. —Exequiel la apartó de un empujón y ella rodó a su lado.

Ambos consiguieron sentarse en el suelo acolchado.

Su compañero vestía unos joggings holgados y una camiseta ligera con la leyenda La receta del éxito lleva muchos huevos. Ese cabello despeinado delataba el haber sido arrastrado fuera de su cama.

Los agentes subieron detrás, con cuidado de no pisarles las piernas. Cerraron las puertas y se acomodaron al fondo del vehículo.

Exequiel y Aitana intercambiaron una mirada preocupada. Al menos estaban juntos en este pseudo secuestro. Podían confiar el uno en el otro. Además de compañeros, eran mejores amigos.

Entonces, Natasha sacó una tablet. La pantalla mostraba la imagen del jefe sentado en un sofá, luciendo un elegante traje negro con estampado de gatitos, con Mini en su regazo.

—¡Mi familia no tiene un centavo, no sirvo para pedir rescate! Y vivo comiendo basura así que mis órganos tampoco valen la pena —interrumpió Aitana antes de que pudieran hablar. Se escudó tras su compañero—. Exe viene de padres ricachones, él sí es valioso.

Él entornó los ojos y le dirigió una sonrisa afilada.

—Haz algo útil con esa lengua y muérdetela. —El joven acomodó la espalda contra la pared del vehículo, cruzó las piernas y se dispuso a escuchar a sus captores—. ¿Qué tan malo es? —preguntó con cautela.

—¿Sesenta y nueve? ¿En serio? ¡¿Fueron al sesenta y nueve?! —gritó el jefe nada más verlos.

Ambos jóvenes se miraron, confundidos.

—El sesenta y nueve, ¿eh? —repitió Aitana, nerviosa, uniendo sus dedos índices—. A algunos les gusta. A mí no me van las posiciones raras, prefiero el clásico...

Exe pasó un brazo por detrás del cuello femenino y aplastó la palma contra su boca para callarla. Decidió que era el mejor lugar para mantener sus manos.

—Salsipuedes al sesenta y nueve —repitió mientras ella forcejeaba—. Fue la dirección que nos indicó.

—¡Salsipuedes al noventa y seis, par de cupidos ciegos!

El color abandonó el rostro del muchacho ante todo lo que eso implicaba. Su boca cayó abierta. Una guerra se desató en su cabeza, los engranajes tratando de encajar después de un terremoto.

—Tienes esa expresión de Error cuatrocientos cuatro, Exe-punto-exe not found —murmuró nerviosa su compañera, al ser liberada.

—¿Qué diablos? ¡¿Anotaste mal la dirección, Aitana?! —gritó, furioso.

—¡No lo sabía! Estábamos apurados, no alcancé a revisar por segunda vez los detalles.

—¡No es excusa, maldita sea!

—¡¿A quién se le ocurre construir dos iglesias en la calle Salsipuedes?! —se lamentó, tironeando nerviosa de su propio cabello—. ¿Puedo arreglarlo?

—Por supuesto. Trae tu jodida máquina del tiempo y volvamos a la iglesia equivocada.

—¡Eres muy hiriente cuando te pones sarcástico! —gimoteó.

Él soltó un gruñido de frustración y dejó de mirarla. Centró su atención en el jefe.

—¿Puedo tener esperanzas de que algo más haya saboteado la boda correcta? —preguntó con lentitud.

—La esperanza no se le niega a nadie —respondió el anciano, más sereno luego de ser testigo de esa discusión—. Pero en este caso sería autoengaño. La boda se llevó a cabo de principio a fin.

Ambos agentes cerraron los ojos como si acabaran de darles puñetazos en el abdomen.

—Lo siento... —susurró la muchacha—. ¿Cómo lo tomó el cliente?

—El novio está... ¿Cómo dicen los jóvenes de hoy? Emputadísimo. Quiere hacernos una mala reseña en todas nuestras redes. Nuestros hackers están atentos para proteger la reputación online de la agencia. También mencionó una demanda por pésimo servicio.

