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Capítulo 28


El grito de ambos hizo eco a través de las paredes de piedra. Viajó acompañado por una nube de tierra. Experimentaron la caída libre el tiempo suficiente para saber que el impacto sería letal.

Exequiel cerró los ojos. No estaba listo para renunciar a su vida. Tenía demasiados proyectos y sueños. Asuntos pendientes.

Le habría gustado adoptar un gato después de mudarse.

Tenía infinitas fantasías con Aitana, pero morir juntos no estaba en la lista. Sin dejar de abrazarla, sus cuerpos se sumergieron en el agua. Sus zapatillas los protegieron del latigazo de dolor que podrían haber sentido.

Iban a tal velocidad que no tardaron en hundirse. La ropa y la mochila se convirtieron en anclas pesadas.

En esa profunda oscuridad, sintió el cuerpo de la joven forcejeando entre sus brazos. Lo habría pateado si sus piernas no estuvieran entrelazadas.

Le tomó tres latidos comprender que la estaba arrastrando consigo. Aitana sí podía nadar.

Recurriendo a toda su fuerza de voluntad, la soltó. A ciegas, ella lo sujetó por detrás. La mochila estorbaba, pero no había tiempo de quitársela. Comenzó a subirlos.

No sintió ni una gota de vergüenza al ser salvado por su compañera, aunque sí hubo cierto déjà vu.

Rompieron a la superficie con un jadeo. Exe se dejó guiar hasta la orilla. Entonces descansaron los brazos contra la superficie de roca y musgo.

No dijeron una palabra. Necesitaban fuerzas para respirar, más bien jadear por oxígeno. Le ardía el pecho. Su cuerpo temblaba. El terror seguía fresco, tanto que debió reprimir la risa histérica que amenazaba por escapar de su garganta.

La oscuridad era apenas iluminada por los rayos de sol que entraban a través del hueco en el cielo.

El agua era calma, su temperatura podría considerarse agradable para aquel día caluroso... si no hubieran estado a punto de ahogarse.

—Excelente servicio en cuanto a cumplirme deseos —jadeó Aitana a su lado— ¡pero no hablaba literalmente cuando pedí que la tierra me tragara!

—Creo que volví a nacer. —Exequiel descansó la frente contra sus propios brazos—. Al menos esta vez no fue contra mi voluntad.

Se impulsó hacia arriba. Una vez en tierra firme, se quitó la mochila y la lanzó a un lado. Enterró las manos en su cabeza y respiró por la boca. Una serie de maldiciones escapaban entre órdenes de calmarse a sí mismo.

Aturdida, Aitana lo siguió. Sus ojos se esforzaban por adaptarse a las penumbras. Su cuerpo temblaba, pero no tenía frío.

Cuando ella chocó contra su espalda, ambos soltaron un grito asustado. Luego una risa nerviosa.

¿Se estaban volviendo locos a causa del estrés? Probablemente. No todos los días sobrevivían a una caída desde unos cerros con nombre siniestro.

Antes de que ella pudiera decir una palabra, sintió que unas manos la sujetaban por los hombros. Con brusquedad, Exequiel la atrajo contra sí en un abrazo.

Sus corazones latían uno contra el otro. Cada respiración agitada hacía eco en la oscuridad de esa cueva. Olvidaron los rencores, las conversaciones pendientes, la inminente ruptura. Todo lo que necesitaban era el contacto, alguna señal de que en verdad continuaban vivos.

—¿Estás bien? —preguntó él. Con dedos torpes, le apartó sus rizos húmedos del rostro—. ¿Te lastimaste?

—Eso debería preguntarlo yo. —Ansiosa, levantó la vista hasta encontrar sus ojos en sombras. En un impulso, acarició sus labios con su propia boca—. Tú eres el que no sabe nadar y acaba de ver realizada su fobia a las caídas desde gran altura.

—Sospecho que necesitaré terapia cuando regresemos.

Enterró la mano en el cabello femenino y acercó aún más su rostro. Probó el agua dulce en sus labios, la calidez de su lengua. Deseó más, fundirse en ese abrazo. Su cuerpo actuaba con consciencia propia, desesperado por sentir, por dejar atrás ese horrible terror a la muerte.

—Quizá podamos pedir una semana de licencia por daños psicológicos —murmuró Aitana en una pausa fugaz. Subió los brazos hasta rodearle el cuello e inclinó el rostro para profundizar el beso.

—Pagaría por saber qué pensaría un psicólogo al analizar tu cabeza.

