Capítulo 27
La tregua en medio de la masacre había terminado. Al día siguiente, regresó el silencio. Desaparecieron las bromas, la complicidad. Una sombra oscura parecía aplastarlos cada vez que sus miradas se encontraban.
El tiempo se agotaba y Exequiel no sabía cómo cerrar la brecha que se había abierto entre ambos.
Quizá sería mejor dejar que ese abismo se extendiera, creía por momentos. Prefería recibir su ira a sus lágrimas. Si se mantenía alejado, tal vez podría llevarse intactas las piezas de su propio corazón.
—¡Les doy la bienvenida al último día de turismo en la Reserva Natural Yavalimos! —saludó Gianella frente al hotel, sus brazos abiertos. Sujetaba un bastón de trekking en una mano—. El día de mañana serán libres de disfrutarlo como gusten, y pasado mañana deberán madrugar para abordar el transporte a sus hogares. ¿Están listos para disfrutar la aventura final?
—Tengo miedo —murmuró una voz detrás del grupo.
—Como broche de oro, en esta despedida quisiéramos llevarlos a... ¡Las Catacumbas!
—¡¿Hay galerías subterráneas con cadáveres en una reserva ecológica?! —exclamó Aitana, ilusionada.
—No que yo sepa —respondió Gianella con su sonrisa comercial—. Las Catacumbas están en la superficie. Se trata de un conjunto de cerros ubicados al otro lado del Río Paranóiorar. Es una zona mágica plagada de leyendas que les contaré a lo largo del camino. ¿Preparados? ¡Síganme!
Acomodaron sus mochilas y, bajo la bendición de un cielo despejado, emprendieron la marcha.
El sol de la mañana advertía del calor abrasador que se avecinaba, razón por la que habían traído sombreros y abundantes botellas de agua.
Según el cronograma, tendrían un almuerzo tardío al llegar a su destino, disfrutarían del paisaje por unas horas, y regresarían antes de la puesta de sol.
Atravesaron el Río Paranóiorar por un sendero angosto marcado con piedras inmensas. Aunque Gianella les advirtió que sería mejor mojarse las zapatillas antes de arriesgarse a romperse el cuello por tratar de esquivar el agua, varios turistas dieron saltitos de una piedra a otra.
Cuando Aitana alcanzó el último tramo del río, estuvo a punto de resbalar. Habría caído de espaldas al agua si Exequiel no hubiera atrapado su brazo.
Ella se soltó con más brusquedad de la necesaria, gesto que los sorprendió a ambos. Sus pies habían llegado a tierra firme, pero las emociones se arremolinaban confusas sobre su cabeza.
—Puedo cuidarme sola —susurró con frialdad, al pasar por su lado.
—Nunca lo he puesto en duda —respondió él, al mismo volumen, a través de los dientes apretados.
Detrás de ambos, Eliza observaba a Emilio caminar tambaleante entre las piedras húmedas, los brazos extendidos para mantener el equilibrio. Parecía debatirse consigo misma entre ofrecerle su ayuda o continuar su camino. Para sorpresa de todos, le dio la espalda y se unió al grupo.
—Entonces no finjas que te importo —murmuró la agente a su socio.
—¿Fingir? —Frunció el ceño—. Dime una sola vez en la que te haya mentido, Aitana.
—No quiero hablar de eso ahora. Démonos prisa y terminemos esta condenada misión así puedes continuar tu huida.
—No estoy huyendo, solo busco un cambio.
—Si esa mentira te ayuda a dormir por las noches, bien por ti.
—Necesitamos hablar.
—No quiero oír tus excusas. —Aceleró el paso para perderlo de vista.
—¿Quién es el que está huyendo de quién ahora? —lo escuchó decir a su espalda.
Siguieron un sendero de tierra marcado por huellas humanas y animales. A su alrededor se desplegaban murallas de árboles centenarios cuyo aroma fresco envolvía sus sentidos.
La fauna local no se quedaba atrás. Descubrieron caballos vagando en la lejanía. Algunos pastaban, los más aventureros subían los cerros.
Una pareja de aves inmensas abandonó su nido en las alturas y sobrevolaron la zona en círculos. El plumaje negro con el cuello blanco resplandecía gracias a los rayos de sol. La cabeza, carente de plumas, poseía una tonalidad rojiza.