—Pero no lo hará —señaló Exe con suavidad, sus ojos entornados—. No se arriesgará a que todo el mundo sepa que contrató gente para arruinar su boda.

—Eres brillante, Exequiel. No te equivocas. —El anciano soltó un suspiro. Su semblante se tornó serio. Sus dedos arrugados acariciaron a su enorme gata—. Pero no está bien. Han arruinado dos vidas. Un matrimonio indeseado tiene una duración promedio de dos años. Veinte años si llegan a tener hijos por un descuido. Los seres humanos necesitan mucho tiempo para reunir el valor de terminar una relación que ya fue registrada.

Exe apretó los dientes tan fuerte que un músculo empezó a latir en su mandíbula. Aitana permaneció petrificada, al borde del llanto.

—¿Por qué ponen esas caras de funeral? ¡Les traigo buenas noticias! —declaró el jefe con una sonrisa, todo rastro de solemnidad desapareció—. He llegado a una solución con el flamante esposo. ¿Quieren oírla?

Los agentes levantaron la vista como ahogados ante un bote salvavidas.

—Por favor —soltaron al unísono.

—Esa es la actitud. La misión ha cambiado. ¡La agencia se está expandiendo! ¿Tú imaginaste que llegaríamos tan lejos, mi Nina preciosa? —le preguntó a su gata con emoción, quien le dirigió una mirada de indiferencia—. Esto es jugar en ligas grandes. Imagina las posibilidades...

—Jefe —repitieron Aitana y Exe a la vez—, la misión.

—Ah, cierto. Van a ser la causa de su divorcio.

—¿Me convertiré en una rompehogares? —jadeó la joven. Se aclaró la garganta al ver la mirada fulminante de su compañero—. ¡Lo haré! ¡Lo haré! Puedo ir a su casa y hacer una escena como...

—Me gusta tu actitud, Aitana. El escenario es la mejor parte. Los esposos se van mañana de luna de miel. Deberían darse prisa para alcanzarlos.

Dicho eso, la mujer de la armadura les extendió dos boletos de viaje y una mochila de montaña.

—Aguarde. —Exe levantó una mano, aturdido—. ¿Vamos a sabotear su luna de miel?

—No podemos esperar su regreso. Un error es como una bola de nieve en una avalancha, debe solucionarse pronto o se hará cada vez más grande.

—¿Con cuánto tiempo contamos?

—Tres semanas. Reservé el mismo transporte y hotel que la pareja. Ganen su confianza... ¡y destruyan su matrimonio! —Se aclaró la garganta. Su tono cambió como si leyera la letra chica del contrato—. Aprovechen para disfrutarlo, esto contará como sus vacaciones de fin de año. ¿Alguna pregunta?

"Tendremos que trabajar en Navidad y Año Nuevo", fue el pensamiento resignado de ambos.

—¿Debo llevar bikini o abrigo de invierno? —Aitana levantó la mano. Exe la miró como si quisiera estrangularla—. ¡Es una pregunta seria!

—Ropa deportiva. —El jefe chasqueó la lengua—. Les preparamos esa mochila extra. Incluye cuerdas, cuchillo, cinta adhesiva y lencería indecente. Ya saben, lo imprescindible en lunas de miel. —Levantó la cabeza, una mueca pensativa en su boca—. Creo. No sé, nunca he estado casado.

—Se nota —murmuraron ambos.

—En fin, arreglen el desastre que crearon o serán degenerados... digo, degradados. A la catfetería. Necesitamos más gente que limpie los areneros y bañe a los gatos con champú antipulgas cada tanto. Esos dioses felinos están mejor cuidados que yo mismo. También deberán revisar sus desechos para controlar que no tengan parásitos o algún problema digestivo.

Ambos jóvenes reprimieron un escalofrío. Sabían que el jefe no estaba bromeando.

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