—Se enamoraría de mí, obviamente.

La ropa húmeda se adhería a sus curvas, descubrió Exe al atraparla por las caderas. Respiró profundo su perfume frutal y la levantó en el aire.

Ella dejó escapar un murmullo sorprendido contra su boca, pero en vez de mandarlo al infierno optó por una tortura mucho más letal, rodearlo con sus piernas. Acarició su cabello húmedo, deslizó las yemas por los músculos de sus hombros.

Las manos de Exequiel recorriendo su espalda dejaban un rastro de fuego. Despertaba un incendio que llevaba meses latente.

No tenían idea de lo que estaban haciendo. Solo sabían que un minuto atrás se habían dado por muertos y ahora se sentían más vivos que nunca. Quizá la cordura nunca fue una opción.

¿¡Están bien!? —Una voz hizo eco desde arriba—. Oh, no. Va a estar difícil explicarle esto a mi jefa.

Se congelaron. Sus ojos, casi acostumbrados a la oscuridad, se encontraron. Los labios se separaron.

La consciencia estaba regresando.

—Creo que tenemos un problema —susurró ella, descansando la frente contra la suya mientras trataba de orientarse.

—Más de uno, diría.

—¿Qué estamos haciendo, Exequiel? —Soltó un suspiro, confundida.

—¿Te refieres a la parte en la que aprovecho el shock emocional como excusa para besarte y manosearte?

"¿Quién fue la que se lanzó primero? Me estás robando el crédito por la iniciativa", pensó ella, pero se abstuvo de seguirle el juego en voz alta.

Su mente se sentía más despejada. La adrenalina post experiencia traumática abandonaba su sistema.

—Sigo furiosa contigo.

—¿He dicho que me encanta tu manera de manifestar la ira? —Tras esa declaración, la depositó de regreso al suelo.

—Vete al diablo.

—La tengo enfrente.

—¡Ordenemos nuestras prioridades! —Sacudió la cabeza y extendió su mano con la palma hacia arriba—. Propongo una tregua mientras encontramos la forma de salir de esta cueva.

—Trato hecho.

¡Que no cunda el pánico! —El micrófono de Gianella les llegó con más claridad—. Las Catacumbas tienen agua debajo, las posibilidades de caer directo a las piedras son escasas. Los jóvenes Luna y Amorentti siguen con vida. Creo.

Exequiel hizo un megáfono con sus manos y levantó el rostro al hueco en el techo.

—¡Estamos bien! —gritó.

¡Oh, qué alivio! —respondió a todo volumen—. Eso nos ahorrará bastantes problemillas legales.

¡Exequiel! —chilló la voz de Salvador—. ¡¿Quieres que baje a hacerte compañía?!

—¡Prefiero que me vuelva a tragar la tierra!

¡Ja! ¡Eres muy divertido!

¡¿Podrías devolver mi micrófono?! —interrumpió Gianella. Entonces recuperó su tono despreocupado—. ¡El agua desemboca en el Río Paranóiorar! ¡Si siguen su recorrido, encontrarán la salida! ¡¿O prefieren esperar a los rescatistas!?

—¿Qué opinas? —le preguntó Exe a su compañera.

—Tardarían horas. Si se nos acaba la comida, tendré que recurrir al canibalismo.

El joven se abstuvo de poner los ojos en blanco.

—¡Vamos a salir por nuestra cuenta! —informó al cielo.

¡Perfecto! —Gianella se oía aliviada—. ¡Tomen el camino al este! ¿¡Tienen una linterna!?

—¡Sí!

—¿Tenemos? —intervino Aitana por lo bajo.

—Por supuesto. Según la página de Turismo Sientelvainazo, es parte de los elementos imprescindibles para cada salida.

—Qué miedo... ¿Eres la clase de hombre que lee los términos y condiciones antes de darle clic a aceptar?

¡Maravilloso! —La guía interrumpió la conversación—. ¡Mantengan ese optimismo! ¡Al menos están junto a la persona que aman! La última vez que alguien cayó a Las Catacumbas, estaba solo y terminó algo perturbado.

¿¡La última vez!? —repitió Exe—. ¡¿Por qué nos trajeron a un lugar tan peligroso?!

¡Lo lamento, no puedo oírte! Hay mala señal en esta zona.

—No estamos hablando por teléfono.

¡Los alcanzaremos a la entrada! Necesito llamar por radio a... —La voz se fue alejando hasta desaparecer.