—Ahí salieron a saludarnos nuestras aves de presa favoritas —explicó Gianella sin disminuir el ritmo de su caminata—. Los cóndores son monógamos, ¿sabían? Existe la creencia de que, al morir su pareja de toda la vida, este vuela hasta lo más alto del cielo y se arroja en picada contra las rocas en busca de la muerte.
"Qué relación tóxica y dependiente... Nada de El muerto al pozo y el vivo al gozo", reflexionó Aitana.
El ave soltó un graznido distante antes de perderse de vista.
—¡Atención! —La voz de Gianella a través del micrófono detuvo la marcha. Clavó su bastón en la tierra—. A continuación pasaremos por unos arbustos espinosos. Vayan despacio, en fila india. No queremos arañazos.
Dejada la advertencia, continuó el paso. Aunque las espinas acariciaron la piel desnuda de sus brazos, Aitana le restó importancia. No habían sido verdaderos arañazos.
El problema surgió cuando dejaron atrás esos arbustos. Al principio fue un ardor suave. En segundos, líneas rojas aparecieron en su piel. Estas se inflamaron cual picadura de insecto.
Las quejas a su alrededor revelaron que no fue la única en experimentar esa reacción alérgica.
—Tranquilos, es natural —explicó la guía con una sonrisa despreocupada—. Algunos arbustos son venenosos para el ser humano. ¡Pero descuiden! El efecto se desvanecerá en cinco minutos. ¿Continuamos?
Sin esperar respuesta, siguió avanzando.
—¿Estás bien? —Aitana se acercó a Eliza al verla frotarse las sienes con sus pulgares—. ¿Esa planta te rozó el rostro?
—No es eso... Anoche me desvelé —respondió por lo bajo—. Me duele la cabeza cuando no descanso bien.
—¿Tuviste pesadillas de nuevo?
—No exactamente... Es solo que... he estado teniendo pensamientos horribles que no me hacen buena persona.
—¿Recuerdas lo que te dije el otro día?
—¿La parte de estar disponible para ayudarme a ocultar el cadáver si cometo un homicidio?
—No. —Una risita escapó de sus labios—. Me refería a la conversación sobre los celos. Los pensamientos oscuros no te hacen una mala persona. Son las acciones que hagas a partir de ellos las que te definen.
—Leí mucho sobre psicología en mis años universitarios, pero aplicarlo para controlar mis propias emociones ya es otro asunto.
—Comprendo el sentimiento. —Suavizó su voz a un tono comprensivo—. ¿Qué tienes, Eli?
—Yo... —Sus pupilas se desviaron a su esposo, quien caminaba soportando la verborragia de un alegre Salvador— he estado imaginando lo que sería quedarme sola y me da mucho miedo, Aitana. Mi familia no entendería si yo volviera a casa sola cuando ni siquiera ha pasado un mes de la boda. Los chismes, las preguntas, las acusaciones... Me culparán de ser incapaz de retener a un hombre.
—Malditas frases arcaicas, lo peor es que seguirán existiendo un par de décadas más. —Se golpeó la frente con su palma—. No estamos en la edad de piedra. Las personas no pueden mantenerse atadas contra su voluntad.
—Pero juramos estar juntos hasta...
—Los seres humanos no somos perfectos. Podemos cambiar de opinión, admitir que nos equivocamos aunque sea en algo tan serio como el matrimonio. Si quieres decir Adiós... —Su mirada se encontró con Exequiel durante un instante fugaz. La apartó deprisa— es mejor que sea rápido, así duele menos.
—Perderé amigos muy queridos. —Nerviosa, tironeaba del cabello suelto bajo su gorra—. Mis suegros no volverán a mirarme igual. Conozco a mi cuñado desde pequeño, ahora adulto me cuida como un hermano.
—Es tu felicidad, no la de otros. Siempre habrá habladurías y miradas desagradables cuando sales del molde establecido por la sociedad.
—Pero la opinión de mi familia es importante para mí.
—Estoy segura de que ellos te apoyarán en todo lo que decidas. —Sintió unos ojos en su perfil, era consciente de que su compañero escuchaba cada palabra. Comenzó a sentirse un poco hipócrita—. Si quieren dejarte, ¿de qué serviría tratar de retenerlos? Con marcharse ya están demostrando que no estarán contigo cuando realmente los necesites. Eso... no lo haría un verdadero amigo.
Respiró profundo al sentirse mareada. Necesitaba ordenar sus ideas, dejar de compararse.
Era la historia de Eliza. Ella deseaba irse. Mucha gente a su alrededor se resentiría por su decisión, era el precio a pagar por su libertad.
