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Capítulo 24


La música electrónica del celular sobre un banco resonaba por todo el pequeño baño, su pantalla empañada a causa del vapor de la ducha.

Bajo el agua, Aitana cantaba a viva voz. Destrozaba sin piedad la letra en inglés, su pronunciación tan perezosa que en cualquier momento invocaría un demonio por accidente.

Decidida a tener un gran día, terminó de aplicarse un baño de crema en su cabello. Amaba su cabello rizado, herencia de su abuela materna, especialmente cuando los conservadores le dirigían una mirada de reproche o trataban de aconsejarle plancharlo o teñirlo de un color más discreto.

Sentir el agua hirviendo sobre su piel trajo a su memoria recuerdos de la noche anterior...

Habían llegado agotados tras un día largo de turismo. Ser testigo de una Eliza al borde le había dejado una incertidumbre en la boca del estómago.

Exequiel también había permanecido ensimismado durante el camino de regreso al hotel.

Ver la única cama en la habitación les recordó el beso que habían compartido. Sus pupilas se desviaron hacia su socio, y lo descubrió mirándola fijamente.

—Aitana... —había comenzado. Tragó saliva—. Hay algo que he querido decirte desde hace unos meses. Yo...

—¡Mañana! —chilló ella en respuesta.

No estaba preparada para esta conversación. Necesitaba unas horas para reflexionar sobre sus propios deseos y pensamientos. Él no sería un ligue de una noche, necesitaban tomarlo con calma.

—Pero es importante...

—¡... tener un sueño de belleza reparador! —Apoyó las manos en su pecho—. Todavía nos quedan varios días en Sientelvainazo. Mañana tendremos una conversación como adultos maduros. Voy a quitarme el maquillaje.

Dicho esto, estampó un beso en su boca y salió huyendo al baño.

De regreso al presente, mientras peinaba los rizos húmedos de su cabeza, escuchó el zumbido a través de la música. Una y otra vez. Con curiosidad, descorrió la cortina y sacó un brazo, tanteando el aire en busca del celular que había dejado en un banco. Cuando lo encontró, echó un vistazo a la pantalla.

Como miembro de cualquier empresa, estaba dentro del grupo de difusión oficial de Desaires Felinos. Y del extraoficial donde hablaban mal del grupo oficial. Y del tercer grupo donde se hablaba pestes de los que hablaban mal en el grupo extraoficial.

—Amo al Criadero de cobras —murmuró, nombre que le habían dado al segundo grupo.

La especialidad de los integrantes era el chisme.

Más rápidos que wifi de madrugada en casa vacía, herederos de las comadres conversando en medio de un bingo los domingos, cualquier novedad importante llegaba primero al segundo grupo.

En ese momento había estallado con alguna noticia. Alcanzó a ver el nombre de Exequiel en un mensaje, pero este quedó detrás de un centenar de audios.

La curiosidad era fuerte. Decidió terminar rápido su ducha para poder leerlos en modo fantasma.

A diez minutos del hotel, Exequiel deambulaba entre la naturaleza. Un millón de situaciones posibles daban vueltas por su cabeza cuando recibió la llamada de su jefe.

—¿Cómo está mi cupido favorito? —Esa voz animada no ayudó a calmar su ansiedad—. Mini te manda saludos. Vamos, mi Nina, dile miau.

—La misión va a buen puerto. O camino a ser un barco hundido, depende la perspectiva.

—Es bueno oírlo. —El instante de silencio del otro lado le trajo un mal presentimiento—. ¿Ya hablaste con Aitana?

—Yo... lo intenté pero... la oportunidad...

—Eso se pondrá feo. —La voz seria de su jefe disparó sus alarmas—. Iba a anunciarlo tras su regreso en una reunión de personal, pero alguien filtró la lista.

—No... —La sangre abandonó el rostro del joven—. No, no, no. Maldita sea. ¡Necesito explicarle primero!

—Date prisa, tal vez aún no vio su teléfono.

El agente colgó la llamada con dedos inestables. Lanzó su celular al bolsillo y salió disparado en dirección al hotel SendEros.

—¡Exequiel! —lo llamó una voz a su derecha.

