Capítulo 30
Somnolienta, Aitana contemplaba la explosión de colores en el cielo. Pinceladas de fucsia y naranja para las nubes, y un sol perezoso que lentamente iluminaba el día.
Iba a extrañar los amaneceres en Sientelvainazo. Aunque se la pasó durmiendo casi todos ellos.
A su alrededor, los turistas abandonaban el hotel entre abrazos y promesas de volver a reencontrarse con sus amigos de vacaciones. Luego, se subían a la primera de dos furgonetas que aguardaban en la entrada.
A ambos agentes les asignaron la segunda, cuyo conductor conversaba animado con el gerente de SendEros.
Sentada en la galería, apoyó los codos en las rodillas y descansó la barbilla en sus manos. La escena de la noche anterior continuaba dando vueltas por su cabeza.
Eliza había regresado mucho más serena. Los ojos enrojecidos de tanto llorar, pero su voz clara al decirle a Emilio que necesitaban hablar. No le dirigió palabra a Aitana, apenas una mirada cansada.
La agente la observó alejarse en silencio. Se abrazó a sí misma, la noche era más fría a cada minuto. Dolía el saber que había perdido la confianza de alguien que apreciaba. Le tomaría tiempo dejar ir la culpa.
De regreso al presente, soltó un jadeo al sentir una chaqueta caer sobre sus hombros.
Giró el rostro hacia la derecha. A su compañero de desastres. Otra despedida inminente.
—Estabas temblando. —Exequiel le dirigía una sonrisa cálida, en contraste con esa mañana helada—. ¿Tienes frío?
—Me parece una falta de respeto que sea tu chaqueta y no tus brazos los que me envuelven.
Con una risa, él pasó un brazo por su cintura y la acercó a su costado.
Ella soltó un suspiro y descansó la cabeza en su hombro. Sus ojos se cerraron.
Había necesitado esa muestra de afecto para recargarse. En ese momento se encontraba demasiado sensible.
—¿Crees que fracasamos? —se atrevió a preguntar el motivo de su ansiedad.
—¿Por qué lo piensas?
—Si esos dos acuerdan seguir luchando por su matrimonio, todo nuestro trabajo habrá sido en vano.
—Cierto. —Exe hizo una mueca—. Y nos recordarán como las cobras que casi destruyen su amor. Serás la arpía a la que critiquen en las reuniones familiares y harán un antialtar...
—Eres tan reconfortante como ser acariciada por un cactus. —La joven puso los ojos en blanco y se apartó unos centímetros—. Ellos son incompatibles, ¿cómo rayos duraron diez años de novios?
Los opuestos se atraen no servía en este caso. Cuando tenían diferencias en gustos, objetivos, sentido del humor, libido, sueños... El amor nunca sería suficiente.
—Es fácil mantener una relación si se ven cuatro veces al mes, los fines de semana. —El agente recogió una ramita y se dedicó a trazar figuras en la tierra—. Cada uno viviendo en su propia casa, soportando sus demonios en solitario. Vivir bajo el mismo techo y atarse con alianzas ya es otro nivel.
"Una vez, un profesor de Filosofía me dijo que el noviazgo era entrenar por años en partidos de fútbol, mientras que el matrimonio implicaba ser lanzado a unas olimpiadas de tenis", pensó ella.
—¿Crees que haya forma de preguntarles si hacemos o no fiesta de divorcio?
—Olvídalo. Es decisión de ellos. Son adultos, cada quien elige su método de tortura.
—¿Tu concepto del matrimonio no ha mejorado después de tres semanas casado conmigo? —Ella hizo un mohín.
—Por supuesto, cariño. Antes sentía un ligero rechazo a la idea. —Frotó un mechón del cabello femenino entre su pulgar e índice—. Ahora le tengo terror ciego.
Ella soltó una risita y le dio un golpe suave con su pie.
Guardaron silencio cuando vieron salir al matrimonio Solano-Méndez. Conversaban a susurros, sus hombros relajados con confianza. Por primera vez en mucho tiempo, se miraban a los ojos. Las sombras bajo los párpados de ambos indicaron que habían pasado toda la noche hablando.
Él le ofreció ayuda para subir su equipaje. Ella respondió con una sonrisa.
Fue en ese momento cuando descubrieron la presencia de los agentes, de pie bajo la galería, con sus mochilas a los costados.
Eliza fue la primera en acercarse. Se detuvo frente a Aitana y la miró directo a los ojos durante tres latidos. No parecía a punto de arrancarle los cabellos, eso era buena señal.