"Exequiel también quiere irse, pero no hay quien lo retenga...", fue el pensamiento que atravesó su mente. Como buena amiga debería apoyarlo, lo sabía, pero estaba tan a la defensiva que no conseguía sacar ni una palabra de aliento de su propia boca.
—Mi lógica sabe que puedo estar bien sola... —susurró Eliza.
—... pero tu corazón te ciega por miedo a sufrir —terminó Aitana en un murmullo.
La conversación quedó pausada porque debían guardar aliento. Se aproximaba un camino muy empinado. Por consejo de Gianella, decidieron ir en zigzag, eligiendo los senderos más sólidos y despejados. Sería más largo, pero la seguridad era primordial.
—¡Cuidado abajo! —advirtió alguien desde arriba.
Aitana levantó la vista. Una pequeña avalancha de rocas caía en picada sobre su cabeza. Consiguió dar un salto a la izquierda justo a tiempo para esquivarlas.
Buscó con la vista a Exequiel, preocupada. Respiró aliviada al verlo caminar de costado, con suma cautela. Usaba las manos para aferrarse a las piedras. Un ligero sudor perlaba sus sienes. La altura debía someterlo a grandes niveles de estrés.
Ella deseaba extender sus brazos y aliviar parte de su carga, darle palabras de consuelo o bromear como siempre... pero tenía miedo. Miedo a que él leyera en sus ojos todos sus sentimientos. Miedo a romperse y confesar en voz alta un amor destinado a la nada.
Finalmente, alcanzaron la zona llana. Aitana giró sobre sus pies y notó que la civilización había desaparecido.
La respiración se atascó en su garganta. A su alrededor se asomaban cerros cubiertos por una alfombra verde. Los árboles parecían congelados en el tiempo. A la distancia, descansaban montañas azules por el reflejo del cielo. Los rayos de sol caían como dedos espectrales en puntos estratégicos.
El silencio lo dominaba todo. Se quitó el sombrero y lo apoyó contra su pecho. Podía escuchar los latidos de su propio corazón, observar los arbustos danzando al ritmo del viento, aspirar el perfume de la tierra, sentir el sol en sus mejillas...
Una sonrisa curvó sus labios. ¿Eso era la paz interior?
—Esto es apenas una parte de lo que deseo mostrarles —comenzó Gianella, sentada en una piedra inmensa. Una botella de agua descansaba en su regazo junto al bastón. Debió subir el volumen de su micrófono porque el viento se llevaba lejos su voz—. Hay muchos senderos en Las Catacumbas. Cuenta la leyenda que en su interior se ocultan cuevas de aguas termales. Si dos amantes se dan un baño relajante en ellas, su amor quedará sellado y durará eternamente. ¿Acaso no es romántico?
—¡Quiero intentarlo! ¿En qué parte están? —preguntó Candy.
—Es un misterio que pocos lugareños conocen. Quizá la próxima vez que visiten Sientelvainazo podamos ir.
"Buen anzuelo", pensó la agente con admiración. Dejaba a los turistas con intriga para que regresaran pronto.
—Quizá no sea posible ver el interior de las cuevas ahora, pero... conozco una fórmula mágica para reforzar el amor. —La guía se llevó un dedo a los labios. Esperó hasta capturar la atención de todos antes de continuar—. Algo tan simple como un abrazo, un beso o solo tomarse de las manos. Un gesto tan amoroso sobre este suelo recibirá la bendición de la Madre Naturaleza. ¡Aprovechen los recién casados!
Las parejas se reunieron sin dudar. Algunas se envolvieron en sus brazos, otras unieron sus labios con distintos niveles de pasión.
Aitana observó a Exequiel con cautela, alejado del grupo mientras contemplaba el abismo. Se dijo que era por el bien de su tapadera. Necesitaban fingir dos días más.
Luego cada uno seguiría su camino.
Su corazón se aceleró mientras se acercaba. Sin una palabra, ella le tocó la espalda. Él se giró en un parpadeo, como si temiera que lo empujaran al vacío.
—Dame tu mano —ordenó ella.
—¿Me estás proponiendo matrimonio?
Aitana se mordió el labio inferior para no sonreír ni seguirle el juego.
Exe la estudió con calidez, cierta tristeza en sus pupilas. Entonces soltó un suspiro y aceptó la mano que le ofrecía.
Sus palmas se unieron con suavidad, entrelazando sus dedos. Trataron de ignorar el cosquilleo que subía hasta sus brazos. De la misma forma ignoraban la electricidad cada vez que sus pieles se rozaban.