—Ahora no. —El agente trató de esquivarlo, pero Salvador lo alcanzó y se le atravesó a mitad de camino.

—¡Mira, encontré una roca que me recuerda a ti! —Levantó una figura amorfa de tonos marrones.

—Eso es excremento de caballo.

—¡¿Qué?! —Salvador lo soltó al instante. Hizo una mueca de repulsión mientras limpiaba su mano con una hoja caída.

Aprovechando la distracción, Exequiel lo rodeó con impaciencia para escapar.

—¡Espera, no lo tomes como insulto! —Volvió a interceptarlo—. Los desechos de herbívoros funcionan como un abono excelente. Tengo un amigo que fundó una florería y los usa siempre.

—Bien por él.

Salvador comenzó a trotar de espaldas, frente a su interlocutor.

—¿Te gusta el pan barra o baguette?

—Integral.

Dio un paso a la izquierda, Salvador se movió en la misma dirección. Exe probó con su derecha. Repitieron el paso.

—¿Sabías que antes de comprar un pan debes analizar la corteza, aroma y textura? Y llevarlo en bolsas de tela o papel que permitan la entrada de aire.

—Lo tendré en cuenta.

—¿Cuál es tu signo solar y ascendente?

—No tengo...

—¡Todos tenemos! Basta con saber fecha y hora de nacimiento.

—... tiempo para esto. —Respiró profundo para conservar su autocontrol. Bajó la vista al celular en su bolsillo. Los mensajes del grupo de la agencia se habían duplicado—. De verdad estoy apurado. Necesito encontrar a Aitana.

—¿Tu amiga?

—Sí.

—¿No es inusual irte de vacaciones con tu solo amiga y hospedarse en una habitación matrimonial?

—Tan normal como irse de luna de miel sin tu esposa, diría yo.

Touche.

Preso de la frustración, Exequiel soltó un gruñido y lo atrapó por los hombros. Esperó a que lo mirara a los ojos.

—Escucha, Salvador. Eres un buen tipo, pero nunca pretendí declararme. El día que interrumpí tu boda, me había equivocado de iglesia. Tú. No. Me. Interesas.

Salvador abrió los ojos y la boca con aturdimiento. Su respiración se detuvo. Tres latidos pasaron. Entonces soltó el aire despacio.

—Ascendente en escorpio. Definitivamente, reconozco esa pasivo-agresividad como parte de los escorpianos.

—¡Vete al diablo! —gruñó exasperado, rodeándolo para alcanzar el hotel.

—¡Soy pagano! —lo escuchó gritar a su espalda.

—¡Toma tu pentagrama y mételo por donde no te da el sol!

—Eres muy divertido. ¡Tomemos una cerveza más tarde! ¿Sabías que los escorpianos que tienen una mala relación con sus madres quedan con el karma de buscar eternamente su aprobación?

—¡No soy de escorpio, carajo!

—¡Dije ascendente!

Exequiel corrió por las escaleras con el corazón en sus manos. Llegó a la habitación sin aliento.

Respiró profundo, armándose de valor. Abrió la puerta despacio, un nudo en su garganta.

La encontró en completo silencio, sentada a los pies de la cama. Sin más maquillaje que una mirada directa. Lucía un vestido ligero que se adhería en las zonas de piel húmedas. Su cabello mojado comenzaba a rizarse en las puntas. El sombrero que le había regalado el día anterior descansaba a su lado, una bomba de tiempo que podría convertirse en un recordatorio amargo.

Esas pupilas intensas le pusieron los pelos de punta. Descubrir el celular en su regazo le hizo contener la respiración.

Era tarde. Había llegado demasiado tarde.

Ella comenzó a curvar los labios lentamente, sin separarlos. La sonrisa no llegó, ni por asomo, a sus ojos.

—¿Recuerdas cuando nos unimos al grupo Criadero de cobras de la agencia, Exequiel? Dijiste que lo silenciarías hasta la llegada del profeta —comenzó, su voz suave como la seda. Se lamió los labios—. Yo no lo hice. Y acabo de leer algo muy curioso...

Él sentía latir su propio corazón en sus oídos. Deseaba huir de la habitación, pero sus pies permanecieron clavados en el suelo.

—Iba a decírtelo.