—No te guardo rencor, Aitana. —comenzó con serenidad—. Duele, no voy a negarlo, pero comprendo que no es tu culpa. —Le ofreció su mano. No era un gesto tan cercano como un abrazo, pero servía de puente.
—Mis consejos tenían buenas intenciones. —Con una sonrisa tímida, la agente aceptó el saludo.
—Me enseñaste mucho, y realmente me divertí.
—Quizá algún día podamos reírnos juntas de esto... o recordarlo con escalofríos, lo que gustes.
—Tal vez. —La sonrisa cauta de Eliza no era una completa aceptación, pero tampoco el rechazo categórico que Aitana esperaba—. Deseo que seas feliz en tu matrimonio, Exequiel es un buen hombre.
—Oh, no estamos casados.
Su interlocutora se quedó inmóvil. Procesando. Parpadeó. Entonces frunció el ceño.
—¿Por qué no?
—Porque... —El calor fue subiendo a su rostro— somos solo mejores amigos.
—Pero los vi besarse.
—Eso fue... ¿para reforzar la amistad?
—Ahora entiendo, así de idiota y ciega lucía yo. Qué fácil era vivir en el autoengaño... —reflexionó, su mirada perdida. Entonces sacudió su cabeza y compuso una sonrisa sutil—. Eres única, Aitana.
—¿Gracias?
A su lado, ambos hombres se miraban con inexpresividad. Nada de contacto físico, sin lágrimas al despedirse. Mantenían las manos en sus bolsillos para no ofrecerlas al otro.
—Lamento el trato injusto que les di, entiendo que solo hacían su trabajo —comenzó el cliente, cabizbajo—. Le daré una reseña decente a la agencia. Gracias por tu esfuerzo y... consejos indeseados. Espero no volverte a ver en mi condenada vida.
—También fue un placer conocerte —respondió Exequiel, mordaz—, no todos los días se encuentra a una marmota fuera de su madriguera.
—La próxima vez que te metan preso, llámame. Me aseguraré de grabar esa humillación.
—Espero que tu empresa organice una tarde de Paintball alguna vez. Solo verte correr como una rata cobarde alegrará mi tarde.
Con hoscas inclinaciones de cabeza, y sonrisas que expresaban un ligero afecto, ambos hombres se despidieron.
Oficialmente, la misión podía darse por concluida. Lo que sucediera desde ese momento no dependía de Desaires Felinos.
Los recién casados subieron al vehículo. Este se puso en marcha un minuto después. A través de la ventanilla, Eliza y Emilio levantaron una mano para saludarlos.
Fue en ese instante cuando Aitana notó un detalle importante en sus dedos.
—¡Exequiel! —Salvador atrapó al agente por detrás en un abrazo y lo levantó varios centímetros en el aire—. ¡Voy a extrañarte mucho!
—¡Maldita sea, bájame! —Forcejeó hasta regresar al suelo—. ¿No te largabas en la primera furgoneta?
—¿Ya se fue? —Parpadeó, mirando el lugar vacío donde había estado el vehículo—. Oh, bueno, tomaré el próximo. ¿Quieres venir a comer pizza a mi casa la próxima semana?
—Prefiero tragar arsénico.
—¿Seguro? Tengo la última Playstation, y juegos originales. Un amigo me los consigue antes de que lleguen al país.
Exequiel entornó los ojos con interés. Una media sonrisa apareció en su boca.
—¿Dónde dijiste que vivías?
—Te pasaré la ubicación por teléfono. —Con una inmensa sonrisa y una palmada en la espalda, se despidió—. Voy por mi mochila, dile al conductor que no se vaya sin mí. —Se lanzó de regreso al hotel.
—¿Cuál será la mejor estrategia para hacer que el conductor arranque inmediatamente? —murmuró.
—Modo adorno desactivado —pronunció Aitana con voz robótica, luego de ser descaradamente ignorada por el pretendiente de su socio.
—Qué bonito adorno de cobra, su boquita escupe veneno. —Le tocó la nariz con su dedo índice.
—¿Lo viste?
—¿Ver qué?
—Cuando esos dos saludaron —La sonrisa de la joven iluminó sus ojos—, ¿notaste algo inusual?
La palma de Exe recorrió la mejilla femenina en una caricia sutil. Verla feliz era uno de sus placeres favoritos.
Pensó en su pregunta. La respuesta no fue un detalle que se le pasara por alto. En algún momento de la noche, Eliza y Emilio habían decidido quitarse los anillos.
—Felicitaciones, preciosa, ya eres toda una rompehogares.
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