De nuevo solos, Exequiel recuperó su mochila. Al ser impermeable, la mayoría de los objetos se habían salvado.

Sacó un par de linternas mineras y acomodó las correas sobre su cabeza. Le entregó la segunda a su compañera. La luz que proporcionaba era escasa, pero suficiente para guiarlos.

Levantó la vista con cautela, apenas alcanzaba a alumbrar el techo de la caverna. A excepción del único tramo derrumbado, el resto lucía como roca sólida.

Dio un giro de trescientos sesenta grados, analizando la zona. Se encontraban en una galería subterránea que rivalizaría en altura con una casa de dos pisos.

De cualquier modo, su angostura pondría a prueba la estabilidad mental de un claustrofóbico. Menos mal que eso no entraba en su larga lista de manías y fobias.

Respiró profundo. El aroma del musgo bajo sus pies se entrelazaba al perfume natural de la tierra.

Pasó una mano por su cabello. Las gotas se deslizaron por sus sienes. Por suerte, el calor abrasador del mediodía anulaba el riesgo de hipotermia. En unos minutos su ropa volvería a estar seca.

—Por aquí —decidió, su voz haciendo eco en medio del silencio.

—¿Estás seguro?

—Por supuesto. Confía en mi sentido de la orientación.

"No tengo idea de lo que estoy haciendo", pensaba para sus adentros, mientras seguía la corriente del agua.

Conforme avanzaban, el espacio para caminar se iba reduciendo. Pronto no les quedaría más alternativa que pisar el agua.

Casi podía sentir el rastro de quienes pasaron por ese sitio en otras épocas. Las Catacumbas estaban inundadas de vida, una energía que calmaba su espíritu. "Debió haber sido un increíble refugio durante las guerras", reflexionó.

Levantó una mano y acarició la pared más cercana. Los surcos dejados por la corriente eran suaves. En respuesta al haz de luz de su linterna, los minerales que conformaban las paredes lanzaban pequeños destellos.

El movimiento de las aguas era casi imperceptible, un artista silencioso que atravesaba la roca para crear estos pasillos irregulares.

A juzgar por la humedad en las paredes, durante la temporada de lluvias el nivel del agua crecía hasta convertir estas cavernas en una tumba acuática.

—¿Por qué quieres irte? —la voz de Aitana lo sacó de su contemplación.

—Bueno, no es como si pudiéramos vivir en esta cueva para siempre. Las noches deben ser frías...

—¡No hablo de Las Catacumbas! —soltó con frustración—. ¿Por qué vas a trasladarte?

—Ah, ¿ahora sí quieres hablar?

—Pasar por una experiencia cercana a la muerte cambia las perspectivas —se defendió, sus brazos cruzados mientras caminaba sobre el musgo—. Ahora dispara.

Exequiel la estudió en silencio. Sus labios apretados apenas conservaban restos de maquillaje. El cabello mojado estaba en proceso de volverse un nido de frizz salvaje. La ropa húmeda enfatizaba su figura, la hacía ver más frágil. Con los hombros caídos y abrazándose a sí misma, lucía como un polluelo al que habían lanzado a una fuente.

—No hay un único motivo.

—Entonces cuéntame esa larga lista.

"¿Por dónde empiezo?", se preguntó con un suspiro. Se agachó para pasar por un techo más bajo. Ella lo siguió.

—Cuando me mudé a la ciudad, esperaba algo diferente —comenzó, meditabundo—. Era un soñador muy ingenuo. Quería triunfar como actor, pero en un pueblo así de pequeño no había lugar para el arte. Al menos así era en esa época. Después de una década se ha urbanizado bastante.

—Siempre pensé que te fuiste porque estabas huyendo de tu pasado —confesó Aitana.

Él hizo una mueca. Era una puñalada sutil, pero no dejaba de tener su dosis de verdad.

—En parte. Quería reinventarme. Y necesitaba salir de mi zona de confort, conocer más del mundo, abrirme camino en mi profesión. Pensaba que dedicarme de lleno a la actuación era lo único que necesitaba para ser feliz... pero aprendí que no era suficiente.

—¿No has sido feliz en todos estos años? —musitó ella.

—No me arrepiento de lo que he vivido. Conocerte ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, Aitana. —Respiró profundo—. Pero hace tiempo... necesito un cambio. Siento que todos estos años he estado buscando un sitio al que llamar hogar. Y lo he encontrado en el lugar que me vio nacer.

—Entiendo que extrañes tus raíces, pero... ¿No te duele alejarte de mí?