—Entonces es cierto. —Bajó la vista al teléfono, la lista de nombres de agentes se leía con claridad—. Creí que sería un error.

—De verdad, traté de contarte...

Ella soltó una risa vacía, carente de alegría. Él guardó silencio como si hubiera recibido un golpe.

—Descuida, Exequiel. Entiendo. —Soltó otra risita y le restó importancia con un gesto de la mano—. Mi memoria también es muy selectiva. No te preocupes, es normal... —Su voz se fue elevando, haciendo alarde de su talento como actriz de doblaje— ¡olvidar avisarle a tu compañera de siete años que renunciaste a la agencia, hijo de tu maldito padre! —terminó gritando.

Levantó una almohada y se la lanzó por la cabeza con un chillido. Él la atrapó en un reflejo y la levantó a la altura de su mandíbula. Un escudo inútil contra esa lengua aguda.

—No renuncié, solo acepté un traslado a la nueva catfetería.

—¡Es lo mismo, idiota! Te vas a mudar cientos de kilómetros de mí. ¿Nunca se te ocurrió preguntar cómo me haría sentir?

—Es una decisión personal, no tiene nada que ver contigo.

—¡¿Cómo que no?! Soy tu condenada compañera de misiones, tu mejor amiga. ¡He pasado más horas contigo que con mis propios padres!

—¡Tampoco fue fácil para mí! Lo estuve pensando durante meses antes de decidirme.

"Meses ocultando algo tan importante. Meses para desconectarte de mí", comprendió, herida.

Sus dedos rozaron por accidente el sombrero a su lado. Lo aferró con fuerza como si eso mantuviera su corazón en una pieza.

No quería que el dolor de ese momento contaminara los recuerdos bonitos que habían construido últimamente. Pero no podía dejar de pensar que él se estaba despidiendo y ella fue incapaz de verlo. Su propio egocentrismo la había cegado.

—¿Tanto me odias como para querer poner horas de viaje entre nosotros?

Sabía que estaba siendo más exagerada que relato de pescador, pero en ese momento le valía diez hectáreas de limones.

—No te odio, Aitana.

"Es lo contrario", pensó Exe. "Necesitaba poner distancia. Lo que empecé a sentir por ti iba a consumirme. Quererte tanto sabiendo que nunca me mirarías de la misma forma... no soy tan fuerte".

No se atrevió a decirlo en voz alta. No era el momento. Una confesión así solo causaría daño y arrepentimientos.

Un puño apretó su pecho al ver las lágrimas acumularse en esos ojos furiosos.

—Por favor, no llores. Te autorizo a lanzarme más almohadones o darme un puñetazo, si te hace sentir mejor.

—¡No estoy llorando! —chilló ella, las lágrimas deslizándose por sus mejillas—. Estoy furiosa porque la única persona en la que he confiado me desechó como basura.

—¡No te estoy desechando! No voy a olvidarte ni bloquearte de mi mundo. Seguiremos en contacto.

—¿Y debería creerte? —Se puso de pie y lo apuntó con el sombrero como si blandiera una espada—. Cuando te vayas de esta agencia, crearás una nueva vida donde ya no habrá lugar para mí.

—¡Entonces ven conmigo! —gritó antes de poder contenerse.

Ella guardó silencio. Sus dientes apretados, las lágrimas nublaban su visión. Un sollozo sacudió sus hombros, pero tragó cualquier gimoteo.

—No voy a renunciar a todo por seguir a un hombre.

—Sabía que dirías eso —pronunció con suavidad, sus hombros caídos. Dejó la almohada en un mueble a su derecha. ¿Qué respuesta había esperado? No estaba seguro—. Técnicamente, sería un traslado. No una renuncia. Y no me estarías siguiendo a mí, ambos iríamos tras los pasos del jefe.

—Lárgate. En este momento soy capaz de decirte palabras muy hirientes de las que terminaré arrepintiéndome. Así que mejor dame mi espacio.

—Aitana...

—¡Déjame sola, maldita sea! —explotó, su voz quebrada a causa del nudo en su garganta—. Ve ensayando para cuando esta humillante función llamada Amor termine. ¡Voy a brillar cuando te vayas y aprenda a enamorarme de mi soledad otra vez!

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