—No significa nada —pronunció ella a toda velocidad.
—Entonces —comenzó él con serenidad, atrayéndola hacia su propio cuerpo hasta que estuvieron frente a frente—, ¿por qué tu pulso se ha disparado?
—Estoy por sufrir un golpe de calor por falta de almuerzo.
—Eso no tiene sentido. —Con su mano libre, le apartó un mechón de la frente. Acarició la mejilla femenina a su paso—. Aitana...
—No hagas eso —susurró, sus pupilas apuntando al suelo.
—Mírame a los ojos.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque vas a romperme el corazón, Exequiel. —Su voz tembló, y se odió a sí misma por delatarse—. Y quisiera conservar aunque sea un poco de orgullo antes de que te vayas.
—No me voy a trasladar apenas termine esta misión. Me quedaré un par de semanas más hasta que consiga...
—Prolonguemos la tortura del condenado.
—... comprar una casa —continuó con fingido optimismo, ignorando su exageración—. Usaré los ahorros de toda mi vida. Encontré un lugar frente a un parque. ¿Te gustaría ver una foto?
—No.
—Tiene un patio bastante...
—No quiero saberlo.
—¿Por qué te encierras en ese maldito caparazón en vez de escucharme? —soltó, frustrado—. Este cambio también es difícil para mí. Estás siendo egoísta.
—¡Pues perdón por no fingir felicidad! No estoy preparada para perder a mi mejor amigo.
"Mejor amigo", repitió Exequiel en su mente. Empezaba a odiar ese condenado título.
—¡No tiene que ser así! Una relación no se trata de poder tocarse o estar frente a frente. A través de una pantalla...
—¡No es lo mismo! —Trató de apartarse, pero él se negó a soltar su mano—. Vamos a distanciarnos, vas a crear una vida donde no habrá lugar para mí.
—¡No soy la clase de hombre que olvida a las personas que ama!
Ambos quedaron estáticos al oír esa declaración. Tres latidos pasaron. La discusión se había dado a un volumen muy bajo y a cierta distancia, lo que impidió que el resto de los turistas se percatara.
Ella sacudió la cabeza violentamente.
—¿Querías un ejemplo de mentira? ¡Ahí lo tienes!
—¡¿Por qué rechazas de plano la idea de que alguien pueda amarte de verdad?! —explotó en un susurro furioso.
"Porque nunca he escuchado esas palabras ni de aquellos a los que alguna vez llamé familia", pensó la joven.
—Estás cambiando de tema —evadió ella, por completo bloqueada. Necesitaba escapar antes de romper a llorar, su autocontrol estaba al límite—. ¡Ya suelta mi mano o voy a morderte!
—Muérdeme. No sería la primera vez.
—Guarda tus fetiches raros para tu próximo ligue. —Empezó a clavar sus uñas—. ¡Ahora déjame en paz!
—No hasta que me respondas. ¿Por qué, en siete años de conocernos, jamás me has dado una oportunidad? —exigió—. ¿Alguna vez quisiste intentarlo?
"Necesito saberlo antes de irme", pensó con el corazón en un puño. Quería oírla antes de cerrar definitivamente esa puerta.
—¿De qué estás hablando, Exequiel?
—Cada vez que he insinuado la posibilidad de ser algo más que tu amigo, has dejado caer alguna indirecta para que retroceda. Pero luego te contradices con acciones y palabras. —Apretó la mandíbula, meses de silencio estaban escapando a borbotones—. De verdad, a veces no entiendo tu juego.
—No estoy jugando. —Tragó saliva a través del nudo en su garganta. Todo era confuso en su cabeza—. No soy tan manipuladora... No contigo.
—Si hubiera intentado cruzar esta línea justo antes de aceptar cambiar de agencia... ¿de qué forma creativa me habrías mandado a volar?
—¡¿Por qué das por hecho que te habría rechazado?!
—¿Eso significa que...?
—Nada —lo interrumpió, tajante, decidida a ponerle fin al tema—. ¡No significa nada porque prefiero que me trague la tierra a perderme en lo que podría haber sido!
Como un deseo enviado al cielo, oyeron uncrujido. Una grieta se extendió bajo sus pies. No les dio oportunidad dealejarse. El suelo se hundió bajo el peso de ambos.
Aitana abrió los ojos con horror, lo último que sintió antes de caer fueron los brazos de Exequiel a su alrededor.
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