—Más de lo que podría describir con palabras. —Levantó una mano y acarició su mejilla—. Pero será saludable para ambos tomarnos un tiempo separados. Aclarar nuestros... sentimientos.

—No necesito tiempo.

—Casi entraste en pánico cuando dije que...

—¡Me retracto! —chilló con las manos en alto, atrapada—. Sigue tu historia.

Él respiró profundo para ahogar la frustración.

—Yo sí lo necesito —continuó.

—¿Por qué? ¿Tanto te he sofocado? —Luchaba por sacar las palabras con claridad a través del nudo en su garganta—. Creía darte tu espacio. Sé que soy un poquito dramática, invasiva, desordenada, agresiva y...

—Eres perfecta. —La interrumpió con un dedo contra sus labios—. Y adoro cada desastroso rasgo tuyo.

"Demasiado. Al punto de robarme el sueño", deseó explicarle.

Convencerse de que jamás lo vería como algo más fue su punto de quiebre. Le dio el valor de poner distancia. Era consciente de que, tarde o temprano, sus sentimientos unilaterales causarían un quiebre en su amistad.

Y no tenía derecho a exigirle que sintiera lo mismo. Ella había expresado claramente sus intenciones de ser solo amigos.

Su respuesta a los acercamientos físicos le indicaban que quizá podrían agregarle privilegios a esa amistad, pero predecía resultados desastrosos si lo proponía. Compartir sus cuerpos nunca sería suficiente. Él lo querría todo, especialmente su corazón.

Tuvieron que sumergir las piernas en el agua para atravesar un tramo de la cueva que carecía de suelo seco. Avanzaron despacio, tanteando el terreno antes de pisarlo.

—¿Por qué ahora, Exequiel?

—Todo ha cambiado. El pueblo, yo mismo. Dejé muchas cosas amadas, familia y amigos. Quiero volver y conocerlos otra vez. Con la inauguración de la nueva agencia, tengo la oportunidad de empezar de nuevo con un empleo y conexiones estables. Podré dedicarme a lo que amo, en el lugar que elegí.

La cueva comenzaba a ampliarse. Las voces de los demás turistas les llegaban desde la distancia. El tiempo para la sinceridad se agotaba. Pronto deberían regresar a su misión.

—No vas a cambiar de opinión sin importar lo que diga, ¿verdad? —Ella sonrió con lágrimas en los ojos—. Exe-punto-exe es como un pendrive cuando le das a formatear. No hay forma de cancelar el proceso.

—No estoy tratando de manipularte para que me ruegues quedarme o insistas en venir conmigo.

Ella movió una mano en el aire, negando con la cabeza.

—Tranquilo. Tengo demasiado orgullo como para perderlo con una escena así.

—Te he visto discutir en supermercados cuando el cajero te ha cobrado unos centavos extra.

—Situaciones distintas. —Se encogió de hombros—. Necesito cada moneda para comprar comida.

—Qué orgullo más selectivo.

—Perdón por no arrastrarme a tus pies mientras grito como si me estuvieras arrancando el corazón. —Ella le dio un golpe con su cadera, juguetona—. ¿Puedo... ir a verte?

El peso sobre el corazón del joven disminuyó tras esas palabras. Compuso una sonrisa sutil.

—Puedes visitarme cuando quieras. Las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para ti.

—Te arrepentirás cuando me quede un fin de semana completo y arrase con todos tus víveres.

—Me aseguraré de comprar varios postres para ese entonces.

Finalmente, vieron un haz de luz al final del camino. La vegetación era más densa. Disminuyeron la velocidad.

—Si yo te hubiera... —comenzó Aitana, cautelosa. Se lamió los labios resecos— invitado a salir, no en plan de amigos, sino como hombre y mujer, ¿tú habrías aceptado?

—¿Me estás ofreciendo ser amigos con derechos? —bromeó, aunque su pregunta iba en serio.

—No. Hablo de algo más formal y exclusivo. —Arrancaba las palabras de su garganta adolorida—. Si yo te hubiera dicho... que me estaba enamorando de ti, ¿qué habrías respondido?

Los pies de Exe se clavaron en su sitio. La respiración se atascó en su garganta. "Esas preguntas son un arma de doble filo", se dijo. ¿Debía ser sincero o disfrazar un poco la verdad?

Sus ojos se encontraron. El café de su miradalucía brillante por las lágrimas contenidas. Supo que no podría mentirle niaunque fuera por su bien. No quería engañarla.

—Habría dicho Te amo, Aitana

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